Adelanto de “Una estética del pudor”, de Juan Villegas

El cineasta argentino, director de “Los suicidas” y “Las Vegas”, entre otras, escribió esta reflexión autobiográfica, a partir de la participación del cantor Raúl Berón en la orquesta de Anibal Troilo. Publica Indie Libros

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"Una estética del pudor" (IndieLibros), de Juan Villegas
"Una estética del pudor" (IndieLibros), de Juan Villegas

Capítulo 1

¿Por qué me gusta Raúl Berón? ¿Por qué me gusta la orquesta de Troilo? ¿Por qué me gusta el tango? Todavía no lo sé.

Tengo 9 o 10 años. Estoy en la parrilla del fondo de mi casa en Hipólito Yrigoyen 3775 en el barrio de Florida. Estamos en el 81 o en el 82. Mi tío Silvio está preparando el fuego para un asado familiar. Como muchos domingos al mediodía, sobre todo si hay buen tiempo, nos juntamos a comer en casa. No me acuerdo por qué no es mi abuelo Abraham el que está haciendo el asado. En esos años él todavía estaba vivo y nadie más se ocupaba de eso. ¿Será que me estoy confundiendo y mi abuelo ya estaba muerto? Si así fuera, yo ya tengo 14 o 15 años, porque mi abuelo se murió en 1985. Pero no me cierra la escena. Porque yo soy chico todavía y el que está haciendo el asado es mi tío Silvio.

Yo estoy al lado; miro y acompaño. Silvio prende la radio y escuchamos tangos. Juega a adivinar los títulos, las orquestas, el cantor y los autores de la letra y la música. Yo hoy hago lo mismo con mis hijos cuando vamos en el auto. ¿Hago lo mismo porque repito aquello que hacía mi tío? ¿O inventé el recuerdo de mi tío haciendo eso porque es lo que yo hago ahora? Manu y Feli a veces se divierten conmigo y festejan mis aciertos; otras veces se fastidian y me piden que ponga otra cosa. No se si voy a conseguir que les guste el tango o que lo terminen odiando. Creo que lo más probable es que no influya para ninguno de los dos lados. Es bastante absurda la idea de que se pueden transmitir los gustos de padres a hijos. Lo más común, en cambio, es que se genere el efecto contrario: el rechazo. Sin embargo, ya logré que Felipe reconozca la voz de Gardel. Parece poco, pero es muchísimo.

Me resulta fácil pensar que mis hijos van a odiar el tango. O al menos lo van a ignorar. ¿Por qué van a adoptar una música que tuvo su época de esplendor hace más de setenta años? Además, al tango se lo suele asociar con algo antiguo y pasado de moda. Eso es algo que por ejemplo no pasa con el rock. Es curioso, porque el rock tuvo su gloria apenas unas décadas después que el tango. Quiero decir: pasado ya tanto tiempo, podríamos decir que el tango y el rock son casi contemporáneos. En un sentido estrictamente cronológico, si lo pensamos en relación con nuestro presente, el tiempo del tango y del rock están relativamente unidos en un mismo pasado lejano. Y sin embargo el rock tiene, todavía, frente a las nuevas generaciones, un aura de modernidad y juventud del que el tango carece.

Raúl Berón
Raúl Berón

Por otro lado, más allá de las distintas generaciones, se suele sugerir que el tango es una música para gente grande. Está ese viejo refrán que dice que “el tango te espera”. Ahora que lo pienso, ese refrán no debe ser tan viejo. En la década del 40, el tango era ejecutado y escuchado por jóvenes. Troilo debutó como director de orquesta a los 23 años y venía tocando en distintas formaciones desde que tenía 11. Pugliese integró un trío cuando tenía 15 años y a los 21 ya era pianista de la orquesta de Pedro Maffia. Raúl Berón debutó como cantor en la orquesta de Miguel Caló cuando tenía solo 19 años. Cátulo Castillo compuso Organito de la tarde cuando tenía 17, Celedonio Flores escribió Margot cuando tenía 23. Y así hay miles de historias. Supongo que la frase “el tango te espera” se debe haber inventado cuando el tango ya había entrado en crisis, entre las décadas del 60 y el 80. Hace un par de años, Pablo Gianera escribía acerca de esto en una columna de La Nación: “Si el tango espera es porque no acompaña, o por lo menos no lo hace todavía. Está en un punto fijo, el punto de la espera, hacia el cual, según promete la frase, nos iremos acercando en la medida en que esa espera no terminaría idealmente nunca. Pero ese punto, la espera del tango, está en el pasado. Ir hacia él es volver sobre los propios pasos.” Gianera tiene razón al encontrar un sentido más complejo a la frase. Además de sugerir que nosotros siempre podemos llegar al tango, estaría indicando que el tango ya no puede avanzar más. Pero incluso en su interpretación literal es una frase muy fallida y que posiblemente le haya hecho más daño al tango de lo que se cree. Es bastante zonza la idea de que hace falta haber vivido varias décadas para decidir que Fiorentino canta mejor que Echagüe. Cuando yo tenía 14 años ya me gustaban los versos evocativos y la amabilidad de Manzi, pero rechazaba los tangos quejosos y declamativos. Mucho antes de haber besado a una mujer, podía emocionarme al escuchar el vals Pedacito de Cielo, del otro Homero (Tal vez se enfrió con la brisa / tu cálida risa, / tu límpida voz... / Tal vez escapó a tus ojeras / la reja, la hiedra / y el viejo balcón... / Tus ojos de azúcar quemada / tenían distancias / doradas al sol...); y podía presentir el dolor por el paso del tiempo cuando escuché por primera vez Nada (Nada, nada queda en tu casa natal / Solo telarañas que teje el yuyal / Y el rosal tampoco existe / Y es seguro que se ha muerto al irte tu). Definitivamente, la idea de que “el tango te espera” es una gran tontería. Me atrevo a afirmar, incluso, la teoría opuesta: los adultos sólo podemos apreciar el tango si lo hemos escuchado desde que éramos muy chicos.

