Jorge Carrión es un escritor y periodista español, autor de algunos de los artículos y libros más lúcidos sobre la cultura contemporánea en nuestra lengua. Su intervención en la discusión sobre la cultura contemporánea puede leerse tanto en los textos que publica en The New York Times o La Vanguardia como en sus posteos en las redes sociales. Director del Master en Creación Literaria de la UPF-BSM de Barcelona y autor de la trilogía de ficción Los muertos, Los huérfanos y Los Turistas y de los ensayos Teleshakespeare y Librerías, el año pasado la aparición de su libro Contra Amazon -una encendida defensa de las librerías y un alerta acerca del poder que los algoritmos están adquiriendo en nuestras vidas- se convirtió en un título de referencia. En estas semanas acaba de publicarse Lo viral (Galaxia Gutenberg), su nuevo libro, un diario fake, un breve y sustancioso ensayo escrito entre marzo y mayo de este año, al calor de la pandemia que, mientras reconstruye los primeros meses del coronavirus, reflexiona sobre la viralidad digital y el momento cero e inesperado de la humanidad a partir del virus que tiene al mundo en vilo.
Gran crítico de series, de libros y de productos culturales de todo formato, Carrión es también la voz del podcast Solaris, uno de los más celebrados en nuestra lengua, definido por sus hacedores como “un podcast pero también ensayo y audiolibro”, en sintonía con los nuevos modos de expresión de los medios. Días atrás, conversó sobre su nuevo libro y sobre el modo en que la viralidad digital impone nuevos modos de mirar, de mirarnos y de hacer arte en Vidas Prestadas, un programa de Radio Nacional.
Lo que sigue es la reconstrucción de esa conversación.
— Vivimos una nueva normalidad a partir de esta pandemia que nos tiene a todos juntos a la expectativa, ¿verdad? El otro día me decía la escritora Mariana Enríquez algo así como que los tiempos interesantes a lo mejor son buenos para contarlos pero no tan buenos para vivirlos. ¿Qué pensás?
— Totalmente. Sí, realmente ahí estamos. Por un lado es un momento histórico, yo diría que desde el día en que a cada uno en cada país nos encerraron en casa fuimos conscientes de eso. También enseguida fuimos conscientes del interés y de la intensidad; de hecho casualmente en marzo, cuando recién se habían cerrado Italia y España, pude conversar en un evento con Alessandro Baricco y hablábamos justamente de eso. De que eran tiempos fascinantes, en cada momento descubrías pues alguna faceta o algún dato interesantísimo. Por ejemplo pienso ahora en lo que se llama la antropausa, que es este momento de congelación de la presencia humana en la realidad, de modo que los animales están como recuperando espacios. Pero, a la vez, evidentemente pues hay una angustia, hay un miedo, el miedo al futuro, el miedo a la crisis, el miedo a la enfermedad que están ahí y eso evidentemente enfría el calor de ese interés y de esa fascinación.
Había mucha gente que no tenía horno, o no tenía cafetera en casa porque todos los días de su vida tomaba el café en un bar y comía afuera. Gente que vivía en casas sin luz natural o sin espacio porque viajaba muy a menudo y vivía en hoteles y de pronto ha tenido que recuperar hábitos que pensaban que serían ajenos
— Sí, al mismo tiempo leía el otro día un artículo sobre el nuevo libro de Zadie Smith, que son en realidad seis textos en los que ella cuenta su propia experiencia con la pandemia, y en cierto momento habla de las diferencias entre aquellos que están completamente solos y aquellos que están solos pero acompañados. No es lo mismo estar cuatro personas en una casa que estar una persona sola todo el día. Empieza a verse una fotografía social que también es diferente. En tu libro, Lo viral, mencionás por ejemplo la diferencia entre los que salen y los que no salen; entre los que tienen perro y los que no tienen perro. Empieza a haber como nuevas clases, ¿no?
