La idea era contar sobre separarse. Todas las idas y vueltas que sabe tener el final de una relación. Y a eso complicarlo aún más. Que fuera la ruptura entre dos amantes. Que inevitablemente se tuvieran que seguir cruzando casi todos los días. Que el escenario sea el de una unidad penitenciaria. Que una de las protagonistas fuera una mujer privada de su libertad y otra, oficial del servicio penitenciario, casada y con hijas. Que antes de que se pronuncie ese lapidario yo a vos te quise mucho, ¿sabés? seguido del inevitable pero… estallara un motín. Que encima aparecieran zombies. Y que ante un hecho tan extremo y violento -además de los sucesos sobrenaturales- lo más doloroso e inexplicable siga siendo que ese amor se terminó.
Descubrí al director Jeff Nichols con su ópera prima, Shotgun stories. Y me volví inmediatamente fan. En el desenlace de esa película y durante la secuencia de créditos suena una canción de una tristeza infinita: se llama Hold me close y la interpreta Lucero. Siempre quise escribir algo que trasmitiera un poco lo que a mi me pasó al escuchar por primera vez esta canción. Y tuve la oportunidad cuando en el 2014 me convocaron para leer en el ciclo El rayo verde. En este tipo de eventos siempre prefiero privilegiar material que estoy trabajando para ver la respuesta del público ante algo nuevo. Me gusta pensar en el plus que le puedo dar a una lectura en vivo y cuando conozco ciclo u organizadores, de acuerdo a eso, veo que tanto me puedo correr para no alterar el espíritu del evento.
Al ser este uno bien tradicional -y llevado adelante principalmente por poetas- para no desentonar quise hacer algo más lírico y de paso reescribir el inicio de la novela que aún no tenía punch. Era simplemente informativo y le faltaba vida. Entonces recordé esta canción. Y me imaginé como si estuviéramos bailando en un pub, con la banda tocando en vivo y muy poca gente en la pista. Las partes instrumentales bailarlas como si fuera un vals y las cantadas como si fuera un lento y al oído preguntarles eso de que se abre primero ¿la cabeza, el corazón o las piernas? como así también contarles el inicio de Ultra/Tumba.
Casi 8 años. De marzo de 2012 a noviembre de 2019. En todo ese tiempo fui a unidades penitenciarias invitado por coordinadores que dictan talleres y que daban textos míos. Institutos de menores, cárceles de mujeres, cárceles de hombres. En Capital, en el conurbano y en otras provincias de nuestro país. Todo ad honorem. Y aprovechando cuando me llevaban de gira para ferias del libro u otros eventos en el interior. Compartimos de todo. Bastantes tristezas, algunas alegrías y un montón de historias. Muchas de las cuales sirvieron para darles vida a las chicas de mi libro. Escuché lo que escribían. Y a mis borradores también los leí en vivo adentro y afuera.
En marzo del año pasado en una unidad femenina, a una interna se le deformaba el rostro aguantándose las ganas de llorar. Como pudo me dijo que ella sabía lo que le pasaba a ese personaje, lo que le costaba a alguien estar presa y enamorada. Se lo agregué esa noche al capítulo. Un diálogo. Tal cual lo había expresado esta chica. Para probarlo. Porque al otro día leía en un escenario muy diferente en un ciclo organizado por Alejandra Mendez Bujonok en un bar de Rosario. Cuando llegué a esa línea, alcé la vista y noté al público conmovido. Vi a alguien abrazarse a sí mismo. Yo seguía frente al micrófono. No había terminado la lectura. Pero ese fue el momento exacto en que terminé de escribir la novela.
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