“Preso sin nombre, celda sin número”: capítulo 6

Infobae reproduce el histórico libro en el que el periodista Jacobo Timerman denunció en 1981 a la dictadura militar argentina, luego de ser secuestrado, torturado y obligado a dejar su país. Las obras que ilustran los textos son del artista argentino Carlos Alonso

"Carne de Primera", de Carlos Alonso (Pablo Messil)

Me ordenan colocarme de espaldas a la puerta. Me vendan los ojos. Estoy “tabicado”, según la jerga policial. Me han colocado un “tabique” sobre los ojos. Me sacan de la celda. Recorro un largo trecho empujado por atrás y dirigido por alguien que cada tanto me toma por los hombros y coloca en la dirección que debo caminar. Doy muchas vueltas, pero mucho tiempo después, cuando estaba en arresto domiciliario, un policía comenta que seguramente el trecho que recorría era muy breve y que me hacían dar vueltas por un mismo lugar.

Oigo un rumor de voces y tengo la impresión de que estoy en alguna habitación grande. Supongo que me harán desvestirme para una sesión de tortura. Me sientan vestido, sin embargo, en una silla, y atan los brazos al respaldo. Comienzan a aplicarme descargas eléctricas que me llegan a la piel a través de las ropas. Es muy doloroso, pero no tanto como cuando me acuestan desnudo y rocían con agua. Sin embargo, al sentir la descarga sobre la cabeza, pego unos grandes saltos y aúllo.

No hacen preguntas. Simplemente es una catarata de insultos de todo calibre, que sube de tono a medida que pasan los minutos. De pronto una voz histérica comienza a gritar una sola palabra: “Judío, judío . . . judío”. Los demás se le unen y forman un coro batiendo palmas, como cuando éramos niños y en el cine la película de Tom Mix salía de cuadro. Batíamos palmas y gritábamos “Cuadro . . . Cuadro”.

Están muy divertidos ahora, y se ríen a carcajadas. Alguien intenta una variante, mientras siguen batiendo palmas: “Pito cortado . . . Pito cortado”. Entonces van alternando mientras siguen batiendo palmas: “Judío . . . Pito cortado . . . Judío . . . Pito cortado”. Creo que ya no están enojados, se divierten.

Doy saltos en la silla, y aúllo mientras las descargas eléctricas continúan llegando a través de las ropas. En uno de los estremecimientos caigo al suelo arrastrando la silla. Se enojan como niños a quienes se les ha interrumpido un juego, y vuelven a insultarme. La voz histérica se impone sobre todas las demás: “Judío . . . Judío . . .”

Le pregunto a mi madre por qué nos odian tanto. Tengo 10 años. Vivimos en uno de los barrios pobres de Buenos Aires, en una habitación, mis padres, mi hermano y yo. Hay dos camas, una mesa y un armario. Es un gran inquilinato, y mi madre está preocupada porque somos los únicos judíos. Discute constantemente con mi padre, pero el alquiler de una habitación en el barrio judío—”la ciudad”, como dice mi padre—es mucho más costoso. Mi madre estima que es peligroso no tener amigos judíos.

Estamos en el patio, donde a cada habitación le corresponde un lugar para colocar su cocina. Las cocinas son una especie de estufas a carbón, a la intemperie con espacio para colocar dos ollas. Cuando llueve se cocina dentro de la habitación, en un “Primus”. Acabo de regresar de la carbonería, coloco unos carbones sobre unos papeles. Mi madre prende fuego a los papeles porque un niño no debe jugar con fuego, pero soy yo el que trata de que el carbón se encienda con la ayuda de un cuaderno que utilizo para darle aire.

Hay una gran excitación en el inquilinato, porque este fin de semana comienzan los festejos del Carnaval. Pregunto a mi madre si puedo disfrazarme. No tenemos dinero para comprar un disfraz, ya lo sé, pero mi madre es una buena costurera. Toda la ropa que vestimos mi hermano y yo es cosida por mi madre, pantalones, camisa, ropa interior. Nos compran solamente las medias, porque los zapatos generalmente son regalo de mis primos ricos. Quizás mi madre podría confeccionarme un traje de payaso, de tela blanca. Podría utilizar una sábana vieja, de esas que coloca sobre la mesa, para planchar. También podría ser una capa de pirata, y luego pintarme el rostro con un corcho quemado.

Es el año 1933, y hace cinco años que hemos llegado desde Rusia. Mi madre dice que somos nuevos en la Argentina, “verdes”, pero yo no me siento nuevo. Me habla en idish, y yo le enseño español. Aprende, pero sigue hablándome en idish y me llama “Iankele”. Me avergüenza en todos lados. Pero la traducción al español también despierta sonrisas en la gente: Jacobo es muy judío. Un familiar le había aconsejado que me inscribiera con el nombre de Alejandro, cuando llegamos al país, pero mi padre se opuso.

