Escribir en casa: cómo son las rutinas y qué espacio eligen hoy los escritores para despertar la creatividad

Infobae Cultura dialogó con Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Héctor Abad Faciolince y Clara Obligado para conocer sus refugios al momento de producir sus obras, saber si cambiaron las costumbres con la pandemia y hablar sobre los mitos del oficio

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(Shutterstock)
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¿Cómo son los espacios donde escritores y escritoras producen sus textos? ¿Se resignifican estos sitios en tiempos de pandemia? Los argentinos Claudia Piñeiro y Guillermo Martínez, el colombiano Héctor Abad Faciolince y la argentina radicada en España Clara Obligado abren sus refugios a Infobae Cultura, mientras desacralizan mitos del oficio.

Livings reconvertidos en estudios, escritorios ad hoc, cocinas que mezclan papas y libros. Lejos de la “torre de marfil”, estos autores cuentan por Zoom que a veces se inspiran mientras lavan platos, traducen, atienden el timbre o preparan guisos.

A Claudia Piñeiro se le reveló una necesidad durante la cuarentena: “Necesité un cuarto propio, porque todos permanecemos en el departamento mucho más tiempo”. Y se mudó a trabajar a una pequeña habitación, donde ya disponía de un escritorio y una biblioteca, pero que se había ido transformando en depósito. “Ahora los espacios de soledad te los tenés que inventar a la fuerza”, dice.

“Siempre he escrito en la cocina”, afirma Clara Obligado desde el minúsculo pueblo de Robledillo de La Vera, en Cáceres. “Soy una mujer, con todo lo que implica. Entonces normalmente he escrito criando a mis hijas y cocinando”, señala en su cocina, con una biblioteca en cuyos estantes se combinan libros, papas, morrones y conservas. “Mientras estoy escribiendo, estoy cocinando. Y me parece que es un lugar acogedor. Es donde suceden las cosas”.

El espacio de Clara Obligado para escribir
El espacio de Clara Obligado para escribir

En Medellín, Héctor Abad Faciolince escribe en su estudio, con el entorno de innumerables volúmenes en su vasta biblioteca. Junto a sus dos mesas de trabajo ubicó un viejo pupitre (“me recuerda que siempre tengo que seguir estudiando”). Elige trabajar rodeado de una gama de diccionarios de lo más diversa e incontables libros, porque “son los que me dan una gran compañía, una gran calidez”.

Y Guillermo Martínez también transformó el living de su departamento porteño en estudio y, cuando lo necesita, fácilmente lo reconvierte en sala de estar. “Es decir, es mi biblioteca, mi estudio, trabajo ahí, es un espacio grande. Me importa mucho siempre tener la posibilidad de caminar. Camino bastante, me levanto, doy vueltas. Entonces no podría estar en un cuartito demasiado encerrado”.

Caminar, lavar platos, cocinar... y escribir

El autor de Crímenes imperceptibles y Premio Nadal de Novela 2019 con Los crímenes de Alicia destaca que en ese espacio puede “dar algunos pasos, ir hasta la cocina, hacerme un café o un té. Me levanto bastante, escribo de a momentos. Y luego releo mucho”. Martínez indica que tiene “un poco de pensamiento ambulatorio. Tanto cuando hacía matemática como con la literatura, muchas de las ideas se me ocurren mientras estoy caminando, mientras estoy un poco disperso, pensando en otras cosas”.

Y puntualiza que en este proceso hay dos momentos. “Uno de mucha concentración y tensión para tratar de formular una expresión precisa y por detrás hay una especie de proceso más inconsciente, que sigue buscando palabras, articulaciones, ideas. Y en general esas ideas aparecen en estadios de menos concentración, cuando uno está haciendo cualquier otra cosa. También lavo platos, es un gran momento para pensar en otras cosas”, apunta desde su estudio junto a una ventana.

A Martínez, uno de los autores argentinos más traducidos, le cuesta escribir fuera de ese espacio. “Henry James tenía una especie de superstición personal. Él imaginaba que tenía algo así como un daimon personal, aunque era una persona escéptica en lo religioso. Creía que había algo así como una presencia, un amigo invisible, lo llamaba mon ami, que lo ayudaba a escribir, que le daba cierta inspiración. Cuando viajaba tenía que esperar algunos días, porque su amigo llegaba con retraso”.

Escribir en casa: Guillermo Martínez

“Y algo de eso hay”, coincide el novelista, cuentista y ensayista. “Estuve en algunas residencias para escritores en Estados Unidos, Italia y Canadá y en los tres lugares la experiencia fue la misma: pasaban algunos días hasta que lograba hacerme mi casa en ese lugar. Recién entonces podía empezar a escribir algo”.

