Hace un par de días la escritora mexicana Fernanda Melchor, a través de su cuenta de Twitter*, invitó a sus lectores a regalar las nalgas en lugar de las reproducciones en archivos PDF de su novela Temporada de huracanes. La explicación fácil apelaría al regionalismo vano. La autora, oriunda del estado de Veracruz, podría considerarse jarocha (N. de la R: veracruzana); condición que la predispone al chiste procaz y al insulto atrabiliario. No es así. Aunque su lugar de nacimiento, Veracruz, es posible que sí esté involucrado en el tumulto de voces que desataron su comentario.
En una entrevista que el escritor Antonio Ortuño le realizó para el diario El País, Fernanda habla sobre las dos únicas librerías que recuerda existían en el puerto de su juventud: “Durante años la librería más importante en Veracruz fue una Educal que estaba en los bajos de la Fonoteca y la segunda era el Sanborns de Plaza las Américas. En todo el puerto de Veracruz eran las únicas dos. Cuando se pudo empezar a comprar libros por Internet fue, para mí, una evolución, porque era imposible hacerte de un hábito lector. Hay una biblioteca pública, pero es como el infierno de Dante, es un edificio viejo, no tiene aire acondicionado, hay unos ventiladores de la época de Agustín Lara chirriando todo el tiempo. Es deprimente. El acervo está en proceso de destrucción por la polilla. Entonces, imagínate, solía haber una hemeroteca, y alguien llegó y dijo: ‘Esto es basura, bótenlo’. Y botó la hemeroteca pública del puerto de Veracruz”.
Surge entonces la inevitable pregunta ¿Qué tiene que suceder para que una escritora joven que padeció la escasa oferta cultural de su Estado se irrite porque otros en una situación similar a la que ella vivió accedan a su obra? La respuesta, al parecer, está en la novela y en la estrategia que la editorial ha realizado en la difusión comercial del libro
Temporada de huracanes fue publicada en 2017 por la editorial Penguin Random House. En octubre de 2016 el ex gobernador Javier Duarte huyó del Estado debido a que en ese mes un juez de la Ciudad de México libró una orden de aprensión en su contra. En el Veracruz de Duarte, entre 2010 y 2016 asesinaron a 17 periodistas. La tasa de homicidios se incrementó 158%. 15,5 por cada 100 mil habitantes. El 97% de los recursos para seguridad pública fueron desviados a cuentas particulares. La auditoría suprema de la federación informó que los recursos que el gobierno federal destinó al Estado como parte del Fondo de Aportaciones para la Seguridad Pública simplemente desaparecieron. Se convirtió en el segundo Estado con mayor número de desaparecidos. Fueron encontradas decenas de fosas clandestinas y el 62. 2 % de la población registrada trabajaba en la informalidad. En estos años Fernanda Melchor escribió su novela.
Para alguien a quien le importa poco la sociología -como ella declara en la misma entrevista con Ortuño-, el clima social de Veracruz fue determinante: “Cuando estaba viviendo en Veracruz trabajé para la oficina de comunicación social de mi universidad y todos recibíamos los periódicos locales y regionales de Veracruz. Muchas de las noticias tenían que ver con la violencia y la criminalidad en esa zona, crímenes pasionales cometidos por gente normal. Y entonces vi una pequeña crónica que hablaba sobre una persona hallada muerta en una canalización, en un pueblo pequeño cercano a donde yo vivía. Me sorprendió, porque el periodista contaba la historia de tal modo que parecía normal pensar que un crimen podía estar motivado por la brujería… El asesino tuvo que matar a la bruja porque le estaba haciendo embrujos para que él volviera a enamorarse de ella. Me dejó atónita y tuve que escribir la historia detrás de ese crimen”. La anterior es la respuesta que Melchor entrega al medio alemán DW con motivo de la recepción del Premio Internacional de Literatura 2019 en Berlín. En este clima se desataría el huracán que Fernanda Melchor escribió. Como es posible leer en los agradecimientos de la novela, ella no es indiferente al contexto veracruzano: “A los periodistas Yolanda Ordaz y Gabriel Huge —asesinados en Veracruz durante el gobierno del infame Javier Duarte de Ochoa—, cuyas notas policiacas y fotografías inspiraron algunas de las historias que pueblan esta Temporada de huracanes”.
