Ana María Shua: “Cuando empezamos a escribir, creemos que podemos contar el universo”

Charla con la gran escritora argentina autora de "Hija" y de "La guerra", reconocida en los últimos años como uno de los grandes nombres del microrrelato en lengua española. La cocina de su escritura, la versatilidad de su obra y también un repaso por el tiempo en que las mujeres escritoras no lograban acceder a ciertos circuitos de prestigio

(Franco Fafasuli)

Ana María Shua es una de las mayores escritoras argentinas, con una obra vastísima para adultos, para jóvenes y para chicos. Su carrera arrancó muy temprano con la poesía -a los 16 años publicó un libro de poemas, El sol y yo- y con su primera novela, Soy paciente, ganó un premio muy importante, el Losada, en 1980. A lo largo del tiempo, Shua fue entregando distintas obras de diversos géneros y en los últimos años se convirtió en algo así como la gran reina del microrrelato en español, un referente insoslayable en esa suerte de literatura de cámara.

Algunos de sus libros fueron grandes éxitos editoriales, como Los amores de Laurita, una novela erótica que llegó al cine y por la cual ese registro pasó a ser una suerte de condena, dice. “Se convirtió en una especie de sambenito lo de la escritora erótica, entonces siempre me preguntaban por lo mismo, y estaban esperando mi próximo libro, a ver cuán erótico era. Y a mí no me gustaba eso porque odio que me encasillen”, contó, entre otras cosas, en esta conversación que mantuvimos semanas atrás, en el programa Vidas Prestadas, de Radio Nacional. En esa conversación también hablamos de la cocina de su escritura, la versatilidad de su obra y del tiempo en que las mujeres escritoras no lograban acceder a ciertos circuitos de prestigio.

— ¿Cuándo arrancaste con el relato breve como forma narrativa?

— Bueno, en realidad fue lo primero que yo escribí en prosa. Porque yo escribía poesía, era muy jovencita, era adolescente, y estaba con mis primeros intentos de pasar de la poesía a la prosa. Intentaba escribir cuentos y no me salía, y de pronto cayó en mis manos una revista mexicana que se llamaba El cuento. Yo en esa época trabajaba en publicidad, debía tener 23 años. Y El cuento era una revista mexicana que publicaba solamente cuentos, y sobre todo en español, sobre todo cuentos de autores latinoamericanos. Y tenía una sección de cuento brevísimo; en esa época no se llamaban microrrelatos ni mini ficciones ni nada por el estilo, se llamaba brevísimo. Y bueno, y ahí conocí a una cantidad de autores que fueron muy, muy importantes para mí, que tuvieron mucho peso, mucha influencia en mi escritura. Y empecé a escribir para presentarme a un concurso que tenía la revista, eso fue en el año 74, y era un concurso permanente de cuento brevísimo.

Y te presentaste.

— Sí, me presenté. Pero nunca gané nada (risas). Y tampoco supe qué pasó, porque creo que en el 75 debo haber mandado los cuentos, y en el 76 vino la dictadura, y la revista no volvió a entrar a la Argentina.

— Pero te abrió la puerta a un género, digamos. A una forma de la narración.

— Claro, me abrió como una puerta mental. En realidad era un género que yo conocía mucho porque es un género que en Argentina no tiene nada de raro. Yo leía mucho cuento brevísimo de nuestros grandes autores, Cortázar, Borges, Denevi, Bioy Casares, todos ellos tienen cuentos brevísimos, y a mí me gustaban mucho esas cosas cortitas con ese significado tan concentrado en pocas palabras. Y que por ahí también se topaba un poco con la poesía.

— En algún lugar leí que señalabas que, a la hora de leer el cuento breve, hay que ir contra la idea de que es algo que se lee muy rápido. Cada palabra pesa, decías, o algo así.

— Es que si uno lo lee muy rápido no lo entiende. Hay que pensar un poquito. Una novela uno lee rápido y por ahí hay cosas que no entiende, y párrafos que, digamos, no los pescó del todo, pero seguís leyendo… Y hay una historia y te va llevando, y vas conociendo los personajes, y no importa si de repente un párrafo no lo entendiste del todo, te lo salteaste, lo que sea. Pero en el microrrelato, no; el microrrelato tiene otro tipo de exigencias, porque cuando entraste, empezás a entender y se terminó.

De Ana María Shua

— En Todos los universos posibles está reunida toda tu obra de relato breve salvo La guerra, que salió después. Está La sueñera, que es un libro precioso y que también fue publicado recientemente en una edición para chicos.

