Para comprender el futuro del libro hay que mirar su pasado. Esta es una de las ideas que la académica estadounidense Amaranth Borsuk plantea en el provocador ensayo El libro expandido. Variaciones, materialidad y experimentos, que, con traducción de Lucila Cordone, publica la editorial Ampersand. Provocador, sobre todo, porque a lo largo de 300 páginas revela una idea totalmente anticonservadora: el libro físico, tal como hoy lo conocemos, no es ni el formato que más se haya usado en la historia, ni el más acabado, ni, mucho menos, el último.
Tiras de cuero, rollos, papiros, tablillas, nudos, manuscritos: el camino del texto escrito hasta el presente parece empedrado por tecnologías obsoletas. Pero, entonces, ¿cómo hay que tomar al códice, que, como señala Borsuk, es la manera erudita de mencionar al formato actual? Como lo que es: apenas un eslabón más de una cadena que está lejos de haber alcanzado su punto culminante.
Si, como dice Borsuk, un libro es una experiencia, no es el lector quien debe ajustarse al objeto, sino que es el soporte el que debe adaptarse para que se pueda vivenciar el contenido que se transmite. Y, en un mundo que tiende a la virtualidad, la próxima etapa del libro apunta hacia nuevas interfaces en donde convivan lo material como la idea de un artista y lo digital como el formato más extendido.
Esto no implica la eliminación del códice; los lectores híbridos saben pasar de un mundo a otro. Pero, dado que la digitalidad propone formas diferentes de producir y de consumir el contenido, el e-book no es sólo algo que "conviene” por cuestiones de precio y ubicuidad —son más baratos y no se agotan—, sino que permiten a escritores y lectores explorar y expandir las fronteras de aquello que hoy definimos como libro.
A través del correo electrónico, Amaranth Borsuk habló con Infobae del futuro —cada vez más presente— de los libros.
—¿Por qué el libro físico como objeto sigue siendo tan venerado?
—Uno de los argumentos más fuertes con respecto a esta reverencia continua es de la académica Jessica Pressman, autora Bookishness: Loving Books in a Digital Age, que saldrá en breve, donde aborda el apego emocional a los libros. Y por “libro” me refiero al objeto conocido por eruditos como “códice”: una pila de páginas encuadernadas a lo largo de un borde y encerradas entre cubiertas. Pressman dice que un factor importante que contribuye a nuestra fetichización del libro —que se manifiesta en productos de consumo que parecen libros, animaciones sobre la vida interior del libro e incluso ropa y accesorios que incluyen estantes, páginas y libros en miniatura—, es el creciente sentido de la vulnerabilidad del códice frente a los dispositivos de lectura digital.
—¿Por qué no se piensa al e-book como la evolución natural del libro físico?
—La gente denuncia la muerte del libro durante más de un siglo y, sin embargo, permanece con nosotros. El hecho de que la arquitectura misma de las casas se haya configurado a lo largo del tiempo para exhibir libros sugiere hasta qué punto la clase, la comodidad y la inteligencia están ligadas con la imagen del objeto. Como representación física del conocimiento, un producto portátil, coleccionable y diseñado profesionalmente como es el libro físico indica a los demás algo sobre nosotros que un libro electrónico no puede hacer. El apego que el códice hace posible a través de su forma física —se lo puedes dedicar a alguien a quien amas, puedes conseguir la firma del autor, puedes guardar una nota o una flor prensada adentro— contribuyen a la nostalgia y veneración de esa interfaz del códice.
—¿Por qué en el tiempo en que la industria discográfica pasó por diferentes soportes hasta alcanzar la virtualidad el libro no sufrió estos cambios?
—¡La industria editorial se ha enfrentado a muchos de estos mismos cambios! El disco de pasta fue fundamental para la aparición del libro hablado en la década de 1930, cuando la Fundación Estadounidense para Ciegos vio su potencial. También debemos agradecerle a la Fundación la llegada del disco de vinilo, que se desarrolló específicamente para libros hablados. La distribución de aquellos primeros registros estaba limitada a personas ciegas o con discapacidad visual, debido a los contratos que la Fundación firmó con la Asociación Nacional de Editores de Libros, a quienes les preocupaba que la nueva tecnología afectara las ventas de libros, pero con la aparición de los cassettes en la década de 1970, el mercado de audiolibros se expandió dramáticamente para incluir a los viajeros. Hubo un auge en las siguientes décadas a medida que más y más personas buscaban cassettes, luego grabaciones en CD y ahora en descargas digitales.
—Pero —sigue Borsuk— hay un par de diferencias clave a considerar entre las dos industrias. Primero, los cambios tecnológicos de la industria de la música se centran en la fidelidad, produciendo una experiencia de grabación y de reproducción de la mejor calidad. Esto no es un problema en el mundo del libro; un libro electrónico no necesariamente es mejor o más claro que un libro impreso, aunque puede tener características de accesibilidad que lo hacen más útil. La segunda diferencia es que, para la mayoría de los consumidores, el contenido comercializable de la industria discográfica no son ni las letras ni las partituras, sino el sonido; la parte comercial de los libros es su texto, al que a menudo se hace referencia como su “contenido”. Esto es lo que los editores distribuyen actualmente en múltiples formas —audio, impresión y libro electrónico—. Si bien mi libro sostiene que cada uno de esos formatos proporciona una experiencia de lectura fundamentalmente diferente, los editores, en gran medida, los tratan como si fueran intercambiables. Y finalmente, en ambas industrias coexisten múltiples medios. La gente todavía compra y disfruta el vinilo. Y la gente todavía compra y disfruta los libros de tapa dura. No veo que el libro digital reemplace a la impresión, siempre que haya un contexto y un número de lectores para él.
—¿El cambio de soporte de libros cambiará los géneros, las historias que se escriben?
—Absolutamente. Esto sucedió con las primeras formas de libros y sigue siendo el caso con cada nueva interfaz. Aquí es donde los libros electrónicos pueden volverse muy interesantes, porque, una vez que vayan más allá de simplemente corregir el contenido en un formato diferente, pueden aprovechar todas las cosas que esa forma en particular puede hacer. Un dispositivo digital puede reproducir video y sonido e interactuar con el usuario. Puede tener GPS, un reloj interno, una pantalla táctil sensible a la presión, un acelerómetro y otras herramientas con las que medir al lector y su mundo. Es un medio que puede sentirnos tanto como nosotros lo sentimos —para bien y para mal—. En lugar de pretender que un Kindle o iPad es simplemente una página enmarcada, algunos artistas, autores y editores están incorporando estas posibilidades en sus libros y diseñando experiencias de lectura con esas características: libros cuyos capítulos se desbloquean cuando el lector visita una determinada coordenada de GPS, libros cuyas páginas cambian según el tiempo que el lector pasa con ellos, libros que nos piden que leamos con la punta de los dedos. Si bien puede ser una labor intensiva para todos los involucrados, las recompensas son excelentes. Ahí es donde están ocurriendo los experimentos más interesantes en libros electrónicos y tengo muchas esperanzas de que veremos más de ellos en los próximos años.
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