Nacido en Suiza, alemán por elección, Paul Klee fue un pintor que atravesó vanguardias y estilos, pero lo hizo siempre con su propia marca, por lo que generó una obra muy singular que hoy, a 80 años de su muerte, sigue despertando admiración. Tal es el caso de Ad Parnassum, una pieza de 1932 sobre óleo realizada a través del puntillismo, la técnica que los franceses Georges Seurat y Paul Signac desarrollaron a finales del siglo XIX como una derivación del impresionismo.
Klee, que atravesó el expresionismo, el cubismo y el surrealismo, fue también un importante teórico del arte. De hecho, sus conferencias Escritos sobre la forma y la teoría del diseño, publicadas como los Cuadernos Paul Klee, son consideradas cruciales para entender el arte moderno, de la misma manera que el Tratado sobre pintura para el Renacimiento de Leonardo da Vinci lo fue para entender aquella época del arte.
Para muchos críticos, Ad Parnassum es su obra maestra y denota la pasión y dedicación de un artista que de por sí fue muy prolífico. Fue creada cuando enseñaba en la Universidad Düsseldorf, en la época en que era perseguido por la Gestapo, la polícia secreta del nazismo. Klee fue uno de los artistas en la infame muestra Arte degenerado.
En la obra, donde se ve la influencia de su viaje a Egipto entre 1928 y 1929, combinó diferentes técnicas y principios de composición. Primero realizó el campo de color a partir de puntos individuales y luego las líneas igualmente estampadas, lo que genera una perspectiva de pirámide. La estructura también podría interpretarse como el techo de una casa o una montaña.
Durante aquellos tiempos, Klee, quien además enseñó en la mítica escuela Bauhaus, utilizó el puntillismo, aunque para ser exactos sus obras pueden ser consideradas dentro del divisionismo, que es cuando aparece otro elemento geométrico dentro de la estructura.
Como su nombre lo indica, la pintura representa al Parnaso, el monte sagrado donde según la mitología griega habitaban Apolo (el disco dorado) y las Musas de la inspiración artística (las nueve tonalidades cromáticas que dominan la escena del cuadro: blanco, negro, azul, rojo, amarillo, verde, celeste, naranja y marrón). La pieza de gran tamaño, una de las pocas de su carrera con esta característica, se aloja en el Museo de Bellas Artes de Berna, Suiza.
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