“Te debe resultar raro mi mensaje. Ojalá no te resulte inoportuno. Pensé bastante si debía o no comunicarme. Hace tanto tiempo que no tenemos noticias, me pareció una oportunidad. Es probable que no quieras responderme, no importa, necesito decirte algunas cosas”.
Cecilia Roth, Jorge Marrale, Dolores Fonzi, Leonardo Sbaraglia o Camila Sosa Villada: la voz del intérprete es a elección, el texto de Santiago Loza es el mismo y la imagen de esa ex pareja que regresa a través de los mensajes de audio de Whatsapp va por cuenta del que escucha. La experiencia Amor en cuarentena no es interactiva en estricto sentido. Durante catorce días, les participantes reciben palabras, fotos y canciones que no admiten respuestas. Recién al final, se invita a contar, a quien lo desee, si el viaje resultó cómodo.
Sin embargo, las personas responden aunque no estén “habilitadas”. No importa que griten, nadie va a contestarles. Los mensajes están irrevocablemente grabados y se suceden como las partes de un monólogo que no aclara si hay vida del otro lado. En La voz humana, la pieza que Jean Cocteau creó para Edith Piaf, sabemos que esa mujer desesperada habla con un hombre que le dice adiós, despedida telefónica de cabecera que en cine interpretaron Anna Magnani, dirigida por Roberto Rossellini, e Ingrid Bergman, por Ted Kotcheff, y que acaba de comenzar a filmar Pedro Almodóvar con Tilda Swinton, incansable en el regreso a ese tópico que ya había versionado en sus películas con Carmen Maura.
Pero estamos en la Argentina y en situación de encierro para evitar el virus y auspiciar recuerdos de viejos amores que nunca se olvidan. Si bien ni Loza ni el director Guillermo Cacace imaginaron ninguna hipótesis de reacción, sabían que desde el instante cero se ubicaba al otro en el lugar de ese ex amor. “La gente es cómplice de una convención, se siente convocada y actúa desde la escucha. Por eso creo que es un espectador muy activo, eso es palpable, necesitaban contarnos qué les pasaba”, dice Cacace, quien en modo remoto ensayó con cada una de las individualidades del elenco.
“No los grabé de manera cronológica a los catorce mensajes. En ese universo, traté de ver cuáles eran cercanos a experiencias, a formas sensoriales, a recuerdos, maneras que me permitieran iniciar lo que después iba a hacer. Creo que empecé por el séptimo capítulo o entrega, ahí pude dar el puntapié inicial. No siempre convocaba a una ex sino a una combinación de ellas y también con el imaginario con el que uno construye un personaje. Una vez que pude transitar la vibración que me generaba el texto, puede ver la continuidad y los ordené. Ahí fluyó. Nunca pensé en las respuestas”, cuenta Marrale.
La séptima entrega también le sirvió a Sosa Villada como trampolín: “Esperaba que se hiciera de noche porque había menos ruido y me ponía a grabar y a grabar. Mandaba dos y hasta tres audios de cada mensaje”. Acerca del proceso creativo, la actriz y escritora cordobesa dice que “la primera vez que leí el texto supuse que iba a conectar con algún ex ahora lejano pero, en ese momento, lo que me pasó es que se me borraban todas las imágenes y entraba en una concentración narcisista, no pensaba más que en hacerlo bien. Luego empecé a imaginar a ese otro, fui configurando a alguien que recibía eso a medida que los hacía, configuré un ex al que me interesara volver a contactar y que no existe, por supuesto”.
Perdón por no preguntarte más sobre tus días, evito caer en la indiscreción, no creas que no tengo curiosidad (…) Cuándo quieras, lo que quieras, sin apuro, podés ir contando, estoy acá para escucharte, ahora y siempre. Acá te espero.
El mensaje 7, justo a la mitad de la “experiencia” (definición provisoria todavía), termina con un pedido explícito, el asomo de una congoja que el sol del día siguiente acorrala, otra vez, a un rincón de amable cortesía. Pero que encierra un dato perturbador:
Me alegra que me estés escuchando. Hay en tu escucha un cariño que creía perdido.
