El terror, la ciencia ficción y la literatura fantástica reflejan la suma de todos nuestros miedos y preocupaciones

La polémica desatada por la decisión del Fondo Nacional de las Artes de convocar a un concurso solo para estos géneros parece ignorar la importancia que tienen tanto en la historia de la literatura como del feminismo. Esta nota busca recuperar los hitos de esa larga tradición

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"La muerte y las máscaras",
"La muerte y las máscaras", de James Ensor (1897)

(…) “Me gusta, no me gusta: es algo que no le importa a nadie; aparentemente, no tiene sentido. Y sin embargo todo eso quiere decir: mi cuerpo no es igual al de usted. Así, en esa espuma anárquica de los gustos y los disgustos, suerte de picadillo distraído, se dibuja poco a poco la figura de un enigma corporal que llama a la complicidad o a la irritación. Aquí empieza la intimidación del cuerpo, que obliga al otro a soportarme por liberalismo, a permanecer en silencio, cortés, ante goces o rechazos que no comparte.

(Una mosca me fastidia, la mato: se mata lo que fastidia. Si no hubiera matado a la mosca, habría sido por puro liberalismo: soy liberal para no ser un asesino)”.

En Barthes por Barthes, Trad. Alan Pauls, Eterna Cadencia.

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En su libro El vértigo de las listas, Umberto Eco plantea que una lista se define por aquello que omite y siempre se destaca por la ausencia. A partir de la elección de los géneros literarios en el concurso (fuera de programa) del Fondo Nacional de las artes (FNA), presentado en el contexto de extrema precariedad de presupuesto y necesidades urgentes que impone la pandemia, se desató en el ambiente literario una controversia que deja expuestos varios presupuestos erróneos, intenciones bien definidas, modelos editoriales corporativos, tendencias literarias contemporáneas más bien hegemónicas, posturas intelectuales conservadoras y, por qué no, un gran desconocimiento de la importancia que los tres géneros elegidos en esta ocasión han tenido históricamente en el campo del feminismo.

En tal vez demasiadas entrevistas, la directora de Letras del FNA, Mariana Enríquez, remarcó una y otra vez que se trata de un concurso excepcional, que era esto o nada, que el año próximo volverá (para tranquilidad de todos) el clásico concurso literario del FNA. Con lo cual ahondar en el tema una vez más resulta innecesario. También resultaría innecesario aclarar que la poesía no queda excluida, sino que se promueve la escritura de poemas en estos géneros, pero por si a alguno lo tomó desprevenido, se vuelve a mencionar.

Horacio Quiroga.
Horacio Quiroga.

Para el año 2020 el FNA propone hacer un concurso federal en el que se incluyen específicamente los géneros fantásticos, ciencia ficción y terror. No es la intención de esta nota explicar los géneros, pero cabe aclarar –en el contexto de lo que sigue- que por fantástico se entiende el género –de por sí complejo en su definición- y no que sea “ficticio”, como algunos llegaron a plantear. Para una argumentación seria debemos en un principio asumir que se conocen las categorías intelectuales que enmarcan el campo, si no se corre el riesgo de caer en la hipocresía de hablar para la tribuna y no dar el verdadero debate.

Liliana Bodoc, autora de La
Liliana Bodoc, autora de La saga de los confines

Para comenzar a desandar el camino de los varios temas que este concurso puso sobre la mesa convendría hablar en líneas generales de lo valiosos que son estos géneros en la tradición literaria rioplatense y en particular en Argentina. Hoy en día, representado en escritoras y escritores de la talla de Gabriela Cabezón Cámara, Pedro Mairal, Leonardo Oyola, Betina González, Vera Giaconi, Mariano Quirós, Samanta Schweblin, Liliana Bodoc, Tomas Downey, Esther Cross, entre tantos otros, el fantástico y el terror han tomado vuelo propio al desprenderse de la ya clásica tradición y concebir una literatura que, anclada en lo más rico de esa misma tradición, se despega con inédita creatividad y propone nuevas formas de habitar el campo que la define.

Tapa de El eternauta", de
Tapa de El eternauta", de Oesterheld. El género fantástico puso a la literatura rioplatense en el mapa.

Estos géneros han puesto históricamente a la literatura rioplatense y Argentina en el mapa literario mundial con autores como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Silvina Ocampo, Felisberto Hernández, Héctor Oesterheld, Alberto Laiseca, Elvio Gandolfo, Cristina Bajo, Rafael Pinedo, y tantos otros. Se puede ir a buscar las raíces de estos géneros aún más atrás en el tiempo y aquí vale la pena mencionar el ensayo La literatura fantástica argentina en el siglo XIX de Carlos Abraham, donde se cuenta, entre otros tantos hallazgos más que interesantes, que es de la mano de los críticos españoles de principios del XX que comienza a apreciarse el realismo por sobre los géneros fantásticos y de terror al considerar el realismo como el género que mejor definía la expresión auténtica de la nacionalidad y la identidad, relegando así al concepto de “lectura popular” a autores de la talla de Bécquer.

