Así escribía Rosario Bléfari: adelanto de “Diario del dinero”, su último libro

En los próximos días, publicado por Mansalva, sale la obra de la artista. En sus redes sociales lo describió como "una cosa que escribí durante años, material de análisis para economistas y sociólogos, divertimento posible para chismosos y para los que se preguntan cómo vive una Tipa como yo"

"Diario del dinero" (Mansalva), de Rosario Bléfari

Jueves 26 de marzo, 2015

Salimos para el Dupuytren para control del brazo. Antes compro leche, una factura para Nina y un pan negro grande. Las tres cosas por $40. En la clínica, pago $5 de coseguro. Esperamos más de una hora. El médico nos pregunta dónde actuamos –por ver que somos de la obra social de actores– y le contamos de las películas recientes con ingenuidad; nos pregunta entonces, sin ingenuidad, quién paga todo eso. Me agarra desprevenida, y contesto cualquier cosa. Me quedo mal, por lo que me dijo y por la falta de reflejos en esa situación, a su merced. Al salir, Nina me pide si le puedo comprar un libro. Le digo que sí, pero que me acompañe al centro donde tengo que hacer otras cosas. Compramos el libro por $175 y nos encontramos a comer con Fabio que está en Tribunales. Fugazzeta, Pepsi, cerveza y un flan mixto por $350, dejo $30 de propina. Todo menos el coseguro y lo de la panadería es pagado con Visa débito que me devuelve el IVA. Al llegar a casa duermo una siesta. Al despertar, Nina se tiene que ir a ensayar. Se lleva $100 para pagar la sala en lo de los Bestia Bebé, de los cuales me devolverá $40 a la mañana siguiente.

Domingo 15 de marzo, 1992

Desde que volvimos de las vacaciones se oye que alguien solloza –sí, esa es la palabra– en alguna casa vecina. Mientras tanto, Marcelo estudia para recibirse y cada vez que hablamos por teléfono o nos vemos en un ensayo tiene que estudiar o está estudiando.

Me compré tres camisetas, de esas con agujeros, y pienso seguir comprando otra y otra porque encontré un lugar donde salen $2.

Pinté la heladera y después la bicicleta con varios fondos de tarros de pintura en aerosol que me regaló Bruno, un mozo compañero del bar, un chico de pelo muy corto interesado por la literatura y la música. Tanto con Bruno como con Valeria nos escapamos por turno a mirar en la librería de Planta baja, donde está Lucas Fragasso, que se alegra de que alguien se acerque a ver los libros, no pasa mucha gente. Yo no sabía quién era, pero un día me contó que su hija escucha Suárez y que son de Adrogué. Después Martín Rejtman me dijo que lo conocía de unas charlas a las que había ido, creo que era un seminario sobre teoría del arte. Para mí, al principio, él era el señor de la librería que nos dejaba ver los libros, y yo, para él, la moza del bar, y somos también eso, pero desde que nos pusimos a charlar somos algunas cosas más. Como todo el mundo, nos vemos en un trabajo o en determinadas funciones y eso solo no nos define.

En casa, el patio también fue pintado y se transformó en un lugar en el que se puede estar, con algo más de luz y aire.

El viernes tocamos por primera vez este año, fue en La luna. Había gente y gustó. Ganamos $20 cada uno, incluido Richa en sus funciones de sonidista/músico, y Pablo, que toca en algunos temas y se llevó $10.

Viernes 17 de agosto, 2012

A Nina le encanta la lluvia. Me siento responsable, al menos en parte, porque siempre le mostré que uno se puede mojar y no pasa nada. Y si no te querés mojar te tenés que vestir para evitarlo. La lluvia no detiene nada. Para demostrarlo, en la esquina, los muchachos del taller se hacían su asadito semanal refugiando la parrilla bajo el alero. Yo tenía que ir al centro. Fui toda vestida para la lluvia, pero después paró de llover y toda esa ropa impermeable se transformó en un traje para transpirar de esos que se supone adelgazan, aunque no es cierto, sólo te deshidratás. A la mañana gasté $15 en la librería, en pegamento y palitos para brochette, cosas que necesitaba Nina para algún trabajo manual de la escuela. Le compré también una malla que me salió $85 con unos tapones para los oídos, $10, pero la malla resultó demasiado chica, asi que mañana la tengo que cambiar.

