I
Pintor, ilustrador, caricaturista y muralista brasileño, Di Cavalcanti era de todo menos payaso. Le gustaban mucho esos sujetos coloridos que cautivaban al mundo con sus bromas. En Río de Janeiro, donde nació, vio a muchos con una gran fascinación. Luego creció y tocó partir. Se mudó a San Pablo cuando cumplió veinte.
Su nombre completo era Emiliano Augusto Cavalcanti de Albuquerque e Melo pero en el arte, se sabe, se necesita de un nombre corto y pegadizo. Luego, claro, está la obra: lo más importante. Y a Di Cavalcanti le encantaba crear.
Allí vivió con los grandes artistas del Brasil: Mário y Oswald de Andrade, Tarsila do Amaral, Anita Malfatti y Brecheret. Frecuentó también el atelier del pintor y profesor impresionista alemán George Elpons. Era, además de un artista, un gestor: diseñaba folletos, organizaba muestras y ferias, ideaba proyectos. Pero de pronto sintió que necesitaba pasar al siguiente nivel.
II
En 1923 tuvo la posibilidad de ir a Europa. Era el gran sueño de todo artista de la época. Conocer y aprender. Fue con el escritor Sérgio Milliet. Allí, al igual que en San Pablo, conoció y convivió con los grandes artistas del momento: Picasso, Braque, Matisse y Léger. Con cada obra que veía, su espíritu creativo se nutría. Influencias.
Al regresar a Brasil se propuso retratar a su país. Pintó favelas, obreros, soldados, marineros y fiestas populares. Pero no era sólo pintor, también un intelectual que podía conversar de los temas más precisos de la filosofía, la literatura y el arte. Le interesaba también la política, por lo que se afilió al Partido Comunista, lo cual le causó persecuciones durante la Revolución Constitucionalista.
Y en esa necesidad de pintar la cotidianidad de su país es que llega Cinco chicas de Guaratinguetá. Es de 1930 y permanece hoy en el Museo de Arte de São Paulo. Es un óleo sobre lienzo con fuertes contrastes cromáticos. Cinco mulatas, todas con sombrero y en diferentes planos, posan para esta obra que se convirtió en un símbolo de Brasil.
III
¿Quién son estas mujeres? Las cuatro de adelante: Áurea Pinto, Ayola García, Albertina Ribeiro de Barros y Ana Ariel. Al fondo, en la ventana, su madre Benedita França Pinto, una mujer preciosa que, según se cuenta, todos los que pasaban y la veían quedaban instantáneamente enamorados.
Un día, cuando Di Cavalcanti fue al circo de Abelardo Pinto Piolín, más conocido como el Payaso Piolín, este le contó cómo fue que terminó con su esposa, la hermosa Benedita. El pintor abrió los ojos y oyó con atención la historia. El circo, que iba de ciudad en ciudad, llegó en 1918 a Guaratinguetá. Cuando el payaso la vio sentada en primera filo quedó perdidanamente enamorado. Y gracias a su humor logró conquistarla.
Pero el amor era imposible: él era un payaso. ¿Cómo podría convencer a la familia para que acepte el amor que sentían? No les quedó otra que huir. Hay canciones en Brasil que relatan esta historia. Así fue que se escaparon, se casaron y tuvieron cinco hijas. Todas hermosas mulatas.
Conmovido por el relato, Di Cavalcanti le propuso pintarlas. Así nació este gran cuadro que mezcla el cubismo europeo con los vivaces colores latinoamericanos. Una verdadera belleza.
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