Mientras anochece sobre Medellín, Abad Faciolince afirma desde su espacio de trabajo: “Puedo escribir en un aeropuerto, en cualquier parte, pero escribir en mi casa me gusta mucho”. Su estudio le resulta “muy importante, muy agradable. Pero lo fundamental es el espacio interior. Es lo que en inglés dicen mood, el estado de ánimo”.

El autor de El olvido que seremos menciona las ventajas de su refugio, con libros por todas partes: “Me siento más seguro, porque me da una gran posibilidad de consultar dudas, de acudir a alguien, a alguien que ha escrito libros”. No casualmente en su biblioteca -con bustos de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar- cuelga una cita de Lope de Vega: “Venturoso rincón, amigos mudos, libros queridos”.

Pero Abad Faciolince, quien presidirá el jurado del próximo Premio Alfaguara de novela, no pierde de vista el valor de los viajes para un escritor: “Es muy cómodo estar en un sitio donde nadie te conoce, nadie te interrumpe, nadie te pide una foto. Ser extranjero, estar en un lugar donde no entiendes la lengua ni entiendes totalmente las costumbres, hace que tú empieces a vivir totalmente en tu cabeza y en las palabras”.

Obligado se exilió en España en 1976 y actualmente vive entre Madrid y Cáceres. “Hace ya tres años que estamos yendo y viniendo”, apunta. Y se siente a gusto con su condición itinerante entre la ciudad y su refugio campestre con vista a la Sierra de Gredos. “Será porque también tengo dos países. Solo tengo un marido, eso sí”, se ríe. “Todo el resto es como mixto y funciona muy bien”.

La vista desde la ventana de Clara Obligado y Robledillo de La Vera

Y plantea una analogía entre las artes de escribir y cocinar: “Les veo muchísimos puntos en común. Tienen que ver con el equilibrio, la armonía, la capacidad de compartir y una sencillez compleja también”. La mesa de la cocina (“donde estudié la carrera, hicimos reuniones, pasaron tantas cosas ahí”) llegó en contenedor desde Buenos Aires. Obligado dirá después todavía: “Alrededor veo las caras de mis amigos, algunos de ellos desaparecidos”.

Robledillo de La Vera cuenta con unos 200 habitantes. “Venir acá es como meterte en una especie de cápsula estética”, afirma la autora de La hija de Marx y Petrarca para viajeros. “Hay silencio, no tengo teléfono, ni televisión, ni nada que haga ruido. Y podés pasear y escribir. Entonces te da la sensación de que estás en un plan de ocio, cuando la verdad es que trabajás ocho y nueve horas diarias. Creo que para concentrarse es lo más perfecto que he encontrado en mi vida”.

Piñeiro asegura que antes de la pandemia habría dicho que le daba igual “escribir en cualquier parte”. Podía trabajar en un bar, pero también por distintas partes de su departamento porteño y especialmente en el living, con la mejor ventana y más luz. “Ya esa ventana con ese verde enfrente no me compensa gente dando vueltas permanentemente”, saca su balance la autora que publicó meses atrás Catedrales.

La escritora armó por lo tanto su escritorio ad hoc, donde conviven ropa, cosméticos, libros, su bicicleta, regalos de lectores y recuerdos de viajes. Aunque pensaba que no necesitaba la intimidad de ese espacio, “a lo mejor es que no me lo permitía también, un poco por esta cuestión casi de género, de que la mujer siempre que tiene que estar, por las dudas que haga falta alguna cosa”.

Escrituras y cuarentenas

Ya en un cuarto propio, como postulara Virginia Woolf, Piñeiro logró volver a concentrarse. “Porque al principio de la cuarentena me estaba costando mucho escribir y se lo atribuí a distintos motivos. Pero sin duda una causa que había menospreciado era tener un lugar propio con la puerta cerrada, y que para entrar te tengan que golpear la puerta y puedas decir ‘no, ahora no’”, apunta la autora de Las viudas de los jueves, Tuya y Elena sabe.

En estos días trabaja con Marcelo Piñeyro en el guión de la serie El reino, cuya filmación se interrumpió por la pandemia. “Cuando se retome, hay escenas que ya sabemos que no se van a poder hacer por una cuestión de protocolo, entonces estamos reescribiendo algunas”, explica. Entretanto, se le cruzó una imagen disparadora con “suficiente tela para cortar como para que sienta que ahí está la próxima novela”.

