Tal vez algún lector (o pintor, o poeta) haya asumido que André Breton, el sumo pontífice del surrealismo, fue también el fundador del movimiento –no es para menos: Breton escribió el Manifiesto Surrealista y dirigió con mano férrea y rigidez en los postulados del colectivo de vanguardia. Sin embargo, no es así. El fundador del surrealismo tuvo otros compañeros de ruta, como Robert Desnos, que en sus sesiones de sueño introducía el término “surrealista”, se convirtió según el mismo Breton un surrealista avant la lettre y fue –durante esos primeros años de experimentación, unidad con la lucha política y vida en libertad– un experimentado practicante de la hipnosis. Había nacido con el siglo XX que se aventaba y fallecido en 1945 en un campo de concentración nazi. Aunque más que “fallecido” corresponde escribir “asesinado” hace ya 75 años.
Desnos respondía a la máxima de Breton acerca de la generación que se había formado en un mismo imaginario y unas mismas costumbres que dieron pie al surrealismo. Desde la “memoria parlante” de un niño que escucha las multitudes de un 1º de mayo en París al cine naciente, que Desnos definió así: “Para nosotros, sólo para nosotros, los hermanos Lumière inventaron el cine. En el cine estábamos en casa. Esa oscuridad era la de nuestro dormitorio antes de dormirnos. La pantalla era lo mismo que nuestros sueños”.
A los 16 años abandonó la casa de sus padres y comenzó a frecuentar el círculo de artistas nucleados alrededor de la revista Adventure, que reunía a una intelectualidad socialista y al núcleo duro del dadaísmo francés: Tristan Tzara, Breton, Crevel, Picabia, Louis Aragon -que evolucionaría al estalinismo y formaría parte del Comité Central del Partido Comunista Francés- eran algunos de sus miembros.
Una vez conformado el surrealismo y difundido su manifiesto, Desnos se destacó no sólo por su poesía, sino también por las sesiones de hipnosis a las que se sumaban hombres y mujeres del movimiento, que en medio del estado onírico se dedicaban a la profecía y la escritura de poemas y vivían radiantes jornadas de surrealismo.
Cuento de hadas
Había una vez (y fueron tantas veces)
un hombre que adoraba a una mujer.
Había una vez (la vez fue muchas veces)
que una mujer a un hombre idolatraba.
Había una vez (lo fue muchas más veces)
una mujer y un hombre que no amaban
o aquel o aquella que los adoraban.
Había una vez (tal vez solo una vez)
una mujer y un hombre que se amaban.
“Una epidemia de sueño se abatió sobre los surrealistas”, diría Aragon, que observaba cómo la plana mayor del movimiento se reunía en la casa de André y Simone Breton y se dedica a soñar despiertos. Iban Crevel, Eluard y Gala, Morise, Man Ray, entre otros.
En 1930 llegó la rebelión. Breton se había divorciado de Simone Kahn y prohibía que los surrealistas mantengan contacto con ella. Desnos impulsó un manifiesto contra Breton llamado Un cadáver y el vínculo se quebró para siempre. Breton (así de férrea era la disciplina que imponía) dispuso que el verso clásico no tenía lugar en el movimiento, sino solo el verso libre. Desnos se opuso y fue expulsado del surrealismo. No quedó solo.
El cementerio
Aquí estará mi tumba, y sólo aquí, bajo tres árboles.
Recojo sus primeras hojas primaverales
Entre un zócalo de granito y una columna de mármol.
Recojo sus primeras hojas primaverales,
Pero otras hojas nacerán de la feliz podredumbre
De este cuerpo que, si puede, vivirá cien mil años.
Pero otras hojas nacerán de la feliz podredumbre,
Pero otras hojas se ennegrecerán
Bajo la pluma de los que cuentan sus aventuras.
Pero otras hojas se ennegrecerán
Con una tinta más líquida que la sangre y que el agua de las fuentes:
Testamentos incumplidos, palabras que se pierden más allá de los montes.
Con una tinta más líquida que la sangre y que el agua de las fuentes,
¿Podré yo defender mi memoria del olvido
Como una jibia que huye perdiendo la sangre, perdiendo el aliento?
¿Podré yo defender mi memoria del olvido?
Desnos empezó un programa radial en Radio-París que adquirió gran popularidad y que sigue la consigna que él mismo se imponía de llegar a las masas con su arte. Así desarrollaba el contacto con sus radiooyentes. Hasta que llegó Vichy y el gobierno de ocupación del mariscal Petain. Claro que se opuso y pronto, en 1940, ingresó en la Resistencia, pero no tenía el cuidado que la actividad clandestina requiere. Festejaba a viva voz sus hazañas en los cafés parisinos, mientras vivía un amour fou con su amada Youki Foujita. Esa actitud también lo llevó a realizar polémicas con el pro-nazi Louis Ferdinand Celine. Discusiones en las que se enfrentaba con el fascismo.
En 1944, la tragedia llegó. Fue buscado por los fascistas en su hogar, detenido y comenzó un derrotero por distintos campos de exterminio del nazismo: Auschwitz, Buchenwald, Flossenburg, Flöha y finalmente Terezin. Allí, en 1945, murió a pocos días de que las tropas soviéticas liberaran el campo de exterminio. Había muerto, asesinado, víctima del tifus y el fascismo. En un bolsillo de su chaqueta de prisionero aguardaba la libertad para llegar a las manos de Yuki un poema, tal vez uno de los poemas más potentes del surrealismo. Dice así:
Tanto soñé contigo,
caminé tanto, hablé tanto,
tanto amé tu sombra,
que ya nada me queda de ti.
Sólo me queda ser la sombra entre las sombras
ser cien veces más sombra que la sombra
ser la sombra que retornará y retornará siempre
en tu vida llena de sol.
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