Polémica y retractaciones tras la carta de las personalidades de la cultura a favor del debate y contra la censura

Tras la publicación de la misiva en la revista Harper's, firmada por más de 150 referentes -entre ellos Noam Chomsky, Margaret Atwood y J.K. Rowling-, algunos de los firmantes aseguraron no estar de acuerdo con su contenido y otras personalidades la cuestionaron. Las historias que generaron la carta

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La “Carta sobre justicia y debate abierto”, publicada por la revista Harper’s y que reunió más de 150 firmas, entre escritores, intelectuales, periodistas, educadores, activistas e historiadores, no pasó desapercibida y comenzó a despertar polémicas e incluso, retractaciones.

La carta surge en un contexto cultural complejo, que parece expandirse por gran parte del mundo, y con eje en Estados Unidos, donde a partir del asesinato de George Floyd, se produjeron protestas en las calles a través del movimiento Black Lives Matters, que se replicaron de Japón al Reino Unido, denunciando el racismo sistemático de diferentes instituciones. Hubo también, pero con menor repercusión mediática, otras cartas anteriores a esta que pedían un cambio en las instituciones dominadas por las personas de piel blanca tanto en las artes, como en las academias. Pero, ¿qué es lo que denuncian los firmantes?, ¿qué casos generaron esta respuesta?, ¿se han estrechado “constantemente los límites de lo que se puede decir sin la amenaza de represalias” como aseguran?

“Nuestras instituciones culturales se enfrentan a un momento de prueba. Las poderosas protestas por la justicia racial y social están llevando a demandas atrasadas de una reforma policial, junto con llamamientos más amplios para una mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, especialmente en la educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes. Pero este cálculo necesario también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica”, comienza la carta.

Arriba: Noam Chomsky , Margaret Atwood y Martin Amis; abajo: Steven Pinker, J.K. Rowling y Salman Rushdie, algunos de los firmantes
Arriba: Noam Chomsky , Margaret Atwood y Martin Amis; abajo: Steven Pinker, J.K. Rowling y Salman Rushdie, algunos de los firmantes

Entre los firmantes se encuentran personalidades de la literatura como Margaret Atwood, Martin Amis, J.K. Rowling y Salman Rushdie, junto a una serie de intelectuales de amplio espectro, que van desde el pensador de izquierda Noam Chomsky al neoconservador Francis Fukuyama. También hay figuras relacionadas con la defensa de la libertad de expresión, como Nadine Strossen, ex presidenta de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles, así como críticos de la corrección política, como el lingüista Steven Pinker y el psicólogo Jonathan Haidt, e incluso músicos de prestigio internacional como el trompetista y compositor Wynton Marsalis, por nombrar algunos.

Unas pocas horas después de su circulación, algunos de los firmantes aseguraron no estar de acuerdo con haber sido incluidos. Una de ellas fue Kerri Greenidge, de la Universidad Tufts, y que se especializa en Historia afroamericana y literatura afroestadounidense y africana. Greenidge anunció en redes sociales que “no apoya” la causa y que ya se comunicó con la publicación para que realicen una retractación.

A ella se sumó Jennifer Finney Boylan, activista transgénero y personalidad de televisión que es profesora en el Barnard College of Columbia University y una escritora de opinión colaboradora para el New York Times, quien escribió: “No sabía quién más había firmado esa carta. Pensé que estaba respaldando un mensaje bien intencionado, aunque vago, contra la humillación pública en Internet. Sabía que Chomsky, Steinem y Atwood estaban allí, y pensé, buena compañía. Las consecuencias son mías. Lo siento mucho”.

La mayoría de los firmantes estaban relacionados al sistema educativo y también a los medios de comunicación. Algunos referentes que no firmaron la misiva no se quedaron callados y manifestaron, también en redes, su desacuerdo. Por ejemplo, Richard Kim, el director de la empresa de HuffPost, escribió: “Okay, no firmé LA CARTA cuando me lo pidieron hace nueve días porque me di cuenta en 90 segundos de que eran tonterías fastuosas y pomposas que sólo provocarían a las personas a las que supuestamente trataban de alcanzar- y eso es lo que dije”.

O como William Kindred Winecoff, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana, quien aseguró: “Me ENCANTARÍA que este grupo documente esta “tendencia”. Muéstrame las tablas y los gráficos. Y también sus reclamos sobre represalias profesionales “diarias”, por parte de la “izquierda”, por un discurso simple. ¿Quién perdió su trabajo hoy? ¿Qué tal ayer?”

En ese sentido, la carta aborda una polémica que tuvo repercusiones en muchos ámbitos, no solo en los intelectuales y que captó mayor atención pública en casos como en el retiro de la película Lo que el viento se llevó por parte de HBO y que produjo luego que varios programas de TV -como The Office U.S y Community- por temor a represalias o en consonancia con los reclamos sociales anunciaran la eliminación de alguna parte de un capítulo o capítulos enteros por considerarlos ofensivos con la comunidad afroamericana por haber utilizado Blackface como recurso de comedia. Incluso la siempre políticamente incorrecta South Park decidió retirar episodios del streaming y actrices, como Jenny Slate y Kristen Bell, pidieron disculpas por haber interpretado las voces de personajes de otras razas en series animadas como Big Mouth y Central Park. Pero esto es solo cuando se mira por arriba.

The Office y Community eliminaron escenas con "blackface" de sus capítulos
The Office y Community eliminaron escenas con "blackface" de sus capítulos

“El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido. Si bien hemos llegado a esperar esto en la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral cegadora”, dice la Carta en otro pasaje.

