Giorgio Agamben: “La ciencia puede producir superstición y miedo o, en cualquier caso, usarse para difundirlos”

En “La epidemia como política”, el filósofo italiano reflexiona en torno a la crisis sanitaria mundial, ingresando a sus consecuencias éticas como sociales. Infobae Cultura publica un adelanto

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"La epidemia como política" (Adriana
"La epidemia como política" (Adriana Hildago), de Giorgio Agamben

Reflexiones sobre la peste

27 de marzo de 2020

Las siguientes reflexiones no se refieren a la epidemia, sino a lo que podemos entender a partir de las reacciones que esta suscita en los seres humanos. Es decir, se trata de reflexionar sobre la facilidad con que toda una sociedad ha aceptado sentirse apestada, aislarse en casa y suspender sus condiciones de vida normales, sus relaciones laborales, la amistad, el amor y hasta las convicciones religiosas y políticas. ¿Por qué no hubo protestas y oposiciones, como ciertamente era posible imaginar y como de ordinario sucede en estos casos? La hipótesis que me gustaría proponer es que de algún modo, aunque no fuese más que de manera inconsciente, la peste ya estaba allí y que, evidentemente, las condiciones de vida de las personas se habían vuelto tales que alcanzó con una señal repentina para que se presentaran como lo que ya eran, es decir, intolerables, precisamente como una peste. Y este, en cierto sentido, es el único dato positivo que puede extraerse de la situación actual: es posible que, más adelante, la gente comience a preguntarse si la forma en que vivía era la correcta.

Otro tema sobre el cual no es menos importante reflexionar es la necesidad de religión que la situación provoca. Indicio de ello es la terminología tomada del vocabulario escatológico, en el pertinaz discurso de los medios de comunicación, que, para describir el fenómeno, recurre obsesivamente, sobre todo en la prensa estadounidense, a la palabra “apocalipsis”, y a menudo evoca de manera explícita el fin del mundo.

Una mujer con una máscara
Una mujer con una máscara pasa por un túnel de saneamiento en un centro comercial en India (REUTERS / Anushree Fadnavis)

Es como si la necesidad religiosa, que la Iglesia ya no es capaz de satisfacer, buscara a tientas otro sitio donde establecerse y lo encontrara en la que de hecho se ha vuelto la religión de nuestro tiempo: la ciencia. Esta, como toda religión, puede producir superstición y miedo o, en cualquier caso, usarse para difundirlos. Nunca antes se había asistido al espectáculo, típico de las religiones en momentos de crisis, de opiniones y prescripciones diferentes y contradictorias, que van desde la posición herética minoritaria (aunque representada por prestigiosos científicos) de quienes niegan la gravedad del fenómeno hasta el discurso ortodoxo dominante que lo afirma y, sin embargo, a menudo diverge radicalmente en cuanto al modo de tratarlo. Y, como siempre en estos casos, algunos expertos o quienes se autodenominan tales logran asegurarse el favor del monarca, quien, como en los tiempos de las disputas religiosas que dividieron al cristianismo, toma partido según sus propios intereses por una u otra corriente e impone sus medidas.

Otro hecho que da que pensar es el evidente colapso de toda convicción y fe comunes. Se diría que los seres humanos ya no creen en nada, excepto en la existencia biológica desnuda que ha de salvarse a toda costa. Mas el miedo a perder la vida sólo puede fundar una tiranía, el monstruoso Leviatán con su espada desenvainada.

Por esta razón –cuando se declare el fin de la emergencia, de la peste, si esto alguna vez llega a hacerse–, no creo que sea posible, al menos para aquellos que han mantenido un mínimo de lucidez, volver a vivir como antes. Y quizás este sea hoy el mayor motivo de desesperación, aunque, como se ha dicho, “sólo se nos ha dado la esperanza por el bien de aquellos que no tienen esperanza”.

Los fieles se sientan a
Los fieles se sientan a mantener el distanciamiento social el primer día de reapertura de los lugares de culto en la Catedral de Westminster en Londres, Gran Bretaña (REUTERS / Toby Melville)

Distanciamiento social

6 de abril de 2020

“No sabemos dónde nos espera la muerte, esperémosla en todas partes. Meditar sobre la muerte es meditar sobre la libertad. Quien ha aprendido a morir, ha desaprendido a servir. Saber morir nos libera de toda sumisión y de toda coerción”.