No tendré disfraz de Carnaval, ni me permitirán jugar y festejar en la calle, porque según mi madre el Carnaval es una fiesta antisemita. La gente se disfraza para demostrar que los judíos no tienen patria, y que están dispersos en todas las naciones, y que visten con la ropa de los demás pueblos. Pero, dice mi madre, si me quiero disfrazar, una linda fiesta para hacerlo y divertirse como gente honrada es Purim.

—¿Y de qué me voy a disfrazar en Purim?

—Te voy a disfrazar de Herzl o Tolstoy, que fueron dos grandes hombres. Irás con una hermosa barba, y mirarás con seriedad a todo el mundo. Y dirás algunas palabras de algunos de los libros que escribieron.

—Pero todos se van a reír de mí.

—Sólo los goim se van a reír. Los judíos no se ríen de la gente inteligente y estudiosa.

—Madre, ¿por qué nos odian?

—Porque no entienden.

Sí, mi madre creía de buena fe que si los antisemitas nos entendieran, dejarían de odiarnos. Pero, ¿entender qué? ¿Nuestra tradición, nuestra religión, nuestra cultura, nuestra personalidad? Nunca me lo dijo.

Se podría suponer que todavía sigo haciendo las preguntas que haría un niño judío de 10 años de edad. Y que me muevo en el mundo de las respuestas de una humilde mujer judía que leía con dificultades y tenía una noción muy vaga del mundo. Pero, acaso, de todas las respuestas que se han dado a la vieja pregunta de por qué nos odian, ¿hay alguna más inteligente que otra, hay alguna válida? Jamás encontré una respuesta que se acercara un poco siquiera al pozo de angustia en que vive el que se siente odiado. No he encontrado respuesta ni en los filósofos, ni en los religiosos, ni en los políticos.

Todo lo que se ha escrito puede iluminar sólo algunas circunstancias. El papel del judío con la producción, con la cultura, con la política. El lugar judío en la sociedad esclavista, en la Edad Media, en el estallido del Renacimiento. El motor judío en la sociedad urbana. La vitalidad judía en las grandes revoluciones. Los judíos que jugaron un papel clave en el pasaje de una época histórica a otra. Las reacciones de los no-judíos en función de sus propios problemas catalizados a través de su relación los judíos. Está todo estudiado, digerido, vuelto a estudiar, repetido, traducido, estudiado una vez más, profetizado, explicado y vuelto a aclarar, y sin embargo cada vez que me acerco al recuerdo de aquella voz gritándome judío en una cárcel clandestina en la Argentina, no logro entender todavía por qué un militar argentino que luchaba—cualesquiera sean los métodos—contra el terrorismo de izquierda, podía sentir tal odio hacia un judío.

No sólo mi madre suponía que una buena explicación podía aclararle a los goim sus interrogantes. No sólo mi madre suponía que nos odiaban porque no nos entendían. En 1935 el gobierno nazi estudiaba las leyes que debían modificar la situación legal de los judíos en Alemania. Los dirigentes de la comunidad judía publicaron importantes avisos en los diarios de Berlín destacando los nombres de los judíos que habían sido condecorados durante la Primera Guerra por su actuación en las filas del Ejército alemán. Sostenía el aviso que los judíos eran buenos ciudadanos alemanes, y que así lo habían demostrado. Poco después, en septiembre de 1935, se votan las leyes de Nuremberg, que anulan la ciudadanía alemana a todos los judíos. Los dirigentes judíos de Alemania creían que todo el problema radicaba en que los nazis no entendían, y que bastaba que se les informara que los judíos eran buenos ciudadanos, incluso algo militaristas, xenófobos, respecto de los franceses y anticomunistas.

En 1936 se disputan las Olimpiadas en Berlín. Algunos miembros de la delegación atlética de los Estados Unidos de América son judíos. Deciden asistir a los Juegos Olímpicos y tratar de superar a los atletas alemanes. Esto demostrará a los nazis que no existe la superioridad aria, que los judíos no son inferiores a los demás seres humanos.

Preparando este libro, he acumulado miles de datos, anécdotas, interpretaciones, citas, estadísticas. Pero reproducirlos, armar con ese aluvión tipográfico otro aluvión tipográfico, aunque organizado y seleccionado de un modo diferente, ¿qué utilidad puede tener?. Tomar algunos libros que fueron escritos a partir de otros libros, escribir un nuevo libro, y después ¿qué? ¿Los goim entenderían y dejarían de odiarnos? ¿Los judíos entenderían por qué nos odian?

Quisiera intentar una aproximación diferente. Supongamos que nos dediquemos exclusivamente a describir el peligro tal como se nos puede presentar en este momento, en esta época, en las actuales circunstancias. Ni siquiera los diferentes matices de los interminables y cambiantes odios de las distintas sociedades de esta época. Solamente los peligros principales, el odio principal que puede llevar realmente al exterminio.

Cuando la extrema derecha lucha contra sus enemigos naturales, odia por encima de todo al judío. Centraliza el odio en el judío. Ese odio inspira a la extrema derecha, la sublima, le da un vuelo metafísico, romántico. Su enemigo natural es la izquierda, pero su objeto de odio es el judío. En el judío el odio se puede bifurcar en algo más que el peligro marxista.

