Hay humo: estamos en algún lugar que no sabemos qué es ni dónde tiene el norte, el suelo se mueve o no pisamos suelo. Lo que hay es humo. ¿Ves, ahí, esa voluta que se hace ronda, ahí, al costado, un poco más arriba? Sí, esa que se espirala como si quisiera cerrarse en sí misma y se arrepintiera después de intentarlo un buen rato pero no porque enseguida otro poco más del humo, un hilo de todo este humo, ¿ves ese remolino que se arrepolla, que se hace una punta como de pimpollo, como de rosa abierta de humo? ¿La ves? ¿Ves que destella? No todo lo que brilla es oro, al oro se lo llevaron, mi amor, eso que brilla, ¿lo ves bien? Es el ojo vivo del carpincho que venía de visita con su familia —se quedaba atrás, los hijitos seguían a la hembra y él cerraba la marcha— y se escondía abajo del muelle de esa casita en la isla que fue nuestra unos días este verano, ¿te acordás qué animalito más dulce? Lo quemaron, miralo, queda el ojito nomás y todo lo otro que era, todo ese cuerpo que metía en el agua y tomaba sol en la cabeza y el lomo y cuidaba a las crías y con las manitos agarraba las hojas tiernas, todo eso, y las hojas tiernas y las duras y los árboles también, es cenizas ahora. Quedarán huesos por ahí, y tocones. ¿Nos mira? ¿Qué mira el ojo de los que han sido quemados? Es un remolino de humo que se espirala y se arrepolla en rosa y el botón de la rosa es el ojo de un animalito calcinado.
No pide nada el ojo del carpincho. Creo que le quedó vivo porque le sobró estupor al cuerpito incendiado: no alcanzó la muerte a matarle todo el estupor y ahí está el ojito azorado, adentro del remolino de humo todavía sin entender, como nosotros. Lo vela, el humo, que tal vez se vuelca sobre sí mismo porque juega, o tal vez el fuego terminó de quemar el estupor que lo mantenía vivo y mirando al ojo y se murió, ahora sí, entero el carpincho: es tan fugaz la vida de los vivos. Pero el humo no se acaba y se arremolina en espirales que se arman y se desarman, que se arrepollan en capullos que dibujan o son esos ojos de estupor dolorido de las vidas truncadas de tantos vivos: mirá, mirá allá, hay el ojo abierto porque todavía no entiende de una nena wichí que se murió de hambre porque le quemaron el lado este del bosque y le talaron el lado aquel y le envenenaron todos los lados del río y hay otro más y otro más y otro más y este otro de un pibito de Entre Ríos que le fumigaron la escuela tantas veces que se le llenó la sangre de pesticida y este otro, lo ves, mi amor, más difuso, como cansado y aun así tan lleno de estupor como los otros, el de la señora que tenía EPOC y respiró en Rosario días y días, semanas, meses, el humo que hicieron esa banda de garcas que prendieron fuego las islas del Delta del Paraná en plena pandemia y en una bajada histórica del río y le llenaron a la señora los pobres pulmones de humo, de las cenizas de tanta cosa viva ahora muerta, de la vida misma del río y de los árboles y los peces y los ciervos y los juncos y las mariposas y los pájaros carpinteros y los colibríes y las garzas y los biguás, de toda esa vida hermosa que hicieron yerta ceniza grasienta, que hicieron humo mi amor como este que estamos respirando acá, ahora, y que se arremolina y que se arrepolla y hace sus capullos de rosas efímeras que se van a caer al piso como basura y que se están cayendo sobre todos nosotros que todavía tenemos los ojos vivos en el cuerpo vivo y no sabemos este humo cuándo se acaba exactamente porque no se acaba nunca y no sabemos bien dónde estamos ni qué pisamos ni dónde carajo está el norte y porque da lo mismo: nos llenan los pulmones de muerte, están prendidas fuego las islas del Paraná y se desmonta el Gran Chaco como si fuera mierda, como si toda la vida hermosa que es la vida de ahí, las personas, escuchame bien, los animales, los árboles, toda la vida mi vida, fuera mierda como mierda es el Amazonas y toda su vida maravillosa, sus gentes, sus mariposas, sus delfines rosas, sus ríos voladores, sus jaguares, para Bolsonaro.