Ray Bradbury (AP)
Ray Bradbury (AP)

Varias de las críticas que se han hecho a esta elección del Fondo Nacional de las Artes plantean a estos tres géneros como “subgéneros” negándoles entidad propia y demarcada y –al hacerlo- restándole peso en la tradición literaria argentina y del mundo. Pero esto no es nuevo ni local. A Ray Bradbury, por ejemplo, le llevó muchos años entrar en el canon literario norteamericano, y todavía le cuesta. La literatura de ciencia ficción argentina tiene su propio canon de escritores, aunque mucho menos extendido, que van desde la maravillosa Angélica Gorodischer, pasando por Carlos Chernov, Marcelo Cohen y Ana María Shua con la incursión más contemporánea de autores como Martín Castagnet, o Laura Ponce.

"El cuento de la criada",
"El cuento de la criada", de Margaret Atwood, fue escrita en 1985. La serie basada en la novela le dio aún mayor popularidad.

En el país que dio La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, uno esperaría más desarrollo. Suena al menos naif pensar que detrás de esta elección haya condicionamientos editoriales en un momento en el que estos géneros no tienen protagonismo desde hace décadas y dependen mayoritariamente de la búsqueda de editoriales independientes que apuestan a las nuevas formas de abordar el género desde una perspectiva local. Es cierto que la ciencia ficción nos es más lejana que lo fantástico o incluso el realismo mágico o el terror, pero no deja de ser interesante que un concurso estimule la posible aparición de nuevos exponentes.

Volver a plantear en el siglo XXI que se trata de géneros que son pasatistas, de entretenimiento, poco comprometidos con las causas sociales o actuales es desconocer una tradición literaria que durante gran parte del siglo XIX y todo el siglo XX plasmó desde los miedos de época, y cuyas alegorías lograron ilustrar con grandes obras temas que hoy se vuelven –paradójicamente- cada vez más realistas.

George Orwell (Shutterstock)
George Orwell (Shutterstock)

Si pensamos en formas de representación literaria de temas como el abuso de poder, la vigilancia del Estado, el avance de la ciencia sin ética, los peligros de la desconexión que trae la tecnología, los peligros del consumismo, la pantalla boba, la manipulación de la información, el avance de los agroquímicos y la incidencia que tiene sobre los cuerpos, las batallas secretas por la conquista del espacio y el control de las comunicaciones, la no binariedad de los géneros sexuales y su consecuente influencia sobre la conformación de una sociedad más igualitaria, (gracias, Le Guin, por La mano izquierda de la oscuridad, 1969), la inteligencia artificial y el peligro de volver demasiado humanos a los androides, o la posibilidad de llegar al centro de la tierra pensamos en: Verne, Zamiatin, Lem, Orwell, Bradbury, Dick, Aldiss, Asimov, Burgess, Ballard o Schweblin. Y si pensamos en la idea del mal y de los fantasmas que habitan nuestra mente, en el miedo a la locura y sus consecuencias, en las reacciones en manada, las supersticiones que rigen muchas de nuestras acciones, la creencia en dios o en el diablo, y tantos otros temas que escapan al mundo de la razón, pensamos en Poe, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Silvina Ocampo, Elvio Gandolfo, Shirley Jackson, Blatty, o Stephen King.

Ursula K Le Guin, autora
Ursula K Le Guin, autora prolífica y talentosa, uno de los grandes nombres de la ciencia ficción

El terror, el horror, la ciencia ficción y la literatura fantástica se pueden resumir en los géneros que son la suma de todos nuestros miedos y preocupaciones, la corrupción de los ideales, el poder absoluto. Como dirían los Redondos “el futuro ya llegó, llegó como vos no lo esperabas”, y es siempre una novela de ciencia ficción la que lo cantó primero.

Si hay un corpus de literatura feminista estable, contundente y que viene deshilando la madeja del patriarcado desde hace siglos, se encuentra enmarcado principalmente en estos tres géneros

Un párrafo aparte merece la crítica de aquellos que vieron en el recorte de este concurso una falta de atención a la escritura de temas feministas (que al parecer comienza a ser un género en sí mismo, aunque resulte difícil delimitarlo). Si hay un corpus de literatura feminista estable, contundente y que viene deshilando la madeja del patriarcado desde hace siglos, se encuentra enmarcado principalmente en estos tres géneros.

