Una sociedad hastiada, camino a una Revolución. A la distancia, el cuadro Procesión de Pascua en la región de Kursk del realista ruso Iliá Repin no admite espacio para otras lecturas. En ese momento fue una representación de lo cotidiano, del poder del clero y las milicias, de la devoción de un pueblo que sigue a sus líderes aún en las condiciones más difíciles. Toda una oda a la fidelidad. Mala lectura.
Repin fue un pintor y escultor de origen ucraniano, que perteneció al movimiento de los Itinerantes, que se oponía a la Academia oficial y que también contó con Ivan Kramskoi, Vladímir Makovski, Konstantín Savitski y Vasily Perov, entre otros. El nombre se debe a que trasladaban sus cuadros llevándolos a las provincias, algo que los dotó de notable popularidad.
Los itinerantes denunciaron las insufribles condiciones de vida de un pueblo que, pese a la abolición de la servidumbre en 1861, vivía pisoteado por las condiciones que se le imponían desde los espacios de poder.
Con la crudísima pintura Los sirgadores del Volga obtuvo reconocimiento y planteó los ejes de su obra: una crítica hacia el estado de las cosas. En esa caso, era sobre las condiciones laborales y en Procesión de Pascua... realiza un planteo coral inaudito hasta entonces: un retrato de la sociedad toda y su funcionamiento.
Al frente de todo va el ídolo, llevando en andas, pero no se sabe bien qué es, ni cómo, pero parece no importar, solo sabemos que está profusamente adornado y su colorido contrasta con el de las personas que lo siguen. Entre los cargadores de la pieza religiosa se encuentra un borracho, detalle que que causó cierta controversia entonces.
También contrasta es el sacerdote -de mejillas coloradas, acomodándose el pelo entre el narcisismo y el calor- quien es el único que puede caminar con cierto espacio alrededor, sin mezclarse con la chusma, tenga dinero o no. Lo rodean las familias adineradas, los terratenientes, fáciles de reconocer por la ropa.
Se observan algunas personas a caballo, todas miembros de la jerarquía militar, quienes son el cerco, hoy serían el muro, para mantener el status quo: el pueblo no debe mezclarse con las clases altas. En ese límite imaginario, se ve incluso a uno golpear con el rebenque a alguien en la turba que, quizá, sobrepasó sus territorio.
En ese sentido, Repin construye un meta relato dentro del gran relato: el niño de muletas de la izquierda intenta avanzar más allá de lo permitido, lo que puede ser leído de manera “literal” o como una metáfora de escalonamiento social. Y deja en claro, por las ropas, que el militar que le impide el paso no dista mucho en la escala social del propio niño. El escenario es polvoriento, agotador, no hay belleza en ese discurrir, solo esfuerzo -por lo menos por la parte del pueblo.
Las obras de Repin estaban cargadas de una profundidad psicológica admirable, con una riqueza de lecturas que resulta imposible dejar de apreciarlas. Otra muestra formidable de esto es Cosacos zaporogos escribiendo una carta al Sultán turco -paradójicamente comprada por el zar Alejandro II, que ignoraba que resaltaba el espíritu de una república asamblearia.
Gran retratista de personalidades -León Tolstói, entre ellos- para 1900, realizó por encargo del gobierno su obra de mayor tamaño: un óleo de 400 por 877 centímetros representando una sesión solemne del Consejo de Estado del Imperio ruso. Con la llegada de los soviet, y ya en sus años finales, se obra comenzó a ser estudiada y se convirtió en el ejemplo a seguir por los artistas del realismo socialista. Salvo un retrato del primer ministro del gobierno provisional, Aleksandr Kérenski, no realizó obra en torno a la Revolución de 1917 ni sobre el gobierno soviético.
El óleo sobre tela Procesión de Pascua en la región de Kursk, realizado entre 1880 y 1883, pertenece a la Galería Estatal Tretiakov, en Moscú, que conserva el principal acervo de artes rusas en el mundo.
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