En julio de 1980, Jacques Lacan viajó a Caracas para dictar el que sería su último seminario. Fue un viaje épico por el contexto político y social, por las dificultades que implicaba, por la gran cantidad del público que llegó especialmente para verlo desde distintos países de América latina, por el tema del seminario. Por la Historia.
La hacedora del encuentro fue la psicoanalista Diana Rabinovich, quien por entonces vivía con su familia exiliada en Venezuela; se habían ido en 1975, con el aumento de la violencia y el surgimiento de la Triple A. Quienes la conocen, saben que Rabinovich es una figura de gran relevancia en la Psicología. Autora de ensayos como Sexualidad y significante, Modos lógicos del amor de transferencia, La angustia del deseo del otro, tiene un reconocimiento internacional y una historia de vida alucinante, que hasta la tiene como una protagonista en la defensa de la Universidad durante la trágica Noche de los Bastones Largos.
“Uno acumula y acumula y acumula dictaduras sucesivas”, dice, ahora en diálogo con Infobae, explicando la decisión de salir del país que tomó con su marido pocos meses antes del golpe de Estado, “y cuando llegamos a Caracas era un alivio escuchar el sonido de una ambulancia y saber que era una ambulancia”. En aquellos años, Rabinovich comenzó a hacer viajes a París, donde hizo su doctorado, y sostuvo una fecunda amistad con Jacques-Alain Miller, el yerno de Lacan. Miller, de hecho, visitó Caracas junto a su mujer. “Vino con Judith, la hija de Lacan”, dice Rabinovich, “y dio un seminario que hicimos en mi casa para un pequeño grupo de asistentes”.
Con la visita de Miller, Rabinovich empezó a darle forma a un encuentro, a un reencuentro: extrañaba a sus colegas dispersos por el mundo y quería organizar un coloquio con ellos. Entonces, Miller sumó una propuesta: convocar a Lacan. Y Lacan, que tenía ya 79 años y severos problemas de salud —moriría dos años después— dijo que sí.
Con su presencia, el encuentro cambió totalmente de carácter. “Hubo una larga discusión sobre dónde hacerlo”, dice Rabinovich, “porque el reencuentro se transformó en un encuentro con Lacan y la ciudad lógica tendría que haber sido Buenos Aires, donde su enseñanza tenía una implantación muy fuerte, pero él dijo: ‘Donde hay botas yo no voy’. Se suele olvidar que se hizo en Caracas porque Lacan no quiso venir a Buenos Aires. Y no vino no por miedo, sino porque hubiera sido avalar una dictadura”.
Rabinovich dice que el seminario fue un éxito gracias a que hubo otras personas que participaron activamente en la organización del evento. Fue clave la presencia de Miguel Enrique Otero y su mujer. Otero era el dueño del periódico “El Nacional” y director del Ateneo de Caracas. “Todo esto se hizo bajo la égida, bajo la protección del Ateneo de Caracas. Sin eso, el encuentro no hubiera sido posible”. Hoy Otero vive en el exilio y su diaro fue cerrado.
Casi trescientas personas viajaron a Venezuela para ver a Lacan. “Y si no hubo más fue porque muchos creían que no iba a viajar”. Era la primera vez —y fue la única— que iba a estar frente a sus lectores latinoamericano. “Lacan se emocionó mucho cuando entró al hall del hotel y se encontró con tanta gente que lo estaba esperando. Porque, para él, como nos decía, éramos sus lectores. Nosotros podíamos tener una relación menos conflictiva en la medida en que lo leíamos sin la pantalla de su persona. Fue extremadamente emocionante para todos. Él estaba muy contento, pese a la versión que en algún momento difundió Elisabeth Roudinesco en un libro. Ella no habló con nadie de América latina sobre ese viaje”.
—¿De qué habló Lacan en el seminario?
—Lacan trabajó el síntoma de angustia y retomó una tesis que ya había desarrollado en otro seminario sobre los registros “RSI” —real, simbólico, imaginario— y su relación con Freud. No fue algo nuevo; lo importante fue el contacto con su público latinoamericano. Pero hubo algo que me di cuenta con el tiempo. Lacan no es fácil para interpretar y entonces había mandado una versión escrita para el traductor. Yo, lógicamente, tengo la versión escrita y la grabación. Un tiempo después, se me ocurrió escuchar el audio de nuevo. Y hay una diferencia entre el texto escrito y el leído; no sabemos por qué. Pero hay una frase que se volvió famosa y que él no dijo: “Yo soy freudiano, a ustedes les toca ser lacanianos”. Nunca la leyó.
—¿Estaba en el texto?