En el ensayo “Sobre los clásicos”, Borges explica que todo texto clásico está sometido a un factor determinante: el lector. Una obra es producto de una época y de una nación. Es producto de la lectura. Lo mismo vale para la escritura. Borges llevó esta idea al extremo de escribir el relato “Pierre Menard, autor del Quijote”. Tal vez concibió este ensayo al traducir Orlando de Virginia Woolf en 1937 quien, a su vez, reescribió Orlando furioso de Ludovico Ariosto. Como sea, Fernanda Melchor no es ajena a estas formas de escritura y en la misma entrevista con DW menciona: “Al principio quería hacer algo como A sangre fría, de Truman Capote. Quería ir al lugar adonde se encontró el cuerpo y entrevistar a la gente. Pero era difícil viajar a ese pueblito porque los escondites de los narcos están en ese tipo de lugares pequeños. Una extraña haciendo preguntas incómodas hubiera llamado la atención de inmediato. Podría haberlo hecho, pero no quería exponerme al peligro. Entonces traté de consolarme y decidí hacer algo que fuera tan interesante como eso, pero desde la ficción, inventando la vida interior de la gente que participó en ese crimen”.
Para confirmar lo anterior, una vez más, no hay necesidad de salir de la novela para encontrar las influencias y las señales intertextuales. En uno de los epígrafes está escrito: “Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios”. Jorge Ibargüengoitia. Las muertas. Y en los agradecimientos es posible leer lo siguiente: “A Martín Solares por el mismo motivo, y por recomendarme El otoño del patriarca en el momento preciso”. Ahí están, entonces, las pistas para entender porque la autora detesta la difusión “pirata” de su obra.
Temporada de huracanes no es realismo mágico, tampoco es posible afirmar que se reconozca en ella una novela policiaca o noir. Es sencilla y complejamente una novela. Por lo tanto, todos los recursos le están permitidos. Su éxito comercial ha sido decisivo para que se especule cualquier cosa sobre ella. Entre otras lecturas, hay quien afirma que su estructura polifónica es similar al Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell.
Esta revisión es sesgada debido a las extensiones y el tipo de proyecto narrativo. El cuarteto de Alejandría está compuesto por cuatro novelas: Justine, Balthazar, Mountolive y Clea. Es necesario leerlas en ese orden. Lawrence Durrell se centra en un grupo de amigos que compartieron sus vidas en Alejandría entre las dos guerras mundiales. La variedad de puntos de vista permite escuchar el relato en cuatro versiones distintas, como si se trataran de historias diferentes, contradictorias, a veces complementarias. En cambio Temporada de huracanes mantiene una sola voz que controla toda la narración. En este sentido, su linaje está en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro y no en el libro de Durrell.
La voz de Temporada es omnisciente, controla todo; entra y sale por la narración a su antojo. Por eso en el capítulo cuarto es posible observar esta transformación, cuando el narrador deja de hablar como el personaje Munra y se convierte en un documento redactado en el Ministerio Público, que sigue narrando los hechos del asesinato de la Bruja. Nunca se menciona abiertamente pero se puede decir que la tierra, el lugar donde sucede la historia, La Matosa, es quien habla. Su cercanía y parentesco con Ixtepec en Los recuerdos del porvenir es sorprendente. De El otoño del patriarca de García Márquez se infieren los capítulos largos. Sin pausas. En flujo y vertiginosos. En estos ochos capítulos se desarrolla el elemento fundamental de esta novela: el lenguaje.
Por último, la autora también está en deuda con El lugar sin límites de José Donoso. Las similitudes entre los personajes de Manuela y La bruja son evidentes. Al respecto la autora declara: “Es verdad que tiene mucho que ver con Temporada de huracanes, quizás no a un nivel de lenguaje, sí a un nivel temático-escenográfico: después de Falsa liebre yo sentía que todavía había muchas cosas que me faltaba decir sobre lo que me gusta llamar el “trópico negro”, este trópico melancólico y violento que fui construyendo con mis experiencias en Veracruz puerto y en las zonas rurales que lo rodean, y que en mi imaginación también tiene que ver con el condado de Yoknapatawpha de Faulkner, o con los villorrios del sur profundo de McCarthy, o el Chaco de Mempo Giardinelli, o incluso con la desolación, algo más alejada del trópico, de los fundos chilenos de las novelas de Donoso, pero que además es un territorio que todavía tiene muchísimas vetas inexploradas que me parecen fascinantes”.
