En la famosa Ruta de Harry Potter en Edimburgo están las huellas de las manos de quien creó todo ese mundo: J. K. Rowling. Este domingo fueron vandalizadas con pintura roja en una clara alusión a “las manos manchadas de sangre” de la escritora británica. A lado, una bandera de la comunidad transgénero al pie da indicios de la autoría. ¿De qué se trata?
Todo comenzó a principios de junio con una opinión. J. K. Rowling leyó un artículo titulado “Creando un mundo más equitativo post COVID-19 para las personas que menstrúan” y no le gustó. Mejor dicho, manifestó su disconformidad con un término que allí se usaba: “‘Personas que menstrúan'. Estoy segura que solía haber una palabra para esas personas. Alguien que me ayude: ¿Wumben? ¿Wimpund? ¿Woomud?”, escribió en Twitter el 6 de junio. La palabra ignorada, de acuerdo a la escritora, fue “Women”, “mujeres” en inglés.
A partir de entonces ocurrió una tonelada de críticas y discusiones donde muchos catalogaron a la autora de la saga Harry Potter como transfóbica y TERF (en inglés, trans-exclusionary radical feminist”; en español “feminista radical trans-excluyente”). Rápidamente, el nombre de la escritora y la palabra TERF se convirtieron entre las tendencias más comentadas en Twitter.
Ella intentó defenderse y argumentar su postura. “Si el sexo no es real, no hay atracción hacia el mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida de las mujeres a nivel mundial se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo elimina la capacidad de muchas personas de discutir sus vidas de manera significativa. No es odio decir la verdad”, escribió en un hilo de Twitter.
Y agregó: “La idea de que las mujeres como yo, que hemos sido empáticas con las personas trans durante décadas, sintiendo parentesco porque son vulnerables de la misma manera que las mujeres, es decir, a la violencia masculina, ‘odian’ a las personas trans porque creen que el sexo es real y han vivido las consecuencias, es una tontería. Respeto el derecho de toda persona trans a vivir de cualquier manera que se sienta auténtica y cómoda. Marcharía con ustedes si fueran discriminados por ser trans. Al mismo tiempo, mi vida ha sido moldeada por ser mujer. No creo que sea odioso decirlo”.
Todo podría haber quedado ahí, como una simple posición y argumentada. Pero la bola de la crítica siguió girando. Daniel Radcliff, el actor de las películas de Harry Potter, se sintió obligado a hablar del asunto y desmarcarse de las opiniones de la autora: “Las mujeres transgénero son mujeres. Cualquier declaración en sentido contrario borra la identidad y la dignidad de las personas transgénero y va en contra de todos los consejos dados por las asociaciones profesionales de atención médica que tienen mucha más experiencia en este tema que Jo o yo”.
Luego lo hicieron otros dos actores de la saga, Emma Watson (“Las personas transgénero son quienes dicen ser y merecen vivir sus vidas sin ser constantemente cuestionadas o decirles que no son quienes dicen ser”) y Eddie Redmayne (“Quieren vivir sus vidas en paz y es hora de que los dejen hacerlo”) y una librería de Estados Unidos decidió retirar los libros de Harry Potter de su oferta.
Además, cuatro escritores (Drew Davies, Fox Fisher, Owl y un cuarto, que prefiere mantener el anonimato) decidieron abandonar la agencia literaria The Blair Partnership, que es la que representa a Rowling desde 2011, por no compartir las opiniones de la británica. Se trata de una polémica que, sin dudas, seguirá estando latente. Lo cierto es que con el escrache del domingo en Edimburgo pareciera que escaló demasiado alto. Hasta el momento J. K. Rowling no se pronunció en las redes sociales al respecto.
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