Calle Orquídea 210, Cuernavaca, México. 22 de julio de 1990. La casa está en silencio. Ya no se oye el teclado de la IBM que ha reemplazado a la Olivetti Lettera en la que escribió sus primeras novelas. No se lo oye tampoco dar indicaciones a los obreros que remodelan su casa mexicana. Manuel Puig ha muerto a los 57 años de un paro cardiorrespiratorio, tras una complicada cirugía de vesícula. Acaso, entre esas paredes vacías, se oiga un llanto.
Hoy se cumplen 30 años de la muerte de uno de los escritores más originales de la Argentina. Nació en General Villegas, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1932, como Juan Manuel Puig Delledonne, hijo mayor de la pareja del comerciante de vinos Baldomero Puig y María Elena Delledonne, química (Male para familiares y amigos). Su hermano menor, Carlos, nacido en 1944, es pintor.
Male fue su cómplice y aliada en esas tardes de cine pueblerino, en las que, contra la voluntad del padre, el pequeño Juan Manuel, alias Coco (el Toto de su novela La traición de Rita Hayworth), despuntó su amor por las historias románticas y las divas de la década dorada de Hollywood. Un amor que volcaría en sus novelas y obras de teatro y en su carrera trunca de guionista, como parte del laboratorio Puig, hecho de cintas de celuloide y proyectores transformadas en palabras y en discursos.
En su ficción, integró los géneros masivos y populares de su tiempo (cine, radionovela, noticias periodísticas, el registro oral, la ópera) para hablar de lo público (la política, la “realidad” local, nacional e internacional) y de lo privado (a través de cartas, diarios, géneros íntimos). La continua experimentación con distintos discursos lo convirtió en un verdadero vanguardista y, durante mucho tiempo, lo arrojó al estante de “literatura menor”. Esa autopercibida incomprensión de la crítica de la época y de sus pares, sumada a la estigmatización por su condición de gay y su acendrado antiperonismo, determinó en parte el comienzo de su exilio, y sin duda influyó en la decisión de no volver.
Mario Vargas Llosa amenazó con renunciar si le daban el premio a “ese argentino que escribe como Corín Tellado
Ya había vivido y escrito en Roma (donde abandonó una carrera cinematográfica, como lo había hecho con sus estudios en Filosofía y Letras) y en Nueva York, y había publicado dos novelas neorrománticas. La primera fue La traición de Rita Hayworth (1968), que concursó en España para el premio Seix Barral, pero tuvo el voto en contra de uno de los jurados, Mario Vargas Llosa, quien amenazó con renunciar si le daban el premio a “ese argentino que escribe como Corín Tellado”. La siguiente, Boquitas pintadas (1969) (llevada años después al cine por Leopoldo Torre Nilsson), escandalizó a la comunidad de General Villegas (Coronel Vallejos en la ficción), que se vio retratada en un espejo deformante. Atrás había quedado Juan. Ya era Manuel Puig, escritor.
Pero fueron las amenazas de censura que recibió por su tercer libro lo que precipitó el ostracismo: The Buenos Aires Affair. Novela policial (1973). En su exilio itinerante, que volvería a llevarlo a Nueva York y luego a Rio de Janeiro, publicaría cinco novelas más. El beso de la mujer araña (1976) narra el vínculo entre dos prisioneros que comparten una celda: Molina, un militante de izquierda y Valentín, un gay acusado de corrupción de menores, fue llevada al cine en 1985 por el brasileño Héctor Babenco y protagonizada por Raúl Juliá y William Hurt, ganador de un Oscar. También fue llevada al cine Pubis angelical (1979), en 1982, dirigida por el cineasta argentino Raúl De la Torre, con Graciela Borges y Alfredo Alcón como protagonistas y banda sonora de Charly García. Le siguieron Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980), Sangre de amor correspondido (1982) y Cae la noche tropical (1988).
También en el exilio, publicó cuatro obras de teatro: Bajo un manto de estrellas (1983), una adaptación de El beso de la mujer araña (1983), un título que muchos años después llegaría también al musical, La cara de villano (1985) y Recuerdos de Tijuana (1985).
