Existe la percepción generalizada de que las medidas de control que se están aplicando para garantizar la cuarentena global resultan inevitables pero también preocupantes. Comienza a tomarse cada vez más en consideración el impacto que estas restricciones puedan tener en un futuro inmediato sobre las libertades y los derechos. Es un debate que se está dando en todas partes pero que adopta un dramatismo especial en Chile, porque las políticas derivadas de la cuarentena han vaciado las calles y las plazas que hasta un minuto antes estaban ocupadas por la onda expansiva del estallido social que sacudió el país en octubre de 2019. El detonante original de esta insurgencia ciudadana fue la subida de los precios del transporte público de Santiago.
El lema principal de la protesta, “Chile despertó”, remitía a la imagen de un país que permanecía adormecido, acallado pero con una desafección y una frustración latentes derivadas de las limitaciones democráticas y las servidumbres impuestas sobre la vida cotidiana de la gente por el agresivo neoliberalismo chileno. Ese prolongado neoliberalismo se afianzó durante la democracia pero hunde sus raíces en el régimen pinochetista. Resulta conocido que los Chicago Boys, la escuela antikeynesiana de los halcones formados por el economista Milton Friedman, desembarcó en Chile con el golpe de estado de 1973. Convirtieron el país en uno de los primeros laboratorios mundiales del neoliberalismo.
Pero lo cierto es que Chile llevaba tiempo despertando. La historia de las resistencias simultáneamente contra la dictadura y el neoliberalismo es profunda en Chile. Y ha resonado más recientemente en los diversos estallidos estudiantiles sucedidos en el país durante las dos décadas de este siglo, especialmente el movimiento estudiantil del año 2013 que transformó el sistema de partidos heredado de la transición a la democracia. Cuando nos dimos cuenta de que la covid-19 constituía ya una amenaza global, Chile se encontraba en un momento particularmente complejo aunque también esperanzador. Como resultado de las protestas, un amplio acuerdo parlamentario había asumido en noviembre la posibilidad de sustituir la Constitución chilena de 1980 que había sido impuesta por la dictadura de Augusto Pinochet. Un plebiscito nacional abriría paso a un proceso constituyente que estaba previsto el pasado 26 de abril. En su lugar, la ciudadanía chilena ha tenido que permanecer confinada en sus domicilios, las calles se han vaciado y las urnas no se han instalado. Lo que sucederá a partir de ahora es motivo de tensa disputa política y social.
Nelly Richard (nacida en Caen, Francia, 1948; residente en Chile desde 1970) está reconocida como una de las críticas culturales más importantes de los últimos cincuenta años en América Latina. Estudiante de la Sorbona de París, fue después compañera de viaje del CADA, el legendario Colectivo de Acciones de Arte que operó contra la dictadura chilena a partir del año 1979 formando parte de lo que ella denominó Escena de Avanzada, la constelación de prácticas artísticas contra la dictadura en cuya narración historiográfica el trabajo de Nelly ha sido determinante. Se contó entre la organizadoras del Primer Congreso de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987, uno de los actos de resistencia cultural más significativos contra el pinochetismo. En 1990, el mismo año en que finalizó formalmente la dictadura, fundó la Revista de Crítica Cultural, una influyente publicación de pensamiento que dirigió hasta 2008. Ha escrito decenas de libros, muchos de ellos mediante la colaboración y el diálogo intelectual, entre los que se cuentan títulos clave como La insubordinación de los signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis) (1994), y más recientemente dos recopilaciones de sus ensayos, Fracturas de la memoria: arte y pensamiento crítico (2007) y Crítica de la memoria (1990-2010) (2010), así como su biografía intelectual bajo la forma de una larga entrevista titulada Crítica y política (2013). Esta enumeración de sus méritos no alcanza sin embargo para representar una práctica intelectual que ha aferrado con determinación las herramientas del feminismo, la crítica cultural o la crítica de la historia y de la memoria para batirse con ellas siempre en el ojo del huracán de las aspiraciones emancipatorias. Nuestra conversación tuvo lugar el lunes 25 de mayo de 2002, estando ella en su domicilio de Santiago y yo en el mío de Barcelona.
-Nelly, la última vez que nos encontramos en persona fue en Santiago, en noviembre de 2019. Hacía poco más de un mes que había estallado la revuelta ciudadana chilena. Las calles estaban todavía ocupadas por un hormigueo insurrecional, sobre todo en el epicentro del movimiento, la Plaza Italia que había sido rebautizada popularmente como Plaza de la Dignidad. Se acababa de firmar el acuerdo parlamentario por el que se convocaría un primer plebiscito en abril de 2020. Su resultado debería haber abierto, deseablemente, un proceso constituyente. Sin embargo, estoy hablando contigo ahora que te encuentras en un Santiago cuyas calles están vacías con la gente recluida en sus casas por la cuarentena, el plebiscito se ha pospuesto y las correlaciones de fuerza partidarias y parlamentarias están sufriendo modificaciones. Pero antes de que entremos en detalles, ¿cómo te encuentras? Has pasado la cuarentena en tu casa, rodeada por fortuna de tu bonito jardín medio salvaje. ¿En qué estado se encuentra el ánimo de tu entorno y, a grandes rasgos, cuál está siendo la situación sanitaria en Chile en estos meses?
