El hombre que soñó futuros imposibles entonces, tan reales hoy, hubiera cumplido 100 años. Ray Bradbury, uno de los más importante autores de ciencia ficción, quien junto a Ursula K. Le Guin, propusieron una mirada de entender la humanidad a partir de narrativas, que en su esencia, fueron más reales que mucho del realismo.
La influencia del autor estadounidense es tan vasta como su obra difundida. Es sin dudas, el escritor sci-fi, que más elogios, promoción y referencias en la cultura pop ha tenido.
En sus cuentos, creó nuevos mundos, sobre la tierra o más allá de las estrellas, con visiones desgarradoras del futuro, aunque siempre con un optimismo oscuro, planteando esa lucha tan humana entre intentar de ser mejor pero incapaz de realizarla.
En su legado dejó 27 novelas y alrededor de 600 historias, guiones para cine, obras de radios e incluso para teatro, pero no solo de fantasía y ciencia ficción, sino también abordó el terror y el mundo de los detectives.
Padre de toda una camada de autores, también fue su pluma la que llevó a una gran cantidad de cineastas a crear historias que se han convertido en icónicas. Es entonces, un creador de primer y segundo orden, un artista que brilló por su obra y por cómo mejoró la de otros.
De Steven Spielberg -quien dijo fue “mi musa durante la mayor parte de mi carrera de ciencia ficción. En el mundo de la ciencia ficción, la fantasía y la imaginación, Bradbury es inmortal”- a James Cameron, por ejemplo, no se han cansado de citar el poder de sus historias en su filmografía; incluso Bob Gale, guionista de Volver al futuro, aseguró que sin Bradbury la trilogía jamás hubiese existido.
En una entrevista, Bradbury comentó sobre su relación con Spielberg: “Cuando ví Encuentros cercanos de tercer tipo, lo llamé para concertar una cita y abrazarlo por esa gran película, que es una de mis favoritas. Cuando nos encontramos me dijo: ‘Así que le ha gustado su película’. Ante mi estupor, añadió: ‘Si yo no hubiera visto Vinieron del espacio -un filme de 1953 sobre una obra de Bradbury- no habría podido hacer ésta’. Ahora cuando me escribe añade al final: ‘¿Continúa siendo usted mi padre?’”.
En televisión inspiró a Rod Serling, alma mater de The Twilight Zone, serie para la que también contribuyó directamente con ideas y guiones y su obra incluso no puede separarse de mucho de lo que sucede en el universo Star Trek.
En otro orden, ¿existiría Jurassic Park sin su cuento La sirena?, ¿y Godzilla? Sigamos la cronología para entender por qué fue un autor que despertó historias que, no necesariamente, planteó. La sirena del ’51, que abre el libro Las doradas manzanas del sol, relata la vida de dos cuidadores de un faro, que reciben la visita de una extraña criatura marina cuando encienden la sirena.
Es un relato sobre la soledad, la humana y la de esta bestia marina que tiene una especie de enamoramiento no correspondido, un objeto de deseo que no es más que algo ilusorio, algo con lo que jamás podrá conectar. Y de este cuento surgió el filme de culto del ’53 El Monstruo de Tiempos Remotos o El Monstruo del Mar (The Beast from 20,000 Fathoms), que a su vez fue la inspiración de la bestia japonesa surgida de pruebas atómicas y que, en el tiempo, mantuvo la llama viva de la posible vida de dinosaurios en la novela de Michael Crichton.
Más acá en el tiempo, Neil Gaiman y J.K. Rowling expresaron su admiración y el día de su muerte en 2012, Stephen King escribió: “Ray Bradbury escribió tres grandes novelas y trescientas grandes historias. Una de estas últimas se tituló El sonido del trueno. El sonido que escucho hoy es el trueno de los pasos de un gigante que se desvanecen. Pero las novelas y las historias permanecen, en todos su resonancia y extraña belleza. Sin Ray Bradbury, no hay Stephen King”.