— Sí, así es, para colegios secundarios.

— Me gustaría leer uno de los textos, que dice: “Para dormir cómoda me despojo de todo lo superfluo. Sentada en el borde de la cama me quito lentamente la ropa. Dejo caer los brazos que se estiran sobre la alfombra como gruesas serpientes. Con un movimiento brusco me desprendo de las piernas y sacudiendo la cabeza hago volar mis facciones, ojos, boca, nariz, por todos los rincones de la habitación. Y continúo hasta que no queda nada entre las sábanas más que mi sexo, que de todas maneras nunca duerme”. Me encanta. Lo leo y me pregunto cómo surge un microrrelato como éste.

— Ah, vaya a saber (risas). Es muy misterioso. Es misterioso incluso para mí. Lo que te puedo decir es que surgen enteros. O sea, surgen así, con su forma puesta. Son como pequeñas ideas breves. Hay muchos manuales de mini ficción y de microrrelato que dan lecciones acerca de cómo acortar, cómo resumir, cómo ser breve. Y eso es absurdo, no tiene sentido. Un buen microrrelato nace así, ya con su forma puesta. Dura lo que tiene que durar.

— En tus libros de microrrelatos, dentro de un mismo volumen hay distintos narradores, distintos puntos de vista, y distintos géneros, también, porque de pronto aparecen historias, casi como pequeñas crónicas. ¿Vas anotando cosas que te van interesando y decís “esto da para microrrelato”?

— No. Definitivamente no. Digamos que tuve diferentes formas de composición en mis distintos libros. Pero yo no estoy constantemente pensando en microrrelatos o escribiendo microrrelatos. Cuando me decido a escribir un libro, entonces sí, trato de pensar en microrrelatos y eso suele durar entre dos y tres años.

— Es decir que tenés primero el tema para un libro y a partir de ahí lo componés.

— Sí. No el tema, generalmente, sino más bien la decisión: ahora tengo ganas de escribir microrrelatos. Quizás hace cinco o seis años del último libro de microrrelatos y entonces digo, bueno, cambié lo suficiente como para que mis microrrelatos sean diferentes de los anteriores.

— Porque le temés al autoplagio.

— Claro, absolutamente. El autoplagio es imposible de combatir. Digamos, uno no le va a ganar cien por cien al autoplagio. Los escritores tenemos límites. Cuando uno empieza a escribir te parece que podés escribir el universo, después uno se da cuenta que no es así, que en realidad hay una pequeñísima parte, una minúscula parte del universo que va a ser lo que en realidad tenés ganas de escribir, y fuera de eso no vas a poder. Entonces es como un pescadito que cuando se larga a nadar piensa que está en el océano y después, unos años después, empieza a chocar contra las paredes de la pecera. Esa es la realidad.

— Pero cuando escribiste La sueñera, por ejemplo, ¿lo pensaste como libro? ¿O ibas escribiendo distintos microrrelatos?

— Bueno, yo empecé a escribir La sueñera para presentarme al concurso éste de la revista El cuento. Y entonces, como me salieron lindos y me gustaron y demás, imaginate, yo era muy jovencita, tenía publicado mi primer libro de poesía, que lo había publicado en el secundario, y nada más. Y entonces dije bueno, esto es muy lindo, tengo que seguir, tengo que escribir un libro de esto. Voy a escribir uno por día, dije alegremente. Pero un microrrelato por día es mucho. Entonces durante cien días cumplí. Y a los cien días se secó el pozo y ya no pude escribir ni uno más. Pero ni uno. Pasaron años hasta que pude retomar ese libro. Cuando lo retomé dije: uno por día no va, vamos a tratar de hacer diez por mes. Y diez por mes es posible. Entonces, quizás un mes escribo doce, y entonces al mes siguiente me puedo quedar un poco más corta. Después me voy endeudando, empiezo a deber, ¿no? Bueno, un mes escribí ocho, y al mes siguiente solo pude hacer cinco, y empiezo a acumular deuda.

— Claro.

— Y de pronto hay un punto, que suele ser alrededor de los tres años, en que ya realmente se me empiezan a repetir, los textos se empiezan a repetir, empiezan a ser muy parecidos a los que ya tenía, y el libro se terminó y se terminó y no hay nada que yo pueda hacer al respecto. No puedo escribir más.

— Un libro de microrrelatos te lleva un tiempo importante, entre dos y tres años. ¿Y en ese lapso escribís otras cosas?

— Sí, por supuesto.

— ¿Y cómo hacés, cómo logras concentrarte en cada cosa que estás haciendo durante ese tiempo?