-Estoy bien… por el momento. Hay que subrayar “por el momento” porque todo es más provisorio que nunca. Efectivamente, hablo desde Santiago, que desde hace quince días recién está en cuarentena total. El Gobierno de Sebastián Piñera, que es un gobierno arrogante, soberbio, desafiante, quiso “innovar” con respecto a los demás países copiando a Suecia —como si nuestras realidades sociales tuviesen algo que ver— y entonces se decretaron cuarentenas graduales, parciales, móviles, dinámicas que se le llama, con la pretensión de aislar, no ciudades enteras sino comunas o incluso sólo unas partes de ellas. Parece que la estrategia no ha dado los resultados esperados así que ahora se decretó una cuarentena total en Santiago que no sabemos cuánto va a durar. En todo caso, entre cuarentenas parciales y totales llevo dos meses no saliendo de mi casa. Desde el punto de vista cotidiano, esto no cambia demasiado mis hábitos ya que escribo, leo, etcétera, desde mi casa, salvo en lo que respecta a los viajes: debería estar en este preciso instante dictando un seminario en el marco de la Cátedra de Políticas y Estéticas de la Memoria que coordino en el Museo Reina Sofía de Madrid, viaje que obviamente se suspendió. En todo caso, creo que lo que atañe a mi situación cotidiana no tiene mayor relevancia si pensamos en la amargura de saber que mucha, mucha gente lo está pasando muy mal en viviendas miserables, con despidos masivos, la cesantía, el hambre, etc., y que vienen tiempos muy adversos, muy castigadores de las clases más desfavorecidas.
En lo personal me siento viviendo en suspenso, en espera, aunque no sé muy bien de qué. Me lo preguntaba, en rigor. No sé si en espera de no contagiarme, que no se contagie nadie cercano, saber cuándo termina la cuarentena, ver qué ocurre con el desconfinamiento o constatar qué forma va a tomar el mundo después de todo esto, no sé. Acuérdate además que el desfase de estaciones significa para nosotros en el Cono Sur asistir de modo anticipado, a través de las imágenes que vemos de Europa, a lo que precisamente nos espera. Así que estoy viviendo todo esto con relativa calma, sin dramatismo, pero sin la excitación del suspenso ligado a algún presagio de lo nuevo. En ese sentido no alcanzo a compartir la sensación de Bifo, tu primer invitado a esta serie de conversaciones, que decía estar experimentando la “alegría de lo impredecible”. Pienso que quizá tenga razón en que la crisis de la pandemia abra la posibilidad de un futuro en el que, como él dice, el capitalismo ya no será inevitable. Pero confieso que para mí estas señales son demasiado remotas, difusas o equívocas. Así que en mi caso prevalece no el entusiasmo sino la tensa calma.
-Cuando te propuse que registráramos esta conversación me respondiste que me mandarías previamente algunas notas que habías escrito durante las últimas semanas. Y me has hecho llegar más de diez páginas que me han dejado sin aliento. Haces hincapié en varios aspectos importantes en los que me voy a apoyar, claro está, para que nos orientemos ahora. Podemos empezar fantaseando la escena de esta conversación inspirándonos en Walter Benjamin —ya que compartimos interés por él—, quien planteaba que la tarea del historiador crítico consiste en dar un golpe seco al flujo temporal para provocar una interrupción. Si el golpe sucede en el momento correcto, los acontecimientos quedan congelados conformando una constelación, un diagrama de elementos dispuestos sobre esa imagen detenida. Y las relaciones entre esos elementos detenidos se deben interpretar correctamente. Describes muy bien en tus anotaciones que la revuelta ciudadana había impulsado un “tiempo intenso, energético, acelerado y casi frenético”. El freno impuesto por la cuarentena te ha servido para leer con un detallismo preciosista la imagen congelada que por el momento nos ha quedado de ese tiempo energético anterior. Y te aplicas a interpretar la revuelta de octubre de 2019 como un “archivo”. ¿Qué contiene ese archivo?