Bradbury vive en muchos más lugares de lo que podemos imaginar. Encontrar su huella en la serie contemporánea Dark Mirror, por ejemplo, suele ser un juego de sus lectores más fieles en Twitter. Y es que fue un autor 24/7. A su hábito de escribir constantemente la llamaba su “coreografía para burlar a la muerte”. Y sin dudas, funcionó, ¡Bradbury vive! alguien debería graffitear en paredes.
Pero como él formó mucho, tampoco es que se construyó de la nada y tuvo experiencias cruciales que significaron el despertar de una mente lúcida e hiper creativa. En The Bradbury Chronicles, de Sam Weller, puede leerse que ver el show -en varias oportunidades- del mago vodevilliano Harry Blackstone en sus primeros años lo afectaron profundamente, así también como los carnavales y circos.
En las rodillas de su abuelo, descubrió la maravilla de esa caja donde las voces transportaban más allá de su Ilinois natal, su tía le leía historias al momento de acostarse y en un cine hoy inexistente vio, aferrado a su butaca, Drácula y El fantasma de la ópera.
Como lector, sintió fascinación por Charles Dickens, George Bernard Shaw, Edgar Allan Poe, H. G. Wells, Arthur Conan Doyle, L. Frank Baum y Edgar Rice Burroughs, a quien consideraba como “probablemente el escritor más influyente de toda la historia del mundo” (Quizá hasta él, claro).
Fue un autor prolífico desde siempre. Leía con fruición revistas pulp como Weird Tales, Thrilling Wonder Stories, Dime Mystery y Captain Future, a las que enviaba historias y cuando eran rechazadas insistía con una carta al editor. Así, comenzó a hacerse un nombre aún antes de ser publicado.
Para mediados de los ’40, ya era un asiduo en publicaciones nacionales de circulación masiva como McCall’s, Collier’s, Mademoiselle y The New Yorker. No pasaría una década en ser un cuentista de revista a una figura central de la literatura.
En el ’50, salen sus Crónicas Marcianas, una obra que nació de la necesidad en un contexto de urgencia. Con su esposa embarazada y apenas sobreviviendo, deja California por Nueva York y presenta en una editorial una serie de cuentos. Le dicen que los cuentos no venden, que el tema es interesante, pero que vuelva con una novela.
Faltaban 7 años para que el Sputnik 1 sea lanzado desde la URSS, y Bradbury regresaba al otro día con su novela. Trabajó toda esa noche en el albergue de la Asociación Cristiana de Jóvenes y entregó el manuscrito uniendo cuentos desperdigados que tenía a Marte como eje. El Bradbury editor salía a la luz, se llevó USD 750 como adelanto.
El libro tuvo una interesante adaptación a la pantalla chica a fines de los ’70, en la que sería la última participación de Rock Hudson frente a cámaras, pero a él no le gustó: “Es muy aburrida”, dijo.
En el prólogo de la colección Minotauro, Borges sostiene: “Bradbury ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena”.
Y Borges fue “un puente” entre el fotógrafo argentino Aldo Sessa y Bradbury, que devino en la publicación de la rareza Fantasmas para siempre, un libro que cualquier coleccionistas debería tener. Sessa había ilustrado Cosmogonías y movido por su interés por los misterios del universo quiso enviarle su trabajo con Borges a Bradbury, sabiendo el interés que tenía el estadounidense por el autor de El Aleph.
“Le escribí a Syd Solow (director de CFI) si él tenía alguna forma de hacerle llegar mi libro de Borges a Bradbury y él me dijo, conozco a una persona que lo conoce mucho, soy yo. Mandamelo que se lo paso. Lo hice y (Bradbury) me manda un sobre de este espesor, lleno de textos, con una carta muy simpática que decía ‘fijate si podemos hacer algo juntos, si hay algo que puede servir de todo esto’. Y empezamos a trabajar en nuestro libro”.