Escribir en casa: Claudia Piñeiro

Durante los primeros meses del coronavirus, Abad Faciolince pensó que la novela que estaba escribiendo “ya no valía la pena, que frente a la realidad que estábamos viviendo eso era muy poca cosa”. Entonces tradujo unos cuentos infantiles de Rudyard Kipling, un encargo que cayó “como del cielo”. “Me sumergí totalmente en Kipling y suspendí la novela. Traduciendo y traduciendo todos los días encontré alguna manera de darle una vuelta a esa novela que pudiera incluir en parte esta pandemia”.

Esta historia de ataque al periodismo por parte de la mafia transcurre en los ’80 y ’90 en Medellín. “Tiene que ver con la persecución al periódico donde trabajo, El Espectador”, puntualiza. El narrador, empleado en ese diario, teme perder el trabajo por la crisis del papel y del periodismo. “Y como esa angustia se ha redoblado con la pandemia, pues decidí que durante su narración podía incluir también la angustia de ahora, que los periodistas no tengamos dónde trabajar”, adelanta el autor de novelas como Asuntos de un hidalgo disoluto, Basura, Angosta y La Oculta.

Distinta fue la experiencia de Martínez, a quien el confinamiento lo ayudó a concentrarse en el libro que estaba empezando. “Escribí bastante, llegué hasta la mitad de la novela, a un ritmo mucho mejor de mi ritmo usual. Tuve un par de meses de mucha concentración, ahora estoy bajando un poco el ritmo. Pero estoy rescatando algo de todo este tiempo de pesadilla”.

Actualmente se despierta muy temprano, antes que los demás en su casa. “Necesito sentir que estoy solo, silencio, la situación ideal es esa. Si no se da, puedo escribir igual. Nací en una casa en Bahía Blanca, tenía cuatro hermanos, y la situación general era el caos. Y ahí hice toda mi carrera universitaria. Estoy acostumbrado a estudiar con desorden alrededor”, señala desde su escritorio, donde se apilan libros que está leyendo.

Su nueva novela, La última vez, gira sobre la escena literaria y un ficticio escritor argentino que vive en Barcelona en los ’80 y ’90. Su tema de fondo “es el malentendido que hay entre lo que los autores en general se proponen decir, se proponen escribir, y lo que después entienden los lectores o los críticos”, comenta.

Obligado escribió durante la pandemia Una casa lejos de casa, ensayo en el que indaga en un tema que la atraviesa: la escritura extranjera. “Me encerré absolutamente en una cosa más teórica”, explica, porque la ficción “te pone en un terreno de fragilidad más grande y te obliga a asomarte a tus miedos”.

Por estos días, aunque le cuesta, se dedica a “un libro más sentimental”, que probablemente llamará Tres maneras de decir adiós, con tres cuentos largos sobre la despedida. “Ahora estoy escribiendo sobre ser vieja, ser abuela, el segundo cuento va sobre eso”.

Escribir en casa: Héctor Abad Faciolince

Escrituras y rutinas

¿Cambiaron los hábitos de escritores y escritoras? Ya sean madrugadores o noctámbulos, ¿suelen apegarse a ciertas rutinas en su oficio?

Obligado recuerda que su abuelo y su bisabuelo eran escritores y tenían sus rutinas. “Sus mujeres les preparaban la comida, les cuidaban los hijos. Yo he escrito mezclando la vida con la literatura. Simplemente, sin que se note mucho, los periodos vacíos, como las vacaciones y demás, los uso para escribir. O sea, carezco de glamour. Simplemente busco los huecos y en esos huecos produzco. No me siento nada sublime con lo que hago. Para mí es importante, es el eje de mi vida evidentemente, pero es un eje discreto. Con lo cual carezco de rutina. O sea, rutina tiene toda mi vida, menos la escritura”.

“No le doy a mi oficio esa trascendencia. Quizás sea un error, quizás debería encerrarme y decir ‘por favor, soy una escritora, déjenme tranquila que estoy creando’, pero no hago eso”, aclara desde la cocina que ocupa la planta baja de su casa. “No está en mi carácter probablemente y creo que la vida no me lo permitió nunca”, apunta la autora de los volúmenes de cuentos El libro de los viajes equivocados, La muerte juega a los dados y La biblioteca de agua.

A Obligado, pionera en talleres de escritura creativa, le gusta cocinar y es capaz de hacerlo con pocos recursos. “Como mucho tiempo fui escandalosamente pobre, lo que sabía hacer es agarrar una papa y convertir eso en un maravilloso plato de ñoquis. No comida fina, sino comida barata, rápida y buena para compartir”, como los garbanzos y guisos que suele congelar, relata desde el calor de Extremadura.

