Una hoja en blanco frente a Norma Aleandro seguramente se convertirá en un mundo espontáneo que nacerá desde la mirada de un ojo, primero, y luego del otro. Izquierdo o derecho, es indiferente, sólo sabe que esos ojos mirarán algo al mismo tiempo o quizás cada uno elija mirar su propio cosmos. De ellos comenzará a surgir un universo propio mientras los dedos de la protagonista de la primera película argentina ganadora de un Oscar escuchen a esa musa que suavemente le soplará al oído mientras acompaña cada trazo o punto de lápiz, birome o pincel.
Colores radiantes, escalas de grises, en óleo o puntillismo. No lo sabe aún. Esa hoja, lienzo o cartulina lentamente será poblada por bailarinas de cabellos violáceos, pieles azules o verdes, por señores de bigotes y señoras de peinados altos, bailarinas robustas que dejan escapar un pecho, mujeres de distintos colores de pieles y estaturas o gatos y reinas. Todas esas figuras forman parte de los planetas diversos, divertidos y exóticos que nacen, que fluyen mientras la mejor actriz del cine argentino se divierte dándoles vida y permitiendo que, aún sin saber dónde se esconden, salgan y hagan de cualquier superficie en blanco una obra a la que ella, cariñosamente, llamará “los dibujitos”.
Norma Aleandro, nacida en Buenos Aires en 1936, dibuja y pinta desde niña, lo confiesa y también admite que nunca quiso mostrar sus creaciones. Cada tanto, alguna de sus amistades privilegiadas era sorprendida con uno de sus dibujos y, de ese modo, quedaba sellado un lazo. Una de esas amigas —que a su vez es amiga de Victoria Benaim y Mara Parra, las editoras de FERA— habló con “las chicas”, como las llama amorosamente, sobre el arte escondido de la actriz. Sin dudarlo, insistieron en verlo, reunión por medio con la protagonista de La historia oficial y ganadora de múltiples premios internacionales, y se enamoraron de lo que sostuvieron entre sus manos.
La convencieron y el resultado fue Confieso que pinto, un libro (con extraordinaria edición) que muestra el lado oculto de Aleandro. A sus dibujos los acompañan poemas y reflexiones escritos por Norma. Todo el material que compone las 95 páginas son nuevos: tienen menos de dos años. En una entrañable entrevista con Infobae Cultura, la artista contó cómo aceptó publicarlos y habló sobre sus días en cuarentena.
“Ver el universo, y verlo en colores, es un regalo que agradezco cada día”. Norma Aleandro.
“Como mis padres eran actores, yo quería ser enfermera y, luego, exploradora del Amazonas. Pero me venció la pereza y a los 12 años fui actriz profesional. Era muy mala actriz, pero esto se compensaba porque hablaba a muy poco volumen y no sé me oía desde la platea. Después de algunos años de esta situación, alguna gente y algunos críticos comenzaron a suponer que yo estaba en la investigación y en la búsqueda. Lo que era la verdad, pues no hacía otra cosa que buscar cómo salir de aquello, mientras iba haciendo teatro, radio, cine y televisión, con suerte y sin suerte. En los ratos libres he tratado de aprender a multiplicar y a dividir como una persona de bien. Cuando descubrí que todo lo que sube baja y lo que baja sube y que no hay ni arriba ni abajo, ni atrás ni adelante, ni normal ni anormal, me quedé más tranquila y seguí haciendo teatro, porque nadie me echaba y yo me fui encariñando”, así se define Norma Aleandro en el divertido curriculum que acompaña su presentación en Confieso que pinto, libro que se inicia con la firma de la artista.
Tapas duras con solapa roja, de un rojo fuerte, hojas gruesas, una cinta también roja para marcar las páginas, forman una edición de lujo, digna para revelar el mundo al que se ingresará desde la primera hoja.
“No copio, dibujo lo que me sale”, dice del otro lado del teléfono, con inconfundible voz, Norma Aleandro.
“Nunca mostré mis dibujos, ni quise hacerlo, pero una amiga mía que es amiga de las chicas de FERA, Daniela Davidovich (con quien trabajamos cosas juntas y adora mis dibujitos porque le regalé uno para su cumpleaños, cosa que hago con ciertos amigos) les contó a las chicas que yo dibujaba, les habló de mis dibujitos y ellas los quisieron ver. Cuando los vieron se enamoraron y así surgió la idea y bueno, hicieron este libro maravilloso también con textos míos nuevos que también recibieron y ahí fueron”, cuenta sobre la primera obra en la que muestra su mundo más íntimo editado durante la cuarentena.
—Cuando le proponen hacer públicos sus dibujos ¿dudó en sacarlos a la luz?