Dirigido hacia el judío, el odio puede alcanzar dimensiones novedosas, formas originales, colores divertidos. El odio al judío no necesita de ninguna sistematización ni disciplina, ni metodología. Simplemente basta con dejarse llevar, dejar que el odio lo arrastre a uno, lo abrigue, lo acune, despierte su imaginación, sus fobias, sus impotencias y omnipotencias, sus timideces y su impunidad. Cualquiera que sea la magnitud y la diversidad del odio, la extrema derecha puede emplear el odio en su relación con el judío sin alterar su objetivo final de lucha por una sociedad totalitaria de exterminio de la izquierda o de las formas democráticas de vida.

Cuando la extrema izquierda lucha contra sus enemigos naturales, puede matizar la rigidez de su anquilosada filosofía política con variaciones actualizadas sobre la conspiración internacional, las influencias exóticas, las alianzas demagógicas y oportunistas. El mesianismo inherente a su análisis del papel que le toca jugar en la sociedad, le ofrece en el judío el juego maniqueísta que necesita. Es la historia del Bien y del Mal, la Revolución y la Contrarrevolución, y nada puede equipararse a la velocidad con que el judío puede ser identificado con el Mal. A un joven uzbeko que sueña con poder algún día vestir un jean y ver una película de John Wayne, es más fácil hacerle odiar al judío que al americano. El odio al judío agrega un ingrediente picante y sabroso a la lucha por la Revolución Mundial. Un aura de fuerzas misteriosas que pueden reanimar el miedo y el odio que están insertos en nuestra psique, en nuestra biología. El judío puede servir para esa cuota de odio irracional que todo ser humano necesita, pero que una ideología sistematizada como la extrema izquierda no puede admitir en su relación con la sociedad. Entonces, ¿por qué no dejar la ventana abierta, o alguna rendija, para que ese odio se vaya filtrando? ¿Y contra quién si no contra el judío? ¿Acaso es difícil ubicar al judío como enemigo? El mismo hecho de que la extrema derecha lo quiere utilizar de enemigo suyo, ¿no indica precisamente que hasta en ese terreno el judío juega un papel de confusión, de mistificación, de ocultamiento? Este mismo hecho, ¿no es acaso un aliciente para identificarlo con más claridad, con mayor precisión?

He estado preso en la Argentina en tres cárceles clandestinas y en dos cárceles legales. He podido intercambiar ideas antes de mi arresto, durante mi arresto y después de mi arresto, con prisioneros políticos. Un hecho curioso: los militares o policías que interrogaban en la Argentina tenían hacia los terroristas de izquierda la actitud que se puede tener ante el enemigo. Algunas veces, quizás por el carácter de las personas involucradas, o algún pasajero momento anímico, incluso una relación de adversario a adversario. No le ahorraron a esos prisioneros políticos nada en materia de torturas y asesinatos, pero la relación psicológica era simple: estaban frente al enemigo o frente al adversario. Quería destruirlo, eliminarlo.

A los judíos, querían borrarlos. El interrogatorio a los enemigos era un trabajo; a los judíos un placer o una maldición. La tortura a un prisionero judío traía siempre un momento de divertimento a las fuerzas de seguridad argentinas, un cierto momento de ocio gozoso. Siempre en algún momento, una broma interrumpía la tarea para dar lugar al placer. Y en los momentos de odio, cuando hay que odiar al enemigo para doblegarlo, el odio al judío era visceral, un estallido, un grito sobrenatural, una conmoción intestina, el ser entero se entregaba al odio. El odio era una expresión más profunda que la aversión que despierta el enemigo, porque expresaba también la necesidad del objeto odiado, el miedo al objeto, la inevitabilidad casi mágica del odio. A un prisionero político se lo podía odiar porque estaba en el otro campo, pero también se podía intentar convencerlo, darlo vuelta, hacerle comprender que está equivocado, hacerle cambiar de bando, hacerlo trabajar para uno. ¿Pero cómo se puede cambiar a un judío? Es el odio eterno, interminable, perfecto, inevitable. Siempre inevitable.

Sin duda alguna que mi madre estaba equivocada. No son los antisemitas quienes tienen que comprender. Somos los judíos.

Estamos en la cárcel militar de Magdalena, en la provincia de Buenos Aires. Me someterán a un Consejo de Guerra presidido por un Coronel del Ejército, e integrado por dos oficiales de cada una de las tres armas. Por lo tanto, antes de comparecer, debo permanecer en un penal militar.

En la hora del baño, como estamos incomunicados, nos dejan llegar hasta las duchas solamente de a uno. Pero a veces la guardia se fatiga de tanto control: abrir una celda, llevar al preso hasta la ducha, esperar hasta que se bañe, volver a llevarlo hasta la celda, cerrar la celda, abrir otra celda . . . Entonces el guardia pasa por la galería, abre todas las celdas, nos indica que nos quedemos aguardando desnudos junto a las puertas, y nos organicemos para ir a las duchas de a uno.