Entre sus obras póstumas se cuentan: El misterio del ramo de rosas, La tajada-Gardel, uma lembrança, Triste golondrina macho, Los ojos de Greta Garbo, Nueva York 78: estertores de una década y Los siete pecados tropicales.
Cuernavaca sería su destino final. Allí, en esa ciudad a 85 kilómetros al sur del entonces DF, pasó la última etapa de su vida junto a su madre. Entre las amistades argentinas que conservó en el exilio mexicano, se cuenta la escritora cordobesa Tununa Mercado, autora de una obra única, de la que forman parte el libro de cuentos Canon de alcoba (1988) y las novelas En estado de memoria (1990) y Yo nunca te prometí la eternidad (2005), entre otros títulos. Ella fue una de las pocas que estuvieron en el velorio de Manuel Puig.
En diálogo telefónico con Infobae, Tununa recuerda:
“Yo viajé desde el DF a Cuernavaca cuando me enteré. Había un féretro y muchas flores arriba y se nos ocurrió poner sus libros sobre la madera. Estaba la madre y éramos tres o cuatro, no te creas que más: dos mexicanos que habían sido sus amigos durante muchos años; Santiago Funes, un argentino que estaba en Cuernavaca, Noé (Jitrik, crítico literario argentino, marido de Tununa. N. de la E.), y yo.
“Recuerdo ese ataúd cubierto de libros y de flores y las escasas personas que consternadas por la muerte de Manuel. No tenía mucha vida social en Cuernavaca. Era bastante solitario”.
La escritora había conocido a Puig en Buenos Aires a través de Felisa Pinto, editora del diario La Opinión, donde Tununa Mercado escribía artículos. Fue una amistad entrañable y duradera.
Era una persona histriónica. Imitaba a todo el mundo. Teníamos una complicidad muy grande, un intercambio cachondo, gracioso, divertido. Hay ciertos escritores que desaparecen del escenario. Él tiene su lugar ganado. (Tununa Mercado)
“Era una persona histriónica. Imitaba a todo el mundo. Teníamos una complicidad muy grande, un intercambio cachondo, gracioso, divertido. Era muy criticón; me contaba sus cosas. Al mismo tiempo era un tipo con el que había una relación seria. No hablábamos mucho de literatura, a veces de algún libro”.
A treinta años de su muerte, su colega y amiga sostiene la vigencia de su escritura:
“Es un escritor argentino reconocido, muy moderno y único, que se mantiene en el tiempo. Hay ciertos escritores que desaparecen del escenario. Él tiene su lugar ganado. Y si bien nunca tuvo una militancia política, era un hombre progresista, de izquierda. Yo sentí muchísimo la muerte de Manuel”.
Otro argentino que lo conoció de cerca fue Tomás Eloy Martínez. En una nota publicada en La Nación en 1997, el periodista y escritor, autor de Santa Evita, reconstruye una entrevista en la que Puig le confía: “Yo tendría que haber nacido mujer ¿no te parece?”
Quizá no fue un problema de género sino de tiempo histórico.
Poco antes de morir, Puig publicó un artículo en la revista El porteño, “El error gay”, donde expresaba sus ideas sobre la identidad sexual de una forma que aún hoy interpela y resulta vanguardista: “Se deberían abolir inclusive las dos categorías, hétero y homo, para poder finalmente entrar en el ámbito de la sexualidad libre. Pero esto requerirá mucho tiempo”. Tanto, que recién veinte años después de su muerte, el 15 de julio de 2010, en Argentina se sancionó la Ley de Matrimonio Igualitario.
La conciencia dramática de su mujeridad deseada impregna su obra. ¿Qué buscaba Coco en la sala de cine donde proyectaban las películas doradas de Hollywood? Aquellas divas no eran objetos oscuros de deseo. No, eran claros sujetos de deseo. Eran la madre, eran el niño allá en General Villegas antes del exilio.