— A ver, una novela es un trabajo duro, difícil, es una especie de castigo que tenemos los escritores, ¿no? La decisión de escribir una novela. Una novela no sabés si la vas a poder terminar y, con todo el esfuerzo y la voluntad, a lo mejor escribís un párrafo en un día. A lo mejor tenés cuatro horas para escribir y en las primeras dos horas escribiste media página y te das cuenta que ya está, no vas a poder escribir más. Y entonces, las otras dos horas quizás puedo sacar un microrrelatito. Y completarlo, y terminarlo y pulirlo. Y entonces eso da la sensación de que uno hizo algo; no sabe si va a poder terminar la novela o no porque eso lleva años, pero aunque sea pudo escribir algo, terminarlo, pulirlo, y lo tiene ahí lindo, brillando, y ese día no ha sido en vano.

Hija, tu última novela es de 2016. ¿Es una novela que tenías pensada y que por ahí quedó o así como apareció en tu cabeza se escribió y se publicó?

— No, no la tenía pensada. Me llevó más o menos tres años: se ve que tres años es más o menos lo que me lleva un libro.

— ¿Y ahí el tema originalmente tenía que ver con qué pasó con tu generación y la última dictadura o tenía más que ver con la cuestión de la maternidad? ¿Qué pesaba más?

— La maternidad. Yo quería contar el drama de una mujer que tiene una hija... Porque viste que uno siempre dice “bueno, quizás mi hija no es exitosa o no logró esto, no logró aquello, pero es una buena persona”. Y uno siente algo agradable y calentito de decir que su hija es una buena persona aunque no sea una súper exitosa brillante. Pero ¿qué hace uno si su hijo no es una buena persona?

— ¿Se puede amar al monstruo?

— Sí. Claro, sí. Acá en Hija la hija se llama Natalia. Y Natalia no es una buena persona y es una cosa muy dura para la madre aceptar eso. Los padres son gente más o menos normal, con sus cosas buenas, sus cosas malas, pero la hija no, la hija es manipuladora, mal bicho. Es fea, fea persona desde chiquita.

— ¿Qué dijeron tus hijas cuando la leyeron?

— Bueno, yo quería contar mis sentimientos con respecto a la maternidad sin escrachar a mis hijas. Entonces tenía que inventar un personaje que fuera tan jodido, tan mala, tan odiosa, que ninguna de las tres se pudiera ver reflejada en el personaje. Se lo tomaron muy bien.

— Es muy difícil asumir la maternidad de un hijo que tiene tan poco que ver con uno en esos términos.

— Claro, por supuesto. Sí, sí, la madre niega todo el tiempo, hasta el final.

— Quería leer otro microrrelato que se llamaLas mujeres se pintan” y está en Casa de geishas, y dice: “Las mujeres se pintan antes de la noche. Se pintan los ojos, la nariz, los brazos, el hueco poplíteo, los dedos de los pies. Se pintan con maquillajes importados, con témperas, con lápices de fibra. En el alba ya no están. A lo largo de la noche y de los hombres se van borrando”. A propósito, Los amores de Laurita fue una novela importante en su momento, que se leyó mucho y que además llegó al cine. Es una novela erótica, por eso quería preguntarte por el tema del sexo y el erotismo en lo que tiene que ver con tu obra y con tus intereses.

— Bueno, mis intereses cambiaron (risas). Esta es una muestra de cuánto influyen los intereses del autor en lo que escribe. Sí tuve una época en que, por supuesto, como le pasa a todo el mundo, la cuestión del sexo, del erotismo y demás estaba entre mis intereses y de ahí salió Los amores de Laurita y también varios de mis cuentos. Pero después yo quise despegarme de eso porque, se convirtió en una especie de sambenito lo de la escritora erótica. Me nombraron la escritora erótica oficial de la Argentina (risas). Y entonces siempre me preguntaban por lo mismo, y estaban esperando mis libros, mi próximo libro, a ver cuán erótico era. Y a mí no me gustaba eso porque odio que me encasillen, igual que todo el mundo.

— Sí. Pero vos no solo odiás que te encasillen sino que evidentemente necesitas escribir distintos géneros, lo que mencionábamos antes: novela, cuento, microrrelato, libros para chicos, libros para jóvenes. O sea, hay algo que tiene que ver con vos también. ¿Te cansás o qué?

