I
Torcer el destino. Caminar el sendero ya trazado y, cuando el mundo menos se lo espera, saltar al costado y correr en otra dirección. Philippe Halsman y Salvador Dalí tenían muchas diferencias pero una sola en común: imaginación. En algún momento se cruzaron y congeniaron. El mejor ejemplo se titula Dalí atómico, una fotografía alucinante que subvirtió lo que se entendía por “fotografiar”.
“Para mí la fotografía puede ser terriblemente seria o muy divertida. Tratar de captar algo tan esquivo como la verdad con una cámara puede ser una tarea frustrante. E intentar crear una imagen que no existe en la realidad sino en tu imaginación es a menudo un juego excitante. Y yo disfrutaba especialmente de ese juego con Salvador Dalí. Éramos como dos compinches”, confesó una vez Halsman.
Cada vez que se le ocurría una idea “fuera de lo común” le pedía a Dalí que fuera “el héroe de la foto”. Esta es la historia de un encuentro artístico. Esta es la historia de una de las mejores fotos de la historia.
II
Pero empecemos despacio. Philippe Halsman nació en 1906 en Riga, capital de Letonia, por entonces dentro del Imperio Ruso. Estudió ingeniería en Dresde y, al graduarse, su padre lo invitó a hacer una excursión en los alpes austríacos. Quería hablar sobre la vida, sobre el futuro, una conversación de padre e hijo con la inmensidad de la naturaleza de fondo. Algo extraño pasó —¿un resbalón?, ¿un desequilibrio?— y Morduch Halsman, el padre de Philippe, cayó al precipicio. Murió al instante.
Corría el año 1928. Aún Hitler no había llegado al poder ni había comenzado la Segunda Guerra Mundial. El mundo era otro, sin embargo el antisemitismo estaba a flor de pie, listo para institucionalizarse. “¡Fue el muchacho judío! ¡Él lo empujó!”, dijo alguien que ni siquiera había visto el episodio. Las autoridades actuaron y acusaron de parricidio a Philippe. Fue llevado a juicio y condenado a cuatro años de cárcel.
El caso obtuvo cierta repercusión. Un grupo de intelectuales —entre los que se encontraban nada menos que Sigmund Freud, Thomas Mann y Albert Einstein— hizo presión para que no se continúe con la condena. Finalmente, ante la falta de pruebas, fue liberado. Ya no volvería al ser el mismo. Dejó la ingeniería y pateó el tablero: quería ser fotógrafo. Se fue, primero a París, luego a Nueva York.
III
Salvador Dalí nació en 1904, en Figueras, Cataluña, España, cerca de la frontera con Francia. Tenía 16 años cuando murió su madre. Cáncer de útero. En sus propias palabras, fue “el golpe más fuerte que he recibido en mi vida. La adoraba. No podía resignarme a la pérdida del ser con quien contaba para hacer invisibles las inevitables manchas de mi alma”.
Tras la muerte de Felipa, el padre de Dalí recientemente enviudado contrajo matrimonio con su cuñada, la tía de Dalí, la hermana de su esposa fallecida. Dalí nunca aprobó ésto. Lo entendía, no sólo como una traición ya que había pasado muy poco tiempo de la muerte de su madre, sino que se trataba de una relación que venía de antes.
Al año siguiente, en 1922, decidió abandonar su casa. Se fue, primero a Madrid, luego a París, finalmente a Nueva York. Cuando entró en el mundo de la moda —ya era un pintor que fascinaba a todos— conoció a Philippe Halsman, que trabajaba en una revista de ese rubro.
IV
Era 1941 cuando Philippe Halsman y Salvador Dalí se dieron un apretón de manos y dijeron, al unísono: “Un gusto, caballero”. Ambos tenían la certeza de que vivían en medio de una “sociedad tan monstruosamente cínica e inconscientemente ingenua que interpreta un papel de seria para disfrazar su locura”. A ninguno de los dos le interesa la solemnidad. Congeniaron enseguida.
Y luego de tantas reuniones, de tantos cafés, de tantas charlas nocturnas, llegó la idea. En ese entonces Dalí estaba trabajando en una pintura que, aseguraba, sería su gran obra. Era un retrato de Gala, su esposa, representaba como Leda, donde todo flota en al aire.
Según la mitología griega, Leda caminaba a la orilla del río Eurotas cuando se le apareció Zeus —padre de todos los dioses y rey del Olimpo— en forma de cisne que la sedujo y la embarazó, y, fruto de esa relación, dio a luz un huevo. “Es el cuadro clave de nuestra vida”, dijo mucho tiempo después Dalí. Lo tituló Leda atómica por cómo flota todo en el aire en increíble equilibrio cósmico.
A ese concepto Halsman lo trasladó a la fotografía. Pero aquí no hay Gala ni Leda ni Zeus ni cisnes ni huevos. Sólo Dalí y una serie de elementos cotidianos y oníricos. Decidió titularlo Dalí atómico.
V
¿Cómo llevar a cabo semejante idea? Halsman tenía un plan: su esposa Yvonne sostenía una silla, sus asistentes —entre ellos estaba Irene, su hija— lanzaban baldes de agua y gatos, mientras Dalí, en el centro de la escena, daba un salto. El fotógrafo contaba uno, dos, tres y todos hacían lo que tenían que hacer, y al cuatro él disparaba la foto.
¿Se hizo enseguida? Por supuesto que no. “Seis horas y 28 intentos después, el resultado satisfizo mi deseo de perfección. Mis asistentes y yo estábamos mojados, sucios y completamente exhaustos; sólo los gatos parecían estar como nuevos”, contó Halsman. El cuadro a la derecha, tapado por los gatos y el agua, es justamente Leda atómica, la famosa obra que, hasta entonces, no había sido mostrada en sociedad. Recién lo hizo al año siguiente, en 1949.
Dalí atómico finalmente salió como esperaban. Al poco tiempo se publicó en la revista Life a doble página. Fue un verdadero éxito con repercusión inmediata. Todos hablaban de esa belleza, de esa osadía. En la presentación de la obra, un crítico de arte se les acercó para hacerles la pregunta entusiasta de rigor: “¿Cómo lograron hacer esa foto?”
Halsman y Dalí se miraron, sonrieron cómplices, y le respondieron: “Con imaginación, caballero... con imaginación”.
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