La belleza del día: “Terracita”, de Lino Enea Spilimbergo

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“Terracita” (1933) de Lino Enea Spilimbergo
“Terracita” (1933) de Lino Enea Spilimbergo

I

A los 14 años, Lino Enea Spilimbergo decidió que tenía que trabajar y que el arte, eso que entendía que era su verdadera vocación, debía correr por un carril distinto al de la rentabilidad económica. Primero cadete y luego telefonista, dos empleos que sobrellevaba bien, mientras en los ratos libres dibujaba, pintaba y pulía su técnica estética y su imaginación artística.

Luego ingresa a la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, un "trabajo esclavizante en extremo”. Sin embargo, esa estabilidad económica era necesaria para poder crear. A la par estudió el profesorado de Dibujo de la Academia Nacional de Bellas Artes y se recibió en 1917 con apenas 19 años. Pío Collivadino, Ernesto de la Cárcova y Carlos Pablo Ripamonte fueron algunos de sus profesores.

Debido a una pulmonía que tuvo durante un viaje a Italia con su familia cuando era muy chico, le quedaron secuelas que se transformaron en asma. Entrada la adultez, su salud empeoró, entonces los médicos le recomendaron mudarse a un lugar de clima seco. Pidió su traslado a la empresa y lo ubicaron en Desamparados, en la provincia de San Juan.

No dejó de pintar, por el contrario, y es en la localidad sanjuanina donde presenta su primera muestra individual. Pero luego de pensarlo y pensarlo, decide dar un vuelco en su vida. En 1924 —ya había trabajado más de una década en el correo— renuncia y se va a Europa, a toparse de lleno con el arte vanguardista, pero también con el arte clásico. “Es ahora o nunca”, pensó.

II

Año 1925. Cruza el gigantesco charco que es el Océano Atlántico y comienza la odisea. En Italia estudia a los artistas de los siglos XIV y XV y observa el muralismo con interés. Durante los dos años siguientes, en Francia, estudia en la Académie de la Grande Chaumière por las mañanas y concurre por las tardes al taller de André Lhote, donde se introduce en la escuela poscubista y toma elementos de Paul Cézanne.

Lo que logra Spilimbergo en Europa es construir un estilo bien personal como síntesis de todos esos movimientos y escuelas que lo han influido. Cuando en 1928 vuelve a la Argentina ya es un pintor completo, experimentado, arriesgado y lleno de ideas. Lo surreal y lo metafórico se apoderan de sus obras siguientes y crea, por ejemplo, la serie de las Terrazas.

“La experiencia europea ya se había asentado. Desde comienzos de 1925, el encuentro con la tradición clásica, los grandes museos, las arquitecturas monumentales, la Antigüedad fueron parte de ella tanto como la posibilidad de poner a prueba sus saberes, confrontarlos con los de los otros —sintiéndose un otro a su vez—, transitando los lugares del arte moderno”, cuenta la historiadora del arte Diana B. Wechsler.

III

En medio de un gran debate en torno al arte y “lo real”, Sipilmbergo toma elementos de la perspectiva de Giorgio de Chirico y el movimiento artístico Scuola metafisica. Así, las terrazas se convierten en alegorías, escenarios universales donde conviven géneros tradicionales de la pintura con gestos profundamente vanguardistas. Son su campo de batalla.

De esa época es esta obra, Terracita, pintada en 1933, un óleo sobre tabla de 23,5 x 58,5 cm que hoy está en el Museo de Bellas Artes. Muchos de los cuadros que corresponden a la serie Terrazas están en colecciones privadas. Es una serie muy particular dentro de la obra de Spilimbergo: espacios metafísicos, atmósferas densas, figuras impersonales, sensación de vacío existencial.

Luego la historia es conocida: su obra evoluciona, madura, se perfecciona y se abre a nuevas series y nuevas perspectivas estéticas. De carácter generoso, trabaja como docente y tiene de discípulos a artistas como Enrique Sobisch, Medardo Pantoja, Luis Lusnich, Eolo Pons, Leopoldo Presas y Ana Sacerdote. Y expone en la Bienal de Venecia, la Bienal de São Paulo, en Nueva York, Helsinki, México y Pekín.

En 1960 se instala junto con su mujer Germaine —la inspiradora de los grandes ojos en muchas de sus obras— en París. Cuando regresa a la Argentina en 1964 para realizar unos trámites sufre un fuerte ataque de asma. Antes de volver a su casa parisina viaja a Córdoba, porque los médicos le vuelven a sugerir al menos una estadía de clima seco. Sigue las indicaciones pero muere a los pocos días de llegar a Unquillo.

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