Agustina Bazterrica: “Soy una escritora truculenta; mi madre usa esa palabra”

La autora de “Cadáver Exquisito” habla de su nuevo libro de cuentos, “Diecinueve garras y un pájaro oscuro” (Alfaguara), en el que contínua elaborando mundos inquietantes y resquebrajados por la incertidumbre

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Agustina Bazterrica (Martín Rosenzveig)
Agustina Bazterrica (Martín Rosenzveig)

“Toda vida”, decía Francis Scott Fitzgerald, “es un proceso de demolición”. Esta es una idea que se hace presente en Diecinueve garras y un pájaro oscuro (Alfaguara), el nuevo libro de cuentos de Agustina Bazterrica.

La escritora, que hace un par de años sorprendió con Cadáver exquisito, novela que ganó el Premio Clarín de Novela en 2017 y se tradujo a distintos idiomas, como el inglés y el holandés, sostiene en estos relatos un tono temible y espectral, donde los personajes son empujados hacia un extremo. Son cuentos con una sensación de inminencia: como si la demolición fuera inevitable y, cuando finalmente sucede, lo hace con un ruido atroz que deja en el aire olor a cenizas y humo.

“Yo trabajo con la violencia radical y en estos universos hay distintos tipos de vioilencia”, dice Bazterrica en diálogo con Infobae. “Pero también, estos personajes tienen certezas inquebrantables. En el cuento ‘Roberto’ hay una niña que dice tener un conejo entre las piernas, el niño de ‘Los muertos’ dice que los muertos van a la luna, en ‘Anita y la felicidad’, Pablo dice que su novia es un alien: en ningún caso hay dudas sobre eso. Lo que intento es trabajar con las certezas y los universos que se van resquebrajando”.

"Diecinueve garras y un pájaro oscuro", de Agustina Bazterrica (Alfaguara)
"Diecinueve garras y un pájaro oscuro", de Agustina Bazterrica (Alfaguara)

En varios cuentos se puede encontrar un vínculo con Cortázar: el cuento “Roberto” de la nena con un conejo hace eco con “Carta a una señorita en París”, el cuento sobre una actriz podría ser una versión de “Queremos tanto a Glenda”, hay otro en donde una mujer va a llorar a los muertos y uno puede pensar en “Conducta en los velorios”. Son historias cortazarianas, pero completamente desorbitada.

—Llevo a Cortázar en la sangre. Es uno de los autores de los cuales aprendo y voy a seguir aprendiendo toda la vida. Cortázar es un autor que siempre estoy revisitando. El cuento “Roberto” lo empecé a escribir a los 19. Recuerdo que en el taller de Liliana Díaz Mindurry habíamos leído “Carta a una señorita en París” y claramente los conejos estaban dando vueltas en mi cabeza. El otro cuento del que hablás, “Elena-Marie Sandoz”, trabaja con una obsesión y es una mezcla de Thomas Bernhardt —porque intento escribir a la manera de— con “Queremos tanto a Glenda”, que lo habré leído también en el taller de Liliana. Para mí, la escritura es una reescritura. Uno escribe todo aquello que va leyendo y va quedando en el inconsciente, en algún lugar del cerebro mezclado con todas las sensaciones, las reflexiones, las vivencias, etc.

¿Por qué hay tantos muertos en los cuentos?

—Yo soy una escritora “truculenta”, mi madre usa esa palabra. Nunca podría escribir una novela romántica porque terminarían todos asesinados. Nietzsche decía cuidado con deshacerte de tus demonios porque quizás te estás deshaciendo de lo mejor de vos. Yo exploro a los demonios, que claramente son demonios sociales porque soy un sujeto social, y trabajo con distintos tipos de violencia pero también con la muerte. Me parece que es una geografía de inquietudes, un territorio de extrañamiento. La muerte puede ser trágica, como en algunos de estos cuentos, pero también puede ser un lugar de liberación. O puede ser una pequeña muerte como en el cuento “La lentitud del placer”, donde sucede algo que no voy a decir qué.

Los cuentos tienen una multiplicidad de materiales y de registros. Hay cuentos en primera persona, hay cuentos en segunda, en tercera, hay uno, incluso, que se llama “Lavavajillas” y está situado en Nueva York, y tiene el tono de las traducciones de la década del 60. ¿Por qué tan diferentes?

