Es un día de sol en la cocina de casa y espero sentada en la computadora una comunicación por Skype con el escritor francés residente Olivier Marchon, autor de 30 de febrero (Godot), un bellísimo racconto de cómo la humanidad se las fue arreglando para atrapar el tiempo, medirlo, encajonarlo. Y en esta extensa cuarentena se vuelve imperativo hablar nuevamente del tiempo que, como en esos cuadros de Dalí, se nos escurre entre las manos, se derrite sobre las paredes. La conexión falla. Lo intentamos nuevamente. Logramos vernos y escucharnos, es lo que se logra hoy, en el encierro, no pedimos mucho más. El encuentro virtual de las palabras, de los rostros craquelados por la conectividad, la taza de té o café acompaña, la ropa de la cintura para arriba presentable. Micrófonos, luces que iluminen bien los rostros y la paciencia de darnos el turno para hablar, para que uno u otro rostro aparezca en la pantalla. El rostro asociado a la palabra enunciada, la risa que rebota como un eco y contagia de todas maneras. Las nuevas maneras de estar juntos y poder conversar y tomarnos el tiempo para pensar en el tiempo, en la conexión, en la ya famosa “nueva normalidad”, que se presenta como categoría intelectual para definir lo que todavía no sabemos, pero necesitamos enunciar: después de esto, ¿qué?
-¿Cómo funciona el paso del tiempo mientras estamos en nuestras casas durante la cuarentena?
-Para mí, y solo para mí, el tiempo fue muy particular porque pasó lento y rápido a la vez. Si miro atrás, mis recuerdos son muy poquitos sobre este período. Se me pasó como un chasquido, pero para cuando empezamos a salir aquí (N. de la R. : en Francia) ya había pasado un tiempo largo. ¿Se entiende? Creo que es porque cada día fue exactamente igual al otro. Cuesta recordar algo demasiado especial que hayamos hecho durante estos días. Y tampoco sabemos si lo que hicimos fue un martes, un jueves, o un domingo. Fue una buena etapa por un lado y muy dramática por otro. Fue una manera de reconsiderar cómo nos posicionamos en el tiempo, aunque no quiero romantizar el concepto de tiempo porque esta pandemia fue, y está siendo muy difícil para demasiadas personas. Es extraño, muy extraño.
-¿Te hizo pensar nuevamente en el concepto de tiempo?
-En algún sentido, seguro, pero todavía no sé qué es el tiempo. Quizás no exista. Me encontré pensando que las cosas solo existen si las nombras. El hombre es el único animal que nombra al tiempo. Pero quizá sea solo algo que usamos para hacer cálculos y cosas por el estilo, pero no sé si realmente existe. No lo sé. En Francia vamos tres semanas de apertura y tenemos la sensación de que la vida está retornando. Pero entiendo que tal vez, cuando estás en medio de algo así, la medición del tiempo es algo que no podés asegurar que realmente funcione, y a la vez quizá es bueno saber si es lunes o martes porque es algo que te traería de nuevo a la vida normal.
-Toda esta nueva normalidad indicaría un cambio en el uso del tiempo. ¿Lo notás?
-Sí. El tiempo dura más en estos días. Quizás sea una lección de humildad, porque la sensación que tengo es que antes de la cuarentena nos estábamos moviendo más y más rápido. Porque necesitábamos hacer las cosas de manera veloz, ya y en un corto período de tiempo. Pero tal vez nos demos cuenta de que estábamos viviendo muy rápido. Antes del aislamiento, aquí en París -obviamente hablo de mí- tenía una vida demasiado rápida, agitada; siempre intentando ir más veloz, tal vez intentando ser más rápido que el tiempo mismo. Y durante esta cuarentena tuve la oportunidad de ver que no controlaba nada; además de la vida y el tiempo. Nada. Estaba en mi casa y tuve que lidiar con eso. Fue como una lección para poder aprender que finalmente no dominaba nada, mucho menos el tiempo. Es como la venganza del tiempo.
-En tu libro 30 de febrero mencionás el hecho de que hay una relación entre el tiempo y el latido de un corazón, quizás tengamos que volvernos más humanos, hacer las cosas según el ritmo de nuestros cuerpos, nuestra respiración, nuestros corazones. Estábamos yendo más rápido que eso.
