Barbijos intervenidos: un fenómeno entre el arte, el diseño y la mercancía

Las investigadoras Laura Zambrini, Andrea Saltzman y Elina Matoso reflexionaron sobre la moda de personalizar barbijos por parte de instituciones oficiales y diseñadores de moda como rasgo de una búsqueda de identidad como huella de estos tiempos

(Télam)

Objeto transferido del mundo del cuidado al espacio social cotidiano, el barbijo sufre un proceso de reapropiaciones identitarias que se plasman en una variada producción que transcurre entre arte, diseño y mercancía, según reflexionan las investigadoras Laura Zambrini, Andrea Saltzman y Elina Matoso, quienes detectan en la particularidad del fenómeno una búsqueda de identidad como huella de estos tiempos.

La operación artística que tiene lugar sobre la media máscara obligatoria que se conoce como barbijo o tapabocas y su transformación de objeto cotidiano a “arte” social como complemento de la indumentaria, cuenta por estos días con variadas propuestas que reflexionan necesariamente sobre el objeto y su carga simbólica, en un modo tan global como la crisis sanitaria.

Distintas iniciativas dan cuenta de versiones de barbijos concebidos desde una propuesta estética. En el plano internacional los museos de arte, en su reapertura o a la espera de ella, los ofrecen con reproducciones de obras de arte que comercializan, como el Museo Thyssen (Madrid), National Gallery (Londres), Metropolitan Museum of Art (Nueva York), el Stedelijk Museum y el Rijksmuseum de Amsterdam, la Galería Uffizi (Florencia) e incluso el cineasta David Lynch, entre otros.

En la escena local, la asociación de Diseñadores de Interiores Argentinos Asociados (DARA), invitó a arquitectos y diseñadores “a intervenir de forma libre un tapabocas, para dejar registro expresivo del momento histórico que estamos viviendo” y así surgieron una serie de creativos diseños que se pueden ver a través de sus redes sociales.

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Por otro lado, desde Chajari (Entre Ríos), la grabadora Silvia Lissa generó a principios de abril la “Convocatoria de arte correo: una manera de sobrellevar la cuarentena”. Así, bajo la consigna “Con la boca bien tapada”, solicitó fotos con “un tapaboca que tape bien la boca, hecho por el participante de manera manual y/o artístico”, para formar parte de una exposición virtual.

Docente y artista, Lissa no pensaba hacer nada por la cuarentena ante el exceso de información de obras, temáticas y los pensamientos de la gente puesta en otras cuestiones, dice, hasta que consideró que era importante hacer un registro sobre este tiempo y lanzó la convocatoria por las redes.

Las fotos de caras con barbijos producidos, intervenidos se exhiben en Facebook y en asociación con el centro cultural El Cántaro de Parque Patricios (Buenos Aires) se promueve la exposición virtual, con “la idea de realizarla presencialmente con una reunión de los participantes con sus barbijos, a modo de festejo por el fin del aislamiento”, comenta Marcelo Bagnati, director del espacio, quien promueve la muestra fotográfica en YouTube Con la boca bien tapada (y los ojos bien abiertos).

Elina Matoso, directora del Instituto de la Máscara, sostiene que “el hecho de tener que usar una máscara te cambia la imagen del cuerpo y la vivencia de corporeidad. El tapaboca plantea la paradoja de protección y tener que enfrentarse al rostro reflejado en el espejo y ver un desconocido. Ese enmascaramiento tiene entre sus características que no deja salir la voz y la respiración fácilmente, influyendo en la comunicación con los otros”.

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“También aumenta el aislamiento o el ‘pasar desapercibido’, ser irreconocible o convertirse en sospechoso, porque no se ve el gesto del rostro, la sonrisa o el saludo. Es difícil de asumir y por eso hay tanta transgresión, porque es difícil sostener algo en la cara que te tape, que corta la palabra, y que se lo relaciona con quitar la libertad. Pero hay que asumirlo como algo negativo que te hace bien, que te puede permitir no enfermarte. Es el pasaje de lo sanitario a lo cultural”, reflexiona.