Ann Radcliffe escribe Los misterios de Udolfo en 1794; sitúa la historia en 1584 y comienza con su cuarta novela un estilo de escritura que recurrirá a los castillos embrujados, las apariciones siniestras, el encierro y la condición de desposeídas de las mujeres en un tema central del terror. Escritoras del siglo XIX encontrarán en el gótico la posibilidad de una política de denuncia de la condición de la mujer. Ambientes cerrados, habitaciones oscuras, siempre puertas adentro, el único territorio habilitado para las mujeres. El territorio de la intimidad. Paradójico, porque es el territorio del que no se habla. (Pienso en “La caída de la casa Usher” de Edgar Allan Poe, o en “Casa tomada” de Cortázar, o en “El perjurio de la nieve” de Bioy Casares, y por qué no en “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga y en cómo pudieron retratar esa sumisión, aunque tal vez no fueran del todo conscientes del otro tema de sus cuentos).

Mary Shelley (Shutterstock)
Mary Shelley (Shutterstock)

Mary Shelley publica Frankenstein –de manera anónima- en 1818. Considerada por muchos la primera novela de ciencia ficción, en una de sus tantas interpretaciones y lecturas posibles aparece la total prescindencia del cuerpo de la mujer para crear vida. Shelley (Mary) logra, en un acto político sin antecedentes, borrar a la mujer incluso del único rol en el que no solo está habilitada por naturaleza, sino que es casi el único rol que de ella se esperaba en esa época. La mujer en Shelley no es ni siquiera dueña de la maternidad. En la mecanización de la creación de la criatura, asistimos -en definitiva- a la obliteración de la mujer.

Charlotte Brontë publica su novela autobiográfica Jane Eyre en 1847 –bajo el seudónimo ambiguo de Currer Bell- y plantea casi panfletariamente la necesidad de la autonomía de la mujer frente a la inescapable y represiva dependencia de un hombre. Además de la defensa que Jane hace de su independencia, su libertad y la toma de decisión sobre los eventos de su vida, se niega a casarse con Rochester cuando se entera de que los ruidos extraños y los gritos nocturnos que de manera ominosa y sobrenatural pueblan el castillo no son sino el llanto y los gritos de la esposa del señor, Berta, la pobre loca recluida en el altillo de la que nunca conocemos su historia. Muchas veces se ha planteado la idea de Berta como el doppelganger de Jane, para así resaltar la mirada victoriana que se tenía de la mujer: o bien un ángel, o bien un demonio poseído. (Luego vendrá Jean Rhys en 1939 a reivindicar para siempre la figura de Berta y contarnos su historia de destierro y desolación en El ancho mar de los Sargazos).

Las hermanas Brontë (Anne, Emily
Las hermanas Brontë (Anne, Emily y Charlotte) en una pintura de su hermano Branwell de 1834

Emily Brontë publica Cumbres Borrascosas en 1847 y aquí los condicionamientos de clase y el matrimonio arreglado convierten a sus protagonistas en ánimas en pena que se buscan eternamente en un páramo en el que nada crece ni nadie sobrevive.

Wilkie Collins publica La dama de blanco en 1860. Ya no son castillos, sino casas; pero el encierro y la sumisión de la mujer crea fantasmas. Charlotte Perkins Gilman y su cuento de terror “El empapelado amarillo” continúa la línea de Wilkie Collins y se asemeja de manera muy atractiva a “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga. Las excusas como la depresión post parto, la histeria, la debilidad de espíritu son los pretextos más usados para mantener a una mujer condicionada –en la realidad y en la ficción- y el horror es el marco perfecto para retratar el confinamiento y la violencia de género.

Juana Manuela Gorriti, Emilia Pardo Bazán, Silvina Ocampo, Virginia Woolf (pensemos por un segundo en Orlando) Angela Carter, Jamaica Kincaid, Joyce Carol Oates, Shirley Jackson, Patricia Highsmith, Anne Rice, Jeannette Winterson, Alejandra Pizarnik, Angélica Gorodischer, Margaret Atwood, Ursula Le Guin, Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, Vera Giaconi, Betina Gonzalez, Laura Pardo, Pilar Pedraza, Octavia Butler, Carmen María Machado, Susanne Clarke entre otras tantas autoras, han abrazado los géneros del terror, la ciencia ficción y el fantástico desde hace más de 200 años, haciendo de estos espacios de subversión la denuncia de la condición de la mujer desde una mirada de género disidente que le contesta a la construcción masculina del estereotipo binario ángel/monstruo, buena/mala, virgen/puta y que pocas veces ha tenido tanta influencia, permanencia, y actualidad. Basta con pensar en El cuento de la criada de Margaret Atwood y cómo se volvió en los últimos tres años representativa de un nuevo movimiento feminista a nivel mundial a partir de una serie televisiva basada en una novela escrita en 1985.

Samanta Schweblin
Samanta Schweblin

Seguramente si la decisión de la directora del concurso hubiera sido una lista más amplia, más conservadora, más abierta, más cómoda, las minorías que hoy habitan estos géneros no hubieran tenido la visibilidad que tienen hoy ni estaríamos hablando de ellas. Solo por eso merece la pena abrazar la disidencia, abrirse a lo diferente, aplaudir las nuevas puertas que se abren y esperar, solo un año, a que todo vuelva a ser como era antes.

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