“Se supone que el niño no solo aprendió a hablar para expresar sentimientos y sobre todo necesidades, sino que también aprendió a hablar por hablar, por enamorarse muy temprano del simple sonido de las palabras y de sus posibilidades de juego”, dijo una vez María Elena Walsh, la gran artista argentina fallecida en 2011, habilitando esa posibilidad siempre vedada por la seriedad de la literatura. Cuando un niño lee ,está imaginando otro mundo posible. Es un acto de suma transgresión. Pura aventura y aprendizaje.
En el libro Palabra de Lorca, que reúne entrevistas al poeta español Federico García Lorca, hay una en que le preguntan sobre la infancia. Allí contó: “Siendo niño, viví en pleno ambiente de naturaleza. Como todos los niños, adjudicaba a cada cosa, mueble, objeto, árbol, piedra, su personalidad. Conversaba con ellos y los amaba. En el patio de mi casa había unos chopos. Una tarde se me ocurrió que los chopos cantaban”. Un día escuchó que alguien decía su nombre: Fe... de... ri... co”.. Luego entendió que, en su propia imaginación, los chopos le hablaban.
Esa es la capacidad que tiene una mente en la infancia. Con un lenguaje en plena construcción y con una mirada tan abierta sobre el mundo, todo es posible. Por eso la literatura es una de las mejores formas de estimular esa creatividad. No sólo hoy, en el Día de las Infancias, siempre siempre. Siguiendo ese objetivo, ahora, aquí, en esta nota, compartimos poemas para leer en voz alta o en el más profundo de los silencios. Y mientras las palabras fluyan, la imaginación crecerá sola.
“Mariposa del aire”, de Federico García Lorca
Mariposa del aire,
qué hermosa eres,
mariposa del aire
dorada y verde.
Luz del candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!
No te quieres parar,
pararte no quieres.
Mariposa del aire
dorada y verde.
Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!.
¡Quédate ahí!
Mariposa, ¿estás ahí?
“La plaza tiene una torre”, de Antonio Machado
La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
ha pasado un caballero
-¡quién sabe por qué pasó!-
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama
su dama y su blanca flor.
“Paseo con dinosaurios”, de Elsa Bornemann
Una noche de verano,
con mi lindo dinosaurio
salí a pasear, de la mano,
por las calles de mi barrio...
Pues aunque es un animal
prehistórico y gigante,
es manso, de un modo tal
que ya no queda elegante.
Cómo será que, esa noche,
por un semáforo viejo
atascó a todos los coches,
temblando como un conejo.
Parece que se espantó
al ver el cambio de luces.
Por un monstruo lo tomó
y al suelo cayó de bruces.
Las noches, con sus bocinas,
atronaban enojados.
Ocupaba cuatro esquinas
pues, mi dino desmayado.
Yo muy nerviosa corrí
a casa del boticario,
su botica revolví
hasta hallar su diccionario,
hecho con piedra y granito:
un antiguo diccionario.
Allí aprendí, ligerito,
el idioma dinosaurio.
Entonces volví y hablé
en la oreja de mi dino.
La gente decía:-¿¿Qué??
¡¡No va a entender ni un pepino!!
Pero insistí con cariño,
hablándole dulcemente...
Él es tierno como un niño...
¡Qué sabe de eso la gente!
"-Son luces-dije-con brillo
y no un monstruo de tres ojos:
uno verde, otro amarillo
y el tercero color rojo..."
Al escuchar mis gruñidos
mi dinosaurio entendió
y, en amoroso bufido,
por el aire me elevó.
“La vaca estudiosa”, de María Elena Walsh
Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja, muy vieja,
estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: - Estas equivocada.
Y la vaca le respondió:
¿Por qué no puedo estudiar yo?
La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y en aviones.
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.
Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos.
Y en ese lugar de Humahuaca
la única sabia fue la vaca.
“Infancia”, de Carlos Drummond de Andrade
Mi papá montaba a caballo y se iba para el campo.
Mi mamá se quedaba sentada cosiendo.
Mi hermano menor dormía.
Yo, un chico solo entre los árboles de mango,
leía la historia de Robinson Crusoe,
una historia larguísima que no termina nunca.
Al mediodía blanco de luz una voz que había aprendido
a arrullar en los lejanos tiempos de la esclavitud –y nunca se había olvidado
llamaba a tomar el café.
Café negro como la negra vieja
café rico
café bueno.
Mi mamá se quedaba sentada cosiendo
y me miraba:
–Psst… No despiertes al bebé.
Después miraba la cuna donde se había posado un mosquito.
Y daba un suspiro…tan profundo.
Allá lejos, mi papá cabalgaba
en el campo sin fin de la hacienda.
Y yo no sabía que mi historia
era más linda que la de Robinson Crusoe.
“Infancia”, de Hugo Mujica
Llueve
y al árbol le pesan sus hojas,
a los rosales sus rosas.
Llueve
y el jardín huele a infancia,
a cercanía de todos los milagros,
a ausencia de todas las memorias.
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