Según Matoso, las convocatorias para crear tapabocas “tienen que ver con lo diferente, la subjetividad y lo único”. Y ejemplifica: “uso un tapaboca verde porque el verde me da identidad y lo mismo al elegir el dibujo de un pintor. Significa no estar uniformados, es la necesidad de diferenciarse”, indica.

Al barbijo “se lo incorpora como con la moda de usar sombrero, como esos objetos que marcan y te definen el rostro, por ejemplo el usar anteojos. Lo difícil es incorporarlo a la imagen de uno. Esto que tengo puesto me es propio, por eso lo intervengo”, señala.

“En principio no se puede considerar al barbijo como un accesorio de la moda”, sostiene Laura Zambrini, doctora en sociología y docente de la Facultad de Diseño de la Universidad de Buenos Aires.

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“El barbijo surge en un contexto de una emergencia sanitaria, se impone este accesorio como una cuestión de cuidado por lo que no reúne en un principio los requisitos de una prenda incorporada al sistema de la moda. Pasado un tiempo donde se estabiliza su uso y la emergencia sanitaria continúa, la moda reacciona de dos formas: las textiles con sus producciones en cierto punto paradas, con unas caídas de ventas estrepitosas, se ponen a fabricar barbijos también como una necesidad de producir y vender; y por otro lado, se empieza a incorporar en el circuito de la moda a través de diseños más funcionales y atractivos para los jóvenes”, sostiene la socióloga.

Se establece “un diálogo entre el campo de la moda y el de la salud que es interesante. Aparecen barbijos con texturas más amigables, ecológicas, con diferentes propuestas y estéticas donde empieza a sobresalir la relación moda e identidad, donde no da lo mismo usar -ya que hay que usarlo- cualquier barbijo”, afirma.

Por otro lado, Zambrini cuenta que existen antecedentes del surgimiento del barbijo, siempre en relación a la emergencia sanitaria, y que en la Edad Media surge como accesorio. Pero una vez superada esta circunstancia, “es muy probable que no queramos usar el barbijo”, al tratarse de una prenda, un accesorio que queda asociada a esta coyuntura para nada agradable, reflexiona.

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“No se lo va a incorporar como a una bufanda, un accesorio integrado al campo de la moda, siempre y cuando se supere la emergencia, de lo contrario sí. En el caso de que se estabilice su uso en el tiempo, la moda lo integra y empieza a imponerle ciertas lógicas y a dialogar con la estética y con el campo de la salud. Es interesante que haya barbijos con diseños que sean atractivos, personalizados por un lado para que la gente se cuide más y por otro para que la industria siga produciendo y trabajando”, sostiene.

Zambrini comenta que en la carrera de Diseño industrial y textil de la FADU, se encuentra en proceso de investigación y desarrollo un barbijo hecho con algas que permite que entre el aire: eso ilustra cómo a través del diseño “se puede hacer un tapaboca, cubreboca o barbijo más funcional y más amigable para poder llevar en el cuerpo”, detalla.

Andrea Saltzman, docente y autora de La metáfora de la piel, considera que “hoy vestimos la cara así como vestimos el cuerpo; y cualquier elemento que incorporamos a nuestra apariencia, es un territorio de identidad, ya sea porque tapa u oculta -indica-. Enmarca esa nueva piel, y sobre la piel modifica nuestra apariencia”.

“Así como los anteojos, calzado, auriculares, collar o una mochila, el barbijo viste nuestra cara. Cualquier elemento puede tener una misión terapéutica o funcional, pero no por eso deja de ser un lugar de configuración de la imaginación y la belleza, como los son el peinado, el maquillaje o la vestimenta”, apunta.

Fuente: Télam

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