El rechazo oficial, la exposición alternativa, la inmortalidad. La historia de Los acuchilladores de parquet, del francés Gustave Caillebotte, es una de esas en las que una gran obra no es aprobada en su tiempo, se muestra lejos de los sistema de legitimación y muy posteriormente, le llega su merecido reconocimiento. Ah, también hay que sumarle el condimento de que fue la favorita de su creador.
Los lectores de las Bellezas que se publican diariamente en esta sección saben ya que el salón parisino no se destacaba en el siglo XIX (ni en el XX) por abrir los brazos a las miradas o estilos que contradijeran lo que ellos consideraban arte. Así, muchas obras geniales fueron rechazadas de participar en la histórica muestra, la más importante del mundo entonces, y terminaron desfilando por otros espacios.
Gracias a ese rechazo nacieron las Exposiciones impresionistas allá por 1874 y que contó en su edición siguiente, dos años después, con esta pieza de un artista que, para su tristeza había perdido a sus padres y heredado una fortuna que le permitió pintar sin tener otras preocupaciones. Amigo de Degas y de De Nittis, entre otros rechazados de la Academia, Caillebotte solo participó como visitante de la primera gran muestra impresionista.
Eso sí, porque seamos justos, todo (o casi todo) el mundo quiere pertenecer, antes de llevar su acuchilladores al segundo salón impresionista se dio una vueltecita por el oficial, a ver si le aceptaban el cuadro. Si bien la obra es realista, estilo que gracias a Millet y Courbet ya era aceptado, de canon si se quiere, fue el tema lo que produjo el rechazo.
La pintura representa, como indica el nombre, a unos obreros preparando el piso de madera. Si bien técnicamente es impecable y ya había antecedentes de obras acerca de trabajadores, estos pertenecían a contextos exóticos para la metrópolis, como el campo. Mostrar gente en su labor estaba circunscrito a pobladores y campesinos, pero no a personas de la ciudad. ¿Una clase obra de la gran París llevada al arte? ¡Herejía! En ese sentido, la pintura es no de los primeros ejemplos que gira en torno al proletariado urbano.
Regresamos, Caillebotte -quien hoy cumpliría 172 años si viviéramos en tiempo del viejo evangelio- quiso presentarla en el Salón oficial del ‘75, la calificaron de vulgar, así que realizó su debut un año después junto a otras 8 piezas de su autoría. Fue vendida en el ‘87, junto a un lote de 45 con firmas como Pissarro, Renoir y Sisley, al Hotel Drouot de París. Pero se arrepintió, le gustaba demasiado, como a Paul Gauguin su Mata mua, a Fernando Fader sus mantones o a Berni su Domingo en la chacra. Así que mantuvo la obra hasta su último respiro en 1894.
Luego, fue donada al estado francés, con la intermediación de Renoir, y comenzó un derrotero por distintos espacios: Museo del Luxemburgo (1896-1929); Museo del Louvre a partir de 1929; Galería del Jeu de Paume, una sala de exposición dependiente Louvre ya en 1947, hasta su hogar actual en el Museo de Orsay, inaugurado en 1986.
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