Cuando hace esto, el guardia pasa frente a un anciano judío y le hace una broma sobre su pene circunciso, su pito cortado. El judío sonríe también, y se sonroja. Pareciera pedir perdón. O por lo menos al guardia le parece eso, y le hace un gesto de que no tiene tanta importancia. El viejo me mira, vuelve a sonrojarse, y me parece que trata de explicarme.

Son dos miradas sucesivas, en el mismo instante casi. El guardia supone que le piden perdón. Yo supongo que me pide comprensión. El guardia lo perdona, yo lo comprendo.

He hablado también con presos judíos de las cárceles soviéticas. He leído sus libros de memorias, sus artículos. También ellos han comprobado que los interrogadores comunistas tienen una relación diferente con el enemigo que con el enemigo-judío. El enemigo puede ser convertido; no nació enemigo. El judío nació judío.

También en las cárceles rusas los guardianes, a veces bonachones campesinos bigotudos y barbudos, hacen alguna broma con un preso judío. El preso también siente vergüenza por ése, su carácter inexplicable, por ese lugar inexplicable que ocupa en el mundo y en la realidad.

Si se leen los largos interrogatorios a que fueron sometidos los disidentes judíos en Rusia se distingue con precisión el momento en que el interrogatorio traspasa el límite de la esperanza. La esperanza es algo que pertenece al interrogador más que al preso. El interrogador parece sentir, siempre, que puede llegar a modificar la voluntad del interrogado. Y el interrogado percibe ese sentimiento en el interrogador. Pero en el caso del interrogatorio a los judíos, hay un momento en que se percibe que el interrogador ha perdido toda esperanza. Y ese momento coincide con el pasaje de los temas políticos generales al tema judío, a la personalidad judía, al papel que la “ideología” judía juega en el interrogado.

Al menos yo percibo esa diferencia cuando leo esos documentos sobre los presos rusos. Y he percibido con claridad cuando el pasaje se producía en el estado de ánimo de mis interrogadores. Al llegar a la temática judía, era imposible abrigar la esperanza de un acuerdo, porque los designios judíos habían nacido con él, sus objetivos en la vida son inmodificables porque están en su misma existencia, no en su convicción política.

¿Es la Argentina un país antisemita? No, ningún país lo es. ¿Pero actúan en la Argentina grupos antisemitas? Sí, como en todos los países. ¿Son violentos? Más violentos que en unos, menos violentos que en otros. ¿Y los militares? Cada vez que llega al poder un gobierno militar, desaparecen los atentados antisemitas típicos de la Argentina (bombas en sinagogas e instituciones judías), ya que un gobierno militar comienza siempre por imponer cierto orden, pero el Judío como ciudadano siente que su situación se altera: los gobiernos militares no designan judíos en puestos públicos, las radios y televisoras estatales prefieren no contratar judíos, etc., aunque siempre hay algunas designaciones de judíos que sirven como ejemplo ante cualquier posible acusación de antisemitismo.

Todo esto es historia pasada. El gobierno militar que tomó el poder en la Argentina en marzo de 1976 llegó con el más completo arsenal de ideología nazi como parte importante de su estructura. No sería posible determinar si lo era la mayoría o la minoría de las Fuerzas Armadas, pero es indudable que quien era nazi, o simplemente antisemita, no tenía ninguna necesidad de ocultar o disimular sus sentimientos, podía actuar como tal. Los servicios de seguridad podían reprimir a judíos por el hecho de serlo, maltratar a los prisioneros políticos como tales y por el hecho de ser judíos; los servicios secretos podían montar procesos, acusaciones en que envolvían a judíos por el simple hecho de serlo; los jefes de la represión podían tener presos judíos por el solo placer de tener presos judíos sin necesidad de formular ninguna acusación válida contra ellos.

Este estallido permite una nueva aproximación a la Argentina, pero no la diferencia de otros países o de episodios y hechos históricos ya conocidos: ante un estallido de violencia antisemita, confesada o disimulada, explícita o implícita, nadie ayuda a los judíos, y generalmente ni siquiera los mismos judíos se ayudan. Al menos no los del país donde ocurren las cosas. Permite comprobar una vez más—como ha ocurrido en otros países, que ante la violencia irracional, los antisemitas encuentran aliados e indiferentes, pero rara vez opositores, en cantidad suficiente.

De las experiencias que he vivido en los últimos años en la Argentina, diría que las Fuerzas Armadas y los Sindicatos podrían verse envueltos en una actividad antisemita muy intensa si las condiciones socioeconómicas lo imponen; que los partidos políticos y la prensa se mostrarán indiferentes; que los judíos argentinos seguramente tratarán de adaptarse a las condiciones sin luchar, aceptando pasivamente la reducción de sus derechos, es decir la limitación cada vez más restringida del territorio del guetto; y que seguramente sólo la Iglesia Católica alzará públicamente su voz y condenará el racismo. Por supuesto, que siempre habrá algunos suicidas que acompañarán a la Iglesia en esa batalla.