Michel de Montaigne

Dado que la historia nos enseña que todo fenómeno social tiene o puede tener implicaciones políticas, resulta oportuno prestar atención al nuevo concepto que ha ingresado hoy en el léxico político de Occidente: “distanciamiento social”. Si bien el término probablemente se ha acuñado como un eufemismo respecto de la crudeza del término “confinamiento” empleado hasta ahora, es necesario preguntarse cuál sería el ordenamiento político que podría basarse en aquel término. Esto es mucho más urgente dado que no se trata sólo de una hipótesis puramente teórica, si es cierto, como empieza a expresarse desde muchos sectores, que la actual emergencia sanitaria puede ser tomada como el laboratorio donde se preparan las nuevas estructuras políticas y sociales que esperan a la humanidad.

A pesar de que hay imprudentes, como siempre sucede, que sugieren que tal situación de seguro puede considerarse positiva y que las nuevas tecnologías digitales permiten desde hace tiempo comunicarse felizmente a distancia, no creo que una comunidad basada en el “distanciamiento social” sea humana y políticamente vivible. En cualquier caso, sea cual sea la perspectiva, me parece que es sobre este tema que deberíamos reflexionar.

Personas intentan mantener la distancia
Personas intentan mantener la distancia social mientras disfrutan de un día cálido en Brooklyn, Nueva York (REUTERS / Eduardo Munoz)

Una primera consideración atañe a la naturaleza de veras singular del fenómeno que han producido las medidas de “distanciamiento social”. Canetti, en esa obra maestra que es Masa y poder, define la masa en que se basa el poder a través de la inversión del miedo a ser tocado. Mientras que las personas suelen temer ser tocadas por un extraño y todas las distancias que establecen a su alrededor surgen de este temor, la masa constituye la única situación en que este miedo se convierte en su opuesto. “Sólo inmersa en la masa puede la persona redimirse del temor al contacto [...] Desde el momento en que nos abandonamos a la masa, no tenemos miedo a ser tocados por ella [...] Quienquiera que se nos pegue es igual a nosotros, lo sentimos como nos sentimos a nosotros mismos. De pronto, es como si todo ocurriera dentro de un único cuerpo [...] Esta inversión del miedo a ser tocado es peculiar de la masa. El alivio que se extiende en ella alcanza una medida tanto más evidente cuanto más densa es, precisamente, la masa”.

Ignoro qué habría pensado Canetti de la nueva fenomenología de la masa que tenemos enfrente: las medidas de distanciamiento social y el pánico sin duda han creado una masa, pero una masa, por así decirlo, invertida, conformada por individuos que se mantienen a toda costa distanciados unos de otros. Una masa que, por tanto, no es densa, sino dispersa y que, sin embargo, sigue siendo una masa si se define, como señala Canetti poco después, por su uniformidad y pasividad, en el sentido de que “un movimiento en verdad libre en modo alguno sería posible para ella [...] pues espera, ella espera un líder, que debe mostrársele”.

Carteles de distancia social en
Carteles de distancia social en conos en Liverpool, Gran Bretaña (REUTERS / Phil Noble)

Algunas páginas más adelante, Canetti describe la masa que se forma mediante una prohibición, “en la cual muchas personas reunidas se niegan a hacer lo que hasta ese momento habían hecho como individuos. La prohibición es repentina: se la imponen a sí mismos [...] de cualquier manera la prohibición los afecta con la mayor fuerza. Es categórica como una orden; para ella, con todo, lo decisivo es su carácter negativo”.

Es importante no pasar por alto que una comunidad basada en el distanciamiento social no tendría nada que ver, como ingenuamente podría creerse, con un individualismo llevado al exceso: sería, justamente por el contrario, como la que vemos hoy a nuestro alrededor, una masa dispersa y basada en una prohibición, pero, precisamente por este motivo, particularmente compacta y pasiva.

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