Escribo esto desde el bar San Lorenzo donde seguramente voy a gastar unos $20 en el café y unas Bay Biscuits. En el camino compré también cebollas de verdeo, un morrón y apio que sumaron $8.

Viernes 27 de marzo, 2015

Me voy a Pompeya y por $9 consigo la nueva credencial plastificada del 135, hasta junio. Luego solo habrá que presentar la constancia de alumna regular. Con esta credencial Nina paga $0.05 el viaje. Antes de ir, gasto $30 en Pizzicato en un café y una medialuna. A las 10.30 me encuentro con Almada en el Patio de comidas del Village. Me invita un mate cocido del Burguer. Me da la plata de Ticketek por el show de Niceto: de dos cheques que cobró de $1.321 y $2.699 que suman casi $4.000, se descuentan $180 de volantes y quedan $3.840 que dividimos por cinco. Alejandro, cobra como un integrante más del grupo, ese es nuestro arreglo y me parece justo. Nos quedan $3.065 para nosotros cuatro, que ando con la idea de proponerle a los chicos de usarlos para comprarnos discos a nosotros mismos, de esa manera guardaría en un plazo fijo el dinero y repartiríamos discos entre nosotros para venderlos a lo que cada uno quiera y cuando quiera. Propongo comprarlos a precio de venta al público porque de otra manera estaríamos perdiendo.

Pero al final no le digo nada a los chicos, era solo una idea.

Un amigo de Nina viene a almorzar. Compro lechuga, limón y brócoli por $40.

Rosario Bléfari

Sábado 19 de octubre, 2012

Cuando volví del encuentro paré en la fiambrería y compré muzzarella, queso fresco, queso de rallar, aceitunas negras y verdes, salchichas ahumadas y boquerones. Todo sumó $90. F. fue a comprar pan y gastó $5; Nina dijo que podía tomar jugo y que no era necesario que le trajeran una gaseosa.

En relación con el hacer canciones, se me ocurre que el carácter cinematográfico de la canción también se manifiesta al elegir una escena de la vida, una observación, de aquellas que Juana Bignozzi consideraría sin campo mítico, una especie de “¿y con eso qué?”, y a través de la entonación –la melodía–, conseguir el estado de suspensión necesario para que se transforme en un momento palpitante. El señalamiento –ese recorte o encuadre–, la enunciación y la entonación, son los tres elementos primordiales para conseguirlo. Como la tríada fundamental en la teoría armónica.

Jueves 3 de enero, 2013

Por la tarde fui al centro de Santa Rosa y me compré un par de zapatillas Topper negras. Para mí son zapatillas de vestir. Me salieron $179. Desde hace un tiempo siempre uso unas deportivas, un tipo de zapatillas que hace cinco años atrás jamás hubiera usado, pero que con el tiempo tuve que admitir que son más cómodas que todo y ahora me cuesta cambiar de calzado. Las primeras que tuve fueron unas Nike. Me las compré para poder correr en la cinta del Megatlon, gimnasio al que fui bastante tiempo favorecida por un arreglo que había hecho la obra social. Se me rompieron hace un año y me compré unas Adidas muy caras, de $600, que pagué en doce cuotas fijas, aunque no me gustaban mucho. Una de ellas, la izquierda, hace un chirrido al dar cada paso y es tarde para cambiarlas. Pero ahora necesitaba algo así como estas Topper nuevas, negras, de lona, bien chatas, con una puntera fina de goma blanca. Zapatillas de vestir, ideales para vestidos y polleras.

Miércoles 20 de marzo, 2013

Después de contarle algunas de mis ideas como la lectura de gusano y otras, el director artístico del programa me dijo que era suficiente, que con eso ya le alcanzaba para saber que yo era la persona indicada para el puesto. Me dijo que me iban a pagar $8.000 por mes, yendo tres veces por semana. Todavía no lo puedo creer. De hecho, no lo creeré hasta que esté sucediendo.

Apuntes que llevé y utilicé para guiarme:

–Lectura de gusano, transversal.

–Leer es escribir (cuando leemos relacionamos lecturas y vamos armando otro texto).

–Leer no es estudiar, pero quienes se interesan por la literatura se a de autores y sus obras guiados por referencias y menciones.

–No se puede abarcar todo, es algo que está perdido desde antes de comenzar.