Piñeiro, una de las autoras argentinas más traducidas, destaca desde su cuarto propio que hubo una gran movilidad social en el oficio. “Antes solamente escribían escritores de una clase social. Ahora se incorporaron un montón de mujeres que antes escribían en la oscuridad, a escondidas o con seudónimos de hombre, pero además distintas personas que no tienen una torre de cristal para escribir y escriben igual, con el esfuerzo que corresponda, y escriben textos maravillosos”.

La escritora, guionista y dramaturga se describe principalmente como “trabajadora”. “Cuando voy a escribir una novela, hasta que no tengo una imagen disparadora lo suficientemente potente, no me pongo a trabajar. Ese tiempo lo dedico a leer, a investigar, a cosas que después pueden llegar a tomar la forma de una ficción”, señala. La ganadora del Premio Pepe Carvalho de novela negra no busca determinados horarios para inspirarse: “Me levanto, desayuno y me pongo a escribir. Y si no tengo otras cosas que hacer, escribo todo el día”.

La autora de Las grietas de Jara y Betibú explica que posiblemente no pueda escribir literatura todas esas horas. “Pero en el medio hay lecturas que te llevan a eso que vas a escribir, relecturas para corregir, reescritura, otros trabajos que a veces necesitan una concentración menor o de otro tipo que la escritura en sí misma”.

Martínez trata de escribir todos los días, aunque no siempre pueda hacerlo. “Mi récord suele ser una página por día, lo máximo que escribo. Tengo la voluntad y la persistencia de intentarlo cada día”. Y señala que actualmente también trabaja sábados y domingos por la mañana.

“Pero soy muy lento para escribir. Creo que parte del trabajo de un escritor es esperar, es esa especie de vigilia alrededor del texto, releerte, tener en cuenta otras posibilidades. Hay algo de jardín de senderos que se bifurcan en escribir novelas. Uno tiene que saber también a veces escuchar lo que dice el texto, lo que puede decir, darse tiempo para de algún modo explorar mentalmente esas posibilidades”, sostiene el matemático, narrador y ensayista.

Escribir en casa: Clara Obligado

Abad Faciolince se considera un escritor disciplinado, incluso rutinario. “Me parece que para la productividad llevar una vida diaria más o menos repetitiva es positivo, porque da como una especie de paz el ritmo”. Se describe como madrugador y casi siempre escribe por la mañana: “Siento que tengo la cabeza más despejada y más activa. Tengo un horario de ordeñador casi. Antes madrugaba incluso más, pero me he vuelto más perezoso”.

El autor y periodista antioqueño cree que rutina y disciplina resultan útiles en determinados quehaceres. “Para traducir sirve cierto orden; para escribir un cuento, una novela, un artículo, sirve cierto orden. Pero para escribir un poema, no. Porque creo que -y por eso entiendo que los poetas tengan fama de vagos- la poesía y la disciplina no se llevan nada bien y la poesía surge cuando a ella le da la gana”.

Abad Faciolince, quien viene de publicar Lo que fue presente (Diarios 1985-2006), diferencia los plazos estrictos que cumple con sus columnas de opinión de los que maneja en ficción: “En literatura, el tiempo que quiera y que se me tome el asunto”.

Pero resalta que el periodismo “da soltura, agilidad, rapidez y humildad”. Porque este oficio es “algo que se aprende y se repite cada semana. Creo que hacerlo una y otra vez te da por lo menos la capacidad de cierta agilidad, de que si la idea no es genial, si la opinión no es la más inteligente, por lo menos hay una soltura en la lengua que el hábito y la experiencia sí te dan. Y una claridad, un interés por el lector, eso también es parte de la humildad”.

Escrituras y procastinaciones

¿Y cómo resistirse a redes sociales e Internet y evitar la procrastinación? ¿Existe una receta para concentrarse ante tantos estímulos tecnológicos?

Abad Faciolince dice que si está muy metido “en una historia, ya sea un libro o una traducción”, no hay ninguna tentación que lo distraiga. Y, cuando no logra concentrarse, regresa a las libretas. “Alejarse un momento de la pantalla y de la tentación de abrir el mail, el Twitter, la página del periódico que consultas más, lo que sea, la libreta te permite no hacerlo”.

“Es una especie de interferencia permanente, no logro mantenerlo del todo a raya”, admite Martínez. “Estoy pensando también en tomar medidas drásticas respecto a eso. Hay demasiadas indignaciones, la política argentina es demasiado movida. Entonces eso lleva a una especie de ruido. Pero cuando uno está realmente concentrado todo eso se puede apartar. Hay que hacer también un entrenamiento para mantenerlo a raya”, opina el autor de La muerte lenta de Luciana B. y Yo también tuve una novia bisexual.