— Efectivamente. Yo diría que desde el primer momento se empezaron a generar nuevos tipos de ciudadanía; nuevos tipos de estar en el mundo sobre los que no habíamos reflexionado porque no nos parecía que fuera posible. Había mucha gente que no tenía horno, o no tenía cafetera en casa porque todos los días de su vida tomaba el café en un bar y comía afuera. Gente que vivía en casas sin luz natural o sin espacio porque viajaba muy a menudo y vivía en hoteles y de pronto ha tenido que recuperar hábitos que pensaban que serían ajenos. En el libro, en efecto, hablo de esos días en que España se empezó a permitir a que la gente con perro pudiera salir. Desde la ventana de mi casa los observaba y vi cómo al principio se comportaban de un modo, digamos, normal, razonable, pero con el tiempo, a las semanas, empezaron a escuchar música, a hablar por teléfono, a estar distraídos. Cuando yo al ir al supermercado o a tirar la basura estaba ávido de mirar, de escuchar, y sobre todo de respirar, ¿no? De respirar el aire fresco. Y hoy pensaba que en realidad se están generando otros tipos de ciudadanía. Porque ahora evidentemente en España hay dos tipos de ciudadanos, los que tenemos trabajo y los que no. Y los que no tienen trabajo están divididos también. A menudo a la espera de un sueldo que no llega, los que están con desempleo están divididos entre los que están con desempleo y con una cuota mensual del subsidio estatal y los que ya la han agotado. Yo diría que, en efecto, lo que está ocurriendo es una máquina de generar formas distintas de estar en el mundo y muchas de las cuales -aunque ya existieran- no existían con las dimensiones y los matices que tienen ahora.
—Es como si tuviéramos ahora una oportunidad de mirar cosas por ese estar en pausa del que hablabas, tal vez. Aunque ese estar en pausa es también un poquito falso porque algunos trabajamos más que nunca (risas). Pero no deja de ser un momento diferente a lo que entendemos por normalidad, eso es así.
— Eso, sin duda. Y, de hecho, la más palabra utilizada es justamente normalidad, con todo tipo de adjetivos y de particularidades, cuando lo que tenemos que asumir justamente es la excepcionalidad, ¿no? Todos queremos volver a un lugar que ya no existe. Ese país, esa región, esa dimensión ha desaparecido y tenemos que empezar a acostumbrarnos a otro, otra. Yo en el libro digo que hemos pasado de la ciencia ficción como nuevo realismo a la nueva normalidad como subgénero de terror.
La palabra más utilizada es justamente normalidad, con todo tipo de adjetivos y de particularidades, cuando lo que tenemos que asumir justamente es la excepcionalidad
— Te iba a preguntar exactamente eso.
— Porque, no sé, hace unos años era mucho más útil para entender el presente ver un capítulo de Black mirror que leer una novela realista. Y ahora, aquí, claramente en España estamos en la nueva normalidad como una especie de subgénero de terror porque aunque creamos que todo es más o menos sigue igual, las mascarillas, la distancia, los brotes, las alarmas, el pánico a que nos encierren de nuevo, todo eso es realmente terrorífico. Es como una especie de terror de baja intensidad que lentamente estamos asumiendo.
— También lo que es curioso es que mientras hasta que llegó la pandemia ya casi no nos mirábamos porque estábamos todo el tiempo pendientes de las pantallas, ahora que nos volvemos a mirar solo nos vemos los ojos. Y es muy curioso cómo de pronto a veces uno va por la calle y, o bien cree reconocer a alguien que finalmente no es, o bien no reconoce a alguien muy cercano con el rostro cubierto. Eso también forma parte de ese subgénero del terror.
— Totalmente. La máscara es una forma de la pantalla, una forma del ocultamiento y yo diría que justamente tenemos que acostumbrarnos entre tantas otras cosas a esa perpetua idea de carnaval, de máscara cotidiana. Que tiene que ver incluso con los miembros de tu propia familia. Yo los primeros días que vi a mis hijos de 4 y 6 años con la máscara puesta creí verlos de otro modo; como descubrir algo que no había descubierto en ellos. Creo que a todos nos está transformando lentamente esta pandemia global.
Todo se está enfriando, congelando, distanciando, y creo que eso es posible que haya llegado para quedarse
— Entiendo perfectamente lo que decís. La sensación de estar con alguien muy cercano, tu pareja, tus hijos, y de pronto estar conversando ambos en la calle con las máscaras es efectivamente como un capítulo de Black Mirror. O un Years and Years superadísimo, ¿no?
