Nadie se pregunta por qué la televisión sigue encendida. O por qué todos corremos detrás de Netflix. O qué dice de nosotros el cuadro del living. O qué súper poder intelectual te da el cine de autor. O por qué, como dijo Nietzsche, sin música la vida sería un error. Bueno, casi nadie. En cambio, la literatura siempre se autoexige una reflexión sobre sí misma. Como un narciso en el gimnasio, se mira al espejo mientras hace pesas para confirmar el porqué.
Es un gesto endogámico e introspectivo que gira en el aire buscando desentramar los secretos de su propia existencia. No se trata solamente de la crítica literaria —existe la crítica de cine, de música, de arte, etc.—, sino de reflexionar sobre el lenguaje, ese ir y venir narrativo que nos constituye como sujetos sociales, ese canal por el cual pasan nuestras ideas, nuestras concepciones de la vida, nosotros mismos. ¿Para qué leemos?, ¿para qué escribimos?
¿Para qué sirve la literatura?, de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y otros
Una tarde de 1965 en Francia, Jorge Semprún, Jean Ricardou, Jean-Pierre Faye, Simone de Beauvoir, Yves Berger y Jean-Paul Sartre se reunieron a exponer argumentos en torno al título de aquel debate público: ¿Para qué sirve la literatura? Ese mismo año se editó como libro y al siguiente llegó a la Argentina con prólogo de Noé Jitrik. El debate empezó a madurar muchos años antes, puntualmente en 1948, cuando Sartre publicó ¿Qué es la literatura? Allí se empieza a hablar de la figura del escritor comprometido y de cómo es ineludible la responsabilidad de hablar sobre su tiempo, de intervenir la realidad. Como corolario, llega ¿Para qué sirve la literatura?, un debate con más preguntas que respuestas.
“La literatura es lo que pone en duda al mundo sometiéndolo a la prueba del lenguaje”, dice Jean Ricardou y Simone de Beauvoir sostiene que “la tarea de la literatura, y lo que la vuelve irremplazable”, es “proteger contra las tecnocracias y contra las burocracias lo que hay de humano en el hombre”. Sartre, que habla del escritor como un trabajador y del lector como el músico que toca la partitura compuesta por el autor, cierra su disertación así, refiriéndose a la lectura, ese fenómeno extraño y poderosísimo: “Si ha vivido ese momento de libertad; es decir, si durante un momento ha escapado —gracias al libro— a las fuerzas de alienación o de opresión, téngase seguridad de que no lo olvidará”.
Es un libro que debe ser leído como la fotografía de una época. Tres años después llegaría el Mayo Francés y se daría ese fenómeno novedoso, no sólo allí, también en el mundo, donde la clase trabajadora y la militancia estudiantil cierran líneas en un mismo programa político de lucha. Son años convulsionados en un país convulsionado que supo ser la capital del mundo. Allí, en Francia, se estaban dando los grandes debates intelectuales y académicos del siglo. Por eso, la literatura no podía simplemente narrar la vida, debía también interrogar a la vida.
Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon
Este año, por primera vez una editorial argentina publicó un libro de Eduardo Halfon. Fue Godot y se titula Biblioteca Bizarra. Definirlo no es tan fácil. Son siete relatos que podría catalogarse como literatura del yo, pero sería un despropósito. Hay algo más. Crónica, ensayo, autobiografía, todo narrado con una voz directa pero original que dibuja las escenas con precisión —personajes, lugares, acciones— y que pinta los climas con facilidad y belleza.
Halfon, que nació en Guatemala, que creció en Estados Unidos y que hoy reside en Francia, es, por sobre todas las cosas, lector. Eso tiñe todo el libro: los argumentos y las reflexiones, si no se zambullen en el mundo de los libros, se empapan de él. “No es lo mismo escribir que ser escritor”, dice Halfon. También: “Hacer literatura es el ejercicio de querer rellenar los espacios vacíos de la memoria”. Y también: “No sé si la literatura debe ser algo más que literatura”.
Quizás una buena postal de la pregunta por la literatura está en el texto titulado “Los desechables” donde el narrador, que es el propio Halfon, da una charla en una biblioteca de Bogotá a la que asisten personas que viven en la calle, en un parador del Estado. Allí, uno de los presentes le cuenta su historia, su adicción (“Un drogadicto nunca deja de serlo”) y luego le pregunta: “Y usted, como escritor, ¿qué consejo le daría a un drogadicto?”
Inundación, de Eugenia Almeida
“¿Qué es este libro? Un deseo. Es decir: una piedra que flota. Allí, aquí. Algo que se escapa y, sin embargo, existe antes de existir. Existe porque lo hemos deseado”. Así comienza Inundación (Ediciones DocumentA / Escénicas, 2019) de Eugenia Almeida: preguntándose por su identidad, por su existencia, en definitiva, qué es. Su autora —cordobesa, nacida en 1972— es poeta, novelista, periodista, y algo de todas esas disciplinas se filtran en Inundación, porque hay versos, hay prosa, hay reflexión, hay historias, hay narración. Es un libro que va hacia adelante, sin pausas, aunque lento, cauteloso. La reflexión en la que se ahonda es la del acto de escribir. “Quizás eso sea la escritura. Un modo silencioso de hablar solos en voz alta”, se lee.
