I
A James Tissot le gustaba la primavera. No sólo la estación en sí, sino también todo lo que representa: el clima templado, las salidas al aire libre, los días de sol cálido y la vegetación colorida. Para un pintor francés del siglo XIX, la paleta de colores vívidos de las plantas lo eran todo. Quizás también como contraste de la vida que Tissot tuvo, sobre todo después de la guerra.
Nació en Nantes en 1836 y estudió en la École des Beaux-Arts de París con Jean-Auguste-Dominique Ingres, Hippolyte Flandrin y Louis Lamothe como maestros. La primera vez que expuso en el Salón de París tenía 23 años. En 1861 cuando dio a conocer el cuadro Reunión de Fausto y Margarita todas las miradas se posaron sobre él: finalmente fue adquirido por el Estado para la galería de Luxemburgo.
Su carrera iba en ascenso, sin embargo un artista es también un ciudadano: le tocó ir a la guerra. Fue en 1870, la guerra entre el Segundo Imperio francés y el Reino de Prusia cambió varias cosas: cientos de miles de muertos, el comienzo de la Tercera República, la victoria prusiana y el nacimiento del Imperio alemán. La vida de James Tissot también cambiaría.
II
Al terminar la guerra, debió escapar de París. Acusado de ser un comunero, es decir, de participar en las revueltas de las Comuna de París, se instaló en Londres. Allí conoció a una irlandesa divorciada, Kathleen Newton, quien se convirtió en su compañera sentimental y modelo de muchos de sus cuadros. Se enamoraron. Ella tenía un hijo, aunque algunas versiones señalaban que Tissot no era el padre del bebé.
Fue un momento de refugio pero también de mucha producción. La pintura era su vocación, sí, lo que mejor sabía hacer, pero también era una suerte de escape. Cuando colocaba el lienzo sobre el caballete y el pincel daba los primeros trazos comenzaba la fiesta. Podía pasarse tardes enteras y noches sin dormir pintando y pintando. Y cuando la primavera llegaba, todo se acentuaba.
De esa época es el cuadro Mañana de primavera. Pintado en 1875, la crítica de la época calificó la obra como “intensamente vulgar, pero lo suficientemente inteligente para el público al que atrae”. ¿Cuál era la vulgaridad que ofendía al crítico anónimo que escribió esas palabras? ¿La mirada directa de la modelo al espectador? Es Kathleen Newton, la compañera de Tissot, que al año siguiente se mudó a su casa.
La figura femenina recortada a contraluz que recuerda a ciertos grabados en madera japoneses. Es por esto que a Tissot se lo asocia a la corriente del japonismo. Es que no sólo él era un gran aficionado a este tipo de impresiones que llegaron a Francia en 1850, también sus amigos: Baudelaire, Bracquemond, Degas, Fantin-Latour, Manet, Monet y Whistler.
III
Algo ocurrió que este cuadro desapareció de la tierra. Todos sabían de su existencia porque Tissot solía hacer aguafuertes de de sus pinturas, pero nadie podía dar con él. Reapareció al siglo siguiente, en una subasta en 1981. Hoy está en el Met (The Metropolitan Museum of Art), en Nueva York, Estados Unidos, junto a varias obras del artista francés.
Se trata de un cuadro especial porque en él se encuentran las pistas de muchas otras obras de Tissot. El vestido reaparece en el grabado Mujer en la ventana (1875) y en Vacaciones (1876) junto al sombrero. Otro ejemplo es la planta de ruibarbo y las cañas en primer plano que están pintadas en El viudo (1876). Se cree que representó el jardín de su casa en el barrio londinense de St John’s Wood.
Pero el romance terminó mal. Kathleen Newton se suicidó en 1882, a los 28 años. Él dejó por un largo tiempo de pintar. Necesitaba una pausa. Años más tarde regresó a París y comenzó a hacer cuadros religiosos. En 1896 se exhibió en París una serie de 350 dibujos de pasajes de la vida de Cristo, y al año siguiente los mostró en Londres.
Esta última etapa de Tissot fue un verdadero éxito. Sus cuadros religiosos se vendían muy bien. Para muchos, lo interesante de estas obras está en el tratamiento poco convencional de los temas sagrados; para otros, en los detalles del paisaje. A Tissot le gustaba la primavera. Siempre trató de destacar en sus obras la vegetación colorida iluminada por la luz cálida del sol primaveral.
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