Muchas veces me preguntaron si era concebible un Holocausto en la Argentina. Bueno, depende de qué se entiende por Holocausto, pero de todos modos nadie hubiera podido contestar afirmativamente esa pregunta en la Alemania de 1937, por ejemplo. Lo que se puede decir es que los últimos acontecimientos en la Argentina han demostrado que si ocurre un proceso antisemita, la discusión sobre qué es antisemitismo y qué es persecución o no llevará más tiempo que la lucha contra el antisemitismo. Lo que es difícil es pronosticar si para ese entonces será tarde o habrá todavía tiempo de salvar algo.

Si quisiéramos formular una ecuación histórica, digamos que las condiciones existen: crisis política profunda, crisis económica con una inflación del 170 por ciento anual durante varios años, impotencia de los partidos políticos de formular una respuesta mínimamente coherente, incapacidad de la comunidad judía de plantearse con crudeza su propia realidad, mentalidad totalitaria en los sectores mayoritarios de la población con una serie tendencia a las fórmulas mesiánicas. Si hasta ahora el estallido antisemita no adquirió mayores características, más extrovertidas, es porque el balance de poder en las Fuerzas Armadas estuvo en permanente debate en estos años, y los moderados pesan la repercusión internacional y estiman que les resultará difícil de soportar. Pero quizás el Holocausto se produjo de algún modo, es decir que sus semillas ya fueron plantadas. Depende de lo que se considera antisemitismo. O de lo que se considera Holocausto. No hay cámaras de gas en la Argentina. Y esto deja tranquilas muchas conciencias. Pero en los años 1974-78, la violación de muchachas en las cárceles clandestinas tenía una característica especial: las judías eran violadas dos veces por cada vez que le correspondía a una muchacha no judía.

¿Todo antisemitismo tiene que terminar en jabón? Entonces no hay antisemitismo en la Argentina, y se trata de situaciones coyunturales y casuales, como pretenden los dirigentes de la comunidad judía de la Argentina. Pero, ¿puede haber antisemitismo sin jabón?, entonces los dirigentes de la comunidad judía no son diferentes a los Judenrrat de los ghettos hitlerianos, y el Holocausto tuvo comienzo de ejecución.

Nadie puede predecir lo que ocurrirá con los 400.000 judíos de la Argentina en el futuro, pero todos saben que algo terrible ha ocurrido en los últimos años en función de dos hechos: ocurrió a fines de la década del 70, no en 1939; nunca había ocurrido nada igual en el mundo occidental desde el fin de la guerra mundial de 1945.

La explicación del gobierno: Los judíos son libres de desarrollar cualquier actividad en la Argentina; pueden salir y entrar en el territorio todas las veces que quieren; no existe ninguna discriminación contra ellos; los peisodios de torturas especiales a detenidos judíos o de violaciones especiales a las muchachas judías son aislados, no una política del gobierno; no existen presos por ser judíos.

La explicación de los dirigentes de la comunidad judía: todo eso es cierto, pero los episodios aislados son más de los que dice el gobierno; algunos judíos fueron arrestados sin que se formulara ninguna acusación contra ellos, ni siquiera acusaciones reservadas que no puedan ser llevadas a juicio; es mejor trabajar en silencio para rescatar todo lo que se pueda, antes que hacer escándalos que puedan irritar a los militares.

Existe una situación curiosa: los judíos argentinos están dispuestos a renunciar a muchos más derechos y respeto de lo que los militares creen; y los militares temen, mucho más de lo que los judíos creen, una autodefensa judía de carácter público. Siempre que sea de carácter público.

Muchas veces me he preguntado si los demócratas creen en la existencia del nazismo. Los lemas, ideología, creencias, mitos del nazismo resultan tan ridículos que es imposible suponer que los nazis actúan con una racionalidad perfecta, convencidos de su lógica, y construyendo una coherencia propia que entrelaza los hechos y la ideología hasta producir resultados alucinantes.

El gobierno argentino insistió siempre en que no fui arrestado por judío. Ni por periodista. Pero nunca dijo por qué sí fui arrestado, los motivos del arresto. Al menos no lo dijo oficialmente ni formuló ninguna acusación contra mí.

De modo que si yo tuviera que intentar una explicación, al margen de que la existencia de “La Opinión” se le hacía intolerable al sector duro, lo que es sólo una interpretación política, el único elemento concreto de que dispongo, objetivo, palpable, son los largos, interminables interrogatorios a los que fui sometido. A través de esos interrogatorios se puede descubrí qué buscaban y por lo tanto los motivos del arresto.

Cualquier interrogador totalitario—nazi o comunista—tiene una concepción definitiva sobre el mundo en que vive, sobre la realidad. Cualquier hecho que no conforme esa concepción es suficientemente violentado para que ajuste en el esquema. Violentado o explicado, juzgado o reconstruido. Quizás por eso, quienes manejan una visión fluida, pluralista de la realidad pueden creer imposible algunas de las convicciones que a los totalitarios les resultan naturales y convincentes. Suena ridículo cuando uno lo lee, pero tiene un aspecto mucho más terrible cuando forma parte de un interrogatorio realizado con la ayuda de expertos torturadores.