-Linda la metáfora que armas desde la impronta benjaminiana, porque mencionas la palabra “detención” como este golpe seco a la temporalidad, al flujo temporal, aunque esta detención no podría haber ocurrido de modo más imprevisto y devastador a la vez, tan fulminante como ha acontecido con esta paralización a escala planetaria de las distintas fábricas de presente. Pero es una detención que viene también a dislocar los imaginarios de futuro que estábamos acostumbrados a forjar históricamente. Entonces, sí, está este golpe seco de la interrupción y de la detención, del congelamiento, y me imagino que tienes razón en que deberíamos aplicarnos a convertir lo abrupto de este corte en un diagrama analítico y reflexivo. Pero este diagrama no podría, creo yo, desligarse de la experiencialidad de los cuerpos, de esta puesta en suspenso de la vida, omitiendo las preguntas sobre la humanidad o inhumanidad de esta vida. Como tú muy bien lo mencionas, la revuelta que se inicia en Chile el pasado 18 de octubre y que se extiende muy vertiginosamente a un país entero, termina haciendo converger sus distintos reclamos contra la hegemonía neoliberal: contra el sistema de pensiones, educación, trabajo, salud, etc., en el llamado a una asamblea constituyente que entierre para siempre la Constitución de 1980 firmada en dictadura por Pinochet. Entonces, la consigna que suena en esa Plaza de la Dignidad que mencionas y en el país entero, es “Chile despertó”. Un Chile que habría despertado del mal sueño de una oferta neoliberal hecha de abusos, engaños, fraudes, confiscaciones, etc. Esa consigna inicia un camino que, en medio de múltiples obstáculos debería desembocar en una nueva Constitución. Y eso hace entonces que este tiempo energético al que te referías fuera efectivamente un tiempo que se vivió durante los meses anteriores a la pandemia como un tiempo inaugural, refundacional, de promesas abiertas que convocan lo que está por venir. Entonces, siento que quizá lo más sensible de lo ocurrido en Chile —como bien dices, a diferencia de lo sucedido en otras latitudes— haya sido este colapso vital del tiempo y de los tiempos en acción. Un colapso que nos llevó tan súbitamente de la movilización de los deseos colectivos de octubre de 2019 a la inmobilización forzada y a la reclusión individual de marzo de 2020. Es decir, pasamos dramáticamente de la expectación despertada por un futuro a construir entre todos a la resignación del estar cada uno preso de un tiempo detenido. Pasamos de ese tiempo hiperactivo, deseante, voluntarioso, el tiempo de la insubordinación política, a este otro tiempo de la cuarentena que es un tiempo resignado, estacionario. Y, bueno, pasamos también del revivir del “Chile despertó” a un tiempo de cómo sobrevivir, sabiendo que lo que Piñera llama irónicamente “el retorno seguro” va a suponer la vuelta a una realidad aún más indigna y peligrosa que la de antes.
Esa es la paradoja, efectivamente, y es el choque vital entre experiencias del tiempo disociadas. Y sí, tienes razón, empleo la palabra “archivo” a propósito de la revuelta, en el sentido de una reserva de huellas grabadas, acontecimientos, sueños, experiencias, saberes, pasiones, etc., que creo debemos saber retener en la memoria. Cuando digo “retener” quiero decir “guardar”, “cuidar” una memoria que debe mantenerse disponible, ahora que no hay cómo dirigir la energía que motivó esa revuelta hacia una exterioridad pública, para poder reinterpretarla después. Digo “reinterpretar” porque implica un gesto más complejo que simplemente recuperar o utilizar. El archivo tiene que ver con el material consignado en una fuente documental que retiene las huellas de lo grabado y que evita que se disipe su fuerza y su latencia, entendiendo por latencia lo que media entre la huella del pasado y su futura inscripción en nuevos soportes que transfigurarán su recuerdo. De ahí la importancia de que no se desvanezca el repertorio de prácticas y de saberes corporalizados durante la revuelta, pero sabiendo también que la reemergencia de las fuerzas será distinta a lo acontecido en la revuelta de octubre 2019 y que llevará necesariamente las trazas de esta completa desorientación en la que estamos sumergidos.
-Tú ya sabes que estoy especialmente prendado de uno de tus libros, Crítica y política (2013), donde relatas tu biografía política e intelectual como una constelación de resonancias entre experiencias personales y memorias colectivas. Al final de ese libro te atrevías incluso a medirte con el movimiento estudiantil de 2013, que estaba sucediendo en el momento mismo en que lo escribías. El movimiento estudiantil fue la forma que adoptó en Chile la onda global de protestas antiausteritarias o por la radicalización democrática de 2011-2013. Y planteabas en Crítica y política su doble dimensión destituyente y constituyente. Es algo que me ha venido a la memoria leyendo estas notas tuyas recientes, y al recordarlo no me ha parecido una casualidad que en este momento de detención de la insurrección ciudadana de 2019 te tomes el tiempo de leerla como un archivo, interrogándote a continuación sobre cómo se podría reactivarlo en su doble dimensión tanto destituyente como constituyente. Además de que resulta muy bella, esta imagen me ha parecido muy útil por dos motivos. En primer lugar, evita la manera izquierdista en que se conciben las insurgencias como el resultado de una “acumulación”, como un instante álgido de un proceso de crecimiento. Por el contrario, una revuelta es más bien un acontecimiento donde resuenan muchos ecos anteriores aun cuando ni siquiera todas las personas que participan en ella sean conscientes. Tampoco importa si quienes participan en una insurrección tienen conocimiento directo o memoria histórica de esos otros momentos pasados porque, de cualquier manera, una revuelta es diferente de una mera culminación. Es una actualización de lo que antes ha sucedido, en el sentido de que es siempre repetición y diferencia de lo anterior.
