Hebe Uhart, la cronista de la mirada extraña que hizo de lo cotidiano pura literatura

La reciente publicación de sus “Crónica completas” se presentan como invitación para ingresar a una obra de una poética singular, en la que la ficción y la realidad se confunden, con toques de un humor singularísimo y una capacidad sintética por exponer todo lo que un detalle podía decir

La publicación de las Crónicas Completas de Hebe Uhart (1936-2018), en una edición que lleva prólogo de la escritora Mariana Enriquez, permite ver la riqueza de matices que la narradora despliega tanto en su observación de la cotidianidad como en sus viajes por el interior de la Argentina y su habilidad para documentar los variados registros de la oralidad en una escritura que simula la simpleza.

Ni lo exótico, ni lo marginal, ni lo extraordinario: desde que publicó su primer libro a los 26 años, Dios, San Pedro y las almas, Uhart estableció su territorio de indagación lejos de la cartografía donde muchos cronistas y narradores van a afilar su observación en busca de historias disruptivas. Ella, en cambio, se detuvo en paisajes reconocibles, tramposamente anodinos, para iluminar con su curiosidad desprejuiciada la rareza que habita en lo ordinario.

Con una mirada sagaz para los detalles, atenta a esos indicios que permiten detectar pliegues reveladores en rutinas tan mecánicas como hornear un budín o limpiar un mueble, la autora se movió siempre en la confluencia resbaladiza entre realidad y ficción, y cuidando de no surcar la escena con un yo demasiado invasivo: así como rechazaba toda impostura relativa al oficio del escritor, también evitaba la tentación de la mirada concluyente o sentenciosa.

De los 60 en adelante, Uhart construyó un sólido corpus de cuentos y nouvelles integrado por títulos como Mudanzas, Señoritas , La luz de un nuevo día, Guiando la hiedra y Turistas que se fue deslizando lentamente hacia la crónica. “Es un gesto político: el de ir hacia afuera, al encuentro de los otros. Y el gesto se acompaña de un sutil enfado cuando siente que a esos otros, de algún modo, se les quita dignidad”, define la escritora Mariana Enriquez en el prólogo de las Crónicas completas de Uhart que acaba de publicar el sello Adriana Hidalgo.

Convencida de que su inventiva estaba agotada, la escritora inició en 2011 con Viajera crónica una deriva que va a concentrar su sutil percepción del mundo animal -que se condensa en varios libros pero se apodera de la escena en su último texto, Animales-, su exploración de pequeñas localidades en el interior de la Argentina -Uhart es, como la define Enriquez “una cronista precarizada”- y su interés por los relatos olvidados de los pueblos originarios del continente.

¿Por qué alguien que escribe con ese grado de elocuencia puede creer que la inventiva no opera cuando intenta registrar lo real? “Ese ‘abandono de la ficción’ puede pensarse como un camino de profundización de las estrategias que utilizaba en sus cuentos y novelas: el afinamiento de la capacidad de observación lleva a confiar más radicalmente en la particularidad que ofrece el otro cuando ese otro no está ‘haciendo literatura”’, señala el editor de la obra, Eduardo Muslip.

“De todas maneras sabe que la inventiva aparece al registrar lo real: en sus crónicas sobre los animales, las observaciones de Claudio Eliano en la Roma antigua, que dice que tal ave puede suicidarse por el daño al honor que le produjo el adulterio de su compañera, o las anotaciones del director del zoológico de Buenos Aires a principios del siglo XX, que señala la pereza del león, o los experimentos de un biólogo actual, son todos igualmente atendibles en su esfuerzo por registrar la otredad más allá de la intervención de su ‘inventiva’. Y Uhart sabe que esa ‘inventiva’ opera también en su propia mirada”, remarca.