-Está el tiempo, están las herramientas para medir el tiempo y estamos nosotros. No sabemos lo que es el tiempo, tenemos herramientas para medirlo. Pero hay una suerte de puja entre nosotros y las herramientas. Nuestros smartphones, nuestros relojes, nos dan la impresión de que somos los dueños del tiempo, pero en realidad no. Y quizá esta cuarentena sea la ocasión de estar sin nuestros relojes, y teléfonos. Porque el tiempo nos está diciendo que él es el verdadero amo, ¿sabes? No somos los dueños del tiempo, y esa quizás sea la lección de esta cuarentena. Porque además no somos los dueños de nuestra vida, este virus nos está diciendo: “no sos nada, yo puedo dominarte estos días. Todo lo que construiste puede colapsar en un pestañeo, y no podés hacer nada contra eso”. Creo que es una gran lección de humildad para cada uno de nosotros. Pero no puedo pensar demasiado en eso, no puedo ponerme metafísico sobre esto porque hay muchísima gente que realmente está sufriendo. Y no es una cuestión del tiempo, o de dueños del tiempo o de relojes, es algo bien concreto: hay gente sufriendo, y no creo que yo realmente esté sufriendo, ni la cuarentena ni el coronavirus. Soy un privilegiado en ese sentido, por eso uno tiene que pensar en esas personas porque no puedo imaginarme su sufrimiento. Me gustaría empezar a hablar sobre todo eso porque siento que todo lo que tenga para decir sobre mí no va a ser relevante, no estaría a la altura de la situación, es realmente descabellado lo que estamos viviendo ahora mismo, y es solo el comienzo.
-¿Qué es el tiempo para aquéllos que no pueden trabajar, hacer dinero, tener un trabajo? El tiempo durante el que esperan que pase algo, el tiempo en el hospital esperando que alguien que ama se recupere. Hay una expresión en inglés que dice que los mendigos no pueden elegir. ¿Cómo funciona para estas personas este tiempo fuera del tiempo?
-Si, tal vez no tengamos elección. Pero necesitamos tener la chance de hablar de algo diferente. Es una elección de hecho hablar del tiempo, tenemos que reconocer que es un lujo esta conversación aquí y ahora mismo en este difícil momento. Quizás no es una cuestión de culpa, porque es lo que hay, tomémoslo. El mundo necesita reflexionar, y tal vez la filosofía encaje; tenemos que saber hacia dónde estamos yendo juntos, es muy importante. Pero quizás haya que empezar por reconocer que tenemos esta posibilidad, y que eso es todo. Eso es lo que me estoy diciendo. A veces tengo la impresión de que mi trabajo, o lo que escribo no es importante frente a esto. Es duro pensar así. En tiempos normales uno siempre reflexiona sobre lo que está haciendo, escribiendo, sobre la manera en la que le está hablando al mundo. Pero estos días creo que se complica mucho mantener la impresión de que lo que hacemos realmente importa.
-¿Estuviste escribiendo en todo este tiempo?
-Un poquito cada mañana. Escribo las impresiones sobre lo que estoy viviendo, pero solo para mí, no para ser publicado. Se me hace realmente difícil pensar en escribir algo porque soy alguien que ama ver el mundo, sorprenderme, alegrarme, y se me hizo difícil sentir esa alegría, ese amor y todas esas sensaciones. Creo que necesitamos eso desesperadamente, y estos días fueron complicados porque no sentí eso en mi corazón. Pero ya volveré a hacer cosas y a escribir de nuevo, porque es lo único que puedo y quiero hacer, y tal vez haya gente que quiera o le dé placer leerme, y será un gran honor para mí. Pero voy a tener que pensar, y encontrarle relevancia de nuevo a escribir, a contar historias. Repito, es difícil para gente como yo. He tenido charlas con amigos y les decía que siento lo profundamente distanciado que estoy en el mundo de hoy de las personas que necesitamos: los doctores, las enfermeras, los que atienden almacenes y negocios, los recolectores de basura, y los profesores fueron las únicas personas útiles. Pero yo estuve en mi casa haciendo prácticamente nada y el mundo me dijo: “sos totalmente desechable”, aunque, de hecho, ya lo sabía.
-Nadie es desechable, pero entiendo el sentimiento.
-Sí, puede ser. Pero esto quiero recordarlo toda mi vida: lo frágiles que son las cosas y que el trabajo que desarrollamos para el mundo debería ser importante. Y aún más, me digo que nosotros los creadores, escritores, directores debemos estar al servicio del mundo. No somos útiles para nosotros mismos, debemos decirle algo al mundo, si no, no sirve, no tiene sentido, totalmente sin sentido e inútil.
-¿Pero qué hay de la belleza que el arte, los libros, le traen al mundo?