Entonces, Jorge, ¿te contestaron?
Cuatro mujeres esperando
Como en las cápsulas diarias de Amor en cuarentena, en esta nota también hay un cambio de tono. La emoción sube y se estrella, para volver a aquietarse en pura espuma. Cuatro amigas periodistas surfeamos a Jorge Marrale durante dos semanas de wasap ardiente. Menos mal que nos teníamos porque en desmelenada soledad podríamos caer en algún exceso del verosímil. Hubo quiénes, por supuesto.
El señor Cacace recibía cada noche una devolución de alguien que tenía su teléfono. “Es muy loco, cuánta necesidad de interacción, ni siquiera es que teníamos mucha confianza. Me grababa mensajes como si fuera el personaje que los recibía”, dice al beber su propia medicina. Igual que esta persona, se sintió agradecido. Aunque la producción no entrega datos sobre les participantes, sí hace públicos los mensajes finales. Por ejemplo, estos tres, entre muchísimos:
-Me dejaré dormir para seguir soñando que amanezco junto a ti, que flotas a mi lado… Amor, ya queda menos para amarte. Amor a muerte. Dedicado a tod@s los que aman el amor posible, real o imaginado. Y a Cecilia Roth en particular.
-¿Cómo se vuelve a los días de antes? Ya estoy dosificando los mensajes y escuchándolos cuando ciertas condiciones del ambiente son propicias. Los últimos los escucho SOLO si paró el viento, si hay un lindo espacio tibio en la casa o si cierro los ojos y no me gritan: “Maaaaa, ¿prendo el lavarropas?”.
-Fue muy loco porque en un capítulo contaba que se conocieron y ella tenía una prenda verde y ese día yo tenía algo verde, jajaja, y el gusto por cosas que me gustan, ¡mucho en común con esa ex! Una experiencia mágica. Y Leo, un genio.
A nosotras, mucho antes de decir gracias, nos salió la rabia. Venía de a poco, sin notarse hasta que sí, hay que reconocerlo, fue en la parada siete donde Cristina Mahne, una de las fundadoras de la Red laboral de Periodistas, no pudo manejar su ansiedad.
-A esta altura odio a la turra destinataria de los mensajes. No piensa responder?????? Me da ternura que el tipo le dé las gracias y le diga “Hasta mañana” a la mudita... Yo podría perfectamente ser ese tipo que manda audio del sonido ambiente, video desde el balcón, foto con el atardecer... Por ahí es un turro, no sé. Pero por ahora la que me cae para el ojete es ELLA. ja!
Con los paños fríos que la caracterizan, Paula Rodríguez, autora de la novela Causas urgentes, levantó la voz de les que no tienen voz.
-Puedo perfectamente imaginarme que ella le responde pero él solo sigue diciendo sus genialidades melancólicas porque rinde. O podría no querer responder nada y preguntarme sobre SU consideración al no preguntarme si yo quería o no recibir sus mensajes.
Cristina insistió muy convencida.
-Mmmmmm... Para mí no es acoso. Es afecto. Puede ser no recíproco. Pero puede responderse con un “gracias por pensar en mí”. No comparto, no me pasa lo mismo pero gracias por el recuerdo. No porque sea la madre Teresa sino porque si soy yo la que recuerda me gustaría que me abracen.
Guardiana de la privacidad, Paula no cedía.
-A mí no me gusta ni el visto ni que me ignoren en una conversación/relación o lo que sea que se INICIA de ambas partes. Esta no es así, no hay por qué exigir que el otro entre. No juzguemos al que no responde. Tal vez porque yo soy ésa: si me muriera de ganas de ser la que manda los audios no lo haría, por miedo a perturbar, irrumpir donde no me llaman o no me habilitaron.
-Prefiero la intensidad aunque me equivoque –devolvió Cris.