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Piñeiro considera que “hay como un exceso de decir ‘me desconecto de las redes para que no me interrumpan’. En la cuarentena me tocan el timbre fácilmente seis veces por día, la mayoría de las veces para pedir ropa. ¿Voy a desconectar el timbre? La vida transcurre y las redes están ahí y si querés entrás y si no querés, no. Si estás muy conectada escribiendo, seguramente no vas a entrar y seguramente se acumularán los mensajes de WhatsApp y no los contestarás”. Y asegura que la escritura no es “un arte solo reservado a personas desconectadas de la vida”.

Desde el otro lado del Atlántico, la bisnieta del poeta Rafael Obligado adopta una postura similar: “Ahora me está sonando por ejemplo el teléfono, se me olvidó apagarlo, y dentro de un rato contestaré o no contestaré. No me hago tantos planteos. Simplemente cuando tengo un rato me siento y escribo”. Y agrega: “Este es un oficio al que le damos importancia a veces, pero tanta no tiene. Como todas las cosas en la vida, no son tan importantes; son importantes para nosotros mismos”, apunta.

Libretas, cuadernos, e-mails

En un mundo de pantallas, ¿escriben solo en computadora o siguen anotando en papel?

Abad Faciolince teclea “con los diez dedos, sin mirar, muy rápido”, pero igualmente no abandona la escritura manual. “Para mí la escritura a mano como borrador, como planteamiento de ideas, es siempre algo muy valioso. La caligrafía, lo corporal, poder tocar y ver la tinta que se va para mí es muy importante”. También comenta: “Ahora se sale muy poco, pero salir con una libreta y un bolígrafo es muy bueno, porque hay tiempos muertos siempre en la vida, donde algo se te ocurre”.

“Tengo libretas escritas de todas las novelas que escribí”, cuenta Piñeiro. “Pero no es que está el texto de la novela, sino materiales que necesito para la novela, citas que voy a hacer o investigación de un tema”. La ficción, en cambio, la escribe en computadora. Y señala: “Tengo muy fea letra, me cuesta mucho entenderme lo que escribo”.

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Obligado también trabaja en computadora, pero lleva un cuaderno: “Apunto cosas que me gustan, pero no mías, sino cosas que estoy leyendo. Me gusta mucho hacer dibujos que son malísimos, pero me centran bastante, y establezco una especie de diario de escritura. Que puede ir lo mismo mezclado con cómo se cocina algo, un libro que quiero conseguir o pego un ticket de tren que me ha gustado”.

Martínez evita la tinta. “Si se me ocurre alguna idea mientras estoy caminando, en general lo que hago es mandarme un mensaje a mí mismo, mandarme un e-mail, con aquello que se me ocurrió”. A la vez, por cada novela que escribe en la computadora crea un archivo paralelo llamado “apuntes”. “Voy anotando cosas que se me ocurren sobre la misma novela”.

Escritores y escritoras en virtualidad

¿Qué experiencias rescatan de estos meses pródigos en cancelaciones de viajes y encuentros virtuales? ¿Extrañan algo en particular?

Martínez no duda en afirmar: “Lo que más extraño es que a la tarde había por lo menos dos horas que leía en cafés. De hecho, perdí un poco el ritmo de lectura, porque no me gusta del todo leer dentro de la casa. Lo que perdí es sobre todo eso: las horas de lectura en los cafés”.

Abad Faciolince da cuenta de una experiencia distinta: “Aquí el silencio no existe en los restaurantes, ni en los bares, ni en los cafés. Aquí todo tiene música y además a todo volumen, muchas veces música bailable, entonces es insoportable”. Y analiza por otra parte: “Siempre en las plagas se escribieron cosas muy interesantes. Me imagino que de esta experiencia también van a salir cosas interesantes en la escritura”.

Piñeiro destaca de la virtualidad “la posibilidad de haber estado en esta cuarentena en muchos festivales y en encuentros con lectores a los que no hubiera podido ir en otros lugares del mundo y de la Argentina”. Valora mucho esos diálogos superadores de distancias: “Para mí fueron sumamente importantes, me enseñaron muchas cosas”.

Y Obligado rememora su primer día de taller por Zoom en España, donde “la gente es bastante reservada”. “De pronto nos conectamos y cayeron todas las habitaciones; entramos en una intimidad que no habíamos tenido nunca. Y fue muy emocionante, porque sentíamos que el mundo se iba a la mierda y en ese mismo momento sentíamos que estábamos juntos”.

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