— (Risas). En efecto. Y es que además la máscara, la mascarilla, el cubrebocas, el barbijo, como queramos llamarlo, también enmascara la voz y todos estamos ahora descubriendo cómo poder comunicarnos, cómo poder hablar por teléfono o en persona a través de esa pantalla de tela. Yo creo que todo tiene que ver ahora con una cierta distancia. Digamos, el teletrabajo con la distancia que intenta domesticar la pantalla. Los saludos, con el codo o con el movimiento de cabeza. La voz también tiene la distancia de la máscara. Todo se está enfriando, congelando, distanciando, y creo que eso es posible que haya llegado para quedarse.
— Sí porque lo que va a llegar también es lo que tiene que ver con la desconfianza y algo de lo que hablas mucho en este libro, que esta nueva normalidad necesariamente cambia nuestro modo de mirar, nuestro modo de escuchar, nuestro modo de producir arte.
— Sí, sin duda. Yo lo vi claro y con una especie como de extraña y angustiante lucidez porque el día que nos encerraron fue el día que le propuse al New York Times escribir el artículo que se titula “La biología está acelerando la digitalización del mundo”, que es uno de los textos que después incorporé a Lo viral. Vi claro en ese día que mi consumo de WhatsApp, mi descubrimiento de Zoom, mi uso de Netflix y HBO durante las próximas semanas iba a multiplicarse. Y ahí vi que yo no era el único que iba a convertir a las plataformas en monstruos todavía más poderosos de lo que eran, ¿no? Entonces, por un lado efectivamente en Lo viral reconstruyo la pandemia, mi vida y discursos que tienen alguna relación más o menos directa o indirecta con los virus y con las epidemias, como por ejemplo todo lo que tiene que ver con la viralidad digital, y empiezo el 17 de noviembre como a reconstruir, para buscar algún tipo de sentido a lo que estamos viviendo. Y, por otro lado, también hay muchas entradas del libro, muchos micro ensayos, muchos momentos en los que hablo de esas mutaciones del arte, de la literatura, de las narrativas, que tienen que ver con lo que está pasando porque, por ejemplo, yo diría que la metáfora estética más emblemática de estos meses ha sido la pantalla cuadriculada de Zoom, el mosaico, la colmena, etcétera. De modo que es un libro con muchos temas, con muchas obsesiones, con muchos intereses. Creo que finalmente hay una cierta armonía, una cierta estructura de novela breve en que todo confluye, pero yo diría que, sobre todo, la pantalla es el gran tema. Aunque parezca que es un libro sobre la pandemia es un libro sobre todo acerca de cómo la viralidad digital se ha impuesto en todos los órdenes de la vida del siglo XXI.
— En un punto podría leerse como una verdadera continuación de Contra Amazon, tu libro anterior. De hecho en algún momento decís algo así como “mi libro Contra Amazon, como una especie de profecía”. En ese libro ya aparecía la idea de los algoritmos como los editores de nuestra vida, por decirlo así.
— Sí, es verdad, yo escribí la novela distópica de ciencia ficción Los huérfanos hace algunos años y evidentemente lo que ha pasado invalida por completo la ficción digamos (N. de la R.: una ficción futurista en la que un grupo de supervivientes de la Tercera Guerra Mundial, procedentes de distintos puntos del planeta, lleva trece años aislado en un bunker de Pekín.) Lo que yo digo en Los huérfanos ya queda como ficción que no tiene el carácter profético futurista que podría haber tenido cuando se publicó. Y, en cambio, un libro de no ficción como Contra Amazon se vuelve de pronto una especie de profecía porque si ya era inquietante, peligroso y gigantesco Amazon hace 8 meses, cuando publiqué en España Contra Amazon, ahora lo es mil veces más.
— Claro, claro. En tu nuevo libro enumerás una gran cantidad de libros de ficción y no ficción que en su momento pasaron más bien desapercibidos y señalás que, de haber sido leídos adecuadamente, podrían haber sido alertas para lo que vino después. Y también decís en un momento que “me temo que la época de los libros capaces de cambiar el mundo ha quedado atrás”.
