Teatro clásico en vivo desde Grecia: Esquilo y las lecciones de la batalla de Salamina

Este sábado tendrá lugar una nueva representación de Los Persas en el antiguo teatro griego de Epidauro (s.IV A.C.). Un poco de historia y contexto para disfrutar a pleno del espectáculo

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Batalla de Salamina (óleo pintado por Wilhelm von Kaulbach en 1868)
Batalla de Salamina (óleo pintado por Wilhelm von Kaulbach en 1868)

Destaco de esta semana dos acontecimientos significativos que competen a la cultura griega. El primero es la puesta en escena de Los Persas de Esquilo en el antiguo teatro griego de Epidauro este sábado 25 de junio y que podrá ser vista vía Zoom, a las 15 horas de nuestro país, a través de este enlace.

El segundo es el fallecimiento del helenista Francisco Rodríguez Adrados, el 21 del corriente mes a los 98 años, al que me referiré brevemente al pie de esta nota.

Los Persas

Los Persas es la primera tragedia de Esquilo. Si bien con antelación a este autor hubo otros dramaturgos -Tespis, Quírilo, Frínico o el satírico Prátinas-, de éstos no conservamos pieza alguna, por lo que Esquilo pasa por ser virtualmente el creador de la tragedia ática.

Así lo bautizó el helenista Gilbert Murray en un trabajo celebérrimo, Aeschylus. The Creator of Tragedy , en el que hace hincapié en que introdujo el segundo personaje dramático, flexibilizó los monólogos y redujo los coros, con lo que el antiguo ditirambo adquirió grandeza escénica.

Esquilo, creador de la tragedia (ca. 526-525 a. C.- ca. 456-455 a. C.)
Esquilo, creador de la tragedia (ca. 526-525 a. C.- ca. 456-455 a. C.)

Destaca también el profesor Murray que este prolífico autor confirió a sus piezas carácter religioso al poner en ellas de manifiesto la presencia de fuerzas divinas que, en su lectura, son las que en definitiva parecen dirimir la suerte de los mortales (recordemos que en el final de las Traquinias, Sófocles, por boca del coro, exclama: “Y en todo esto nadie anda sino Zeus”, v. 1278). Sus tragedias, en consecuencia, revisten un aura de sacralidad tal que confiere solemne majestuosidad a su dramaturgia. Más tarde, tras el merecido éxito de las piezas de Sófocles y de la aclamación popular de las de Eurípides, que parecían haber eclipsado la fama de Esquilo, Aristófanes, en el balance crítico sobre los tres grandes trágicos, termina dando la palma a Esquilo.

Los Persas es la única de sus tragedias que versa sobre un tema histórico -la victoria de los griegos frente a los medos en la batalla de Salamina-, sus restantes piezas lo hacen sobre temas míticos. Con antelación a Esquilo, Frínico ya había abordado esta cuestión en sus Fenicias, del 476 a. C., que no se conserva pero de la que tenemos noticia por escoliastas. En esta obra la derrota persa era referida por un eunuco en el prólogo de la tragedia; en la de Esquilo, en cambio, el desastre forma parte de la representación misma.

Tras las reiteradas victorias de los helenos -Maratón (490 c. C.), Salamina (480 a. C.) y Platea (479 a. C.)- Esquilo, que había luchado en las dos primeras, llevaba como timbre de honor su participación en tales gestas, así pues lo revela el epitafio que, dicen, compuso para su tumba: “En esta tumba yace Esquilo, hijo de Euforión, Ateniense, muerto en Gela, la rica en trigo. De su valor que hable el afamado bosque de Maratón, y el Medo de larga cabellera, que bien lo ha probado”. También en tales contiendas combatió uno de sus hermanos quien perdió una mano en el feroz enfrentamiento entre Asia y Europa, prefigurando lo que también le sucedería a Cervantes en Lepanto, en pareja contienda entre Asia y Europa dos milenios más tarde.

Batalla de Maratón (490 c. C.) en la que los griegos vencieron a los persas
Batalla de Maratón (490 c. C.) en la que los griegos vencieron a los persas

Los Persas fue representada en Atenas en el 472 a. C., y Esquilo obtuvo el máximo galardón en las festividades dionisíacas. Ello aconteció ocho años después de la batalla de Salamina, acontecimiento bélico que debía estar grabado fuertemente en el pensamiento de los atenienses. Con posterioridad fue puesta en escena en el soberbio teatro del entonces reino de Siracusa al que Esquilo había sido invitado por el tirano Hierón I -gran mecenas cuya corte también hospedó a Píndaro, Simónides y Baquílides-, ocupándose el propio poeta de toda la régie de la pieza. Consta que en la primera representación actuó Pericles, entonces de 23 años, como corega.

