En Castillos, su primera novela después de varios libros de cuentos, Santiago Craig presenta la historia de una familia ante la construcción de una rutina durante sus vacaciones en la costa uruguaya y que, a partir de lo incierto y lo impredecible, comienza a habitar un peligro que se instala como una nueva forma de relacionarse con sus vecinos y el lugar.
En un momento, el hijo más chico de este matrimonio le pregunta al padre qué son los detalles y éste le responde que “son lo que hace que una cosa sea distinta de otra. O no” y eso es lo que insiste en esta trama: la posibilidad de que esos días en la playa, lejos de la rutina laboral y familiar, se conviertan, a partir de detalles, en un punto de fuga que lo cambie todo.
Julián y Elvira viajan con sus dos hijos a Uruguay, habitan un modo de estar en familia en el que los momentos de soledad del otro son tan fundamentales como los propios, por eso los cuidan y se los marcan a sus hijos y con sus gestos, lecturas y desplazamientos dan forma a una novela que permite indagar en el misterio de los vínculos que nos constituyen.
Craig (Buenos Aires, 1978) es autor del poemario Los juegos y de los libros de cuentos El enemigo, Las tormentas y 27 maneras de enamorarse y en esta incursión en el género novela consolida su capacidad para construir universos ficcionales en los que los detalles crecen con la fuerza de lo irremediable para modificar la percepción de sus protagonistas.
A pocos días de la publicación del libro editado por Entropía, el escritor habló sobre la elaboración de la novela y los ejes temáticos que la conforman: “Me interesa mucho escribir acerca de eso que no termino de entender del todo. Lo que es a pesar de mi entendimiento, lo que está ahí, veo, quisiera decir, nombrar y no puedo. Darle vueltas a eso”.
- ¿Cómo se gestó esta historia? Es tu primera novela ¿Cómo fue la decisión de salir del género cuento en el que venías trabajando?
- Las primeras ideas y apuntes para lo que iba a terminar siendo Castillos las anoté en la playa. Hay cosas que nos pasaron en unas vacaciones, hay otras que no. Anoté de las dos: lo que era, lo que podría haber sido. Y con esas notas fui empezando lo que creía que era un cuento. El cuento se hizo largo, se demoró en preguntas que se abrían y asumí que estaba escribiendo una novela. La idea inicial y Castillos tienen poco que ver. La novela está más armada con las cosas que no había anotado que con las que sí. Pasar del cuento a la novela fue algo que se dio así. A mí me gusta escribir cuentos, ahora también novelas. Yo escribo más bien lo que me sale y lo que me gusta. No siento que sea ni mejor, ni peor, ni más simple, ni más complejo escribir una novela. Lleva más tiempo y hay que tener la paciencia, el interés, las ganas de estar más ahí, en eso que vas contando. Pero el mecanismo con el que escribo los cuentos y las novelas es muy parecido.
- La novela se divide en dos partes y en la primera, en la que comienza el viaje, hay una tensión entre cómo vivir en familia y estar solo. Pienso en el abuelo de Julián y sus caminatas, sus padres estando al sol o Elvira con su insomnio. Tanto Elvira como Julián cuidan esos momentos de soledad del otro y se lo marcan a sus hijos ¿Cómo se fue armando esa familia?
- Sí, yo no creo que haya una forma de explicar ni cómo ni por qué la gente se ensambla, se relaciona, se mezcla, se une, se quiere o se detesta. Las relaciones entre las personas, en este caso dentro de una familia, me parecen algo muy brumoso, muy difícil de agarrar. Y a mí me interesa mucho escribir acerca de eso que no termino de entender del todo. Lo que es a pesar de mi entendimiento, lo que está ahí, veo, quisiera decir, nombrar y no puedo. Darle vueltas a eso.
Esta familia se formó con las distintas ideas incompletas que tengo acerca de lo que puede ser un hijo, una hija, una esposa, un padre. Pero más que nada, pensando en el hecho de que, una vez que esa unidad se da, hay un momento, a lo mejor, un rato, en el que esa unidad se coagula y es algo: esa gente que se juntó y se sentó a desayunar en una casa se vuelve, de repente, una cosa necesaria.
- Castillos retoma algo que está en tus cuentos también y es lo siniestro como aquello que puede construirse en lo cotidiano, pero en este caso además está la rutina desarmada y lo que eso puede disparar...
- Yo veo lo siniestro, si se quiere, en todos lados. Lo extraño, digamos. Si uno mira mucho tiempo algo, casi nada se salva de ser raro. Y la rutina desarmada ayuda a ese gesto de poder mirarnos un rato largo los pies en la arena, ver que la arena tiene una determinada textura, que los pies tienen una forma arbitraria y particular, que estamos quietos, pero podemos, si queremos movernos, zambullirnos en el mar, levantar una piedra y partirnos la cabeza. Vuelvo bastante a las vacaciones como contexto, porque ayudan a que lo cotidiano pase más naturalmente a estar entre paréntesis. En esta novela es probable que lo que pudiera parecer más raro, sea lo que, al momento de escribirla, se me presentó como lo más natural.
-¿Qué lecturas te acompañaron durante la escritura de la novela?
- Estuve un año escribiendo la novela, tal vez un poco más. No recuerdo mucho qué leí. Sí, leí esas conversaciones entre Hitchock y Truffaut que aparecen en la novela, también leí a Karl Ove Knausgard, creo que, mientras escribía Castillos empecé a leer Mi lucha y me gustó muchísimo. También poesía, seguro, porque siempre leo poesía.
- La diferencia de clases atraviesa la historia: están en los veraneantes hasta en lo que se dice sobre “Castillos” y sus habitantes. De alguna manera esas diferencias están también en las formas de habitar ese lugar: desde las costumbres, el Carnaval, los trabajos...
- Sí, no pensé tanto en una cuestión de clases sociales, sino más bien en modos de estar en el mismo espacio, de percibirlo, de pensarlo. Quiero decir: no pensé en nada de esto cuando escribía la novela. Los personajes eran lo que eran, no meditaba acerca de su condición que, sí, en algunos casos se acerca más al estereotipo, como los vecinos de las cabañas próximas o los policías. Las costumbres y los trabajos, en cambio, a lo mejor sí, fueron elecciones más conscientes. Pensaba en ritos, sobre todo, rituales más chicos: estirar una lona en la arena, clavar una sombrilla, abrir una novela liviana y otros más grandes: salir a cazar con escopetas, disfrazarse y emborracharse para el Carnaval.
-¿En qué proyecto de ficción estás trabajando en este momento? Después de la novela, te dieron ganas de seguir con ese género o de volver al cuento?
- La novela la terminé hace ya un año y medio o dos. Escribí, en este tiempo, dos libros de cuentos. Uno ganó el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes y ahí está. El otro solo ahí está. Además, desde hace unos tres años o poco más, estoy escribiendo una novela más larga, tiene, por ahora, unas 400 páginas. La cuarentena me apartó un poco de ese texto y empecé otro que, por lo que creo, puede derivar en una novela corta. O en nada, claro. Lo cual tampoco estaría mal.
Fuente: Télam
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