Fujishima Takeji fue lo más europeo que un pintor japonés podía serlo a fines del siglo XIX. El artista es conocido por su trabajo en el desarrollo del romanticismo y el impresionismo dentro del movimiento artístico yōga (estilo occidental), aunque en los últimos años fue influenciado por el movimiento Art Nouveau. Esta pieza, Amanecer sobre el mar del este, pertenece a su época occidental.
Hijo de un ex samurai, realizó sus estudios de arte en la escuela secundaria Kagoshima, para luego asistir, 1884, a Tokio, donde aprendió de Kawabata Gyokusho, un artista de nihonga, pinturas tradicionales, de la escuela Shijō. Sin embargo, su atracción por las nuevas técnicas de pintura al óleo occidentales, conocidas como yōga -término acuñado en el Período Meiji, para distinguir estas obras de las tradicionales- le hicieron dar un vuelco en su carrera, que lo convertiría en un referente.
Fue profesor asistente en el Departamento de Pintura Occidental de la Escuela de Arte de Tokio y perteneció a la Hakuba kai (Sociedad del Caballo Blanco), donde mantuvo na relación estrecha con Kuroda Seiki, el primer artista en trabajar bajo la técnica de yōga.
En su viaje a París de 1905, estudió las técnicas de pintura histórica con Fernand Cormon en la École nationale supérieure des Beaux-Arts en París, y retratos con Carolus-Duran en la Academia Francesa en Roma, en Italia. Regresó a Japón en 1910 y se convirtió en profesor de la Escuela de Arte de Tokio y miembro de la Academia Imperial de Arte. En 1937, fue uno de los primeros destinatarios de la recién creada Orden de Cultura del gobierno japonés.
En 1928, Fujishima recibió el encargo de crear una pintura al óleo para decorar el estudio del Emperador Showa. Decidió entonces que el tema sería el “amanecer”, lo que consideraba simbolizaría su apoyo y lo que esperaba al Japón, un nuevo comienzo.
Entonces, comenzó a viajar por el norte la isla, desde Zao hasta la colonia japonesa de Taiwán en el sur en busca del amanecer perfecto. Estuvo una década realizando paisajes en los albores del sol, desde el mar a la montaña. La isla del sol naciente necesitaba la expresión más pura de todas. Durante ese período, produjo muchas obras maestras con esta temática, como esta realizada en 1932, donde un velero parece navegar hacia la eternidad entre el mar y el cielo.
La composición está simplemente organizada en planos de color extremadamente simples y claros; en él vemos personificada la simplicidad, la pureza, que era el objetivo de Fujishima. Hoy, es parte de la colección del Museo Artizon, en Tokio.
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