—Soy una gran lectora de cuentos y me gusta encontrar distintos registros en los autores. El lenguaje está al servicio de lo que uno quiere contar. Las historias son finitas en el sentido de que no hay infinidad de historias; en un punto siempre estamos hablando de lo mismo. El canibalismo ya se escribió. Sobre la muerte se escribe permanentemente. Lo que hace original a un texto es la mirada. Por eso es tan importante ver cómo encaro cada cosa. “Lavavajillas” está escrito en un español neutro porque me interesa que el lector sienta el artificio del universo lleno de mandatos para esa protagonista. No puedo encarar una historia si no tengo en claro el registro. El cuento “Rosa bombón” habla de un suicidio kitsch. Yo quería escribirlo desde hace años, desde que tenía 20, pero no sabía cómo hacerlo. Y en la facultad leí un texto de la Nueva Figuración, que son artistas argentinos entre los cuales está Luis Felipe Noé, Rómulo Macció, etc., que decían estar en contra del rosa bombón. Ahí encontré el título. Y un día me regalaron un libro de autoayuda; no sé por qué, pero se ve que lo necesitaba. Y me lo puse a leer y encontré la voz. Ese cuento tiene un narrador imperativo y la protagonista ni siquiera va a tener la voluntad para suicidarse, sino que la van a tener que guiar. A mí me cerraron todos los elementos del rompecabezas.

Agustina Bazterrica y la edición en español y en inglés de "Cadáver exquisito"
Agustina Bazterrica y la edición en español y en inglés de "Cadáver exquisito"

Al tomarte tanto tiempo para escribir un cuento y siendo tan detallista, ¿cuándo sabés que está terminado?

—Nunca. O sí: como decía Borges, lo tengo que publicar para terminarlo. Soy detallista. Para mí no es lo mismo poner una palabra que la otra. Siempre estoy corrigiendo. De hecho, estos cuentos se publicaron por Alción en una tirada pequeña y ahora los volví a corregir. Uno puede corregir los textos permanentemente. En algun momento hay que parar, pero soy muy obsesiva, puedo escribir un cuento durante meses.

Fitzgerald decía “Tender is the night”, pero quería preguntarte por “Tender is the flesh”, el nombre con el que fue traducido Cadáver exquisito: ¿cómo lo recibieron los lectores anglosajones?

—Fue muy buena. Salieron reseñas en los diarios más importantes, en el New York Times y en The Guardian. En ese sentido, fue genial. Pero también me llegan posteos de los lectores por Instagram y Twitter.

¿Cadáver exquisito anticipó la pandemia?

—[Risas] La otra vez puse en las redes un fragmento del epílogo de Crimen y castigo: el protagonista, Raskolnicov, sueña que hay un virus que nace en Asia, invade Europa y contagia a todos, pero, como si fuera una parte SciFi de Dostoiesvki, el virus tiene voluntad, pensamiento. Creo que sería alucinante un apocalípsis zombi: ahí le hacemos un monumento a George Romero. Pensar que un virus puede matar a la humanidad no es tan descabellado. Yo lo usé como un recurso para hablar de otra cosa. Y, además, en mi novela el virus está cuestionado. No sé sabe si es real. Con este sí, pero no sabemos de dónde surgió. No sé si surgió de un murciélago mal cocinado. Me parece más factible que lo hayan creado en un laboratorio, pero es algo que nunca vamos a poder saber.

¿Cómo sería el personaje que te interese para contar la cuarentena?

—Me cuesta mucho escribir en la urgencia. Ya ves que el cuento “Rosa bombón” lo empecé a pensar a los 18 y lo escribí mucho después. Creo que me costaría narrar la cuarentena en sí. Estoy escribiendo una novela que empieza con un encierro. No tiene que ver con la cuarentena, pero hay un encierro. En ese sentido, la cuarentena me influyó. Hay escritores que tienen la capacidad de vivir algo y escribir algo brillante; no es mi caso. Cuál va a ser mi mirada para que pueda aportar algo diferente, para no caer en el lugar común. Para eso necesito una distancia.

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