Fabián Lebenglik, director editorial de Adriana Hidalgo, dice que “las crónicas de Hebe muchas veces se confunden con sus cuentos, porque tienen la forma, la sintaxis, la construcción que usaba en la ficción”, porque ella “encontraba en ese desplazamiento hacia lo real, una fuente ‘natural’ que transfiguraba en literatura”.

En las 889 páginas que componen el reciente volumen, irrumpen todas las marcas de escritura que hicieron de la literatura de Uhart una poética distintiva: el humor omnipresente pero no invasivo, los párrafos concisos que no recargan la psicología apenas evidente de los personajes y su metodología pragmática para la exploración de un nuevo paisaje, que se resume en preguntas como “Señora, ¿dónde puedo encontrar a un vecino de mucha edad, pero que esté bien de la cabeza para que me cuente un poco la historia del lugar?”.

Hebe Uhart

¿Cuánto dicen estos rasgos acerca de la manera en que la escritora percibía no solamente el ejercicio de la observación sino también la relación con el otro, con el lector? “Uhart confía en lo indicial: no hay algo concluyente en la mirada, evita los juicios categóricos. En las crónicas, confía en lo que escucha al pasar, los gestos que hace una persona, lo que observa en las calles de los lugares que recorre; los refranes locales o los apelativos que reciben los animales domésticos en un pueblo pueden decir tanto sobre el lugar como la producción literaria o ensayística, a la que, por otra parte, también recurre”, explica Muslip.

Lebenglik evoca, por su parte, lo reveladoras que resultaban las visitas de la autora para adelantar aspectos de su material: “Ella siempre ponía a prueba sus relatos futuros, a modo de ejercicio, cuando venía a la editorial a contarnos lo que estaba pensando escribir. Allí, en esa oralidad pícara y siempre risueña, nos anticipaba el tema, el tono y la estructura de los relatos por venir”, recuerda

“Era un modo muy genuino y coherente de su parte el de venir a poner en escena su textos próximos con quienes éramos sus primeros lectores. Y en esa escena ella conseguía un público: observaba e iba tanteando las reacciones, las complicidades, las miradas, las risas, las preguntas que sus relatos generaban. Ella proponía esta suerte de ‘cocina’ para ver cómo funcionaría lo que estaba a punto de escribir”, ilustra.

A través de obras como Visto y oído, De la Patagonia a México o De aquí para allá, la narradora oriunda de la localidad bonaerense de Moreno, encarna esa vocación de la crónica, señalada algunas vez por el periodista Martín Caparrós, como el registro que le otorga voz a los que no la tienen, una decisión que en el caso de Uhart la lleva a situarse en la perspectiva del inmigrante y del indígena.

Hebe Uhart

“En ella hay una fuerte vocación por lo latinoamericano; la proximidad que muestra con un pueblo de la provincia de Buenos Aires no es muy distinta que la que siente por el habitante de un pueblo andino en Ecuador, y su mirada sobre lo latinoamericano toma naturalmente en cuenta la cuestión de las migraciones y de la presencia de lo indígena”, señala Muslip.

“Le interesan las particularidades de distintos grupos y los mestizajes, y su idea de modernidad armoniza la voluntad de progreso material y movilidad social con la valoración de la herencia de muy diversas tradiciones. Este gesto político se reafirma al acercarse a grupos a los que en principio no se suele escuchar, o a lo sumo se suele enfatizar a través de las violencias del pasado, como en el caso de los grupos indígenas en Argentina”, agrega.

Como evoca Enriquez en el prólogo, Uhart se percibe como suburbana, ni campesina ni citadina ¿En qué medida en este lugar cercano a la periferia que ella se asigna hay también una clave para leer su lugar como escritora que se piensa desde los márgenes, por fuera del circuito de la literatura?

“Hay en ese ‘lugar’ híbrido un modo de comprender todos los registros y valorarlos. La de Hebe es una de las escrituras más democráticas que conozco, cosa que en parte lograba por el ‘lugar’ desde el que enunciaba”, analiza Lebenglik.

Fuente: Télam

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