Sobre el encuentro con el primer boceto, comenta: “Yo voy con el libro todo orgulloso para mostrárselo y entro a un bar todo negro, sin luz. Yo no puedo ver fotos sin luz, porque me enfermo. Entonces pido 10 velas, me las ponen y lo vemos. A él le encanta y a mi me parece un horror, no me gustó nada. Pensé que estaba cometiendo grandes errores en mi concepción, porque ese libro con un visionario como Bradbury, surrealista, de la ciencia ficción y yo que tenía la suerte de estar al lado de él, tenía que tener un carácter mucho más moderno. Entonces le dije, ‘¿te gusto?, cuando nos encontramos a la vuelta de París vas a ver otro libro. Ahí ya me lanzo a Time Square por unas máquina de computación, de 1979, empiezo a pasar ilustraciones mías por esas máquinas donde se descompone la imagen y me pareció muy interesante”.
“Después decido que todas las páginas van a estar impresas, salpicadas de puntos que van a ser plateadas sobre blanco y sobre eso van los textos. Un despelote. A Bradbury se lo muestro y le gusta todavía más. ¿Y qué había pasado además entre Borges y Bradbury que fue un gran enganche? Es que Borges presentó Las crónicas marcianas, le hizo el prólogo para la versión española, entonces sentía una gran admiración por Borges. Entonces seguimos amigos hasta que se murió y a los 25 años de esa amistad hicimos otro libros que se llama Sesiones y Fantasmas, en donde hice todas naturalezas muertas en mi estudio”, contó Sessa a Infobae Cultura.
En el ‘51, sacó la colección de 18 cuentos de El hombre ilustrado, en los que plantea el conflicto entre la tecnología y la psicología de las personas, un tema al que regresó varias veces.
Bradbury no fue un pesimista con respecto al destino del hombre, aunque en sus obras plantea su desconfianza sobre cómo los avances técnicos pueden controlar a sus creadores, sea por que dobleguen su espíritu crítico -pensemos en el uso de las redes sociales hoy, las fake news, etc- o porque su avance termine avasallando las libertades, lo que nos lleva a una mirada tipo Skynet en la saga Terminator.
En el medio salieron cuentos como La sirena, entre otros, aunque el gran batacazo sería la inmortal Farenheit 451, en la que lleva la costumbre quemar libros como modo de negar la cultura -desde Alejandría al nazismo- a otro nivel: ya es una cuestión de Estado aceptada y promovida.
La obra, publicada en el ’53, fue escrita con máquinas que funcionaban a base de monedas ya que no tenía otra forma de poder escribir: “Había estado casado durante un año, tenía poco dinero, vivíamos en un lugar muy pequeño”.
“Deambulé por la biblioteca de la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), bajé al sótano y busqué. Había 12 máquinas de escribir, por 10 centavos podías alquilar estas máquinas. Entonces me fui a mi casa, tomé una bolsa de monedas, me la llevé a la biblioteca y ponía moneda tras moneda. En nueve días gasté nueve dólares, nueve días escribiendo la primera versión de Fahrenheit. Qué tal, ¿eh?, nueve días para la primera versión”, dijo en una entrevista.
Para el autor, la obra surgió como “un comentario sobre la forma en que los medios de comunicación de masas reducen el interés por la literatura”, aunque se convirtió en mucho más. Es, junto a 1984 de Orwell, una pieza fundamental que regresa una y otra vez cuando el terror dictatorial y los fanatismos surge en alguna parte del mundo, una distopía que nadie con sentido común quiere que se cumpla.
El séptimo libro más prestado de la historia de la Biblioteca Pública de Nueva York, tiene una adaptación preciosa al cine bajo la mirada del francés François Truffaut. Aunque a Bradbury, no le gustó demasiado: “Me parece que no se había entusiasmado lo suficiente; más bien intelectualizó en exceso el asunto”.
Y ya que estamos en el cine, es famosa su participación en el libreto de Moby Dick de 1956, donde se enfrentó al director, John Huston, y que contó con Gregory Peck como el capitán Ahab.
“Huston era un gran director, pero tenía un problema, quería ser escritor y nunca llegó a serlo. Me eligió para hacer el guión de Moby Dick porque -me dijo- mi cuento La sirena, en el que un monstruo marino, un plesiosaurio, se enamora de un faro le recordaba a Melville. Me fui con él a Irlanda y allí me entregué a la inmensa tarea de leer y releer las casi 1.000 páginas de Moby Dick hasta que el texto pasó a formar parte de mí y las metáforas se soldaron como un todo. Fue un proceso febril que me llevó seis meses. Al acabar fui a ver a John y le arrojé los 40 folios del guión. Entonces, como prueba de mi afecto, le propuse que compartiéramos la autoría, a lo que él se negó. Dos años después me enteré de que finalmente aparecería firmado por ambos. Supe que usurpar guiones era una práctica habitual en él”, dijo.