Suena ridículo leer que quienes me interrogaban deseaban conocer detalles de la entrevista que suponían había mantenido Menajem Begin con la guerrilla izquierdista-peronista Montoneros en Buenos Aires en el año 1976. No resulta igualmente ridículo cuando se es sometido a tortura para contestar esa pregunta. Para cualquiera que conozca algo de Begin, esa entrevista suena irreal. Pero resulta coherente para quien piensa que existe una conspiración judía internacional que utiliza cualquier medio para apoderarse del mundo. La pregunta obedecía, así, a una lógica perfecta:

Monstruo, 90x90, técnica mixta sobre tela, año 2011. Crédito fotográfico, Pablo Alonso.

En varios allanamientos realizados por las fuerzas de seguridad en domicilios de Montoneros, se habían encontrado ejemplares del libro de Begin Rebelión en Tierra Santa editado en español. Muchos de los párrafos en que Begin describe las actividades terroristas contra los británicos aparecían subrayadas;

Un manual de instrucción guerrillera encontrado en Buenos Aires aconsejaba la lectura del libro de Begin como fuente de conocimientos para operaciones terroristas;

Begin estuvo en Buenos Aires;

La entrevista había existido. ¿Dónde?

¿Cómo contestar a esa pregunta?

Hace ya varios años que los ideólogos nazis de la Argentina sostienen que existe un plan judío para apoderarse de la zona sur del país, la Patagonia, y crear la República de Andinia. Han aparecido libros y folletos sobre el tema, y es muy difícil convencer a un nazi de que ese plan es, si no absurdo, al menos irrealizable. Por supuesto, deseaban conocer más detalles de los que ya tenían sobre el tema.

Pregunta: Quisiéramos conocer algunos detalles más sobre el Plan Andinia. ¿Cuántas tropas estaría dispuesto el Estado de Israel a enviar?

Respuesta:¿Pero realmente puede creer en ese plan, en su existencia? ¿Cómo supone que 400.000 judíos de la Argentina pueden apoderarse de casi un millón de kilómetros cuadrados en el sur del país? ¿Qué harían con eso? ¿Con quiénes lo poblarían? ¿Cómo harían para superar a los 25.000.000 de argentinos, a las fuerzas armadas?

Pregunta: Pero Timerman, precisamente eso es lo que le pregunto. Mire, contésteme a lo siguiente. Usted es sionista, pero no fue a Israel. ¿Por qué?

Respuesta: Bueno, es una larga cadena de circunstancias, todas personales, familiares. Situaciones que se fueron creando, encadenando unas a otras, que me hicieron postergar una y otra vez . . .

Pregunta: Vamos, Timerman, usted es una persona inteligente. Trate de contestar algo mejor. Permítame hacerle una explicación para que podamos entrar en materia. Israel tiene un territorio muy pequeño, y todos los judíos del mundo no caben ahí. Además, está aislada en medio de un mundo árabe. Necesita dinero de todo el mundo y apoyo político en todo el mundo. Por ello ha creado tres centros de poder en el exterior.

Respuesta: ¿Me va a recitar los Protocolos de los Sabios de Zion?

Pregunta: Hasta ahora nadie ha demostrado que no son verdaderos. Pero déjeme continuar. Firmes en esos tres centros de poder, Israel nada tiene que temer. Uno es Estados Unidos, donde el poder judío es evidente. Esto significa dinero y el control político de los países capitalistas. También en el Kremlin tienen una influencia importante.

Respuesta: Creo que más bien lo contrario.

Pregunta: No me interrumpa. El enfrentamiento es todo simulado. El Kremlin sigue dominado por los mismos sectores que hicieron la revolución bolchevique, y en la cual los judíos jugaron el papel principal. Esto significa el control político de los países comunistas. Y el tercer lugar es la Argentina, especialmente el sur que, bien desarrollado por los judíos con inmigrantes de diversos países de América Latina, puede ser un emporio económico, una canasta de alimentos y petróleo, y el camino hacia la Antártida.

Cada sesión duraba 12 a 14 horas; los interrogatorios comenzaban inesperadamente, y siempre versaban sobre temas de estas características. Eran preguntas de respuesta imposible y, dentro de mi fatiga y agotamiento, yo a mi vez trataba de que nos embarcáramos en discusiones ideológicas para evitar el trauma de las preguntas directas y las respuestas imposibles.

¿Por qué un director de diario que hizo toda su carrera como periodista político en la Argentina se confesaba abiertamente sionista? Resultaba sospechoso. Todo en mí resultaba sospechoso.

¿Por qué cuando comenzaron a circular versiones de mi posible arresto no me fui del país? Había algo sospechoso. Seguramente me habían dejado atrás para alguna misión.

¿Por qué como periodista político había frecuentado tanto a los militares? Les resultaba sospechoso un hecho natural en un país donde la política se hace fundamentalmente desde los cuarteles.

