I
La historia es una larga cadena de sucesos —algunos irrelevantes, otros trascendentes— pero detengamos en Francia, en el siglo XIX. La Ilustración ya había instalado la posibilidad de pensar un mundo donde la vara sea, ya no la religión, sino la razón. La Revolución de 1830 hizo que el Rey Carlos X cayera. La representación de esa epopeya la hizo Eugène Delacroix en La libertad guiando al pueblo.
Entonces subió al trono Luis Felipe de Orleans, al que apodaron “el rey burgués”. Estableció una serie de reformas liberales importantes, sin embargo no fueron suficiente para el expreso pedido de democratización de su pueblo. Para 1845 Francia enfrentaba una gran crisis económica —desempleo y hambre— entonces comenzó a tejerse una nueva rebelión popular: la Revolución de 1848.
Fue entonces que cayó la monarquía y se instaló mediante un Gobierno provisional la Segunda República Francesa. Un hecho histórico para el mundo entero. En marzo de ese año el nuevo régimen, que quería cambiar la imagen del Estado, lanzó un concurso para artistas con el objetivo de definir “La Figura pintada de la República”. Allí se presentó Honoré Daumier con una obra que el tiempo la volvió icónica.
II
Bajo el título La República, el pintor francés —que por entonces era más conocido como caricaturista del diario Charivari— presentó un boceto que obtuvo el puesto número 11 entre los más de 700 candidatos. Su idea era muy original y sobre todo poderosa: una mujer fuerte que sostiene la bandera republicana y amanta a sus hijos que beben con hambre.
El detalle está en el tercer niño, que no está siendo amamantado, sino que está abajo, a los pies de la mujer, leyendo un libro, con la mano en la cabeza en clara pose intelectual. El mensaje es imponente: la república no sólo debe alimentar a sus ciudadanos, también debe garantizar la educación y el pensamiento crítico.
Luego de la Revolución Francesa de 1979 se instaló la Primera República —así se le llama a los regímenes parlamentarios y republicanos que se sucedieron entre 1792 y 1804— donde se lograron medidas importantísimas como el fin de la esclavitud. Ahora, en la Francia de 1848, cuando Honoré Daumier hace su obra, está pensando en la continuación de aquel glorioso proceso.
III
En ese entonces Daumier tenía cuarenta años y un don muy trabajado para el dibujo. Hacía sátira política en el diario Charivari y le iba muy bien. Sin embargo, ese mismo año —¿habrá sido por la atmósfera revolucionaria que se respiraba?— tomó la decisión de empezar a pintar con más frecuencia y dedicarse de lleno a la pintura.
Influido por Delacroix, Corot, Millet, Rousseau y Fragonard, se metió de lleno en el arte de los colores. Su vista no estaba demasiado bien, con lo cual abandonó la litografía definitivamente. También comenzó a hacer esculturas y bustos de yeso y bronce. La Ebriedad de Sileno y María Magdalena son pinturas muy conocidas que realizó en aquella época, siempre con un contenido social.
Económicamente no le iba bien, pero tenía buenos amigos. El escultor Geoffroy Dechaume lo convenció a él y a su esposa para que abandonaran París y se fueran a vivir a Valmondois. Camille Corot les prestó una pequeña casa en el centro del pueblo y allí Daumier pasó sus últimos años. Murió en 1879.
Hoy, La República está en el Musée d’Orsay de París. Es una obra con una significación enorme, no sólo para los franceses, también para la democracia occidental. En 1848, cuando la presentó en forma de boceto, obtuvo el onceavo lugar. Debió participar en la fase final del concurso, pero por alguna razón no lo hizo. La obra se quedó en forma de boceto.
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