Leído con atención este libro es una reflexión sobre el silencio, ese “paraíso desolado”, ese “territorio repleto de vacío” que “estalla de tan lleno”. ¿Existe un alfabeto del silencio? ¿Tiene gramática, tiene sintaxis? ¿Cómo deletrear al silencio? ¿El lenguaje es una invención de la especie o, por el contrario, la especie es una invención del lenguaje? “No es tan importante lo que somos capaces de decir, la verdad se construye en lo que somos capaces de oír”, se lee. Con cameos a Simone Weil, Wittgenstein, Anaïs Nin, John Cage, Franz Kafka, Irene Nemirovsky y tantos otros, Almeida esquiva las etiquetas, evita las modas y construye un libro extrañamente poético y poéticamente extraño.
El amor por la literatura en tiempos de algoritmos, de Hernán Vanoli
Si la literatura es, tal vez, esa fuerza incontenible, cuasi religiosa y gozosamente inútil que aporta cierta luminosidad a la monótona vida de los lectores, ¿cómo se “revaloriza” con internet, sus redes sociales y su lógica del like? Hernán Vanoli escribió El amor por la literatura en tiempos de algoritmos para pensar esta cuestión en el corazón de la industria editorial. Editado por Siglo Veintiuno y Crisis, el libro funciona como un mapa con once hipótesis: los alfileres clavados en los puntos nodales del ecosistema literario argentino. “La literatura nos hace, por regla general, más pobres en lo material, más conservadores en lo político y, tal vez por eso, en algunos casos, más mezquinos en lo espiritual”, se lee en la introducción.
No es necesariamente un libro celebratorio, pero tampoco destructivo. Adonde apunta es a pensar minuciosamente la relación entre literatura y mercado y cómo, por ejemplo, “la figura de intelectual ha sido reemplazada por la de influencer”. Si el campo de batalla es internet —”la nueva propietaria de los textos” y “el lugar de las performances políticas de la vida cotidiana”—, los vínculos se modifican, las identidades se reconstruyen y la acumulación de capital simbólico tiene que ver, ya no tanto con lectores, sino también con “seguidores”, pero sobre todo por bailar bien la canción que ponen las plataformas de extracción de datos como Google, Facebook e Instagram. ¿Es la muerte de la literatura? Para nada. Quizás algo peor.
La historia de mi máquina de escribir, de Paul Auster
En un mundo no tan lejano, cuando las computadoras eran aparatos científicos y no dispositivos adheridos a nuestra socialiazción, Paul Auster golpeada las teclas de su máquina de escribir para producir sus novelas. Un día de julio de 1974, cuando estaba desarmando las valijas luego de un viaje en avión, encontró su Hermes destrozada. Sin dinero ni esperanzas, un antiguo amigo de la facultad le dijo que tenía una que le sobraba y que se la podría vender barata y sin apuros. Era una Olympia portátil fabricada en la entonces Alemania Occidental.
La historia de mi máquina de escribir, publicado originalmente en 2002, es un libro que, además del relato de Auster, cuenta con una serie de ilustraciones —algunas al óleo, otras al lápiz— de Sam Messer quien visitó infinitas veces al escritor y a su máquina de escribir para retratarlos. ¿Y por qué este libro repiensa a la literatura? Porque aborda su universo desde un objeto inanimado pero sumamente personal que funciona como portal hacia la imaginación, y además como las últimas escenas de una secuencia ya vieja: escribir a máquina.
“Encerrado en el interior de su metálico cuerpo gris, podría jurarse que se escucha el latido de un corazón”, escribe Auster ¿humanizando? un fetiche literario: “Sin prisa pero sin pausa, eso se ha convertido en ella”.
Fantasma de la vanguardia, de Damián Tabarovsky
En Fantasma de la vanguardia, Damián Tabarovsky retoma un libro ya clásico en lo que tiene que ver con los ensayos literarios de habla hispana, Literatura de izquierda. Es, podría decirse, una extensión de aquel libro, un complemento, su segunda parte. Que también es suyo, vale aclarar. Si el objetivo de aquella publicación de 2004 era alumbrar sobre las zonas grises del mercado editorial y el posicionamiento político en un mundo cada vez más frenético y globalizado, ¿cómo pensar hoy la literatura cuando aquel escenario se aceleró notablemente, el futuro llegó y resultó peor de lo que se esperaba?
Este libro editado Mardulce en 2018 comienza caracterizando el presente: “Ésta ya no es la época de la muerte, es la de la pos-muerte: la época del zombie”, por lo tanto la izquierda en la literatura —si es que tal cosa existe— tiene la forma de un fantasma, que “está ahí, flotando, entrando y saliendo, apareciendo y desapareciendo. El fantasma es la ambigüedad misma. Y por eso conversamos con él en el malentendido: a veces el fantasma nos habla y no lo escuchamos. A veces le hablamos y no nos responde. No obstante, ese diálogo imposible sigue siendo un horizonte imprescindible para la literatura contemporánea”.
Conceptos como mercado, izquierda, vanguardia, libertad, acumulación, soledad, masividad, mainstream, democracia, capitalismo, holdings, crítica y sintaxis giran y bailan la cumbia de la buena argumentación formando un libro sumamente inteligente y necesario. “El mercado es el totalitarismo de nuestro tiempo”, escribe Tabarovsky, así como también: “La literatura se vuelve de izquierda cuando cuestiona la acumulación: la lengua como despilfarro”.
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