¿A cuál rama de la conspiración judía pertenecía, a la israelí, la rusa o la norteamericana? Esto era un verdadero dilema ya que había nacido en Rusia, viajaba a Israel y era muy amigo de la embajada de Estados Unidos.

A toda costa necesitaban que me declarara marxista. Esto llevó muchas horas de interrogatorios y malos tratos y no podía lograr hacerles entender que había una evidente contradicción entre ser sionista y marxista, tal como ellos entendían el marxismo. Aceptaron finalmente que declarara que era sionista pero que el marxismo me servía como instrumento dialéctico para comprender las contradicciones de la sociedad.

Creo que en los altos niveles del Ejército finalmente admitieron la idea de que marxismo y sionismo eran antinómicos, pero aún no podían entender qué era el sionismo. Cada vez que tocaban el tema no sabían bien cómo enfocarlo, y les parecía que podía ser uno de los problemas urgentes a resolver una vez concluida la batalla contra la subversión.

Creo que finalmente decidieron archivar el tema apremiados por problemas más urgentes de equilibrio de poder, crisis económica, inflación, y además porque suponen que a través de la incorporación de la enseñanza católica obligatoria, incluso para los judíos, muchas ideologías exóticas como el sionismo quedarán superadas en el marco de la enseñanza escolar.

Pero en aquellos momentos de mi arresto, en 1977, el tema del sionismo los obsesionaba. A veces, fuera del marco del interrogatorio formal, conversaban conmigo a través de la reja de la celda sobre los antecedentes del sionismo, Israel, tratando de acumular datos y tomando notas. Les aconsejé dirigirse a la Agencia Judía para obtener más información de la que yo podía suministrarles de memoria y en las condiciones físicas en que me hallaba. Pero dijeron que podía resultar muy comprometedor para ellos. Yo pensaba que había hecho una broma, pero el tema era demasiado serio en su opinión, y los tenía realmente obsesionados.

En una oportunidad fui sorpresivamente llevado a la presencia del Ministro del Interior. Ese día Patricia Derian, subsecretaria de Estado en Washington para asuntos humanitarios y colaboradora del presidente Carter, había tenido una entrevista con el presidente Videla y mi tema fue presentado por la funcionaria norteamericana con cierta violencia. Preocupado, el ministro del Interior quería ver por sus propios ojos cuál era mi estado de salud. Por cierto que nos conocíamos desde hacía varios años. La conversación fue larga, pero nada trascendente. Un solo punto resulta revelador. Le señalé que me habían informado que sería sometido a un Consejo de Guerra, pero que no me habían dicho los motivos, los cargos. Quería saber si la información era cierta. Me contestó que efectivamente sería sometido al Consejo de Guerra, pero que no debía preocuparme ya que no era un subversivo, y el Consejo de Guerra no me condenaría. ¿Entonces por qué estaba preso?

Ministro: Usted reconoció que era sionista, y esto fue informado en reunión de todos los generales.

Timerman: Pero no está prohibido ser sionista.

Ministro: No, no está prohibido, pero tampoco es una cosa muy clara. Además, usted lo reconoció. Y los generales están en el tema.

Me preocupó seriamente que a tal nivel existiera esa idea y le hice llegar la noticia al presidente de la Comunidad judía. Ya lo sabía porque el ministro se lo había dicho personalmente. El ministro le había señalado que los sionistas se llevaban de la Argentina “la sangre y el dinero” a Israel. Nunca pude convencer a este dirigente que abriera públicamente el debate sobre el tema, que hiciera participar a toda la colectividad públicamente, que trajera dirigentes dispuestos a discutir abiertamente con los militares.

Me contestó que la tarea a nivel personal era preferible: aceptaba que los límites del ghetto se redujeran un poco más.

En las cárceles clandestinas me colocaban casi siempre en una celda cerca de la sala de torturas. Esto era especialmente doloroso aún cuando ya habían dejado de torturarme. Una vez escuché los alaridos de una mujer a la que torturaban por judía, y ella insistía en que era católica y su apellido alemán.

Mucho tiempo después, recordando ese episodio, comprendí que al menos esa mujer tenía una última línea de defensa: podía argumentar que no era judía, ¿pero qué hubiera podido hacer una muchacha judía en su lugar?

El tema judío dominó todos los interrogatorios, todo mi período de cárcel. Y si bien el gobierno, sus funcionarios, los militares, en mil y una ocasiones intentaron las más disímiles expliciones de los motivos de mi arresto, sin formular nunca una acusación concreta, la magnitud de odio irracional que había en esas explicaciones, sin relación alguna con las palabras utilizadas, no podían engañar a un judío: olía a un profundo antisemitismo, y la magnitud del odio se acrecentaba ante la imposibilidad que tenían de expresar ese odio abiertamente y en los términos que realmente lo sentían.

