I
Hay veces que el pintor se sienta frente al lienzo, toma un pincel y pinta una obra. Un retrato, un paisaje, un sueño, una impresión, lo que sea: una obra más en su trayectoria. Pero otras veces, quizás las menos, el artista intenta capturar el mundo en unos cuantos trazos. No es simplemente una operación artística; es un deseo, un anhelo, una convicción.
Para 1855 la técnica, la experiencia y la sensibilidad de Gustave Courbet estaban en el punto más alto de su vida. Se sentía capaz de todo. Entonces se propuso algo ambicioso: pintar su época en todo el esplendor. Para entonces, la Modernidad y la Revolución Industrial habían cambiado el mundo, Francia ya había tenido su “Primavera de los Pueblos” y pronto llegaría la Revolución Francesa.
La obra se llama El taller del pintor, alegoría real, determinante de una fase de siete años de mi vida artística (y moral). Es un óleo sobre lienzo de 359 cm de alto y 598 cm de ancho. Fue pintado en 1855 y hoy se encuentra en el Museo de Orsay en París. Es una obra monumental, una alegoría real del entorno político, artístico y cultural de Courbet.
II
¿Qué vemos en el cuadro? En el centro, el artista está pintando un paisaje de Ornans, su pueblo natal. Junto a él una modelo desnuda, un niño y un gato blanco. Luego, a la derecha del cuadro, según sus propias palabras, “los amigos, los colaboradores y los amantes del mundo del arte”. Son, en total, doce personajes, entre ellos Charles Baudelaire, Max Buchon, Urbain Cuenot y Alfred Bruyas.
Y a la izquierda, “el otro mundo, la vida cotidiana, el pueblo, la miseria, la riqueza, la pobreza, los explotadores y los explotados, la gente que vive de la muerte”. No se agota ahí, porque hay mucha simbología, como el puñal que iconiza la poesía romántica, una máscara funeraria sobre un diario representa la prensa, una irlandesa dándole el pecho a un niño hace alusión a la gran hambruna de 1845 en Irlanda.
III
Comenzó a pintarlo a fines de 1854 con la decisión consciente de hacer algo nuevo y alejarse de todo lo que había hecho. Lo terminó en seis semanas y lo presentó en la Exposición Universal de París. El jurado aceptó once obras de Courbet, pero rechazó ésta. Él sabía de la magnitud de El taller del pintor..., entonces abrió su propia exposición para mostrarla.
El Pabellón del Realismo, así se llamó la muestra, podría considerarse una antecesora de los varios Salones de los Rechazados que se armarían después. Es una repuesta al procesos de legitimación. ¿Puede el jurado ser el tamiz absoluto de las obras imprescindibles? Para Courbet es una instancia clave pero no la definitiva. Sin embargo en esa exposición tuvo pocas alabanzas. Muchos críticos lo calificaron de “vulgar”.
No sus pares. O algunos de ellos. “Se ha rechazado allí una de las obras más singulares de este tiempo”, dijo Eugène Delacroix al ver el cuadro. Otro destacado pintor de la época, Jean-Jacques Henner, dijo: “He aquí un fondo que Velázquez no habría pintado mejor. Y esta figura desnuda, con qué talento, con qué gusto está hecha”.
IV
Siguió pintando, cada vez mejor. Hizo obras alucinantes, como El invierno, El sueño, Cortesanas al borde del Sena o El origen del mundo, donde pone en primer plano una vagina. Era polémico, le encantaba escandalizar. Sus ideas políticas, su cosmovisión y su sensibilidad social fueron determinantes en el proceso creativo. Era un defensor del socialismo y participó de la Comuna de París.
Tiempo después, El taller del pintor... tuvo la atención merecida. Courbet no se enteró, pero ese cuadro quedó en la historia. Es una obra total. Hay claras influencias del arte español, pero es sobre todo un experimento donde el artista mezcla todos los géneros que había realizado. Hay, además, tradición y vanguardia. Y un atrevimiento: capturar el mundo en unos cuantos trazos. Vaya que lo ha logrado.
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