—¡Si, totalmente! Dudé porque nunca quise ni que los dibujos ni lo que escribo saliera a la luz. Aunque lo que escribo se publicó bastante, pero porque los editores se movieron bastante para hacerlo... Yo no me moví para nada, la verdad, porque me gusta escribir como me gusta dibujar, pero no me gusta hacer de eso una profesión. Ya tengo una profesión que es bastante exigente, la de actriz, entonces no tengo ganas de que me exijan nada, ni escribir, ni dibujar. Lo hago por placer desde que era chica y con el tiempo fui buscando formas: de pronto fue el puntillismo y me enamoré de esa técnica. Buscaba por mi cuenta porque me di cuenta que era divertido y armaba las sombras con tranquilidad... Esto lo hago por diversión, es un hobby de verdad y no me gusta competir con nadie, ni que me juzguen ni que me pongan ni arriba, ni abajo, en el libro lo digo. Dibujar es para mí una diversión que finalmente salió hacia afuera y le ha gustado a la gente que tiene el libro, pero no pienso hacer de esto una profesión.
—¿Cuando dibuja tiene algún “ritual” o lo hace con algún estado de ánimo en particular? ¿Cómo es ese momento?
—Te voy a contar lo que me divierte realmente hacer. Eso es agarrar una hoja en ese momento que quiero dibujar, si es chiquitita y se rompe no me importa; si es grande, es grande. Y arranco, en general, por un ojo. Dibujo un ojo y a partir de ahí empieza a suceder, a ver quién viene... Otro ojo grande que mira ¿para dónde? ¿para arriba? ¡Ajá! ¿Qué hay arriba? Puede haber un señor, otra señora, puede haber una casa, un gato, cualquier cosa. Lo que me divierte es no saber qué es lo que va a venir. Te digo ‘lo que va a venir’ porque de verdad no lo pienso. Eso es lo que me divierte. Y es algo que me descansa. Hago meditación, me gusta porque me hace bien, y esto es como una meditación. Me divierto, me vuelo para donde sea y sobre todo no me preocupo en que los dibujos sean estupendos ni en competir con la gente que admiro como dibujantes o como pintores, para nada. Entonces me divierto mucho.
—Y los ojos de los personajes que crea ¿miran a sus recuerdos o a algún sueño que haya tenido?
—No que yo sepa. No, creo que para nada. En general no pinto a nadie que conozca ni siquiera me pinto yo. Estas son caras y caras todas distintas de gente que va viniendo y se acoplan. Ya sean cómicos, ya sean seres medios ridículos que hacen tonterías o que hacen cosas que ellos le gustará hacer. Me gusta darles libertad a los dibujitos y hacen lo que quieren. Algunos entran a destiempo, algunos quedan pintados a la mitad porque no me caben. Esa es para mí la diversión: no saber qué dibujo va a salir.
—¿Recuerda cuándo se dio cuenta de que dibujar la divertía?
—Empecé desde muy chica a dibujar, como todos los chicos. A mi abuela le encantaba lo que dibujábamos mi hermana y yo. Después mi hermana (María Vaner) siguió Bellas Artes, yo no, me metí en el teatro, pero nunca dejé de dibujar aunque no lo mostraba, nunca quise mostrarlo. ¡Ahí no me preguntes! Ahí hay un enredo que tiene que ver más que nada con tener algo secreto, algo personal. ¡Ahora ya no lo tengo!— se ríe y bromea: Empezaré otra cosa, patinaje sobre hielo.
—Imagino que cuando comenzó la selección de los dibujos para mostrar a las editoras de FERA quedaron varios a afuera...
—¡Ah, pero millones quedaron afuera! Algunos con el tiempo los he ido tirando. Tengo cantidad en casa de mi amiga Daniela Davidovich. Están allí los que salieron publicados y otros que los llevamos simplemente para elegir. En casa tengo muchos, en mi estudio una cantidad. Grandes, chicos en tela, en óleo... ¡Hay de todo!
—¿Cómo fue la selección?
—La selección quedó en manos de las chicas de FERA. Yo mostré algunos y ellas fueron eligiendo y a los textos los elegí yo, pero no son un reflejo del dibujo. Pueden serlo o no, depende del que lea.
—Después de la edición del libro imagino que siguió dibujando
—Si. Hace unos días empecé un dibujo grande. Compré una cartulina linda y me puse hacer uno... ¡Muchísimas personas están entrando! —se ríe— ¡No pensaba que iba a ser así, pero están viniendo muchas!
— ¿A estos nuevos dibujos también los veremos?
—¡No lo sé! Supongo que sí porque las chicas están entusiasmadas. Y esos los vamos a inaugurar. Ya nos lo había pedido la Galería Rubbers, dijimos que sí y fuimos hasta allí. Lo haremos, pero ya no como estaba pensado. Todo ahora es en el aire y no sabemos cuándo se podrá por la pandemia. Será, entonces, en el aire, en las redes... Enredado en las redes como es todo ahora. En este mundo en que ya ni nos vemos las caras.
Norma pide que no la trate de usted y luego reflexiona sobre la situación que desde principios de año se vive a nivel mundial y desde marzo en Argentina. “Es raro lo que nos está pasando. Han pasado cosas raras en el mundo, a través del estudio de la historia se puede ver, pero esta es una de las muy raras. Lo dice la gente que sabe más que yo, pero sí es muy raro”.
