A noventa años de su nacimiento, las formulaciones del filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004) siguen trazando coordenadas precisas para leer el presente a través de un corpus filosófico que permite desde repensar el escenario trazado por la pandemia de coronavirus hasta rastrear el legado del pensamiento de la deconstrucción que se reactualiza y bifurca en los discursos del nuevo feminismo.
Fue uno de los pensadores más trabajados, refutados y traducidos del mundo. Y aunque no siempre esas condiciones garantizan la superviviencia de una obra, en su caso el legado de más de 40 libros entre los que se cuentan De la gramatología, La escritura y la diferencia y Los espectros de Marx irradia nuevas significaciones sobre disciplinas como la filosofía, la arquitectura, la literatura, ya despojadas de la polémica o la provocación que solía acompañar sus presentaciones públicas.
Castigado por la brutalidad de la política antisemita que pretendió instalar el régimen derechista de Vichy en su Argelia natal, donde fue expulsado del colegio secundario por exceder el límites permitido de alumnos judíos-, Derrida se instaló en Francia en 1949 y allí construyó su recorrido teórico en un proceso aletargado que arrancó a los 50 años cuando defendió su tesis doctoral pero que no le impidió convertirse en uno de los pilares del pensamiento posmoderno junto con figuras como Gilles Deleuze, Jean Baudrillard y Jean-François Lyotard.
Si el cáncer de páncreas no se hubiera ensañado con su cuerpo hasta la muerte, que sobrevino en 2004, Derrida celebraría mañana su nonagésimo cumpleaños, acaso sorprendido por la centralidad que tienen algunas de sus formulaciones, como las variaciones en torno a la deconstrucción -su método para desmontar desde el interior ideas, instituciones o sistemas- o su crítica a “la desastrosa y antidemocrática monopolización del poder en Estados Unidos”, por ese entonces bajo la administración de George W. Bush y hoy en manos de la política amenazante de Donald Trump.
“La mejor enseñanza que nos deja es que su obra no es una doctrina, mucho menos un dogma y mucho menos un manual sino que son indicaciones para ser herederos, es decir, ser fieles traicionando la herencia -destaca la ensayista Diana Sperling- Toda la reflexión de Derrida sobre la escritura, toda su lectura de Freud, de Husserl, de Heidegger y de la filosofía en general, son pistas que hay que tomar como indicios que a uno le permiten dibujar un camino propio y no seguir sus ideas a pie juntillas, porque sería imposible ser literalmente derridiano”.
“De hecho, lo que él hace todo el tiempo es barrer incluso sus propias definiciones: cada vez que se aproxima a una definición, él mismo la deshace y la deconstruye. Precisamente, con el término deconstrucción intenta ser fiel al Nietzsche de ‘filosofar con el martillo’, es decir, deshacer los conceptos”, apunta la escritora, docente y doctora en Filosofía.
“La relevancia del pensamiento derridiano a la hora de enfrentarnos a nuestro aquí y ahora es insoslayable”, sostiene Sebastián Chun, doctor en Filosofía y uno de los participantes de un ciclo de homenaje al autor de “Invenciones del otro” que tendrá lugar hoy a las 14 en el canal de Youtube de la revista “Instantes y azares” con la participación de especialistas de España, Colombia, Chile y Argentina como Cristina de Peretti, Marta Segarra, Laura Llevadot, Bruno Mazzoldi, Iván Trujillo y Mónica B. Cragnolini, entre otros.
Chun, doctor en Filosofía, recupera dos conceptos del pensador -la artefactualidad y la actuvirtualidad- para mostrar su pertinencia en la desconcertante escena del presente: “La primera fórmula nos invita a reconocer el carácter ficticio de la actualidad, en tanto artefacto construido a partir del entrecruzamiento de distintas fuerzas en pugna, mientras que la segunda hace referencia al asedio teletecnomediático, es decir, la contaminación entre lo virtual y lo real a la hora de construir ese artefacto”, enuncia.
.A partir de estas coordenadas, la producción del pensador aporta algunas claves para leer la escena perfilada por la pandemia del Covid-19: “La filosofía de Derrida nos invita a reflexionar sobre el carácter espectral de un virus que se ha caracterizado en repetidas ocasiones como un ‘enemigo invisible’, contra el que se ha desatado una ‘guerra’ que ha conducido a una proliferación de fronteras que pretenden escindir, discriminar y excluir”, destaca Chun.
“La reflexión política de la deconstrucción ha colocado en un lugar privilegiado la cuestión de lo autoinmunitario, según la cual todo proceso de cierre inmunitario de un cuerpo, en vistas a la autoconservación del mismo, conduce a un rechazo del otro y, por lo tanto, a una violencia ejercida sobre aquello que se pretende mantener salvo e indemne”, asegura.
Precisamente la noción de deconstrucción es una suerte de arpón que hunde su producción en el mapa contemporáneo, ya sea para reactualizar los sentidos de su obra como para malversar sus alcances: Derrida planteaba la deconstrucción como una crítica de los presupuestos de la palabra, una forma de deshacer desde el interior un sistema de pensamiento dominante, una disolución radical de una “verdad” absoluta y hegemónica”.
¿En qué medida esta invitación a disolver las certezas inquebrantables es retomada hoy por movimientos como el feminismo, que propone una “deconstrucción” de saberes instalados como punto de partida para revisar roles y vínculos?
“No se puede usar a Derrida como bandera para borrar por completo algo que la tradición ha establecido. Por ejemplo, lo que hace cierto feminismo muy radicalizado o algunos movimientos de ese tipo. Eso no va en la línea de lo que Derrida enseña -matiza Sperling-.El dice con toda claridad que deconstrucción no es un concepto, no es un método, no es una cosa y menos todavía una esencia, de manera que cada vez que hablamos de deconstrucción hay que ser cautelosos y tratar de de no pisar el palito con una definición esencialista como si supiéramos de qué se trata y cómo se aplica”.
Por su parte, para Chun, deconstruirse “es un mandato que resuena a partir de ciertas elaboraciones feministas que circulan por las grandes autopistas de la información. Pero en rigor, este uso de la noción derridiana, donde se insertan las herencias de Heidegger y Nietzsche, es erróneo -apunta-. En primer lugar, porque la deconstrucción no es un método, una herramienta a la mano de la que un sujeto puede disponer para deconstruir un objeto. En segundo lugar, porque la deconstrucción es algo que ya están en marcha, desde que toda institución está atravesada por lo otro de sí y esa alteridad es condición de posibilidad del efecto de mismidad”
“¿Qué significa esto? Que no hay “un” patriarcado, “una” metafísica, “una” democracia o “un” derecho, sino que esos efectos de totalidad replegada herméticamente sobre sí están incansablemente puestos en crisis desde su interior. Y la deconstrucción es ese temblor que sacude el edificio a partir de los restos que le sirven de cimientos, frágiles, contingentes y fugaces”, sostiene el doctor en Filosofía.
Chun considera que la relevancia del pensamiento de la deconstrucción para pensar el feminismo hoy en día es fundamental, “principalmente por la presencia derridiana en la teoría de Judith Butler y lo que se conoce como la tercer ola del feminismo, los estudios de género y la teoría queer”.
Fuente: Télam
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