-¿Ahora, la variable “estoy o no estoy en pareja” no la ponen en juego? –irrumpió Mariana Minvielle, viejo alias de la tercera. Como a nadie le importó mucho eso, continuó- En fin, la verdad es que si el tipo me gustaba, no podría resistirme a su acoso amoroso. La constancia me puede. Incluso si me dejó o me engañó. Pero, agrego, si hay algo del tipo que me sigue gustando. Que es, yo creo, lo que me pasa con todos los poquísimos amores que tuve: de ninguno reniego hoy porque lo que son ahora no está tan mal.
-Ah, no.
También yo arengaba.
-Para mí es crucial cómo nos separamos. Disculpen, soy El Padrino. Si me engañó, me dejó, me lastimó, lo escucharé desangrarse hasta que muera. Si fue por otra razón, aun dolorosa pero otra razón, termino respondiendo por sentido humanitario.
-Che, esto en un bar terminaba a los gritos –cerró Paula.
Pasado este pico de mujeres amasadas en el amor romántico que racionalmente dicen superar, llegó la meseta. Y con ella, la ironía.
-¿Qué hacés, Jorge? Sí, te escuché, te escuché. ¿Cómo seguís de la diabetes? ¿Viste que me acuerdo?
-Claaa, es lo mínimo. El tipo se acuerda que yo tenía marcas de acné en la cara. ¡Vuelve después de mil y se acuerda de eso! Muerte.
-Nadie lo dijo pero ¿y si ella está muerta?
-No, imposible, eso no, no es un melodrama, no está planteado así.
Y aquí llegó el momento del ajado lugar común sobre la realidad y la ficción y quien le gana a quien como si no fueran parte del mismo problema. A Sbaraglia le tocó conocer qué había detrás del espejo: a una persona cuya pareja estaba lejos y murió, escuchar esos audios le sirvió como forma de encauzar eso que quería decir y no se pudo: funcionó como forma de despedirse.
Desistí de la siesta y te pensé con fuerza, esperaba una señal de vos, sonó el timbre pero era alguien que había confundido de departamento… estás ahí, estás aquí, estamos muy cerca.
También nosotras tuvimos una señal. Una coincidencia. En uno de los últimos mensajes, Jorge nos mandó fotos de lunas distintas, reales e imaginarias. Ese día, antes de recibirlas, Cristina había compartido una foto de la luna que captó la noche anterior desde su ventana.
-Quiero decisiones, no paraísos imaginarios. Pero la vida muchas veces es indefinición, fantasía y escape –dijo la descendiente de alemanes resolutorios.
-Es lo único a lo que podemos aspirar mientras no logremos controlar a este puto virus -contestó Mariana, la voz del balance.
Amor en cuarentena no es de efecto multitudinario. Algunes se aburrieron, se quejaron porque “es muy literario, así no se habla por wasap”, otres se espantaron por la música o les resultó una mala decisión las fotos o les pareció largo. En cambio, a muches les envolvió en papel de sueños por un rato. O encendió el fuego fatuo de que nos recuerden y la pregunta acerca de aquello que recordamos. Y sobre todo, nos puso en el lugar de otro y otra, el mejor viaje de la imaginación.
Porque de la misma manera que en una noche cualquiera de la vieja normalidad, a la salida del cine o del teatro, podía armarse charla inspirada en la mesa (“la obra que trasciende es la que sobrevuela la milanesa”, dice el maestro Mauricio Kartun), ahora vivimos experiencias, estamos ante otro tipo de artefacto, uno que se mete en casa, personalizado, de a uno, cuyo nombre aún no definimos, cuya evolución aún no conocemos. Pero es algo diferente, capaz de atraparnos y conducirnos a otra parte: casi como el amor.
*Amor en cuarentena, de Santiago Loza y dirección de Guillermo Cacace. Entradas por Alternativa. $ 600 + colaboración voluntaria a beneficio de la Casa del Teatro y al Archivo de la Memoria Trans.
SEGUÍ LEYENDO