En segundo lugar, tu imagen de la revuelta como un archivo es muy sugerente porque si pensamos de esta manera la insurrección ciudadana de 2019, el problema que se nos presenta no es tanto cómo darle continuidad después de esta interrupción, sino cómo reactivarla, cómo volverla a actualizar. ¿Cuáles son a tu modo de ver las transformaciones que esta crisis está produciendo y que podrían constituir el caldo de cultivo para una reactivación de la protesta? ¿Y cuáles serían las dificultades principales que para ello están surgiendo? Dejando a un lado lo más evidente: que existe mucha incertidumbre sobre cuándo será posible volver a manifestarnos masivamente en el espacio público.
-Como te puedes imaginar, no tengo ninguna respuesta certera a tu pregunta: qué difícil es saber cómo se van a reactivar estas fuerzas del archivo vital. En todo caso me parece clave esta distinción que tú introduces porque, efectivamente, sabemos que es problemática la idea de continuidad que supone un trayecto rectilíneo de acumulación de fuerzas hacia un resultado final garantizado. Corresponde hablar de repetición y diferencia, de reactivación por la vía del desfase y de la reinvención. Ahora, es muy complejo, no sé. No cabe duda de que la dureza de las condiciones de vida, que tanto están aflorando como realidad cotidiana en estos tiempos de epidemia, no hacen sino revalidar los motivos que tuvo la revuelta de octubre de 2019 para sublevarse contra un régimen de desigualdades económicas y sociales que es un régimen que precariza y segrega, pero que también y sobre todo maltrata y ofende. Entonces, están saltando a la vista el desmantelamiento del aparato de salud pública, la precariedad completa de la vivienda, la descomposición de las periferias urbanas, el trato absolutamente indecente a los migrantes, la desprotección social… En fin, la suma de desastres que saltan a la vista con la pandemia, claro, no hacen sino reconfirmar la legitimidad moral del “¡Ya basta!”, que fue otra de las consignas de octubre de 2019, el ya basta de abuso y de privilegios que levantó la revuelta de octubre frente al saqueo capitalista. Pero mi duda es si esta suma de justificaciones que nos llevan a impugnar tanto el ordenamiento neoliberal del sistema capitalista como la razón gubernamental que sostiene la alianza de derecha de Sebastián Piñera, basta para confiar en que el intervalo llamado cuarentena, independientemente de cuánto dure, dejará intactas las ganas y las fuerzas con las que multitudes saldrían nuevamente a las calles, como si la epidemia hubiera sido un simple contra-tiempo. No lo sé. Porque cuando hablo de salir a la calle no me estoy refiriendo exclusivamente al hecho de que se levanten las restricciones para ocuparlas nuevamente, si no a si perdurarán la energía, los deseos, las voluntades.
De los primeros textos que se escribieron en torno a la pandemia, debo confesar que el que más me interpeló fue la Crónica de la psicodeflación de Bifo, porque trabaja con la complejidad de las tramas de la subjetividad y sus vicisitudes, cosa que no hacían otros. Él habla de una deflación del organismo social que va desde los miedos más primarios a la enfermedad, la muerte, etc. que asedian a los cuerpos en desamparo, hasta el decaimiento del ánimo y sus repliegues ensimismados. Entonces, me temo que las trazas que va a dejar este golpe de la pandemia en el ánimo, en el deseo, en la voluntad, son trazas que demoran en absorberse. Además, como si fuese poco, tenemos que prestarle atención a los nuevos peligros que se asoman: el recrudecimiento neofascista, los brotes totalitarios que provienen de la ultraderecha. Le ofrecen a las poblaciones inseguras promover el control represivo de las fronteras de los países y los hemos visto enfrentarnos unos a otros fomentando la sospecha, la denuncia, la hostilidad entre vecinos, etc.. Quiero decir, lo inhospitalario de un mundo sin resguardo, la fragilidad de los cuerpos asustados, todo eso hace que frente a la adversidad se consoliden tendencias reactivas, conservadoras, lo sabemos bien, en sectores de la población cuya búsqueda de seguridad quizás, no lo sé, los aleje del fantasma demasiado convulso de la rebelión social tal como lo vivimos en octubre. Entonces, sí creo que el espíritu de la revuelta ha sido tocado por la epidemia. Y creo que, para recurrir al vocabulario de nuestra querida amiga Suely Rolnik, se va a dar una lucha incierta entre las fuerzas de desapropiación y de reapropiación de la vida, y yo no tengo nada claro cuándo y cómo se va a abrir curso alguna pulsación de lo nuevo orientada hacia un futuro transformador.