En un momento entró el director del canal. Hizo un comentario acerca del asunto de Andrea del Boca, dijo que lo habían estado llamando todo el día por ese tema. Se rió de la cifra de la que se hablaba. Le dije que no sabía nada del caso y me contó.

Me parece mentira que voy a trabajar acá, todo gracias a María, que les habló de mí. Una de las cosas que lo vuelve raro es que estuve en este canal otras veces, pero siempre con el canal de fondo, o algo así. Con Albertina Carri, yo embarazada y vestida de extraterrestre; años después c on la misma Albertina, pero interpretando a una maestra en medio de la escenografía de Cambre que llenó el estudio de polvo de ladrillo; y después con Vivi y R. Moreno, correteando por todo el canal, haciendo de actriz de una ficción seria del canal, con mi propio nombre, y a su vez, esa era la ficción. Ahora esto: voy a ser de verdad una persona que trabaja acá, toma café en el buffet y camina por los pasillos interminables entre escenografías desarmadas.

Martes 1 de mayo, 2018

Cuando vinimos a vivir a Monserrat, el año pasado, pregunté en El rinconcito mexicano, un lugar al paso de comida mexicana que queda acá a la vuelta sobre Venezuela, dónde compraban ellos la carne y el pollo. Me dijeron de una carnicería–pollería sobre Perú. Desde entonces compro en ese lugar, donde atienden unos muchachos paraguayos. Los mexicanos del rinconcito, dos chicas y un muchacho, se volvieron a México en diciembre del año pasado y le dejaron el rinconcito mexicano a unos venezolanos que ya introdujeron arepas en la oferta. Ubicados sobre la calle Venezuela resulta muy apropiado. Sin embargo, conservan el nombre y el resto del menú con burritos, quesadillas y tacos.

Hoy, por el día del trabajador, que cae martes y corona un fin de semana largo y puente, se sortean en la carnicería de los paraguayos varios premios suculentos sólo aptos para carnívoros. En las compras de las últimas semanas repartieron los números. El sorteo está anunciado a las trece horas y tengo dos números, salgo corriendo para allá.

Cuando llego se empieza a juntar un grupo de gente en la vereda, cada vez somos más. En un momento salen dos de los carniceros y uno de ellos reparte todos los números que quedan en el último talonario: primer premio un lechón, segundo un costillar, tercero una orden de compra por 2.000 y así. Consigo agarrar uno de los números extra que reparte. Cuando empieza el sorteo, la vereda ya está colmada y ocupamos parte de la calle y de la vereda de enfrente. Los colectivos no pueden pasar, tocan bocina y la gente mantiene toda la atención en la voz del paraguayo más alto que vocea los números sacados de una caja de cartón. El paraguayo elige a una persona diferente cada vez para que saque un número. Los colectivos nos rozan el cuerpo pero a nadie le importa. La gente nos mira desde las ventanillas. Hay una algarabía, los premios son muy importantes, se hacen chistes. Uno de los carniceros dice, ya sobre el último premio, ojalá que lo saque un trabajador que lo necesite y pueda invitar a los amigos. Se dicen muchas cosas. Se acaban los premios, por un número no saco la orden de compra, que era genial porque podías ir comprando de a poco. Una mujer detrás mío grita: “¡ahora sorteen un paraguayo para que venga a lavar los platos y dejar todo limpio!”. El comentario no es muy festejado, por suerte, apenas alguna risita por inercia. Pobre infeliz, viendo si liga comida gratis y sigue pensando como una señora de barrio norte que considera a los paraguayos “para el servicio”. Por un momento pensé que iba a decir algo sexual, porque había un clima de excitación y jolgorio, hubiera sido igual de desubicado, pero al menos ponía una cuota de erotismo. Se hubiera compensado lo malo de cosificar a las personas al invertir el estereotipo y ser una mujer vieja hablando de unos jóvenes. No sé, el caso es que este comentario empañó lo que hasta ese momento viví como una pequeña fiesta popular. Todo lo demás: la ansiedad cárnica, el entorpecimiento del tránsito, la algarabía, eran algo que valía la pena vivir como parte de un cuadro de época. Sobre el final la gente empezó a corear ¡la yapa, la yapa! Pero ¿en qué época estamos? Los carniceros sortearon entonces dos números más: dos pollos por cada uno.

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