Y suma: “Cualesquiera que sean los argumentos en torno a cada incidente en particular, el resultado ha sido estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio con mayor aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por su sustento si se apartan del consenso, o incluso carecen de suficiente celo en el acuerdo”.

En este sentido, los autores argentinos Ariana Harcwiz y Edgardo Scott, radicados en Francia, escribieron en esta semana el artículo Editores y escritores de rodillas en el diario español El País en el que relataban, sin dar nombre, el caso de un autor que veía como su próxima novela iba siendo mutilada, primero por el editor y luego por el abogado de la casa editora, con el objetivo de mantener el texto dentro de los márgenes de la corrección política.

“Ese escritor, escritor X, contó que hizo diez versiones del libro que saldrá pronto, y que en cada versión lo que tuvo que hacer es atenuar, bajarle el tono a la discusión sobre ese asunto ideológico de turno, racismo, antisemitismo, inmigrantes, da igual, todos los temas están sometidos al mismo esquema”, escribieron.

Una vista aérea de un mural de Black Lives Matter en Frederick Douglass Boulevard en el barrio de Harlem del distrito de Manhattan de Nueva York ( Alon Sicherman / REUTERS)
Una vista aérea de un mural de Black Lives Matter en Frederick Douglass Boulevard en el barrio de Harlem del distrito de Manhattan de Nueva York ( Alon Sicherman / REUTERS)

En una nota del New York Times, se reveló que el autor Thomas Chatterton Williams fue quien tuvo la idea de la Carta y que su producción duró alrededor de un mes. “No queríamos ser vistos como una reacción a las protestas que creemos que son en respuesta a abusos atroces por parte de la policía. Pero por algún tiempo, ha habido un estado de ánimo con el que todos hemos estado bastante preocupados”, dijo al medio estadounidense.

Aclaró allí que “no hubo un incidente en particular que provocó la carta”, aunque citó algunos de los más recientes, como la renuncia de más de la mitad de la junta del Círculo Nacional de Críticos del Libro por su declaración de apoyo al Black Lives Matter, evento que se replicó en la Fundación de Poesía, que anunció la dimisión de dos de sus dirigentes después de una carta de protesta de 30 autores que consideraron tibio el comunicado de denuncia de la violencia policial.

Citó el caso de David Shor, un analista de datos en una firma consultora que fue despedido después de que tuiteara sobre un estudio académico de un profesor de Princeton que alertaba de los efectos perversos de las protestas violentas , realizando una relación con el saqueo y el vandalismo de los manifestantes con la victoria electoral de Richard Nixon en 1968.

Otra de las polémicas recientes fue la dimisión de James Bennet como jefe de opinión de The New York Times tras haber publicado una columna del senador republicano Tom Cotton, en la que el político pedía una respuesta militar a las protestas y disturbios. Las críticas entonces fueron tan masivas que hasta el medio se vio envuelto en una histórica pérdida de suscriptores y Bennet debió, además, pedir disculpas públicas.

James Bennet, ex jefe de Opinión del New York Times
James Bennet, ex jefe de Opinión del New York Times

La carta, básicamente, pone el ojo en un nivel de tolerancia cero, que cierra todos los canales de debate y si bien sus autores, por lo menos los que no se retractaron, comentan apoyar los cambios sociales que se buscan, dicen temer que algunos sectores aprovechen la ocasión para silenciar cualquier tipo de disidencia. Por eso , aseguran, deben reabrirse las posibilidades de confrontar.

Los especialista llaman a este comportamiento cancel culture (cultura de la cancelación) y refiere a retirar el apoyo a figuras públicas y compañías, como también a creadores o docentes, después de que hayan hecho o dicho algo considerado desagradable u ofensivo. Este término, cuyo terreno de disputa está en las redes sociales, es una forma de Online shaming, esa humillación pública en internet a la que la activista Finney Boylan creía estar adhiriendo al firmar la Carta. El cancel cultura, además, se ha asociado al woke culture (despertar), que hace referencia a una actitud de alerta permanente.

La cabeza de una estatua de Cristóbal Colón fue arrancada en medio de protestas contra la desigualdad racial tras la muerte en custodia policial de George Floyd en Minneapolis en Boston, Massachusetts  (REUTERS / Brian Snyder)
La cabeza de una estatua de Cristóbal Colón fue arrancada en medio de protestas contra la desigualdad racial tras la muerte en custodia policial de George Floyd en Minneapolis en Boston, Massachusetts (REUTERS / Brian Snyder)

Ambas terminologías han ganado un nuevo valor en las últimas semanas, a partir de la destrucción de estatuas de personajes históricos en el espacio público. Una práctica que no busca reescribir la memoria de la historia, sino eliminarla como si de un plumazo todo aquello que se considere ofensivo, visto con las lentes del hoy, produjeran un efecto mariposa de un pasado que es conformativo de la idiosincrasia de cualquier sociedad. Parece haber pasado una eternidad, pero el cancel culture, el derribar el pasado negándolo y no debatiéndolo, podría haber comenzado hace dos años en una pequeña biblioteca del distrito escolar de Duluth, en el estado de Minnesota, cuando las novelas clásicas Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, y Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, fueron sacadas del programa de estudios debido a que hacían que los estudiantes se sintieran “humillados o marginados”.

“La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desearlas. Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, que no puede existir la una sin la otra. Como escritores, necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la toma de riesgos e incluso los errores. Necesitamos preservar la posibilidad de desacuerdos de buena fe sin consecuencias profesionales nefastas. Si no defendemos exactamente de lo que depende nuestro trabajo, no deberíamos esperar que el público o el estado lo defiendan por nosotros”, finaliza.

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