— Bueno, es que evidentemente cuando empecé a leer sobre la epidemia, sobre el ébola, sobre el SIDA, sobre la fiebre porcina, etcétera, me di cuenta de que había miles de personas que sabían perfectamente que esto podía pasar en cualquier momento y que había una gran película, Contagio, de Steven Soderbergh, que contaba exactamente lo que ha pasado. Y, claro, descubrir esto por un lado me puso en crisis porque pensé bueno, tú qué estabas leyendo, tú qué estabas viendo, por qué no habías visto esta película, por qué no habías leído los libros de David Quammen si te interesa tanto la crónica y te interesa tanto la no ficción y la divulgación científica; por qué no habías leído nada sobre epidemias y virología. Y descubrí artículos publicados el año pasado en los que se decía que si los países no tomaban medidas, esto iba a ocurrir. Entonces, como todo en el libro tiene que ver con la idea de lo viral, lo que me pregunto es qué hubiera pasado si estos libros hubieran sido bestsellers. Qué hubiera pasado si estos libros se hubieran convertido en series documentales de gran impacto y en trending topic. ¿Eso hubiera sido suficiente para que esto no pasara? ¿O hubiera sido peor porque lo habríamos sabido gracias a los libros y las series pero tampoco hubiéramos hecho nada?
— Ahora, ¿pensás que realmente si el reino del algoritmo se termina perfeccionando, efectivamente siempre se va a saber cuándo un libro puede llegar a ser bestseller?
— Bueno, supongo que sí. Es decir, supongo que todo va a acabar llegando. La pregunta no es si va a llegar sino…
— Cuándo.
— Cuándo va a llegar, claro. Y cuando eso llegue, qué va a ocurrir. Yo siempre pienso que seguimos jugando en Occidente al ajedrez y siguen jugando en Oriente al go pese a que ya las máquinas juegan mucho mejor que nosotros al ajedrez y al go. Entonces imagino que cuando eso ocurra igualmente habrá un placer en leer relatos humanos, arte humano, con su imperfección y con su incapacidad de saber si va a ser tan seductor…
Las plataformas están apostando por aquello que el algoritmo dice que es exitoso, cada vez la calidad es peor, cada vez es todo más mainstream, menos sorprendente y menos interesante. Imagino que los propios algoritmos se van a dar cuenta de esto y en algún momento van a aprender a incorporar el riesgo
— O tal vez el placer esté en buscar algo que justamente no nos están imponiendo. Buscar algo por nosotros mismos.
— Sí, es que ahora mismo lo que está ocurriendo con los algoritmos, ojalá esto se revierta y cambie, es que se está aplanando. Dado que Netflix sobre todo, pero también Amazon Prime Video y otras plataformas están apostando por aquello que el algoritmo dice que es exitoso, cada vez la calidad es peor, cada vez es todo más mainstream, menos sorprendente y menos interesante. De modo que yo imagino que los propios algoritmos se van a dar cuenta de esto y en algún momento van a aprender a incorporar el riesgo, digamos. La aventura, como parte de la apuesta y del proyecto.
— En la página 41 de Lo viral definís lo que llamas OVCI, objetos culturales vagamente identificados. Decís: “videos, postfotos, bots, stories, apps, experiencias inmersivas, memes, listas de reproducción, perfiles, hilos o canales producidos por youtubers, instagramers, tuiteros, storytellers, diseñadores gráficos, artistas del remix o creadores digitales que han generado sus propios ecosistemas y sus propias mitologías”. Esto es cultura hoy.
— Sin duda. Sin duda. De hecho yo diría que en Lo viral hay entre otras cosas una despedida mía de las series de televisión, ¿no? Hace 15 años empecé a ver series de un modo sistemático; hace 10 publiqué TeleShakespeare, que es un ensayo sobre series que en Argentina publicó Interzona y que sé que se sigue leyendo. Y yo pensaba publicar una segunda parte que se llamaría TeleFreud, y de hecho en el MALBA hace unos años di una conferencia que se llamó TeleFreud. Y tenía muchos apuntes para este libro sobre cómo las series nos permiten acceder, digamos, al subconsciente de la cultura y de la geopolítica contemporáneas, pero he ido perdiendo interés en ese proyecto porque he ido perdiendo interés en las series y me he dado cuenta de que en realidad ha sido en parte porque las series como obra de autor, como obra de showrunner, como proyecto personal desafiante, ha ido retrocediendo y se ha impuesto la serie como expresión de algoritmos. En Netflix cuando hablan de un proyecto lo que te comunican es que los equipos humanos están acompañando a los algoritmos en sus objetivos y en sus metas.