-Te voy a poner en contraste dos imágenes del presidente Piñera e intento ligarlas a tus notas, a ver qué te sugiere. El 12 de abril declaró: “Una cuarentena total en Chile no es sostenible”. Un mes más tarde, el 15 de mayo, escenificó un acto oficial al más alto nivel para recibir en el aeropuerto un cargamento de respiradores provenientes de Holanda y China. En una rueda de prensa a pie de pista afirmó exactamente lo contrario que en abril: “La cuarentena era necesaria y se tomó en el momento oportuno”, y por supuesto llamó a la disciplina en el cumplimiento de las restricciones. Dejemos a un lado la facilidad con que la política espectáculo puede afirmar actualmente con la misma convicción una cosa y la contraria sin solución de continuidad. Te planteo mejor una duda. En ese intervalo, Piñera se resistió —como muchos otros mandatarios internacionales— a aplicar medidas restrictivas obviamente para no dañar la economía. Sin embargo, la calles de Santiago se fueron vaciando. ¿Significa esto que, durante ese periodo de incertidumbre sobre las medidas de cuarentena, este vaciamiento no ha sido solamente forzado por las restricciones impuestas sino que ha constituido también una decisión del movimiento social? ¿Estamos frente a un movimiento que eligió desmovilizarse en abril por responsabilidad colectiva? Si así fuera, podríamos pensar que la vuelta de la ciudadanía a los espacios domésticos ha supuesto en Chile una retirada con significado ambivalente. El movimiento ha acusado recibo de las medidas disciplinarias inevitables por la cuarentena global, claro está. Pero también habría ejercido un extraño gesto de desobediencia, autogestionando medidas de autocuidado que el presidente se resistía a aplicar, preocupado como estaba más por las variables macroeconómicas que por la salud de las personas.
Con respecto al escenario que se corresponde con la segunda imagen que te he propuesto. Ensayas en tus notas una lectura bien interesante de cómo el Gobierno ha ejecutado una política de higienización que contiene varios componentes interconectados. El presidente —dices— ha adoptado medidas técnicas de limpieza sanitaria, reavivando a la vez el vocabulario del eficacismo neoliberal que las revueltas habían desprestigiado. Finalmente, ha relacionado todo ello con la limpieza de las señales de la insurrección —pude comprobar en noviembre cómo una de las prácticas más estrepitosas del movimiento ciudadano fue la de inundar las paredes del centro de Santiago con pintadas que suponían una contraseñalización de la ciudad neoliberal—, recuperando así el control administrativo sobre el espacio público.
-Me parece que están muy bien elegidas esas dos imágenes de Sebastián Piñera y habría que agregarles una tercera: cuando, en una ciudad completamente vaciada y controlada por las fuerzas del orden, el presidente no encuentra nada mejor que hacerse retratar en la Plaza de la Dignidad —ex Plaza de Italia, como él la sigue llamando, por supuesto—, en una pose en la que finge dominar la escena, retomar el control. Esa pose desafiante es patética porque esa prepotencia del mando se exhibe en la plaza desierta de una ciudad vacía, como si estuviera haciendo uso de una escenografía trucada para simular que vuelve a ejercer el poder. Ahora, efectivamente la pandemia le ha servido de oportunidad y pretexto al Gobierno para ganar tiempo, un tiempo que le había sido ya cancelado por el precipicio de deslegitimación en el que lo hizo caer la revuelta social. Y, bueno, con este manejo centralizado de la salud, queriendo demostrar efectivamente “ejecutividad”, que es una de sus palabras favoritas, trata de recuperar un protagonismo al declararle la guerra al virus enemigo en nombre de la población a defender. La pandemia, como también lo mencionas, le sirvió de excusa para decretar un estado de excepción, un toque de queda que rige desde el 18 de marzo de 2020. Entonces, por un lado está el aprovechamiento del control policial en las calles para “limpiar” la ciudad de cualquier recuerdo del alzamiento popular, reintroduciendo de a poco señales normalizadoras: reponer los semáforos que estaban sacados o rotos, repintar los muros y edificios borrando los grafitis, rehabilitar aquellas estaciones de metro que habían sido destruidas o incendiadas, etc. Pero, junto con usar la epidemia como pretexto higienista y sanitizador para, metafóricamente, desinfectar a la ciudad del recuerdo sucio y turbio contaminante de las huellas de la insubordinación social, está el estado de excepción que hizo que los militares controlaran las calles. Estos mismos militares y policías cuyo uniforme lleva estampado el recuerdo siniestro de la persecución militar en dictadura y que se vieron de nuevo envueltos en abusos consignados como violación de derechos humanos por instancias internacionales, al actuar con violencia represiva contra los manifestantes justamente de las protestas de 2019.
Entonces, a mí me parece, desde el análisis de las composiciones de signos, que se produce una paradoja chocante al ver cómo las fuerzas represivas están hoy vigilando el cumplimiento de las medidas sanitarias: fiscalizando los salvoconductos que autorizan a transitar por la ciudad, ayudando también a la organización práctica de las tareas cotidianas, como por ejemplo la entrega de cajas de alimentos en esta semana a las poblaciones… Y tengo la impresión de que esto genera una cierta fisura, una grieta perturbadora en el imaginario de la insumisión que se había expandido masivamente desde octubre de 2019. Es decir, realmente el salto del descontrol de la revuelta al control de la epidemia ha sido extremadamente brusco, y el cambio de tablero ha ocurrido en materia del paisaje urbano en la ciudad, de signos y de corporalidades incluso, porque hemos pasado del emblema guerrillero de la capucha —con su discurso heroico combatiente de la “primera línea” en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con las fuerzas policiales— a la seguridad protectora de la mascarilla; pasamos de la vestimenta negra en el tumulto anarquista a la blancura asistencial de los delantales médicos… Quiero decir que un cierto paisaje visual y también un repertorio de discursos se ha ido trastocando enteramente, y yo no tengo muy claro en qué se van a traducir simbólicamente el desconcierto y la frustración.