“Tuve la opción de despedirme convenientemente de John, le vi meses antes de morir y tras casi 20 años sin hablarnos, en un restaurante; él estaba con Jack Nicholson; me acerqué y dije: ‘Quiero que sepan que este hombre cambió mi vida al elegirme entre otros desconocidos para hacer el guión de Moby Dick. Los aspectos negativos están olvidados’. Le di la mano y me marché”. Sus experiencias en la película pueden leerse en Sombras verdes, ballena blanca, una ficción biográfica del ’91.
Y ya que estamos en modo recomendación-cine, otras de sus piezas inevitables es La feria de las tinieblas, publicada en el ’62. La obra recorre la experiencia pesadillesca de dos adolescentes en una feria itinerante -de esas que él visitaba de pequeño. Una ¿clásica? historia de transición hacia la madurez, pero en un contexto de terror.
Allí, el misterioso Sr. Dark, obliga a prestar servicio en la feria a aquellos que se sienten atraídos por la posibilidad de vivir sus fantasías secretas, y por cada víctima, se realiza un tatuaje.
La obra es la única de su pluma que adaptó Disney, aunque la producción dista mucho de las acostumbradas de los ’90 para acá. El filme de 1983 costó USD 19 millones de dólares y no recaudó ni la mitad. La cinta es también una transición de la megafactoría estadounidense, cuando no tenía un rumbo fijo y buscaba la fórmula para realizar películas atractivas para adultos que también lo fueran para los niños. Como curiosidad, vale la pena dedicarle un visionado.
Si hay una serie donde se resume la cultura pop es Los Simpsons. Con más de 30 temporadas al aire, en la creación de Matt Groening se han hecho muchísimas referencias a escritores y si bien Poe es que se lleva el primer premio como el más “homenajeado”, Bradbury también tiene su lugar de privilegio.
La más conocida es en el capítulo La casita del horror V, perteneciente a la sexta temporada (1994). En este especial anual de Halloween se parodia el cuento El sonido del trueno, en el que a partir del viaje en el tiempo, Homero provoca grandes cambios por matar animales en el pasado. Es, en ese sentido, una clara referencia al conocido “efecto mariposa”, que si bien no es una invención de Bradbury, sin dudas, ayudó a difundirlo en occidente, ya que tiene sus orígenes en un proverbio chino que reza: “el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.
Aunque esta no es la primera vez que se lo nombra. Su presentación el universo Simpson fue en la segunda temporada, en el capítulo El substituto de Lisa, en el que Bart se postula para presidente de la clase. Por su puesto, su rival es el sabelotodo Martin Prince, quien en un momento se dirige a la clase: “Como su presidente, exigiría una biblioteca de ciencia ficción con un abecedario del género. Asimov, Bester, Clarke...” Un compañero lo interrumpe: “¿Y Ray Bradbury?”. Prince, con gesto superado, responde displicente: “Soy consciente de su trabajo...”. Su última aparición fue durante la presentación de la Casita del Horror de la temporada 25, junto su “hombre ilustrado” y también con sus colegas a H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe -y su cuervo.
The New York Times aseguró que Bradbury es “el escritor responsable de llevar la ciencia ficción moderna a ser la corriente literaria principal”. Hoy, más allá de algunas quejas como la del premio literario del FNA de este año que gira en torno a este género, es indudable la importancia de del sci-fi para construir sentidos y realizar una mirada crítica sobre la sociedad. Y este señor, que hoy cumpliría un siglo de vida, tiene mucho de responsabilidad en eso.
Por eso, hoy nadie puede decir “descubrí a Bradbury cuando”, por que su obra nos atraviesa en lo cotidiano, porque sin dudas todos, de alguna manera, nos cruzamos con sus temáticas o pensamientos: ¡Bradbury vive!
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