La acuarelista e ilustradora británica Helen Allingham tuvo una destacada carrera durante la época victoriana. Entonces, el mundo de la pintura era de dominio masculino, por lo que las artistas mujeres, en general, terminaban realizando trabajos para libros infantiles o quedaban reducidas al espacio de las acuarelas.
Allingham (1848-1926) estudió en la Female School of Art de Londres, donde comenzó a desarrollar su carrera en el mundo editorial. Amiga de la también destacada ilustradora infantil Kate Greenaway, realizó trabajos en diferentes libros hasta que, tras casarse con el poeta irlandés William Allingham -quien le doblaba en edad-, inició una serie de obras sobre casas de campo; sobre todo a partir de su mudanza, en 1881, al pequeño pueblo de Sandhills, Surrey, como es el caso de Cabaña en la ladera.
Para Allingham era importante en su obra poder rescatar el espíritu de la campiña, luego de su experiencia en la ciudad. Consideraba que el progreso, que era traccionado por la revolución industrial, estaba destruyendo mucho de ese romanticismo, de esas tradiciones.
Las mujeres jóvenes y las niñas eran las figuras favoritas de Allingham porque creía que los varones o los hombres no podían ser modelos de la belleza que buscaba representar. Un dato curioso sobre las representadas es que no necesariamente eran personas locales o surgidas de la experiencia in situ en la campiña. La artista, en una actitud bastante común en la época, pintaba en su taller con un modelo en vivo que, generalmente, venía especialmente de Londres.
Cabaña en la ladera formó parte de la exposición En la frontera de Surrey, junto a otras 78 obras, que se presentó en la Sociedad de Bellas Artes en 1889. Entonces, la reseña de la exposición en The Illustrated London News elogió los “delicados y atractivos estudios de Allingham sobre la vida en las casas de campo y los callejones”, exaltando el rincón virgen del sureste de Inglaterra que “la ha provisto de escenas siempre cambiantes, temas que ha embellecido con la verdadera espíritu del artista”. La Galería de Arte de Nueva Gales del Sur, donde hoy puede apreciarse el trabajo, compró cuatro acuarelas.
Aquellas obras gozaron de una notable popularidad entre las clases medias urbanas durante bastante tiempo. Sin embargo, nada es para siempre: la Gran Guerra cambió la mirada del arte para siempre. Y tras la contienda bélica el candor, la inocencia y esas representaciones que parecían hablar de tiempos mejores cayeron en el olvido. Las vanguardias había llegado, la crítica al sistema, la exposición de las diferencias sociales, la inequidad.
Aquel mundo había muerto para siempre. Los cambios tecnológicos aglutinaron el trabajo manual, el guerra se llevó a los hombres, la Gran Bretaña que surgía parecía querer borrarse a si misma.
Allingham fue la primera mujer en convertirse en miembro pleno de la Royal Watercolour Society y además de paisajes, realizó varios retratos, incluyendo uno de Thomas Carlyle, un destacado filósofo, historiador, traductor, matemático, crítico social y ensayista escocés, que es -sin dudas- su obra más conocida.
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