Tú haces alusión a que podría haber una táctica de parte de la población para usar la cuarentena desviándola hacia otros fines. No sé si se puede hablar de que la población “decidió”, porque decidir sugiere el control de una voluntad que permanecería intacta y eso no estoy segura que se mantenga. Pero sí hay efectivamente nuevos signos que han vuelto a desordenar violentamente la ciudad que Piñera quiere ordenar a la fuerza. Y esto es interesante porque, como sabemos, la memoria nunca afloja, da sus vueltas y sus revueltas. Mientras asistíamos pasmados a cómo se infiltra la memoria de la dictadura en el control militarizado de la ciudad con el pretexto de la epidemia, desde la semana pasada están reapareciendo las protestas y las barricadas en las poblaciones motivadas por el hambre. Y esto hace aparecer otra memoria heroica de la resistencia, porque se están armando ollas comunes, comedores populares, con todo lo que trae a escena su recuerdo, evocando la memoria de las peores épocas de la crisis económica de la dictadura, un tiempo en que las mujeres —y habría que subrayar: las mujeres— encontraron la forma comunitaria con la que sobrellevar la crisis en las poblaciones. Entonces, podrían leerse ahí estas formas de autogestión que señalas, ejercidas a través de mecanismos y estrategias que van aunando fuerzas en medio de la adversidad. Desde ya, una de las consignas de estos comedores populares es “el pueblo cuida al pueblo”, mostrando el autocuidado como reverso antineoliberal. Pero tengo la impresión, sin estar segura para nada de lo que estoy diciendo, que estas formas de resistencia hablan un lenguaje distinto, al menos por el momento, al de las protestas de octubre. Las de ahora son protestas urgidas básicamente por la necesidad, mientras que las de octubre eran luchas de deseo, para retomar la expresión de Guattari. Es decir, eran luchas guiadas por un imaginario utópico de ampliación de los posibles, que iban más allá de la satisfacción inmediata de las necesidades básicas, que va a ser ahora la urgencia. Entonces, no sé bien cómo se irán a construir los enlaces para que en medio de la necesidad reaparezca el deseo de futuros posibles: por ejemplo, el de la Asamblea Constituyente como nueva matriz de ciudadanía.
-En tus anotaciones planteas una crítica muy dura a cómo algunos intelectuales —cuyo nombre es ya una marca global— han ejercido su tarea precipitándose a interpretar esta crisis. En estos días he compartido conversaciones en las que he expresado que existen dos tipos de ejercicio del pensamiento que en esta crisis me han resultado particularmente inoportunos. Uno, el de los filósofos convencidos de que el fin del mundo ha llegado para corroborar sus tesis de siempre. Dos, el de los pronosticadores que se han abalanzado sobre el futuro inmediato para acertar antes que nadie qué va a ocurrir. En contraste, elaboras en tus anotaciones un resumen de ideas fuerza planteadas durante estas semanas por Alejandra Castillo, Rita Segato, Judith Butler, Suely Rolnik, Verónica Gago y Luci Cavallero. Pero no lo haces, digamos, recopilando citas de autoridad, sino organizando una especie de diálogo virtual entre mujeres feministas entre las que por supuesto te cuentas. La construcción de esta asamblea virtual te sirve para mostrar cómo el feminismo es un acervo que en este momento nos resulta fundamental por al menos dos motivos. El primero, para extraer otras conclusiones sobre lo que ocurre, por fuera de los lugares comunes que son objeto del análisis competitivo. Lo segundo, para pensar sobre lo que nos sucede de otra manera: desde un lugar situado, haciendo uso de otras herramientas, de acuerdo con otras epistemologías e incluso materializando el discurso en formatos no autoritarios.