-La belleza es útil, o al menos eso espero. Yo no sé bien qué es la belleza; es una emoción muy personal en cada uno. Esa sensación de que se te acelera el corazón frente a una pintura, o frente a la ciencia. Yo fui físico, y a veces me sentí abrumado por algún concepto que aprendí, tuve la sensación de sentir una belleza real al enfrentarme a alguna teoría. Así que, por supuesto, necesitamos lo bello quizás para tener la impresión de que no somos solo animales. Quizás sea siempre esa la cuestión: no sentirnos únicamente animales, humanos y mortales que vamos a morir. Estoy muy obsesionado últimamente con la idea de morir. El mundo es un sinsentido de hecho, y quizá la belleza sea la respuesta, la solución. Escuchar música, mirar una buena película o leer un gran libro. Quizás para mí el concepto de belleza es ese sentimiento de estar conectados con el mundo. Una vez escuché a un astronauta de una misión Apolo que dijo que cuando estaba volviendo de la luna, tuvo la profunda sensación de sentirse parte del mundo solo mirando hacia afuera de la cabina y viendo la tierra y sentir cuán hermosa es. Y fue una sensación real de belleza la que lo conectó con el mundo. Estamos hablando de cosas que nos hacen más humanos. Estamos haciendo filosofía con nuestro cerebro; pero en realidad la belleza está en nuestros corazones, nuestros cuerpos, y necesitamos tener esa sensación de sentirnos parte del mundo. De hecho, a veces pensamos que nuestro cerebro es la solución, pero no, es nuestro cuerpo. Y cuando nuestro cuerpo se conecta con la mente, aunque sea brevemente, se da esa sensación de belleza que nos conecta con el mundo y nos hace inmortales, aun siendo mortales. Quizá sea esa la belleza.
-Creo que esta es la primera vez que todo el planeta está pensando en un cambio, en lo poco relevante que somos y en que no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. El mundo entero parece estar unido, gente como nosotros hablando del tiempo, de cómo la sensación de que lo que hacemos con nuestro tiempo cambió. El sentimiento por el arte y la importancia que tiene para nuestros corazones y espíritus cambió. ¿Creés que esas reflexiones alrededor del mundo pueden traer un cambio real? ¿O tan pronto podamos vamos a volver a meternos en la máquina, una vez que nos saquemos de encima este virus?
-Es una pregunta muy difícil. De hecho, creo que nadie tiene la respuesta. Lo que yo siento, es que sí, que hay una aspiración hacia algo más, quizás, tenemos grandísimos desafíos enfrente nuestro. Todos sabemos sobre el cambio climático, que es el gran desafío que se viene. Me gusta creerme optimista, una parte de mí quiere que las cosas cambien, pero también soy una persona que sabe sobre historia -al menos una pequeña parte de ella- y a veces soy pesimista porque el tamaño del problema es tan grande, tan grande, que no estoy seguro de que esas cosas vayan a cambiar ya mismo. Y el problema es que necesitamos que cambie rápido. Solo en términos de emisiones de dióxido de carbono necesitamos bajar las tasas a niveles tan bajos que necesitaríamos apagar completamente un país como Alemania por año durante los próximos veinte años, algo así para llegar a tener una recompensa, un objetivo cumplido en ese tema.
¿Será posible? Es una gran pregunta. Pero no es mi especialidad hacer predicciones. Es un tiempo que nos pone muchos desafíos por delante pero nadie sabe qué es lo que pasará. Necesitamos ver, creer, quizás hacer cosas en todos los niveles, demostrarnos que podemos ser mejores personas, porque esa es probablemente la mejor manera de cambiar algo. Hay un proverbio, o historia de origen judío que dice algo así como: “quise cambiar el mundo, pero no tuve éxito. Quise cambiar a mi familia, no tuve éxito. A mi mujer, y tampoco tuve éxito. Entonces decidí cambiar yo”. Por supuesto, habrá que lidiar con muchos desafíos en términos políticos, pero creo que el cambio real es el de la mentalidad de cada uno de nosotros. Ese es el desafío mayor, de hecho.
-Creo que a nuestro nivel -el de las personas comunes - puede ser más fácil que se dé un cambio antes que en los políticos o en gente que tiene el poder. Pero veo en nosotros que tenemos que volver a lo básico, o eso espero, ralentizando el paso del tiempo, entendiendo que no necesitamos comprar tantas cosas, no necesitamos ir a tantos lugares. Estuve trabajando, teniendo reuniones, siendo productiva sin salir de mi casa. Hay actividades que deberían cambiar para mejor, y en ese caso, quizá ayuden o contribuyan un poco a un cambio más grande.
