El sábado 25 de julio pasado murió el pianista y compositor Manolo Juárez, de 83 años, en la Fundación Favaloro, donde llevaba poco más de un mes internado por diversos problemas de salud. “Lamentamos comunicar que a las 14.40 del sábado 25 de julio falleció el pianista y compositor Manolo Juárez en la Fundación Favaloro. En su último momento pidió escuchar Chopin. Estaba acompañado de sus hijos Mora y Pablo, quienes le sostuvieron la mano hasta su último aliento”, comunicó la familia del artista.
Luego de una semana, el lunes 3 de julio, su hija publicó una carta abierta titulada “La pandemia no justifica en abandono”. Allí explica que, tras la muerte de su padre, comenzó a hacerse preguntas respecto de los tiempos que estamos viviendo. “¿Cuál es el protocolo adecuado para aplicar a adultos mayores?”, es una de ellas y da un dato clave: “No fue internado por Covid-19, sino por una afección cardíaca. Permaneció en terapia intermedia por una semana, y antes de su intervención quirúrgica, le realizaron el hisopado que el protocolo exige. Este sistema tan restrictivo, el que ‘nos cuida', o el que ‘los cuida', no lo salvó de que se contagiara el virus dentro de la misma ‘fortaleza’”.
También se refirió a una definición que escuchó de Facundo Manes, la empatía emocional “Mientras lo escuchaba, reflexionaba acerca del diseño del protocolo. ¿Forma parte del mismo la empatía emocional? ¿La Humanidad? Creo que sólo aquellos que han tenido a su cuidado un adulto mayor, pueden comprender cabalmente lo que intento escribir. Señores, un adulto mayor es, por lo general, altamente dependiente afectivo de su entorno, de sus hábitos, dependiente del amor (mucho más que en cualquier otro momento de nuestras existencias). Demasiada vulnerabilidad, demasiada fragilidad, demasiada resignación ante lo inexorable. Escuché decir ‘son muy demandantes’ Síííí… Señores! La escasa movilidad y la excesiva fragilidad de sus cuerpos demandan atención”, agrega Mora Juárez.
“Si no pueden ocuparse, permitan que junto al adulto mayor se interne el familiar, que conoce sus más intrínsecas necesidades. Así les prometo no serán víctimas de sus demandas”, propone y cuenta del trabajo que se hace en el Hospital Rossi de La Plata que, según sus palabras, “ha comprendido acabadamente estas circunstancias y ha generado un protocolo en el que el adulto mayor es respetado y tenido en cuenta en toda su dimensión, permitiendo que un familiar, previo acuerdo de responsabilidad se interne junto al paciente”.
“Señores, la pandemia viene también a despertarnos, a sacudir la estructuras rígidas y obsoletas. Viene a explicar el tan proclamado concepto del espacio óptimo (todo el personal de salud comprende de qué trata este concepto). Reflexionemos: nadie les pide se involucren emocionalmente con el paciente de modo que no puedan atenderlo, pero por favor!!!! El mismo concepto dice óptimo, no abandónico!!! Creo que existe una amplia distancia entre ambos conceptos”, continúa.
Cuando Mora llevó a su padre a la clínica el 25 de junio, él estaba bien: caminaba, hablaba, incluso el día anterior había estado componiendo. “En el viaje me preguntó si me gustaba comer pizza con él los viernes. También me recordó que tenía que hablar con Diego Fischerman por cosas que no le terminó de contar, y que estaba preocupado por Gaby Plaza, ya que nunca comprendió la razón del diario para desvincularlo. Cuando ingresó por guardia, nadie me comunicó que no lo iba a abrazar hasta un mes después. Nadie nos anticipó que al internarse se ponía en funcionamiento el tan mencionado protocolo de pandemia, ese tan cruel que no nos permitió ni un beso de despedida, ni poder explicarle el motivo de su internación, ni el modo en que permaneceríamos en contacto, para aunque fuera, se supiese sostenido a la distancia”.”
“Hablé, hablé y hablé. Pedí verlo con protección, inclusive antes de saber que ya era portador del virus. Nunca entendí por qué podía entrar el cafetero (y ojo que no tengo nada en contra del cafetero, pues me encanta el café). Sin embargo, su familia no podía, estaba impedida. Parecería que el bicho lo portan sólo los familiares”, dice con dolor.
“En fin…. Lo operaron del corazón, le realizaron las diálisis que su insuficiencia renal exigía, se contagió un germen (lo trataron también por ello); le bajó la presión, iba y venía de internación de piso a terapia intensiva, y así varias veces. Siempre, siempre aislado de sus familiares. Durante algunos días no pudimos ni tomar contacto telefónico con él. En algunas oportunidades, algunas enfermeras nos atendían y nos decían -como si estuviesen cometiendo un delito-: ‘yo le voy a dar el teléfono a su padre para que pueda hablarles, le va a hacer bien, pero no le cuenten a nadie…‘. Esas almas que sí practicaban la mentada empatía emocional, aquellas humanizadas, temían las reprimendas de sus inconductas”.
En los últimos días de vida, Manolo Juárez estaba débil y necesitaba ser asistido para comer y beber agua. “La pandemia no justifica el abandono”, repite Mora Juárez y agrega: “A mí papá, lo fueron matando de a poco. Paradójico. Tanta insistencia logró su fruto. Lo pudimos ver un día antes de su partida. Su última frase fue que tenía vergüenza de que lo viese así. Quedé en shock. Su estado era terrible. La pandemia, el virus y la aplicación de un protocolo despiadado no justifica la falta de amor y cuidado hacia las personas. Me pregunto si el personal de salud, que hoy es nuestra bandera, se ha convertido en una máquina estricta desprovista de humanidad.
“A mi papá ya no me lo devuelven… pero señores: debemos exigir un cambio que nos conduzca hacia la práctica de una medicina humanizada. A mí papá lo mató un sistema perverso. Leí que lo mismo sostuvo hace unos meses el actor Marcelo Mazzarello, pues su padre permaneció también internado en situaciones de extremo descuido. Y también a la periodista Fernanda Iglesias, cuya abuelita falleció sin poder tener contacto con su familia, padeciendo un destrato o maltrato del personal de salud, que también impidió en su caso el contacto telefónico y personal con ese familiar tan amado”.
“Nadie nos devuelve a nuestros familiares. Pero señores, la muerte no puede pasar inadvertida. El abandono no puede ignorarse”, concluye en una carta sentida, conmovedora, donde hay enojo, hay tristeza, pero también hay optimismo. Es una moción a que las cosas cambien. “Mi viejo murió del corazón, no de coronavirus. Murió por un sistema que lo apagó, lo devastó y lo abandonó”.
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