Volvamos entonces a 1981 (o 1982) y a esa parrilla. Quiero recordar que mi tío Silvio está tomando un vaso de vino tinto y saca un Particulares del paquete arrugado casi vacío, mientras revisa que no se pase la tira de asado y hace tiempo para que llegue la hora de comer. Tal vez me mira y piensa en los hijos que ya está pensando en tener con mi tía Betty. Quiero pensar que es feliz, que la está pasando tan bien como yo. No lo puedo saber. Pero sí sé que acierta bastante con los tangos que pasan en la radio, mucho más que yo ahora cuando juego con mis hijos en el auto y puedo llegar a confundir a Floreal Ruiz con Marino (error imperdonable) o no diferenciar la orquesta de Caló de la de Francini-Pontier (falla admisible). En cambio, Silvio es un verdadero experto. Yo lo veo como un tipo grande, por lo que me parece lógico que sepa tanto. Me pongo ahora a calcular cuántos años tenía y me sorprendo. Mi mamá nació en 1945. Y siempre recuerdo que ella le lleva 14 años a Betty, su hermana menor. O sea que Betty es del 59. Silvio, el marido de Betty, tenía dos o tres años más que ella. Me acuerdo que siempre contaba que había zafado de la colimba, porque quedó entre las clases exceptuadas cuando se pasó de hacerla a los 21 a hacerla a los 18. Busco en google el dato y confirmo que las clases que zafaron fueron la 56 y 57. Entonces Silvio tiene, en ese mediodía de Florida, no más que 25 años. Ahora que lo pienso, tal vez ni siquiera era el marido de Betty. Tal vez solo eran novios.

Juan Villegas
Juan Villegas

Sigo dudando con las fechas y edades exactas. Tal vez esta escena nunca sucedió y solo la estoy imaginando ahora. Pero es real el recuerdo de mi admiración hacia Silvio por todo lo que sabía. Para un chico sin padre desde los cuatro años era obvio que cualquier hombre que mostrara interés en mis cosas captaría mi atención. Obviamente en ese momento no me daba cuenta de nada de eso; solo me gustaba acompañarlo y aprender sobre orquestas, cantores y letristas. Pero también aprendí a formarme un gusto en oposición a los suyos. El tango favorito de Silvio era Pasional. Se sabía la letra de memoria y la repetía constantemente. Supongo que la versión que me hacía escuchar era la de Alberto Morán con Pugliese. La busco en youtube y confirmo por qué nunca pude sumarme a su adoración por Pasional. La orquesta suena correcta, como siempre con Pugliese, pero el sonido me resulta obvio, demasiado enfático. La orquestación de Pugliese suele llevar todo hacia un lugar como metálico, que no llega al nivel machacoso del peor D’Arienzo pero que me resulta redundante y poco interesante. Entiendo que es una buena orquesta para bailar, pero a mí no me gusta bailar. Ni siquiera me gusta ver cómo otros bailan el tango. Para mí, el tango es para escucharlo.

Pero hay algo más: no me gustan sus cantores. Ni Montero, ni Morán, ni Chanel, ni Maciel. Me gusta un poco Jorge Vidal, pero más que nada su época como solista acompañado con guitarras. Siento que los cantores de Pugliese son demasiado estridentes, que subrayan los sentimientos que sugieren las letras, que elevan la voz más de lo necesario, que no confían en las sutilezas y en los sobreentendidos. En el caso de Pasional, para colmo, la letra es todo lo que no me gusta del tango. ¿Cómo cantar bien estos versos imposibles?: “¿Por qué me habré de sangrar / si en cada beso te siento desmayar? / Sin embargo me atormento / porque en la sangre te llevo.” O estos otros: “Te quiero siempre así... estás clavada en mí / como una daga en la carne. / Y ardiente y pasional... temblando de ansiedad / quiero en tus brazos morir.” Si uno no supiera que se trata de un tango podría pensar que es la letra de un bolero. Y en un bolero tal vez quedaría bien. Hay algo en la lógica melódica de los boleros, en su suavidad blanda y directa, que genera un contraste feliz con las letras trágicas y lamentosas. El carácter rítmico del tango, con su compás marcado e insistente, requiere letras con una poética de la sugerencia y lo no dicho. Las buenas letras de tango son elípticas; encuentran su eficacia en la evocación de imágenes más que en la expresión directa de las pasiones.

Le debo a mi tío Silvio una gran parte de mi gusto por el tango, pero en esos años, aún siendo muy chico, no me gustaba Pasional. Yo ya ejercía, teniendo solo 9 o 10 años, una política estética del pudor.

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