— Es como una nueva idea de la muerte del autor, ¿no?
— Efectivamente. Es que realmente no les interesa la excelencia, no les interesa la autoría, no les interesa nada de lo que era paradigmático del siglo XX y de lo que yo en Lo viral llamo lo clásico. Entonces hace ya un tiempo que empecé a pensar y a escribir sobre las plataformas como macroestructuras que tenemos que entender para entender la cultura contemporánea y, por ejemplo, hice el tránsito de leer las series a leer las plataformas en las que las series se vuelven realidad y esto me llevó después a Spotify y al mundo de la música y sobre todo de los podcast, a YouTube, donde también hay series y hay otro tipo de productos quizás más interesantes que las series que tienen que ver con youtubers, que tienen que ver con webseries, etcétera. Y fui viendo cómo en cada plataforma ha proliferado su propia producción cultural. Y ya el año pasado no, el anterior, propuse en el New York Times hacer una lista de, en vez de los mejores libros del año, o las mejores películas o series, de los mejores objetos culturales de internet, pero no se atrevieron. Y en el último diciembre me dejaron hacerla y, claro, fue una pequeña revolución dentro del ámbito del periodismo cultural. Porque, en efecto, hay que considerar que todo eso es cultura y que la cultura no es lo que te han enseñado en el colegio, o lo que a ti te gusta, o lo que le gusta al redactor jefe de un diario, sino que la cultura es, bueno, hoy sobre todo digital. De hecho, hoy el 90% de la cultura es digital porque todos los libros, la mayoría, son también libro electrónico. De hecho Lo viral tiene edición en papel, edición en ebook y edición en audiolibro, que leí yo. O sea, ya todo es digital. Y creo que tenemos que reconocer eso e intentar integrar esa otra producción dentro de nuestros discursos del periodismo cultural.
— Por un lado coincido en aquello de mirar más allá de lo tradicionalmente pensado como periodismo cultural. Por otro lado, se hace muy difícil imaginar de qué manera uno puede tener tiempo para acceder absolutamente a todo eso cuando estamos en un momento de precarización absoluta en el cual, en lugar de profesionalizarnos más y llevar eso adelante, no queda más que trabajar, trabajar, trabajar, y solo en los ratos libres, de pronto, leer o ver algo para aquello con lo que trabajamos. No sé si se entiende lo que digo.
— Totalmente, totalmente. Tienes toda la razón porque en efecto el periodismo cultural está en horas bajas y muy precarizado. Y evidentemente, bueno, es lo que propuse la semana pasada en mi artículo en el Times: si las plataformas empezaran a pagar, todo cambiaría. Es decir, si hubiera el equivalente a la publicidad tradicional de las editoriales, de las productoras de cine, de la música, etcétera, ese tipo de apoyo de publicidad en las nuevas expresiones del periodismo cultural que reseñan podcasts, que reseñan series, que reseñan videos de YouTube, evidentemente esto podría cambiar. A ver, hay algunos ejemplos de esperanza. No sé si conoces la revista We Present. La revista We Present es la revista, muy chula, muy bonita, muy potente, que hace WeTransfer, la plataforma para enviar archivos. Y mientras se cargan archivos que quieres enviar puedes leer una revista con muy buenos ilustradores, artistas, periodistas, etcétera. Yo creo que ahí habría un modelo. Y como no solo están las plataformas gigantescas, también hay miles de pequeñas plataformas, ojalá se den cuenta de que hay un valor añadido, hay una apuesta de futuro en el apoyo a los creadores y a la cultura. Ojalá.
Creo que tenemos que competir con los memes y con las fake news, y con los contenidos de baja calidad, para conseguir captar la atención de nuestros lectores. No hay que ser tonto pero al mismo tiempo tenemos que ser rigurosos, tenemos que creer en la profundidad, en el contraste de opiniones y de informaciones, en la verificación
— Sí, también está en crisis el modelo de negocio y la búsqueda de soluciones por momentos es inquietante. Hace no mucho tiempo, se evaluaba la posibilidad de que un redactor cobrara por aquellas notas que se leen más. Y eso es algo de mucho riesgo. Porque no estamos hablando de calidad ahí, sino de pura viralidad.