En lugar de notas periodísticas será el lenguaje el encargado de crear las escenas del ominoso crimen que relata. Este es el verdadero huracán
En Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia, el argumento surge de un hecho de nota roja. El sensacionalismo policiaco sirve como motivo para recrear una historia a partir de testimonios y noticias. En Temporada de huracanes Fernanda Melchor desecha esta forma y se decanta por la ficción. En lugar de notas periodísticas será el lenguaje el encargado de crear las escenas del ominoso crimen que relata. Este es el verdadero huracán: “Y ni siquiera tuve que verle la cara, presumía el patán en turno, a quien quisiera escucharle; ni siquiera había tenido que hacer nada más que soportar sus manos y dejarse lamer por una boca que era también como una sombra que aparecía y desaparecía detrás de la tela áspera y mugrienta que le cubría la cabeza y que apenas se levantaba lo necesario cuando hacía falta pero que nunca desvelaba por completo y hasta cierto punto ellos se lo agradecían, así como le agradecían el silencio casi absoluto en el que se desarrollaba todo aquello, sin gemidos ni suspiros ni distracciones ni palabras de ningún tipo, solo carne contra carne y un poco de saliva en la negrura brumosa de la cocina o en los pasillos decorados con imágenes de mujeres desnudas cuyos ojos de papel habían sido arrancados con las uñas”.
Otro ejemplo: “o como si hubiera vuelto mientras él dormitaba y estuviera ahí contemplándolo desde el umbral de la recámara, una sombra sumida en ese silencio rabioso que a Munra le asustaba más que los gritos, y por eso había empezado a explicarle lo que había sucedido la noche anterior: mi vida, el pinche chamaco tuvo que cargar a la Norma que se desangraba; parecía muerta, la cabrona, y en el hospital por poco y nos echan a la policía, pinches putos culeros, pero de pronto se dio cuenta de que estaba hablando solo, que no había nadie en el cuarto, que la sombra que confundió con Chabela se había evaporado”.
Este lenguaje busca evocar la violencia desde su raíz. Al respecto es la autora quien, una vez más, explica la necesidad de conjurar esta posesión en los personajes a través de las palabras: “Mi pleito con el periodismo es la pobreza del lenguaje en aras de una objetividad en la que el lenguaje se convierte en sirviente. Siempre trato de buscar maneras efectivas, estéticamente, para decir las cosas y por efectivas estéticamente me refiero a palabras y frases que hagan sentir a las personas determinadas emociones que me interesa que sientan […] En Veracruz estábamos anestesiados y teníamos la impresión de que la violencia era una suerte de invasión de los bárbaros que había llegado a nuestro encantador y paradisíaco puerto, sin jamás ver las raíces que la violencia tenía. Quería contar estas historias de forma que el lector no pudiera sino implicarse en el dolor de las personas que estaban sufriendo […] El lenguaje tan crudo, tan áspero, tan ríspido, de Temporada de huracanes, para mí fue una decisión tanto estética como política. Me interesaba que el mundo de estos personajes, que viven la miseria material, moral y espiritual, estuviera construido con sus propias palabras. Me interesaba estar al ras, con los personajes y describir su mundo con las palabras que ellos usarían e incluso, si era posible, tener un efecto poético con estas groserías y bellaquerías y malas palabras. Un efecto poético. El efecto de esos discursos que hemos crecido escuchando, como el de: ‘El hombre llega hasta donde la mujer se lo permite’”, que es la justificación para una violación. Quería que el lector los viera ahí, desnudos, en la página. Esa era la intención de conmocionar al lector con el lenguaje. Entonces, el lenguaje forzosamente tiene que ser radical en la literatura, en el sentido no de decir malas palabras sino de que tiene que ir en contra de la narrativa oficial". En las citas anteriores está expuesto todo el argumento de esta lectura a la novela y a la salida de tono de la autora. Otra muestra breve: “a Munra le daba igual que aquellas hebras de carne jugosa que masticaba pacientemente con los dientes que le quedaban fueran de borrego, de perro o de humano, el chiste estaba en la salsa que Lupe la Carera preparaba con sus manitas santas y que le quedaba tan sabrosa y estaba llena de propiedades curativas que pronto le hicieron sentirse de nuevo como ser humano”.