Para elaborar esta tragedia el dramaturgo no se sitúa en el terreno victorioso de los griegos, sino en el de los vencidos. Lo hizo no sólo para mostrar el dolor de los persas por la derrota, sino también -y muy especialmente- para sugerir a sus compatriotas no humillar al vencido, a la vez que sentir empatía por su dolor ya que la Týche en esta ocasión inclinó la balanza en favor de los helenos, pero la suerte puede ser cambiante. Destaca con tales consejos valores sublimes de lo humano -el compadecerse del prójimo en situaciones afligentes-, a la vez que pone en evidencia lo dañoso de la hýbris (soberbia), que ejemplifica con el alocado proceder del rey Jerjes que pretendió torcer los designios de la phýsis (naturaleza) tendiendo un puente sobre el Helesponto para poder invadir Grecia. Según puntualiza E. Francois, antiguo profesor de griego de la UBA, siguiendo el parecer de Heráclito, “si el sol quisiera salirse de los límites que tiene fijados, las Erinnias, servidoras de la Justicia, sabrían encontrarlo”, en alusión a una fuerza, tan invisible como poderosa, que mantiene la armonía cósmica.

El teatro de Esquilo. Un muy joven Pericles actuó en una de sus piezas
El teatro de Esquilo. Un muy joven Pericles actuó en una de sus piezas

Según el imaginario griego, esa temeraria osadía debía haber irritado a Poseidón, el dios del mar. Es por eso que la lectura que hicieron los griegos -del hecho de que un reducido número de sus remeros y hoplitas pudiera haber vencido al poderoso ejército persa- fue que en la victoria debían haber intervenido los dioses. Estos no habrían querido que un solo hombre gobernase Asia y Europa, siendo además un impío que menospreció lo sagrado al poner cadenas al mar. Esquilo, fiel a viejos preceptos apolíneos tendientes a la moderación -medèn ágan (nada en demasía); gnôthi sè autón (conócete a ti mismo), es decir, ten conciencia de tus límites, en tanto mortal- y a las enseñanzas del sabio Solón, aconseja la mesura y el respeto por los vencidos.

Unas palabras sobre la línea argumental:

Los Persas se abre con el parlamento del coro de ancianos de Susa, entonado junto a la tumba de Darío. A éstos, el intrépido Jerjes, antes de marchar a la lid, les encomendó velar por su reino. Los ancianos se angustian al no tener noticia alguna, por lo que intuyen la posible derrota. Solo saben que los persas hicieron un puente con las naves con que surcar el Helesponto para atacar la Hélade por agua y por tierra. Que todo ha sido prolijamente calculado pero, se preguntan los ancianos inquietos, ¿qué mortal podrá escapar de la engañosa astucia del Destino, quién podrá sustraerse de sus redes? Cuadro semejante al del comienzo del Agamenón, otra tragedia de clima.

En tanto el coro se aflige, se apersona Atosa, la viuda de Darío, dando cuenta de que el eídolon (imagen) del soberano se le ha aparecido en sueños revelándole la derrota de Jerjes. Intrigada, la reina pregunta al coro dónde queda Atenas y quién es su rey; los ancianos le responden que los atenienses no son esclavos ni súbditos de hombre alguno, con lo que la tragedia remite a dos formas de gobierno: democracia y tiranía.

El diálogo se ve interrumpido con la llegada de un ángelos (mensajero) portador de la noticia de la derrota persa y de que las costas de Salamina están sembradas de cadáveres, aunque Jerjes, que ha dado orden de retirada, logró sobrevivir. Los griegos contaban con unas trescientas naves, en tanto los medos superaban el número de mil, pero parece que a un dios le disgustó la acción impía de los atacantes por lo que inclinó el fiel de la balanza contra la armada persa, resultando vencida. Refiere que los remeros griegos, presos de entusiasmo, entonaban gritos libertarios, mientras iban al encuentro de los persas. El historiador Heródoto entiende que los griegos creyeron no haber actuado solos sino con el auxilio del referido dios de los pastores, al que uno de los suyos vio deambular en medio de la refriega.

Atosa, plena de dolor, invoca al divino Darío para que la auxilie con su consejo. Es entonces cuando surge el espectro majestuoso del viejo monarca. Enterado de la derrota naval, Darío anuncia que en el futuro habrá otra funesta batalla en tierra -en alusión a Platea-, sin dejar de aconsejar que los suyos se limiten a luchar en Asia absteniéndose de cruzar el mar que, por designio divino, les está vedado.