-Pero vos nombraste una palabra clave, de hecho, y creo que para mí el problema es eso de ser productivo. Tenemos que producir cosas de una manera que estemos contentos con eso, pero creo que ahí está el problema. Tenemos que producir para ganarnos la vida, probarle al mundo que nos puede dar dinero por lo que estuvimos haciendo y quizá el hecho de producir sea lo que está mal. ¿Por qué ser productivos? Estoy siendo parte del problema. Y ahí quizás es cuando el tiempo es parte del problema. “El tiempo es dinero. ¿Por qué? ¿Quién dijo eso? ¿Es verdad? ¿Por qué pensamos así? Si te detenés a pensar en eso es muy loco. Claro, yo pienso así, porque soy una persona de Occidente y si no soy productivo no me siento bien. Tengo que hacer cosas para existir, pero ¿por qué? Tenemos que hacernos esa pregunta, porque es realmente una locura. Creo que la gran solución para esto es hacer todo más lento, tranquilizarnos. Pero el problema es que todo el sistema en el que estamos viviendo, y no hablo solo de capitalismo y mercados, no solo eso, es nuestro sistema de valores, nuestra mentalidad. Necesitamos hacer cosas, pero, ¿por qué?
-¿Y para qué?
¿Para qué? Está bien si necesitás comer, respirar, amar y estar en un lugar cálido para sacarte la ropa, pero las otras cosas, ¿por qué?
-La diferencia con Argentina es que aquí hay personas que viven con absolutamente lo básico para sobrevivir. Hay demasiadas personas en este país sin casa, sin trabajo, sin refugio, sin educación, sin los derechos que en el mundo moderno son parte de una sociedad de bienestar.
-Si, bajar un cambio quizá nos ayude a recrear condiciones en las que podamos ver al otro. Es importante mirar a los otros. Estuve pensando que el sistema nos trajo riqueza para muchos de nosotros en Francia. Es un país más rico que hace 20, 30, 40, 50 o 100 años. Y la gente es más sana que hace 100 años, vivimos más, comemos mejor, no nos vamos a morir de una enfermedad porque comimos un tomate en mal estado, eso no pasa más en Francia. Entonces el sistema sobre el que estamos hablando fue virtuoso de alguna manera, pero en este momento estamos llegando a su límite. Nos costó demasiado en términos ecológicos, se vive cada vez más rápido y no somos súper humanos. Y este mundo nos pide cada vez más características sobrehumanas para lidiar con él. Somos el único animal que transforma al medio ambiente, y que luego de eso necesita readaptarse al nuevo ambiente que desarrolló. Un disparate.
Una de las explicaciones de por qué hay tanta violencia en Facebook y en las comunicaciones virtuales es porque necesitamos los gestos y las miradas para comunicarnos de una manera correcta. Sin eso, de hecho, estamos solos con nuestros propios sentimientos, con nuestra propia manera de ver el mundo.
-Es una paradoja.
-Es una paradoja real. No somos animales hechos para estar sentados todo el día, por ejemplo. Hay tanta gente que se la pasa sentada todo el día, y por eso tenemos tantos dolores de cabeza, de espalda, problemas en nuestro cuerpo que no existían cuando estábamos cazando en los bosques. No estamos hechos solo para comunicarnos por teléfono, mail, mensajes de texto, y creo que eso es un problema real. Una de las explicaciones de por qué hay tanta violencia en Facebook y en las comunicaciones virtuales es porque necesitamos los gestos y las miradas para comunicarnos de una manera correcta. Sin eso, de hecho, estamos solos con nuestros propios sentimientos, con nuestra propia manera de ver el mundo. Y necesitamos confrontar, pero no hacer guerras en internet, confrontar en el buen sentido, para poder construir algo con los demás. Creo que la comunicación virtual es parte de este problema y de los del mundo. Todo es más violento y es por esto. Necesitamos el contacto, las miradas, tocarnos para dialogar. Y esta manera de comunicarnos no nos permite eso, y eso está mal. Creo que globalmente necesitamos pensar en este problema, porque es grande y es real. Miramos las redes sociales solo en términos de libertad de expresión, pero el tema es mucho más grande que eso. Es un continente enorme. Un continente virtual en el que no hay reglas. Y no sabemos cómo evaluarlo. Tenemos que reconsiderar la manera en la que estamos todos juntos caminando e interactuando en este continente virtual. Creo que es una trampa para la humanidad, así como también una posibilidad, porque ahora estamos teniendo esta conversación y en general puede dar muchas posibilidades, pero es una trampa, y tenemos que andar con mucho cuidado con esto porque es una fuente de tensiones.
-Todo en la ciencia puede ser usado para bien o para mal, depende en qué manos caiga, y también depende de las herramientas y de crear reglas, así como se crearon medidas de tiempo. De otra manera todo sería caótico para los humanos y se volvería en contra nuestro.
-Dijiste que cada cosa poderosa tiene un gran costado malo, de hecho. Mientras más luz hay, mayor es la sombra. La comunicación virtual es una fuente increíble de luz, pero también una increíble fuente de oscuridad. Y tenemos que mirar esa oscuridad a la cara, realmente, y lidiar con ella. Es algo sumamente importante, uno de los grandes desafíos en los próximos diez o quince años por venir.
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