—Sí, pero no la dijo y el doctor estaba leyendo. ¿Por qué decidió no decirla? No es una frase de su estilo. No la parte del “yo soy freudiano”, sino la del “sean lacanianos”. No digo que no tuviera su arrogancia, que la tenía, pero ese tipo de cosas no solía decirlas. Eso, como diría él mismo, lo tiene que decir el otro. Fue un shock descubrir que no la había dicho. En el momento del seminario yo estaba ocupada con la organización, pero cuando volví a escucharlo encontré esa diferencia y algunas otras que son demasiado finas teóricamente.
El seminario de Lacan en Caracas es uno de los eventos culturales más importantes de la historia reciente de América latina. Pero con el tiempo, el nombre de Diana Rabinovich se fue perdiendo de la lista de responsables y organizadores. Hacia los años 90, Rabinovich se alejó de Jacques-Alain Miller por cuestiones teóricas y posiciones políticas respecto del psicoanálisis. Fue una separación amistosa pero, sin embargo, desde ese momento se consolidó un discurso hegemónico en el que sólo Miller aparecía como el único realizador del evento.
“Yo estoy borrada”, dice Rabinovich con un tono opaco en la voz. “Miller fue fundamental, pero no fue el único. Ese tipo de estalinismo no me gusta. Están borrados los Otero, también. La escuela que fundé en Caracas quedó olvidada; en las escuelas de orientación lacaniana de Buenos Aires no se venden mis libros. Me entristece mucho. No quiero los ‘honorcitos’, pero sí el lugar de lo que hice. En Buenos Aires y el resto del mundo me han dado honores, pero que se rompa la historia de esa manera me parece injusto”.
De una herida, lo que importa es la cicatriz
—¿Por qué en el psicoanálisis el seminario es un espacio tan importante? ¿Por qué Freud no dio seminarios?
—Hay que contextuar las cosas. La Europa de Lacan no era la de Freud. Pasaron muchas cosas en el medio; entre otras, que Freud no podía ser profesor universitario por judío. No es el caso de Lacan, que, si bien no enseñó en la universidad, sí enseñó en el hospital. Freud también empezó haciendo una serie de seminarios pequeños en su casa. Lacan empieza con un grupo pequeño que va creciendo y termina dando seminarios en distintos lugares donde le daban un aula. Él pensaba en sus seminarios y luego los repensaba en los escritos. Por eso hay que leer los escritos y los seminarios. Cada escrito es una síntesis de uno o varios seminarios, y son de una precisión enorme.
—¿Hay una secuencia entre el pensamiento de Freud y Lacan? ¿Quién lo continúa?
—En este momento: nadie y todos. No apareció otro Freud ni otro Lacan. Pero no se puede entender a Lacan sin Freud, y, en muchos de los momentos en que Lacan supuestamente es más subversivo, se encuentran las raíces freudianas. Freud no es eliminable. Es un fundador. Es como querer eliminar a Kant. Es como pretender que Newton no sirve porque existió Einstein. Freud es fundamental. Hay continuidad y discontinuidad entre ellos. Pero entre ellos pasó medio siglo y hay referencias culturales que no estaban presentes en la época de Freud.
El sujeto hablado
—Lacan viajó a Caracas cuando tenía 79 años y hoy usted está cerca de aquella edad. ¿Cómo ve el presente?
—Me preocupa la degradación de la función de la subjetividad en el mundo contemporáneo. Por un lado, parecería que hay una eclosión del individualismo —estoy hablando del sujeto, del individuo—, y lo vemos diluido en una especie de masa de supersticiones donde la racionalidad está perdida, donde el valor de la individualidad está perdido en el sentido más personal y particular de cada sujeto. Entonces, se pueden hacer horóscopos de masas. El psicoanálisis siempre mantuvo una valoración muy especial de lo propio de cada subjetividad y eso se está perdiendo. Y con eso va otro fenómeno que me llama profundamente la atención, que es la pérdida del concepto de intimidad y privacidad. No estamos mejor por mostrar todo. La verdad toda, como dice Lacan, no se dice, se lee entre líneas.
—El psicoanálisis trabaja con la palabra: es su materia prima. Hoy, todos los que hacemos terapia en aislamiento, lo hacemos a través de una computadora. ¿Es lo mismo una sesión en persona que a distancia?
—Lo nuevo es la imagen, la pantalla. Hace mucho tiempo ya, en la medida en que he viajado y he estado en distintos lugares, tuve que usar el teléfono para trabajar. Incluso diría que a veces es mejor porque saca la imaginación de la imagen y deja la voz en primer plano. Es muy difícil generalizar en lo nuestro porque, si un analista es bueno, se las arreglará con o sin la pantalla, y si es malo, será igualmente malo en el consultorio. La gente que trabaja conmigo en la facultad y se maneja en consultorio con adolescentes, usa el teléfono y lo hace muy bien. Aprendieron a usarlo ese instrumento psicoanalíticamente. La palabra asume otras formas y la creación de nuevos códigos depende del saber hacer con el inconsciente de cada analista.
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