— No, dime lo que lees y te diré lo que escribes. Y yo soy una lectora muy ecléctica y me gusta leer de todo. Me gusta leer realmente las cosas más variadas. Y entonces, cuando escribo también escribo de todo, escribo variado. Justamente estoy con un problema con mi próximo libro de cuentos, que vendrá supongo, iba a venir el año que viene pero bueno, ahora este año desapareció así que supongo que saldrá en el año 2022. Y estoy trabajando en este libro y son cuentos tan diferentes unos de otros que hasta estoy dudando si ponerlos todos juntos. Porque tengo cuentos francamente livianos, lights, que son lindos también y son buenos, y son interesantes. Otros muy, muy terriblemente dramáticos.

— No ves que formen un conjunto.

— Bueno, forman un conjunto que es mi literatura. Mi literatura es así. O sea, yo he escrito cosas muy, muy distintas unas de otras, qué sé yo, tengo desde La sueñera hasta El marido argentino promedio ¿no?

— Sí, humor y drama, claro.

— Humor, drama, costumbrismo y cosas muy sencillas y otras muy complejas. Y entonces quizás no esté mal hacer un libro que sea como un muestrario de todas mis posibilidades. Tengo que pensar, quizás encontrarle una sección a cada uno de estos.

— Bueno, tus libros de microrrelatos tienen secciones.

— Tienen secciones, sí, pero son más bien temáticas. Y aquí las secciones tendrían que ver también más que con el tema con la escritura, con el tono de los cuentos.

Poder darse cuenta de que, dentro de lo que son textos bien escritos, algunos son buenos y otros son malos es la diferencia entre alguien que es un escritor y alguien que no lo es

— Una vez dijiste que no todo lo que está bien escrito es bueno, y que como escritor es bueno saberlo. ¿Cómo es eso?

— Y es así, eso lo ves muy claramente en los concursos. Hay gente que escribe muy bien y vos empezás a leer y decís: ah, qué bien, esto está muy bien escrito. Pero seguís leyendo y leyendo y leyendo y bueno, te das cuenta que no pasa nada. No va para ningún lado, no tienen qué decir o no lo dice de una manera contundente. Y en lo que uno mismo escribe es fundamental poder hacer esa diferencia entre lo que está bien escrito y lo que es bueno. Todo lo que yo escribo está bien escrito, desde chiquitita. Yo te puedo mostrar una composición de cuando estaba en sexo grado y está bien escrito, muy bien escrito porque, ese es mi don, escribir bien es mi don. Pero no todo es bueno. Pasaba lo mismo en lo que yo escribía cuando tenía 25 años que en lo que escribo hoy, algunas cosas son buenas y otras no. Y poder darse cuenta de que, dentro de lo que son textos bien escritos, algunos son buenos y otros son malos es la diferencia entre alguien que es un escritor y alguien que no lo es.

— ¿Alguna vez te pasó de empezar una novela, por ejemplo, que es un trabajo de más largo aliento y que llegara un momento en donde decís “esto no es bueno” y dejarla?

— Me pasó pero en las primeras páginas. Siempre hay un punto en la novela en que decís “no, no, esto no sirve para nada, lo voy a tirar”. Pero bueno, si uno ya le puso un año, un año y medio de trabajo no lo tiras tan fácilmente, hacés un esfuerzo, hacés una vuelta. Pero sí me pasó de ver que las primeras veinte páginas no me llevaban a ningún lado y dejarlo.

(Franco Fafasuli)

— Tu último libro de microrrelatos es La guerra. Me gustaría que me cuentes por qué se te ocurrió escribir sobre la guerra, puntualmente.

— Yo siempre a lo largo de todos mis libros de microrrelatos siempre buscaba un tema que me sirviera para todo un libro. Fracasé con los primeros libros porque en La sueñera iba a ser el sueño, el insomnio, pero no me alcanzó y entraron otros temas. Con Botánica del caos quería que fuera una especie de jardín botánico de ejemplares raros y tampoco me alcanzó, no pude pensar en bastantes ejemplares raros. Y lo mismo con Casa de geishas. Pero de pronto bueno, con Fenómenos de circo, encontré un tema que era lo bastante rico, variado, fascinante como para poder escribir todo un libro sobre el tema. Y con La guerra me pasó lo mismo.

— Es vastísimo, claro.

— Las guerras del pasado, las guerras del futuro. Las armas, los soldados, la posguerra.

— Había muchas historias que se podían recuperar además ¿no?

— Muchas historias. Y tanto con Fenómenos de circo como con La guerra trabajé mucho apoyada en información, que en los otros libros no lo hice.

— Por momentos uno lee eso como pequeñas crónicas, como te decía recién.