Darío I, el Grande
Darío I, el Grande

A Jerjes, preso de incontrolable furor, los dioses le enviaron una áte (ceguera) que lo llevó a persistir en el error y acometer su osada desmesura. Jamás -dice Darío- deja Zeus sin castigo la soberbia desenfrenada, y ruega a los ancianos aconsejen a su hijo que, deponiendo su arrogancia, se conduzca con prudencia y no peque contra los dioses. “Yo, entretanto, vuelo al reino de las tinieblas.” Irrumpe Jerjes en escena con sus vestidos rasgados lamentando no haber muerto en batalla ya que nació para ruina de la tierra de sus padres. La pieza se clausura con el ruego del abatido monarca al coro de ancianos de que se mesen las barbas en señal de duelo y, gimiendo, retornen a sus hogares.

Esquilo, en consonancia con su propósito de oponer Darío a Jerjes, contradice la realidad histórica pues el viejo rey, en sus últimos años, lejos de abogar por la moderación, pensó atacar a los griegos para vengarse de la derrota de Maratón.

Jerjes, hijo y sucesor de Darío el Grande
Jerjes, hijo y sucesor de Darío el Grande

En esta tragedia no hay propiamente acción, sino la puesta en escena discursiva de una situación trágica, una suerte de thrênos (canto fúnebre) con el que Esquilo, en actitud serena y reflexiva, propone moderación y recato: no ensoberbecerse con la victoria, a la vez que compadecerse del vencido. Es interesante notar que en ningún momento menciona a los jefes griegos ya que su propósito no fue exaltar la victoria, lo que podría haber concitado los celos de los dioses, sino dar cuenta de la derrota y del dolor de las víctimas.

Epidauro y su teatro

Epidauro, antigua ciudad de la Argólida, fue famosa por el templo dedicado a Esculapio, dios de la medicina. A su templo, que era también una suerte de hospital, cerca del cual corrían aguas termales, se agregaron albergues, un estadio, un gimnasio y un teatro, como forma de hacer más agradable la vida de los peregrinos.

El teatro de Epidauro
El teatro de Epidauro

Cada ciudad importante del mundo antiguo tenía su teatro, erigido siempre sobre una colina para que la declinación natural del terreno facilitara una buena visión. El de Epidauro es uno de los mejor conservados; tiene cabida para unos 16.000 espectadores sentados. Está construido en caliza blanca y abierto hacia el santuario; detrás de la escena hay un paisaje privilegiado, como fondo natural. Fue construido en el siglo IV a. C.; es obra del arquitecto argivo Policleto el joven y ampliado en el siglo siguiente para duplicar sus asientos. Su koílon (gradería), de excelente acústica, tiene 119 metros de diámetro; su orchéstra, en la que actuaba el coro, es circular y en su centro estaba la estatua de Diónisos, de la que sólo resta la base. No se conserva la scaena frons (escenario), cuyo fundamento tenía 27 metros de largo.

En este marco privilegiado, se celebran las Epidauria instituidas por el regista griego Karolos Kuhn quien escenificó piezas con la participación de Katina Paximou, Irene Papas y Melina Mercouri, entre otras. El de Epidauro está considerado uno de los más bellos y armoniosos teatros de la antigüedad.

In memoriam

Francisco Rodríguez Adrados perteneció a la ilustre pléyade de clasicistas de la Universidad de Salamanca; de entre éstos, menciono a Antonio Tovar, a Agustín García Calvo, al micenólogo Martín Sánchez Ruipérez y a Luis Gil Fernández; este último, en plena lucidez pese a su muy avanzada edad, es en mi opinión el más profundo y sutil de todos ellos, por lo medular de cualquiera de sus trabajos.

El helenista Francisco Rodríguez Adrados murió el 21 de julio de 2020. (EFE/Esteban Cobo)
El helenista Francisco Rodríguez Adrados murió el 21 de julio de 2020. (EFE/Esteban Cobo)

Adrados, de quien fui alumno en la Complutense, dejó una obra ciclópea sobre filología clásica y lingüística. Fue un indoeuropeísta de relieve, además de reconocido traductor de textos griegos, latinos y sánscritos. Desde 1952, dictó cátedra de “Filología griega” en la citada universidad. Tras su retiro, fue honrado como Catedrático emérito. Fue miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia. En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas formó numerosos discípulos, uno de los más destacados, el helenista Carlos García Gual. Infatigable, don Francisco dirigió hasta su muerte importantes proyectos vinculados con el mundo clásico de los que sobresale el monumental Diccionario griego-español del que ya han aparecido ocho volúmenes.

El autor es doctor en Filosofía y Letras (París IV, Sorbonne), profesor consulto de la UBA y dirige el Centro de Estudios del Imaginario en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires

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