Inés Fernández Moreno: “El humor es una defensa contra el dolor y una herramienta de inteligencia”

En esta entrevista la escritora explica las razones que la llevaron a escribir los cuentos que integran "La vida en la cornisa", su primer libro, y que ahora se reedita a través de Obloshka

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Inés Fernández Moreno (Foto: Ana
Inés Fernández Moreno (Foto: Ana Bugni)

Los cuentos que integran La vida en la cornisa de Inés Fernández Moreno están atravesados por el humor como recurso destinado a poner distancia ante situaciones dolorosas o para dar cuenta de escenarios que ocultan un mar de fondo, con personajes al borde del precipicio, incapaces de impedir una evidente debacle.

Entre un humor inocente y otro que circula en los límites de la tragedia, la escritora se sumerge en escenarios domésticos para narrar la vida de niños que se ilusionan con la idea de aprender a nadar, adolescentes que experimentan la pérdida de la inocencia, hombres obsesionados con el armado de artefactos o una joven pianista que abdica de su tarea, al obsesionarse con la reparación de un muro.

En esta entrevista, Fernández Moreno explica las motivaciones que la llevaron a escribir estos relatos en sus inicios como escritora y que ahora se reeditan a través de Obloshka.

—¿Por qué creés que el humor estuvo tan presente para narrar desde situaciones risibles hasta aspectos vinculados a la muerte?

—Creo que el humor es una forma de mirar el mundo que siempre estuvo presente en mí. Desde los primeros hasta mis últimos cuentos, y también en mis novelas. Hay mucho allí de herencia familiar. El ingenio, el doble sentido, a veces cierta crueldad zumbona estaban a la orden del día. El humor, esa distancia que se impone sobre las cosas, tal vez sea una defensa contra el dolor, pero es también una herramienta de la inteligencia, una forma descarnada de observación de la realidad.

"La vida en la cornisa"
"La vida en la cornisa" (Obloshka) de Inés Fernández Moreno

—El ámbito de lo doméstico y familiar aparece constantemente, como en “Para hacer una valija”, donde se conjugan el orden que deben guardar las prendas al armar un equipaje y los encuentros amorosos y peleas de una pareja, al tiempo que trabajás mucho la minuciosidad y el detalle ¿Recordás como surgió ese cuento?

—La idea surgió, por un lado, de las revistas femeninas y varias notas que daban “recetas” de este tipo vinculadas con el ideal de ama de casa y esposa perfecta. Por otra parte, una amiga de mi madre, muy formal, cuyo marido viajaba mucho, me explicó un día con pelos y señales su técnica para hacerle la valija. Yo sabía, además, que el marido era bastante mujeriego. Así que ahí tenía el cuento servido, en cuanto a su estructura. El tema está vinculado con un tipo de mujer dependiente que ya está muy superado. Aunque todavía ahora, con temas aggiornados -cómo optimizar tus placares o tu orgasmo- este tipo de recetas siguen existiendo.

—En “La otra mentira” abordás el mundo infantil o preadolescente, donde aparece el descubrimiento de la sexualidad con distorsiones en la información. En ese sentido ¿cómo ves que ese tema atraviesa la sociedad actual?

—Los temas de infancia son muy fértiles cuando uno empieza a escribir. En la infancia todo sucede por “primera vez”, una circunstancia que, como dice Artaud, está en la génesis de lo poético. La sexualidad era un tema todavía muy reprimido en mi generación. No se hablaba de sexo en la familia y menos que menos en las escuelas o en los medios. Desde esa ignorancia, se tejían las hipótesis más disparatadas, y también los traumas y los miedos. Me parece, por supuesto, mucho más saludable la libertad actual, la naturalización del sexo y la información. Pese a los desbordes o la utilización comercial que pueda hacerse de ella.

—La figura de tu padre aparece en “Debajo del párpado, el ojo sigue abierto”. ¿Ese cuento es una forma de homenaje?

—El título del cuento es un ambage de mi padre. Y sí, podría decir que ese texto es un homenaje a un padre que fue muy querido y admirado. Lo escribí desde el dolor muy reciente de su muerte. No hay reproche allí. Sí lo hay en mi última novela, No te quiero más, donde la mirada sobre ese padre es más distanciada y tiene más matices.

—En “Tocata y fuga” es muy asombroso como unís dos mundos incompatibles como el de la música con el de la albañilería. ¿En este sentido cuál fue la incidencia de lo lúdico en tu escritura y fue el disparador de ese cuento?

—El disparador fue un período de obsesión manual por el que pasé. Me puse a pintar el cerco de mi casa y a hacer remiendos con cemento, incluso quise emprenderla con alguno mosaicos faltantes de la vereda. Me gustan mucho esos trabajos que, por supuesto, hago bastante mal. Supongo que, además del mero placer de lo artesanal, de la aplicación de ciertos saberes, ofrecen una posibilidad inmediata de reparación. Mucho de esto sucede también con la escritura. La vida es caótica y a menudo desastrosa, mientras que en la literatura (o en la albañilería) uno puede controlar sus materiales, lograr objetivos predeterminados. Lo lúdico y a la vez lo profundo consiste en establecer estas asociaciones.

Inés Fernández Moreno (Foto: Télam)
Inés Fernández Moreno (Foto: Télam)

—Lo que aparece en todos estos cuentos es la variedad de recursos y puntos de vista para narrar. ¿Qué posibilidades te dieron en la escritura de esos primeros años?

—Cuando trabajaba en publicidad tenía que informarme y escribir sobre los más diversos productos. Cepillos de dientes, Sildenafil o ataúdes ecológicos. Esas incursiones me despertaban ideas inesperadas, desde luego, y me ofrecían un universo de preciosas palabras nuevas. Pero además, me entrenaban en la importancia del detalle, de la precisión. En el gusto de refinar las descripciones. En cuanto a la variedad de recursos o de puntos de vista. Pensá que yo empezaba a escribir y quería probar todos los recursos que pudiera, que tampoco fueron, finalmente, tantos. Seguir en esa búsqueda es, o debería ser, un trabajo constante.

—Estos cuentos fueron los primeros que publicaste, según explicás en la introducción. ¿Qué rol jugó en tu escritura asistir a un taller como el de Sylvia Iparraguirre y Abelardo Castillo?

—Empecé un taller literario con Sylvia Iparraguirre hacia fines de los 80 y después con Abelardo Castillo. Me resultó una experiencia muy importante. La que me abrió las puertas a la escritura o, mejor dicho, a la posibilidad de pensarme como escritora. Era un grupo muy intenso y Abelardo era un gran maestro. Con una generosidad, una penetración y, sobre todo, una pasión literaria de la que no podías salir indemne.

—¿Cómo evaluás esa producción en comparación a la que realizaste después, a lo largo de tu vida, con otros libros de cuentos y novelas?

—Uno escribe al principio con una frescura o un desparpajo que después se va limando. A medida que se adquiere cierto oficio se especula más, se duda más. La escritura se vuelve más exigente. Tal vez el salto más importante para mí fue el de pasar del cuento a la novela donde hay que lidiar con una estructura más compleja. Noto, por supuesto, cambios y crecimientos a lo largo de lo que he escrito. Una búsqueda de más austeridad, de más hondura... el manejo de más recursos. Pero esto seguramente lo podrá evaluar mejor un crítico que yo. No es fácil, al menos para mi, ser objetiva con mi propia producción.

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