— Efectivamente. Es que ahí estamos en el gran debate de nuestra época, lo que yo en el libro llamo el conflicto entre lo clásico y lo viral. Que se podría también llamar el conflicto entre la calidad y la cantidad, ¿no? Y ahí lo que hay que conseguir es un equilibrio. Es decir, no está mal ni mucho menos pensar en términos de viralidad; creo que nuestra obligación como comunicadores, como periodistas, como escritores, como artistas, como diseñadores, es intentar hacer lo que dice Baricco en The game: un storytelling que sea capaz de surfear, de difundirse por la red. Creo que tenemos que competir con los memes y con las fake news, y con los contenidos de baja calidad, para conseguir captar la atención de nuestros lectores. No hay que ser tonto pero al mismo tiempo tenemos que ser rigurosos, tenemos que creer en la profundidad, en el contraste de opiniones y de informaciones, en la verificación. Y hay que encontrar algún tipo de equilibrio. Pero el purismo no lleva a ningún sitio. Seguir escribiendo y creando como en el siglo XX ya no tiene sentido, hay que adaptar parcialmente nuestro modo de entender la cultura narrativa y la comunicación a la época, a 2020.
— En Lo viral, en un momento decís: “ceder ante el purismo puede ser fatal para el futuro de la literatura”, cuando estás hablando de aquellas ficciones que ya se piensan para distintas plataformas y mencionás a García Márquez, que se negó a llevar su obra al cine y ahora la están llevando sus hijos. Es un cambio completo en la cosmovisión.
— Totalmente, es un cambio de paradigma. Lo que pasa es que hemos dicho tantas veces que cambiamos de paradigma que ahora que está llegando yo creo…
— Es de verdad (risas).
— Es de verdad. Por eso lo el cuento de que llega el lobo y que ya nadie cree al bromista. Pero bueno, es que justamente, yo diría que el cambio que supone la digitalización del mundo y la interconexión más el big data y la inteligencia artificial es un paradigma nuevo, supongo que solamente comparable pues con la revolución neolítica o con la llegada de la imprenta y su difusión internacional, y además eso, que ya es fuerte, que ya es importante, que ya es histórico, se está aliando, está sintonizando con esta crisis, con esta primera pandemia, con esta primera enfermedad global y ultra veloz, lo que yo llamo en Lo viral el ultra virus, que es tan rápido en su difusión por los cuerpos como por las pantallas, y de algún modo ahí hay un quiebre. Ahí hay una grieta fuerte. Y, como en todas las crisis, los que sobreviven son los que saben imaginar futuros en los cuales lo que saben hacer bien se pueda potenciar a través de una transformación. Son momentos de innovación. Y ahora esa carrera la está ganando Amazon, la está ganando Zoom, la están ganando ciertas plataformas, y creo que debemos encontrar alternativas, imaginar nuestras propias formas, que para bien o para mal también pasan de algún modo por la tecnología. No podía ser que en 2020 hubiera tantas librerías en América Latina y en España que aún no tenían página web o que no podían vender por página web. Eso era inaceptable. Y de pronto una crisis nos ha recordado eso. Entonces hay que buscar alianzas entre letras y ciencia, entre artes y tecnologías, entre periodismo y pantalla, para de algún modo sobrevivir y seguir siendo pertinentes en este nuevo panorama.
— Dentro de este nuevo panorama también diste a conocer un podcast, que se llama Solaris. Y en Lo viral hablás de millones de soledades confinadas y de cómo la pandemia disparó la práctica de escuchar más, no solo música sino podcast y ese tipo de productos. Como si hubiera algo con el audio, algo que llega a través de la voz a la gente en un momento como éste, de confinamiento, de otra manera.