— Es que son pequeñas crónicas de sucesos reales a los que les doy una vuelta de tuerca para transformarlos en un relato propio.

— ¿Y qué te pasa a vos, como Ana María Shua, en términos éticos, morales con la guerra?

— Me parece terrible e inevitable. Yo soy una optimista incurable y tengo fe en la humanidad y creo que por algo no tuvimos una Tercera Guerra mundial y por algo nunca se usaron las armas atómicas. O sea, a pesar de todo la humanidad se quiere a sí misma y se cuida a sí misma más allá de las fronteras. Pero el impulso agresivo del ser humano es imparable. Y entonces, quizás no va a haber una gran guerra general pero es casi inevitable que haya pequeñas guerras y pequeños conflictos y pequeños y medianos en los que muere y sufre una enorme cantidad de gente. Es muy notable cómo en las guerras del pasado los que morían eran sobre todo los combatientes y hoy es la población civil. Eso es muy terrible.

— Hasta no hace mucho la literatura argentina era una literatura con protagonistas masculinos. ¿Cómo ves ahora que haya tantas mujeres que están publicando?

— Me parece maravilloso. Pero te voy a decir una cosa, la literatura argentina nunca fue una literatura con protagonistas masculinos.

— En los 80 y los 90 diría que había una preponderancia masculina. En los 60 y los 70 hubo mujeres importantes. Pero hubo un momento… Bueno, hablá vos, te dejo (risas).

— No, pero está bueno que lo conversemos y que lo discutamos. Sí, había una preponderancia masculina, pero sobre todo había círculos de prestigio a los que a las mujeres nos costaba mucho acceder.

— Exactamente.

— Eso era lo que pasaba. Que había muchas mujeres que escribían, incluso algunas que vendían muchísimo como la famosa tríada tan mentada que eran Silvina Bullrich, Marta Lynch y Beatriz Guido. Que vendían muchísimo, pero no podían acceder al prestigio. Te digo que yo leo hoy los cuentos y las primeras novelas de Silvina Bullrich, los cuentos de Beatriz Guido, los cuentos de Marta Lynch, y son alta literatura. Y hoy no se les da bolilla, la crítica no las reconoce.

(Franco Fafasuli)

— Es distinta la literatura de Sara Gallardo, pero así y todo el regreso de su obra fue en los últimos dos o tres años, también era una literatura que estaba olvidada en un punto, ¿no?

—Sí, pero ella siempre tuvo un cierto prestigio, el prestigio de la vanguardia. Porque acá, en la Argentina, hay un prestigio muy particular que se le otorga al vanguardismo, que en otros países no pasa. Y Sara Gallardo siempre estuvo un poco en esa línea. Lo que escribió siempre era algo un poco más raro, muy diferente, muy original, fascinante en realidad. Y fue muy injusto que fuera olvidada y fue magnífico que se la recuperara.

— ¿Y cómo te caía eso de no pertenecer a esos círculos de prestigio?

— Bueno, qué sé yo, yo siempre hice la mía y sin fijarme demasiado en lo que estaba pasando alrededor. Sí hubo un punto… yo tuve un tropiezo en mi carrera, pero fue culpa mía.

— ¿Cuál?

El marido argentino promedio fue un libro, un bestseller, que se vendió muchísimo, y que me hizo caer al quinto pozo del infierno en materia de prestigio. Fue un desastre. Incluso, ahora, cuando en los últimos años entré a Planeta y empecé a publicar, lo primero que me querían publicar era eso y yo no quise porque me di cuenta de que había sido un error.

Pero también podría verse como parte de tu versatilidad, ¿no?

— Sí, pero quizás hubiera sido mejor no publicarlo, dejarlo en lo que fue originalmente, que eran notas en revistas, cosas así.

— ¿Pero vos decís entonces que fue por eso que no formabas parte de esos circuitos más prestigiosos?

— No, pero digo que ahí hubo un tropiezo. Ahí hubo un problema de mi parte. Cometí un error. Pero era también un momento en el que en general las mujeres no accedíamos a los primeros lugares en la consideración del prestigio.

— A eso iba.

— Claro. No, eso no sucedía. Las mujeres podíamos vender mucho, podíamos tener mucha prensa, podíamos ser reconocidas, pero prestigio no, el prestigio era para los hombres. Por eso es maravilloso lo que está pasando hoy, que tenemos una Samanta Schweblin, una Selva Almada o una Gabriela Cabezón Cámara. Es fantástico. Y son buenísimas escritoras, se lo recontra merecen. Y es una alegría que se las reconozca.

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