-Lo has planteado tan bien que no sé qué agregar… Efectivamente, me generaron distancia las primeras intervenciones de los intelectuales globales, como los llamas, que se pronunciaron sobre la pandemia. Y lo primero que me resultó casi inverosímil es que, habiendo sido tan determinantes, tan convincentes los aportes del feminismo en el campo de la teoría crítica, la crítica social… en fin, me resultaba inimaginable el leer a Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Byung Chul Han, Alain Badiou formular sus diagnósticos y pronósticos epocales sin incorporar el feminismo como punto de vista sobre el cómo y el por qué de la degradación capitalista. Diría que resulta realmente insólito, chocante. Efectivamente, el pensamiento feminista le ha dado figuración, lo mencionas al final de tu pregunta, a través de lo precario feminizado, a los cuerpos domésticos de las mujeres cuyas labores infravaloradas por la economía capitalista son las que sostienen incansablemente la cuarentena de la pandemia. Así lo dicen inteligentemente Verónica Gago y Luci Cavallero cuando hablan de que lo precario feminizado apunta “al límite del capital, a aquello de lo que no puede prescindir la vida social para continuar” (“Crack Up! Feminismo, pandemia y después”, El Salto y Revista Anfibia, 9/4/2020). Así de simple y de rotundo. Y entonces, no hay manera de salir del capitalismo sin una reorganización del trabajo que tome en cuenta todo lo que el feminismo ha teorizado en torno a la división público-privado, producción-reproducción, el asunto de los cuidados, etc. Me parece que los aportes del feminismo contemporáneo han sido tan… y no me estoy refiriendo solamente a la fuerza del feminismo como movimiento social, sino también al rigor y al vigor de las teorías feministas, porque hay un señalamiento feminista del reverso oculto del capitalismo que sale hoy a la luz y que no puede ser omitido. Lo otro que me llamaba la atención tiene que ver con que estos filósofos parecen no acusar el golpe de lo que estamos viviendo como derrumbe de certezas y de garantías causadas por la pandemia en los marcos generales de interpretación de la sociedad. Este derrumbe de certezas y de garantías no alcanza a generar en estos ilustres filósofos ningún tropiezo de categorías o de fundamentos. Aparentemente no hay nada que les signifique desconfiar de su propio aparato de saber, no renuncian ni por un momento a su condición de dueños del conocimiento que siguen confiando masculinamente en escalas grandiosas de superioridad universal. Es decir, hablan desde el mismo dominio de conocimiento, desde las mismas jerarquías de autoridad de siempre sin acusar ninguna pérdida ni fallos de control.
Es ahí donde, efectivamente, yo contrasto esas voces con aquellas otras de escritoras, ensayistas, críticas feministas que me parece que, en torno a la palabra precariedad, en toda su multivalencia semántica y conceptual, son capaces de articular hablas que registran las texturas de lo precario, de lo frágil y tenue, de lo desintegrado, de lo residual, etc. Y desde ya formulan las dudas y las vacilaciones de subjetividades en desarme, en pequeñas narrativas que acusan el hundimiento de lo universal categórico, algo que no parece acontecer en la voz de los grandes filósofos. También es cierto que mi juicio sobre los filósofos tienen que ver con afinidades de lectura que son previas a lo que estos autores dicen hoy. He de confesar que nunca he sido una lectora cautivada ni de Žižek ni de Badiou, a diferencia de muchos de mis colegas de aquí. Tampoco soy devota de Agamben, reconociéndole toda la fuerza y la belleza de su arquitectura conceptual. Pero siempre me pareció un pensador demasiado extático, que dibuja categorías sublimes pero desde un sujeto más bien contemplativo, abismado en la trascendencia, sin la dimensión teórica-crítica que yo sí extraigo por ejemplo de la categoría de “vida precaria” de Judith Butler. Ella da cuenta de una manera extremadamente precisa y también preciosa de las vidas que cuentan y las que no, las vidas dignas de ser lloradas y las que no, las vidas sobrantes, descartables, desechables, etc. Ahí se pone en escena una categoría de la vulnerabilidad que anticipa lo que estamos viviendo, y gracias a que ella usa la tecnología de género para descifrar y rebatir la maquinaria capitalista, Butler hace posible para mí identificar en el detalle operatorio los diversos engranajes de esta maquinaria. Frente a lo sublime trascendente de la “nuda vida” de Agamben que se despliega en una filosofía contemplativa, me parece que Butler siempre toma en cuenta lo que Edward Said llamaba “la heterogeneidad de la sociedad civil”, y en ese sentido es alguien que siempre ofrece salidas emancipadoras recurriendo a la contingencia estratégica de cómo modificar las relaciones entre poder, instituciones y subjetividades que demandan que tengamos una capacidad de acción.
-Escuchándote se me ocurre que se pueden sintetizar en dos imágenes estas posiciones intelectuales inútiles en este momento. La primera sería la del intelectual que, de la misma manera que Piñera escenifica su poder en medio de una ciudad vacía resultando patético, igual de ridículo resulta encaramarse a las ruinas del presente para anunciar tu verdad. Es un ejercicio de autoritarismo discursivo sin empatía cuando nos sentimos dañados. La segunda sería la del intelectual que se recrea en la catástrofe, arrojando un peso sobre nuestras cabezas cuando nuestras subjetividades necesitan por el contrario ser empoderadas. Me haces pensar en la utilidad por el contrario de un pensamiento que señala lo precario de las estructuras de autoridad y, a la inversa, extrae fortaleza de nuestra fragilidad. En cualquier caso, para acabar esta conversación, quiero pedirte que reflexiones sobre el problema político con el que cierras tus anotaciones y que me parece vital en esta coyuntura. Como ya has dicho, aun cuando la revuelta ciudadana de una manera u otra se reactivase, lo haría en unas condiciones materiales y existenciales aún más afectadas que cuando estalló a finales de 2019, porque ahora acusará el impacto de una triple crisis sanitaria, económica y existencial. Afirmas que si se diera un nuevo impulso destituyente, no tendría más remedio que buscar cómo articularse con el proceso constituyente que también se va a reabrir. Pero esa tarea de construir las articulaciones, las mediaciones, las representaciones, las traducciones entre diferentes impulsos emancipatorios no es nada sencilla. No lo es en el aspecto más evidente de articulación política, entre movimientos y organizaciones, entre la sociedad civil y quienes estando en las instituciones quieren modificarlas de raíz. Es más compleja aún porque esas articulaciones no solamente tienen que ser organizativas o políticas, sino también darse en otras escalas anímicas, emocionales.