— Sí, totalmente. Yo diría que ahí la radio tiene mucha ventaja, hablábamos justamente de cómo hacer de un modo nuevo lo que ya sabíamos hacer muy bien, ¿no? El podcast es la nueva criatura digital del mundo de la comunicación por audio y en efecto, lo que he visto con mi podcast, Solaris. Ensayos Sonoros es que hay una sensación de intimidad, de que yo estoy hablando directamente con quien me está escuchando, que es muy fuerte, es muy potente, que es muy interesante, y que también ocurre con el audiolibro. Con la gente que me escucha leyendo Lo viral. De pronto hay como una ficción de que Jorge Carrión está leyendo para ti ese libro y eso es muy bonito, es muy mágico. Justo ahora, como sabes, Twitter ha anunciado que va a crear los tuits de audio. Y esto se inscribe en un contexto general de una gran apuesta multimillonaria por los asistentes de voz que, entre otras muchas ventajas para la industria, tienen el hecho de que es muy difícil teclear mensajes en ciertos idiomas y en cambio enviar mensajes de audio es muy sencillo. De modo que hay una apuesta por hacer negocio con las voces. Además tenemos un nuevo ecosistema de voces algorítmicas, cualquiera que grabe tu voz o la mía en esta conversación, con que solo grabe 30 segundos, hay algoritmos que ya pueden leer un texto y ni tú y yo sabríamos que no somos nosotros los que estamos hablando. De modo que estamos en un mundo nuevo y quién nos iba a decir que en el futuro estarían los patines eléctricos, las bicicletas, los autocines, porque ahora están muy de moda en todo el mundo por el tema de la distancia social, o estaría la radio. De pronto lo más nuevo...
— Es lo más viejo, claro. Te quiero hacer la última pregunta. Vos estás siempre mirando hacia adelante, si bien tenés una gran lectura de los clásicos y, por lo que vi, compartimos el amor por Stefan Zweig.
— Sí.
Creo que lo que va a ocurrir en el futuro inmediato es que, justamente, por esa necesidad de salud mental vamos a reivindicar y recuperar muchas pequeñas experiencias que tienen que ver con el cuerpo, con el contacto visual, con el contacto físico
— Pero siempre estás tratando de intuir lo que viene. En Lo viral hablás de la huella sentimental que va a dejar esta pandemia, con la memoria de lo que leímos, escuchamos o hicimos en este tiempo. Pero hay otras huellas más fuertes en términos de humanidad tal vez, como no poder acompañar a nuestros enfermos o despedirnos de nuestros seres queridos, covid o no covid. ¿Cómo vislumbras el futuro inmediato después de la pandemia?
— Bueno, yo diría que lo que está ocurriendo en todos los países es una especie como de triple movimiento, ¿no? Primero la emergencia sanitaria. Después la emergencia funeraria. Y lo que viene es la emergencia psiquiátrica. Yo creo que el trauma va a ser global y se va a encadenar y confundir muy probablemente con un auge del crimen vinculado con la precariedad y la pobreza. Hoy publicaba la OMS que hay 800 millones de niños en todo el mundo que no se pueden lavar las manos en sus colegios. O sea que imaginemos cómo puedes evitar el contagio en esas condiciones. Y yo lo que encontrado durante el confinamiento, como decías tú, con clásicos como Stefan Zweig, como Montaigne y en los diarios de Kafka, de Virginia Woolf o Ricardo Piglia, ha sido un cierto alivio, un cierto consuelo en la biblioteca, en el papel. Es decir, sí que hemos consumido mucho Netflix, pero lo que queda no creo que sean ciertas series o ciertas películas, algunas sí, sino que quedan sobre todo experiencias que tienen que ver con lo táctil, con lo físico, con el libro, o con el abrazo, o con el reencuentro físico con una librería, con un amigo, etcétera. Entonces creo que lo que va a ocurrir en el futuro inmediato es que, justamente, por esa necesidad de salud mental vamos a reivindicar y recuperar muchas pequeñas experiencias que tienen que ver con el cuerpo, con el contacto visual, con el contacto físico. Es decir, sé que en un futuro, yo creo que lejano, ya veremos si es de aquí a 30 años o a 20 o a 100, se va a imponer la pantalla muy probablemente porque habrá experiencias inmersivas, realidad virtual, formas que ni siquiera podemos imaginar de leer.
— Los perfumes (risas).
— Efectivamente, el olor. Los chips, van a ser implantes, etcétera. Eso va a llegar. Pero mientras tanto yo creo que durante los próximos años va a haber una convivencia, un equilibrio entre lo físico y lo virtual. Ojalá sea así.
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