El montaje anterior sucede para llegar, dentro de la obra y la creación de esta, al ojo del huracán. La frase “ir en contra de la narrativa oficial” contiene todo el meollo del exabrupto melchoriano. Es la escritura lo que intenta romper los moldes narrativos convencionales. Y existe un posicionamiento político con el uso del lenguaje y las implicaciones o efectos que desean provocar una reacción incluso de culpa. Que el lector se arrepienta de no cuestionar la reproducción cotidiana de sentidos funestos, execrables. Porque esta expiación mediante el acto de la lectura busca evitar que la terrible realidad del Estado de Veracruz continúe. Es un esfuerzo laudable. Meritorio. Esta empresa justifica el esfuerzo humano para escribir una obra en extremo ambiciosa. Alterar las relaciones sociales de su lugar de nacimiento y, por qué no, del resto del país, hace de Temporada de huracanes una novela que merece ser leída y comentada.
Desafortunadamente este trabajo, la transgresión de las narrativas oficiales, no termina con la escritura de última palabra de la novela. Es ahí donde inicia el aspecto material y social de la revolución que la autora quiere lograr. Hay una escritura política y una política de la escritura.
El campo editorial contemporáneo está altamente mercantilizado. Hace 22 años, con la aparición de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, se celebraba el robo de libros. Desde ahí se promovía una postura frente al hecho comercial de la literatura. En cambio hoy, es posible ofender a las personas que no compran un libro y prefieren descargarlo por internet sin pagar por él. Es decir, los autores no ven en su público lectores, sino consumidores.
Si lo que se busca es denunciar la existencia de un lenguaje misógino, corrupto y violento que contamina los aspectos cotidianos de la vida social, este emprendimiento se cancela ya que en cambio sí es posible utilizar el lenguaje para degradar a quien lee un texto en formato digital pirata y no paga por éste: “mejor regalen las nalgas”. Esta postura, la del artista decimonónico, inigualable, dueño de su genio y talento desaparece cuando es el propio artista quien decide entregar su obra al copyright. Deja de ser dueño de sus palabras y se convierte en un asalariado de las multinacionales del libro. Por eso es peligroso desdeñar la antropología o la sociología.
La novela, Temporada de huracanes, corre la misma suerte que su personaje leitmotiv, La Bruja: es ultrajada, degollada, arrastrada, descalabrada por un grupo de lectores lumpen que buscan extraer el tesoro escondido en ella. Sólo quien paga, el consumidor, que acepta la norma, la ley, tiene derecho a poseer el libro. El libro es la metáfora de los cuerpos mutilados, degradados y desaparecidos en Veracruz. Porque las mercancías y los cuerpos son de quien paga por ellos. De lo contrario se comete un ultraje. El artista, el escritor, como escribió Walter Benjamin, es un ángel que perdió su aura y es arrastrado de espaldas por el devenir de la historia del capitalismo. Observador pasivo del desastre que queda mientras canta su tracción. Se pierde la perspectiva. La autora también está contaminada con el lenguaje que busca exorcizar.
En el año 2017 el centro nacional de huracanes decidió nombrar Fernanda a un ciclón que pocos días después se convertiría en el más poderoso huracán de aquella temporada de huracanes asolando el Pacífico sur. En mayo de ese mismo año, en El Golfo de México, Fernanda Melchor publicó su novela Temporada de huracanes. El campo literario mexicano quedó asolado. La metáfora y la tormenta, son evidentes.
*La escritora mexicana borró su cuenta de Twitter luego del episodio
**Esta nota fue publicada originalmente en Maremoto Maristain
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