-Este problema que identificas es un desafío enorme que yo percibo y que me sitúa más bien en desacuerdo con la mayoría de mis colegas y amigos filósofos en Chile. Lo que pasa es que las revueltas de 2019 fueron interpretadas mediante una exaltación de la calle como un escenario de protesta autoconvocada, sin dirigencias conocidas que la lideraran y expresando una manifiesta desconfianza hacia la política institucional. Una desconfianza hacia los partidos incluyendo a la izquierda parlamentaria, y también hacia las alianzas entre partidos, declaradas todas ellas impuras y traicioneras. De ahí surgen las lecturas sobre el fervor destituyente de la calle, la ingobernabilidad del pueblo. La calle fue declarada garante irreductible de una espontaneidad rebelde, la de estar en contra, que no se dejaría capturar por ningún aparataje político. O sea, hubo efectivamente en la calle un desborde imaginal que tuvo al pueblo como una fuente redendora de una nueva épica… Llevaría horas y horas hablar sobre los peligros de una cierta tendencia a revestir al pueblo de una positividad absoluta por considerarlo el depositario de una verdad prerrevolucionaria que sería la de Plaza de la Dignidad, que sólo espera realizarse casi sin mediaciones ni articulaciones políticas. Como si la rabia o la indignación del estar en contra bastaran en sí mismas para transformar lo existente o modificar los poderes constituidos. Bien sabemos que el pueblo no está dotado de esa unidad e integridad, sino que es el resultado del ensamblaje de fracciones heterogéneas, de subjetividades diversas, cuyos trazados de identidad entran en convergencia o en divergencia según las posiciones que ocupan los sujetos en una determinada coyuntura.
Yo no sé cómo se moverá la composición de territorios o el diagrama intersubjetivo del pueblo bajo la sacudida generada por la pandemia. Pero sí me parece que las condiciones de máxima desprotección social en las que se encuentra una población asediada por el hambre y la pobreza exigen urgentemente la aplicación de políticas públicas de parte del estado. Entonces, mi pregunta es si resulta prudente seguir reivindicando la calle innegociable como una especie de exterioridad pura llamada a vengarse de la institucionalidad política y a romper intransigentemente cualquier sistema de gobernabilidad. No lo sé, no lo creo. La disminución de todos los recursos de protección social, el desempleo masivo, el colapso del aparato de salud pública, el endeudamiento por los créditos para la enseñanza universitaria, etc., todo eso va a obligar a la política, a las izquierdas, a repensar el rol y las funciones del estado. Es decir, aquello que una cierta lectura intransitiva de la revuelta desde la calle se rehusó a pensar.
Y aquí viene lo complejo, para terminar. Porque la supuesta salida de la pandemia estaría coincidiendo en Chile con la recuperación de los debates en torno a la Asamblea Constituyente y marcaría también el inicio de un proceso electoral para la designación de alcaldes y gobernadores. Quiero decir, la salida de la pandemia va a ser interferida por un proceso en el que la derecha va a querer recuperar poder político para encontrar la forma de incidir en la opción del “rechazo” a la próxima consulta del plebiscito nacional sobre el proceso constituyente. Entonces estaremos, lo queramos o no, en el plano de la política institucional y sus disputas hegemónicas. A mí me parece que negarse a ocupar ese terreno en nombre de la calle insurrecta es privar a las fuerzas de izquierda de poder intervenir en el debate sobre qué entender por democracia. Ante estos riesgos, puede ser muy alto el costo de que la izquierda se siga atrincherando en la dicotomía entre el adentro como poder del estado y el afuera como autonomía social, en lugar de ir reforzando planos de coexistencia entre organizaciones y partidos, entre la sociedad civil y las instituciones, etc., todo aquello que diversifique el mapa de las alianzas capaces de obstruir la empresa restauradora de la derecha. Quizá la pandemia nos enseñe que no es el tiempo ni de abismarse ni de exaltarse en la negatividad de lo destituyente para revocar cualquier tipo de orden, sino el de intentar crear dinámicas instituyentes que hagan de mediaciones, traducciones entre las fuerzas del desorden que agitan las revueltas y ciertas gramáticas constructivas del poder hacer a través de la política y también a través del lenguaje.
* Esta conversación forma parte de La pandemia en germinal. Conversaciones sobre un mundo en cuarentena, una serie producida para El Aleph. Festival de Arte y Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con la colaboración de Galería Àngels Barcelona, La Maleta de Portbou. Revista de Humanidades y Economía, Revista CTXT y NODAL (Noticias de América Latina y el Caribe).
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