I
Joseph Stella era un hombre curioso, inconforme, inquieto. Ya de niño cultivaba esa personalidad. Nació en 1877 en un pueblito llamado Muro Lucano, en la provincia de Potenza, Italia. No sabía muy bien qué hacer con su vida y las probabilidades que tenía en su tierra no eran las más prósperas. Uno de sus hermanos se había ido a Estados Unidos a cumplir el “sueño americano”. Él decidió hacer lo mismo.
Tenía 19 años cuando llegó a Nueva York. Comenzó estudiando Medicina y luego se cambió a Farmacología. Nada parecía apasionarle demasiado, hasta que en un momento se topó con el arte. Hay quienes dicen que los que son verdaderamente artistas, en algún momento de su vida, siente el llamado. Es como una inspiración. Un instante donde todo de pronto se revela.
Si iba a hacer un artista, debía ser un bueno, el mejor. Se anotó en la Liga de estudiantes de arte de Nueva York y tomó clases con el afamado pintor impresionista William Merritt Chase. También fue su maestro Robert Henri, uno de los miembros fundadores de la Escuela Ashcan, cuya mirada estética estaba más cercana al realismo y a contar la vida de los barrios pobres.
Ese camino fue el que reinó en la primera etapa de la obra de Joseph Stella. En 1908 le encargaron una serie de pinturas sobre la ciudad industrial de Pittsburgh que serían utilizadas para ilustrar un estudio sociológico. Se publicó bajo el título La encuesta de Pittsburgh. En general, pintaba postales de la miseria estadounidense con una clara influencia de Rembrandt.
II
Hasta que fue a Europa. En 1909 estaban en pleno auge las vanguardias estéticas. Era un momento de pura potencia experimental. Allí tuvo el contacto con el modernismo, pero también con la corriente con lo maravilló: el futurismo. Fue en París, en la galería Bernheim-Jeune, cuando vio el trabajo de tres compatriotas italianos: Gino Severini, Carlo Carrà y Umberto Boccioni.
Cuando volvió a Nueva York, en 1912, comenzó a hacer trabajos futuristas. El primero fue Batalla de luces, cuyo nombre completo y en inglés es Battle of Lights, Coney Island, Mardi Gras. Es un óleo sobre lienzo de 195,6 × 215,3 cm pintado en 1914. Hoy está en la Galería de Arte de la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, Estados Unidos.
El uso de colores caleidoscópicos y lo que suele llamarse “líneas de fuerza” fragmentan los objetos dando un inquietante efecto óptico. Hay una violencia formal que se traduce en belleza. Es justo lo que destacada Filippo Tommaso Marinetti en el Manifiesto futurista de 1909: la importancia de "belleza de la velocidad” y que “ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra”.
¿Y qué es lo que vemos en Batalla de luces? Una representación del Mardi Gras, que es un carnaval que se hace en varias ciudades de Estados Unidos, y de Coney Island, un barrio residencial de Brooklyn que en verano se convierte en un lugar festivo. Observando el cuadro en detalle, vemos una multitud de gente, bailarines, vigas de acero, luces eléctricas y montañas rusas.
También hay palabras: fragmentos de carteles honky-tonk del Parque Steeplechase, del restaurante Feltman’s —famoso lugar donde se inventó el “hot dog”— y las siglas COM que aluden a la commedia dell’arte, ese género popular nacido en Italia en el siglo XVI que puede pensarse como el equivalente europeo al Mardi Gras estadounidense.
III
Desde entonces Stella se dedicó al futurismo. Fue el gran exponente del movimiento en Estados Unidos, aunque él rechazaba esa etiqueta. Tal vez porque no adhería a algunos postulados ideológicos del Manifiesto futurista y a lo que progonaban muchos de sus referentes que terminaron cerca del fascismo que se desató en Italia durante la Segunda Guerra Mundial.
Lo cierto es que su interés estético por corromper las formas y jugar de una manera novedosa con el color era algo más que un trabajo, tal vez una pasión. “El acero y la electricidad han creado un nuevo mundo. Un nuevo drama ha surgido de las despiadadas violaciones a la oscuridad de la noche, el violento brillo de la electricidad ha causado una nueva polifonía", dijo una vez.
Stella veía en el desarrollo industrial del mundo un elemento estéticamente revolucionario. Su intención siempre fue plasmarlo en el lienzo. Lo hizo, por ejemplo, en su famoso Puente Brooklyn (1920) y mejor aún en Voz de la ciudad de Nueva York interpretada (1922), un políptico de cinco paneles que, en vez de representar santos, como se supone que haría, hay puentes y rascacielos de Manhattan.
Joseph Stella murió en 1946 luego de padecer durante varios años problemas del corazón y las secuelas de una caída accidental de la cual nunca se recuperó. Sus restos están en el cementerio Woodlawn Cemetery, ubicado en el condado del Bronx, en Nueva York. Es uno de los artistas más geniales del futurismo, más allá de que él mismo no se sintiera parte del movimiento.
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