Para ella, que se reconoce muy hogareña, los días de cuarentena fueron más oportunidades para dedicarle tiempo a lo que ama hacer: leer, escribir y pintar.
“Estos dos días últimos estuve leyendo un libro divino que me prestó mi amiga Elena. Es uno que escribió Marcello Mastroianni sobre sus memorias, se llama “Sí, ya me acuerdo”. Él era encantador, divino, buen actor, pero además como persona realmente valía la pena que dejara sus memorias escritas. Me he divertido leyéndolo y me sigo divirtiendo con este libro que creo terminaré hoy de leerlo, seguramente. Pero escribo. Estoy escribiendo, dejo eso y vuelvo a agarrar otro cosa, pinto... No nos aburrimos mucho con mi marido porque no somos muy salidores. Entonces no extraño ir al teatro, al cine, no. Veo en casa cine o series, a la noche tarde, pero en el día cada uno hace sus actividades. Él, por ejemplo, atiende a sus pacientes de manera virtual, yo pinto o escribo algo o trato de ordenar, eso ya es algo muy loco para mí porque me cuesta mucho ordenar, me lleva tiempo. Así que tanto no extrañamos. Sí extraño ver a gente que quiero mucho, pero nos comunicamos por WhatsApp, que no es lo mismo como todo mundo sabe, pero bueno. Con mi nieto mayor, que está en Barcelona, nos llamamos por teléfono todos los días y el menor, que esta semana cumple 17 años, vino muy pocas veces. Pero mi hijo viene, mi nuera viene... En fin, hacemos lo que podemos, pero no somos de los que extrañamos. La casa es grande y tenemos un hermoso jardín que ayuda mucho a hacer cosas y seguimos esperando que esto pase”.
Además de convivir con Eduardo Le Poole, de profesión psicoanalista, Norma convive con dos perras (Pepa y Beauty) y dos gatas, las últimas que le han quedado, lamenta, porque “se nos murieron un gato y un perro y una perra, pero siempre tenemos animales. Siempre alguno nace y uno se muere. Ahora estamos con dos perras. Beauty es alta, enorme, con una cola divina y muy bonita. Pepa es más bien tirando a gordita".
Ninguna de sus perras fueron aún invitadas a ser parte de los dibujos. No porque no lo desee sino porque simplemente no aparecieron allí en las hojas o en sus dedos.
“Es que no copio, dibujo lo que me sale”, explica y cuenta sobre los gatos que sí dibujó y forman parte de Confieso que pinto. “Esos gatos, por ejemplo, salieron de las memorias, no sé de dónde, y fueron al dedo y ahí salieron. Y ellos fueron gatos muy queridos, pero a éstas todavía no sé me dio por pintarlas porque no necesito modelo”.
—¿Qué proyectos quedaron en el tintero por la pandemia?
—Teníamos que debutar en mayo, más o menos, con una obra muy divertida: Mi abuela, la loca y no la pudimos hacer. Es de Julián Quintanilla y con dirección de Claudio Tolcachir. Y es una obra muy cómica, muy linda. Es un proyecto que armó Lino Patalano con Pablo Kompel que íbamos a hacer Oscar Martínez y yo, porque son dos personajes, pero no lo estrenamos y ya no sé si se podrá estrenar debido a que cada uno tiene compromisos para después y se ha complicado todo.
—Norma, hace unos minutos contaste que por las noches mirás películas y series. ¿Qué es lo que más te atrapa para ver?
—¡Uy, depende! Todos los nombres no los recuerdo, pero por ejemplo, una serie que nos gustó mucho es de la India, “Mi querido señor presidente” que es muy interesante. Muy interesantes los problemas que plantea y cómo los resuelven artísticamente, además, de cómo lo resuelven socialmente. Los indios cuando tienen buenas películas son maravillosas porque muestran profundamente lo que les sucede, lo bueno y lo malo, con mucha libertad. Nos gusta el cine indio.
—Esto es lo bueno de las plataformas de series y películas que permiten acceder a cine internacional tan valioso y que hasta hace poco tiempo era desconocido para muchos.
—¡Claro! ¡Exactamente! De los nórdicos nos llegaron cosas que antes jamás llegaban, como de la India o de Corea están llegando cosas muy buenas. Los coreanos tienen muchas películas al nivel de Parasite, la que arrasó en los premios Oscar de 2019.
La conversación con Norma termina. Ella seguirá dejando escapar de entre sus dedos a esos personajes de melenas violetas, ropas coloridas, mujeres robustas que bailan con adornos florales en la cabeza y tacones.
Aquellos señores de rulos ensortijados y bigotes escaparán entre las paredes o detrás de alguna fila de patos. No lo sabe. Y es esa intriga de quiénes llegarán lo que más divierte a la mujer que protagonizó la primera película argentina en ganar el máximo galardón del cine mundial.
*Confieso que pinto, editado por FERA, está a la venta online en www.fera.com.ar. Además puede escuchar el podcast Norma en la nube en el canal de YouTube de Film & Arts.
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