Y no es que una imagen pueda más que mil palabras. Es que una imagen, como mil palabras, puede ser leída. Las nuevas ediciones de la obra de Puig en Planeta tienen tapas vintage con sugerentes figuras de pin ups. Pero tres años después de la muerte de Puig, la foto de tapa de una edición tardía de The Buenos Aires Affair (Seix Barral, 1993), llama a la lectura desde la cara perfecta, seductora, indiscutiblemente bella, el mentón apenas velado por un plisado de organza, un ojo cubierto por un sombrerito de terciopelo negro ladeado, de una rubia Joan Crawford. Hay una sensualidad en la simetría que trazan las diagonales. Un recurso que Hollywood explotó (y ¿Quién engaño a Roger Rabbit? supo parodiar): la raya al costado en las cabelleras de casi todas las actrices desde los 40 en adelante, el ojo tapado de una Vivian Leigh, caras perfectas que dicen y sugieren por lo que no muestran. Puig hizo literatura de esa elipsis de las formas que se exhiben y se ocultan. El mismo tuvo que esconder su deseo. O tuvo que exiliarse para darle rienda suelta.
The Buenos Aires Affair narra un caso policial que involucra a Leo, un personaje oscuro, violador devenido crítico y curador de arte, y a Gladys, víctima de una violación, artista plástica que busca en la resaca de la marea, objetos para construir su obra y que el destino, o el deseo, une y que (no podía ser de otra manera), el relato tuerce.
La foto de tapa, tomada por George Hurrel (1932), pertenece a la colección de Manuel Puig. Y es que Puig fue un coleccionista de estrellas. Una de esas colecciones están en ese libro, en la introducción de fragmentos de guiones que reproducen pequeños diálogos de películas, con una salvedad: no es el nombre de la protagonista sino de la actriz el que precede los diálogos encabezados por Greta Garbo, Bette Davis, Jean Harlow, Heddy Lamar. Esos micro guiones configuran el marco de una ficción armada con retazos que intenta borrar al narrador: diálogos donde solo se oye una voz, monólogos y narraciones editadas con títulos y referencias temporales, recortes de diarios, canciones, y lo más original: una escena de masturbación de Gladys, la protagonista, contada con llamadas al pie a través de asteriscos.
Otra narración policial de Puig cierra la antología de textos, en su mayoría, inéditos en Un destino melodramático. Argumentos (El cuenco de plata, 2004).
Se trata de la reconstrucción del suicidio de Claudia Muzzio, cantante de ópera italiana que fue opacada por el gran Caruso, en 1936, durante el auge del fascismo, en el gobierno de Mussolini. El argumento, que le fue encargado por el cineasta brasileño Fabiano Canosa, fue escrito por Puig en Río de janeiro en 1988. Un bello texto provisorio, menor, escrito por encargo, que se suma a la lista de los proyectos que no fueron.
Graciela Goldchuck, especialista en la obra de Puig, escribe en la introducción sobre ese texto: “la traición y muerte aparecen como destino, y el melodrama como verdad”.
Y el autor, en “A modo de prólogo”, define la palabra melodrama a través del diálogo imperdible entre una alumna y su maestra. Aquí, un fragmento:
-En el melodrama hay siempre esos golpes de la mala suerte. Y los reciben personas buenas. Las protagonistas de los melodramas son siempre mujeres muy buenas.
-¿Santas?
-No, una cosa es ser buena y otra ser santa.
…
-¿Y qué hay que hacer para salvarse de un destino melodramático?
-Nada, porque no depende de uno. Te cae y te electrocuta como un rayo. Y ahora basta, no pienses más en eso.
-No, señorita, a mí me da miedo, voy a rezar mucho todas las noches para salvarme de un destino melodramático.
La literatura, se sabe, habla de una imposibilidad, de un fracaso, al tiempo que dice mucho sobre la construcción de lo posible. Allí, en esa obra que fue a un tiempo laboratorio de prueba y evidencia de que la escritura es histórica (muchos de los recursos que Puig utiliza fueron gastados y hoy son los menos recomendables para un escritor que recién comienza), como también lo es la lectura, en esos textos de voces femeninas profusas y hombres que dejan mucho que desear, Manuel Puig fue la mujer que, acaso, siempre soñó ser.
Aunque quizá eso no lo salvó de ese destino melodramático, cantera inagotable de su obra de ficción.
SEGUIR LEYENDO: