Hola, ahí.
Dice Andrés que fue un domingo a la mañana, mientras paseaban por el barrio con Lola, cuando encontraron esas dos bolsas de residuos rasgadas con fotos y cartas que a esa altura ya estaban desparramadas por la vereda. Dice que justo por esos días él venía pensando en hacer algo con fotos viejas y que poco después de ese domingo en el que encontró esas bolsas, volvió a cruzarse dos veces más con fotos abandonadas. Siempre en la calle, siempre en la basura. Fotos de gente. Fotos de nadie.”
Con Lola juntamos esas fotos como pudimos y a partir de eso empezamos ese juego que se ve al comienzo de la película de adivinar algo del destino de esas personas, de cómo terminaron esas fotos en la calle y, después, ya inventando historias”, me dice Andrés Di Tella a propósito de Ficción privada, su nuevo y conmovedor film en el que regresa a la memoria familiar y a la historia de sus padres, algo que ya había hecho en La televisión y yo y en Fotografías. Me cuenta la anécdota en una serie de audios, esta nueva forma de intercambio humano a diferentes velocidades, que puede hacer que alguien te grabe algo en su mañana radiante y vos lo escuches en tu noche más apagada. Un grado de comunicación diferido, digamos, una modalidad de diálogos que fluyen y se cortan a la vez.
Siempre pensé que con mi mamá manteníamos una charla única y por espasmos. Más allá de los temas, la charla era la misma desde que comencé a hablar y solo se interrumpía por sucesos mínimos como, por ejemplo, que nos íbamos a dormir. Voy a tratar de ser más precisa: Fanny Feigue mamá me llamaba y no me saludaba, yo tampoco a ella. Nunca hubo un hola entre nosotras, creo que nunca hubo un chau. Hablábamos siempre como si nunca hubiéramos dejado de hablar, ¿se entiende? Creo que no habría habido para ella, una verdadera emperatriz de la charla, un invento más feliz que el Whatsapp y se lo perdió por unos años, apenas. Hubiera tenido el control de múltiples conversaciones en simultáneo, un éxtasis para mi conversadora favorita, intensa, divertida, trágica, todo a la vez. (Dato adicional: mientras escribo esto, acaba de desaparecer Whatsapp de la faz de la tierra durante unos minutos interminables. La verdad, mami, no era necesaria una queja así de dramática y exhibicionista).
Vi la película de Andrés y por supuesto pensé en mi mamá, en esa vida que había soñado para ella y también en la que terminó siendo, todo tan lejos de su deseo. Todo tan diferente de aquellas imágenes que por años soñó en su propia ficción privada. Vi la película, vi esas fotos viejas, esas cartas manuscritas y entendí una vez más por qué, a pesar de los años que lleva muerta, no puedo desprenderme de nada que lleve la letra escrita de mi madre, y es porque es, también, a su manera, como una foto, una huella digital, una singularidad irrepetible. No es un emoji.
Pero volvamos a Andrés, a su hija y cómplice Lola (la verdadera destinataria de la película, como si Ficción privada fuera una carta) y al recorte que hace de esas vidas a partir de un intercambio de cartas significativas pero que son apenas la punta del iceberg, dice el cineasta.Dos actores -son pareja en la vida real- leen y actúan y toman casi como propias las cartas de Torcuato y Kamala, un sociólogo y una psiquiatra que conformaron un matrimonio inusual en la década del 50. Dos intelectuales llegados a Estados Unidos desde dos rincones del mundo, Argentina y la India. Muchos viajes compartidos, muchos viajes a solas, una historia apasionada y turbulenta, distancia para hablarse por escrito y decir aquello que no es posible nombrar si la mirada del otro está ahí mismo. Y un alejamiento definitivo que se produce en 1976, en estéreo con el comienzo de la dictadura militar. Torcuato Di Tella, el heredero de un apellido asociado con la nación pujante del siglo XX. Kamala Apparao, una mujer en el exilio de su tierra de origen, de las severas tradiciones familiares y también de los sueños que la trajeron al Río de la Plata.
Otro audio de Andrés: escucho y es como si viera. O leyera.
”Mis padres fueron bastante singulares, sin duda. Tuvieron una vida particular, pero creo que justamente esa vida se volvió como emblemática del siglo XX por esto de romper con la familia, con los prejuicios, con las expectativas, con lo que era posible. Ellos fueron lo que se llamaba en esa época una pareja de raza mixta'” (ríe Andrés de día; río yo de noche). “Cuando se conocieron, en 1951, ese vínculo estaba prohibido en algunos estados; pensá que esto es incluso antes del episodio de Rosa Parks negándose a dar el asiento a un hombre blanco, que fue en 1956. Sus propias vidas fueron políticas, en el sentido que el feminismo le da a esa idea de qué hacés vos con tu propia vida para cambiar el mundo y a qué te animás. Eso de saber que siempre la vida personal, lo que hagas, por mínimo que sea, tiene consecuencias y puede llegar a cambiar algo”.
”Las cartas son esa punta del iceberg de las vidas de mis padres, que serían ese enorme bloque de hielo invisible debajo de la superficie. Y los espectadores tienen que imaginar el resto a partir de sus propios sentimientos, sus asociaciones. En el fondo, deben imaginar el resto a partir de sus propios padres”, dice Andrés y pienso: es eso. La palabra del otro también puede ser la propia en un instante o, más bien, es la conmoción que puede llegar con el arte. Hay más: creo que lo que uno no consigue olvidar en estas historias es que esas mismas personas que pudieron desentenderse del otro alguna vez se amaron y creyeron que la vida solo tenía sentido juntos.Mientras los actores Denise Groesman y Julian Larquier Tellarini leen y se leen entre ellos las cartas de Torcuato y Kamala, una de las figuras dominantes de la película de Di Tella es el cineasta y escritor Edgardo Cozarinsky. Su presencia en el film es insoslayable; imposible no deslumbrarse por su voz, su forma de leer, sus comentarios irónicos. Cozarinsky lee fragmentos de una carta que Torcuato le envió a Andrés -quien estaba en Londres- en un momento desolador, el de la muerte de su madre. La pareja llevaba ya casi dos décadas de separación; para ese hijo, esa carta no fue cualquiera.
”Podría empezar por decir que la película fue un pretexto para poner a Edgardo en escena y eso ya justifica la película en términos personales. De alguna manera fue como formalizar un diálogo de muchos años con él, que para mí ha sido muy importante. Por un lado por su escucha, por sus mínimos consejos a veces y también sobre todo por lo que representa para mí. Su generación, que es un poco la de mis padres, pero en realidad Cozarinsky es mucho más que eso: su vínculo con la literatura, con Borges, Bioy, Silvina, todo ese universo, su vida callejera, su regreso de París después de tantos años. Todo eso representa él para mí, además de que es un gran escritor y una especie de tótem del cine ensayo y del ensayo literario, que son mis géneros, si se quiere”, se le escucha decir a Andrés en otro audio.
Di Tella dice que aprendió cine con Cozarinsky y da como ejemplo una de las películas del intelectual argentino, La guerra de un hombre solo, “Es una especie de ensayo documental que combina noticieros de la época de la ocupación nazi en Francia, noticieros colaboracionistas, con la voz en off de los diarios de guerra de Ernst Junger, el gran escritor que en ese momento era un oficial de alto rango en el ejército alemán. Lo que aprendí de esa película es una lección de cine: la relación entre la voz y la imagen, entre la palabra y la imagen, una relación que para ser interesante tiene que ser un poco contradictoria. En esa película el tipo está en París disfrutando de encuentros con Picasso y Cocteau y disfrutando de las joyas arquitectónicas de la ciudad y a la vez participa de un fusilamiento, que describe en su diario y a la vez tenemos las arengas optimistas de los noticieros”, explica.
”Cuando él estaba ahí, leyendo lo que me escribió Torcuato cuando murió mamá hace más de 20 años, fue rarísimo. Fue como si realmente me estuviera escuchando mi padre y como si yo estuviera escuchándolo a él. Y a la vez era Edgardo, inconfundiblemente Edgardo, con su manera de hablar y su estampa”, dice el cineasta. Y entonces pronuncia una frase fabulosa, en todo el esplendor de la palabra: “En ese momento fui hijo de Edgardo”.
”Los padres son reyes en el exilio: alguna vez fueron reyes para nosotros, hasta que dejamos de creer y ellos perdieron el trono. Pero con la muerte vuelven a ser aquellos reyes”, dice Andrés Di Tella en un momento de su película, preciosa y conmovedora.Alguna vez leí algo así como que finalmente el único gran tema de la literatura es el de los padres y los hijos. Todo gira en relación a este vínculo y es porque, aunque no todos somos padres, sí todos somos o fuimos hijos. Todos nos quedamos con ganas de decir cosas, todos quisimos preguntar y no lo hicimos. Muchos, también, mantuvimos larguísimas conversaciones en las que lo más importante tal vez no se dijo.
Nada de esa relación nos puede ser ajeno.
Chau, hasta la próxima.
*Ficción privada podrá verse desde el 17 de julio en www.puentesdecine.com.
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