Y acá el gobierno nuestro nos dice que no, que no es mierda la vida pero ni la defienden ni los castigan a los garcas que la prenden fuego y que la talan y que nos hacen respirar, ahora sí, mierda, la mierda que hicieron ellos de toda esa vida hermosa y hay humo y hay un virus, esa cosita ni viva ni muerta que saltó de un animal que no debería haber estado en manos de ninguna persona pero las personas viven de lo que pueden, de lo que sea, mientras el humo crece y crece y la riqueza que nos prometen los que prenden el fuego, los que perforan la tierra para sacar eso que brilla y llevárselo, los que usan todo el agua y envenan la poca que queda, los que hacen los pozos para sacar el petróleo y llevárselo, toda la riqueza que prometen es mentira para nosotros, es verdad sólo para ellos y ellos son cada vez menos y más y más y más ricos y nosotros cada vez más y más y más y más pobres: matan la vida del mundo al que pertenecemos para ser más ricos ellos, ricos tan ricos que si sus hijos y sus nietos y sus bisnietos y sus tataranietos llevan vidas de lujo y no producen dinero todavía les va a sobrar todo lo que nos robaron, toda esa vida maravillosa que es nuestra y de todos que ellos consideran mercancía y matan. En cambio a vos, a tus hijos, a tus nietos, les llenan los pulmones de humo, la boca de veneno y le vacían los bolsillos, los derechos, la posibilidad de tener una vida con agua y aire limpios, la posibilidad de tener una vida, incluso.
A esta altura, ustedes se preguntarán que tiene que ver esto con la nueva normalidad, la literatura y las bibliotecas. Banquen un minuto: de nueva normalidad estaba hablando hasta ahora. Si la normalidad supone algo así como una estabilidad, como un equilibrio, sepan que no hay más. ¿Vieron que vivimos de crisis en crisis? Bueno, eso es la nueva normalidad. Ahora, a esas crisis económicas que son sencillamente más pobreza para la inmesa mayoría y más riqueza para la ínfima minoría, se le suma el cambio climático que producen estas bandas de garcas: inundaciones, sequías, huracanes, temporales feroces, calores y fríos extremos, acidificación de los océanos, plástico no sólo matando a los peces y las ballenas, plástico matándonos a nosotros: tenemos partículas de plástico adentro del cuerpo. La nueva normalidad es crisis tras crisis, el ambiente del que nuestra vida es parte enfermo y enferemedades zoonóticas. Sí, como el coronavirus que nos tiene encerrados y en pantallas en vez de estar todos juntos en Resistencia, en la hermosa fiesta que es este Foro cuando nos junta. Enfermedades zoonóticas como el coronavirus y como la peste porcina africana que obligó a los chinos a matar entre 250 y 300 millones de animales criados industrialmente ante el enorme riesgo de que la peste llegara a los humanos. ¿Qué hacen, entonces, los chinos? Buscan asociarse a otros países para produzcan los animales con crueldad inhumana y exportando, de paso, las enfermedades zoonóticas que puedan surgir de ahí. Sí, lo que el canciller Felipe Solá —que como secretario de Agricultura de Menem en 1996 permitió el ingreso al país de la soja transgénica y los pesticidas de Monsanto: eso también nos iba a hacer prósperos, igual que la megaminería. Me imagino que ustedes están tan cansados de contar los muchos billetes que les dejaron la soja y la megaminería como estoy yo, ¿verdad?—. Felipe Solá, decía, y la gente del campo nos quieren vender ahora la crianza industrial de cerdos, cruel y generadora de zoonosis, como la nueva posibilidad de prosperar: mienten. Van a prosperar ellos solamente, como siempre.
Como una avanzada de la muerte, dejan yerto y ceniciento todo lo que tocan: todo eso que era mundo de colores y trinos y viento entre las hojas que destellan al sol lo convierten en gris y veneno. Tenemos que liberar a nuestro mundo, a nuestras criaturas, a las criaturas de nuestras criaturas, de esta avanzada que mata todo. Trabajemos por un futuro para la vida misma, un futuro en el que los ojos y los pulmones de nuestras criaturas se llenen de sol y aire limpio, de árboles y cantos de pájaros y buenos trabajos y tiempo libre para poder disfrutarlos. Un futuro sin humo.
SIGA LEYENDO