Tuve tiempo de meditar sobre todo este trasfondo de la realidad judía. Pero no porque me preocupara el antisemitismo sino porque era evidente que el judaísmo argentino así como el mundial no parecían capaces de responder a una agresión de este nivel en el mismo momento en que la agresión se producía, con la misma rapidez con que el judaísmo era atacado. Mi hijo menor estaba precisamente estudiando el tema del antisemitismo en la Universidad Hebrea de Jerusalem, y les escribí, ya cuando estaba en arresto domiciliario, que creía que ningún sociólogo, político o filósofo podría determinar cuándo el antisemitismo desaparecería de la tierra; le dije que nuestra tarea no era convencer a los antisemitas ni exterminarlos, sino evitar que los antisemitas nos destruyeran.

Por ello, cuando comprobé que los dirigentes judíos de la Argentina no enfocarían el tema en su verdadera dimensión, y comencé a conocer los detalles de toda la pasividad judía, durante mucho tiempo sentí un gran asombro. Estaba como pasmado, sin poder entenderlo, y tratando de descubrir alguna clave que se me hubiera escapado. Luego comencé lentamente a envenenarme de odio, de deseos de venganza. Decía que olvidaría a mis torturadores pero nunca a los dirigentes judíos que aceptaban pacíficamente a los torturadores de judíos. En una visita que me hizo en Buenos Aires durante mi arresto domiciliario el líder israelí Yigal Allon, le dije que las torturas, los shocks eléctricos en los genitales no me habían humillado, pero sí sentía una profunda humillación ante la silenciosa complicidad de los dirigentes judíos. Solía decir que mi cárcel y torturas fueron una tragedia, pero nada más que eso, ya que habiendo ejercido el periodismo que ejercí, la posibilidad de mi arresto o asesinato encuadraba dentro de las reglas de juego. Pero que el pánico de los dirigentes judíos de la Argentina constituía una pesadilla dentro de la tragedia. Y esa pesadilla era la que me angustiaba y desvelaba.

Claro que aún queda la afirmación típica que escuché tantas veces: aun siendo no-judío me hubieran asesinado a causa del tipo de periodismo que hacía. Quizás. Después de todo Hitler enviaba a los campos de concentración a homosexuales, gitanos, comunistas, judíos, etc. Pero a los judíos los enviaba como judíos. Algo similar ocurrió y ocurre con los Gulags rusos, y basta para ello leer los interrogatorios a que son sometidos los disidentes judíos en la Unión Soviética.

Entonces, ¿qué hacer? Creo que algo quedó demostrado: todo lo que ocurrió puede volver a ocurrir. Y en el caso de la Argentina, la memoria histórica de los judíos funcionó tardiamente, lentamente, y quizás sólo porque hubo el caso de un judío que era conocido internacionalmente. ¿Pero qué hacer con los que aún continúan presos, sin acusación, sin juicio, soportando las amables bromas antisemitas o las furias antisemitas, dependiendo todo del guardián que les toque ese día?

Creo que es mejor no elaborar mucho y volver a las más simples verdades. Nunca pude demostrar a mis interrogadores que Zbigniev Breszinsky no era judío ni jefe de la conspiración judía en América Latina, que Sol Linowitz no era su segundo en el mando y yo su representante en la Argentina. Hay cosas indemostrables. Y algo indemostrable, se me ocurre, es probar el derecho de los judíos a existir. Simplemente, lo único que se puede hacer es luchar uno mismo por su derecho a la existencia. En circunstancias determinadas, los grupos antisemitas toman el poder en un país. O ejercen parte del poder. Puede ser que por mucho tiempo o poco tiempo. La Argentina está en esa etapa, y existen todas las condiciones para que sea una etapa larga. Eso es seguro. El otro hecho seguro es que la comunidad judía de la Argentina no se va a defender. Y, finalmente, otro hecho indudable: la comunidad internacional puede intervenir a través de innumerables mecanismos para que todo esto se sepa, especialmente en la Argentina. Sólo el conocimiento público puede cambiar, aunque sea en algo, el curso de estos acontecimientos. Esta cuesta abajo en la marcha de la historia.

Para fortalecer el espíritu judío, muchas veces se recurre a las advertencias sobre el signo trágico que ha acompañado su existencia. Sin embargo, he podido descubrir que lo único que fortalece el espíritu judío es la comprensión y la sensación de la identidad. Ser es más importante que recordar. Creo que el recuerdo de las tragedias judías, que la comunidad judía de la Argentina realiza escrupulosamente en todos los aniversarios, no le ha sido útil para superar la parálisis y el pánico que la envuelven hoy. Los que han podido hacerlo en los últimos difíciles años se basaron y basan en una clara noción de su identidad judía. Y sólo el sionismo puede dar a esta identidad una movilidad, una dinámica política. En diferentes ocasiones desde mi libertad, e incluso durante los interrogatorios, se me ha preguntado cómo me hubieran tratado los terroristas de izquierda—trotskistas o peronistas—de haber tomado el poder. No tengo ninguna duda al respecto: me hubieran fusilado contra el paredón después de un juicio sumario. La acusación: sionista contrarrevolucionario.

Como en tantas otras cosas, también en ese tema se complementan, necesitan y concuerdan, los fascismos de izquierda y de derecha.

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