La literatura trans y travesti ha ganado terreno en los catálogos editoriales ya no sólo como objeto de análisis o de estudios académicos, sino a través de voces que desde la crónica, el ensayo y la ficción construyen realidades que dan cuenta de nuevas formas de resistencia y legitimación, a la vez que se apropian de los recursos de la lengua ya no solo para testimoniar sino también para crear y experimentar.
Hace unos días, cuando a la diputada Mónica Macha, que preside la Comisión de Mujeres Géneros y Diversidades, le tocó cerrar una reunión informativa para tratar la Ley de Cupo Laboral Travesti Trans, no lo hizo citando a ninguna eminencia del derecho civil ni a una autoridad académica: eligió reproducir un concepto sobre la desobediencia tomado de Camila Sosa Villada, la escritora cordobesa cuya novela Las malas fue una de las más leídas el año pasado en la Argentina y ya tiene traducciones aseguradas al alemán, francés, noruego y croata.
Más allá de ilustrar la visibilidad de esta historia centrada en una comunidad de travestis, la anécdota aporta evidencia sobre la dimensión que tiene la literatura como discurso social: “Lo literario tiene la capacidad de llegar a las personas acercando una experiencia con un material que no participa de lo real. La literatura convierte algo particular en algo universal porque puede tocar particularmente a una persona para hacerle sentir que, aún siendo diferente, comparte una experiencia”, dice I Acevedo.
Autor de los libros Trilogía canina, Jajaja y Late un corazón, la literatura fue el recurso que le permitió a Acevedo documentar tres transformaciones secretamente articuladas que atravesó en los últimos años -”ser madre, hacerme lesbiana, no ser más mujer”-, un proceso que se condensa en su cambio de nombre, de Inés a I, perfectamente impreciso para su deseo de no suscribir a la categorización binaria de los géneros.
Carolina Unrein nació en septiembre de 1999 y además de ser modelo y actriz publicó dos libros: Pendeja, Diario de una adolescente trans y Fatal, una crónica que recorre en nueve capítulos una trama de resurrecciones que tuvieron lugar después de una historia de abuso y de la vaginoplastia a la que sometió para retirar de su cuerpo los últimos vestigios de una genitalidad que no la representaba.
La escritora pondera a la literatura pero no cree haya sido una herramienta para terminar de sellar su reconfiguración: “La identidad no se altera, no es lo que transformamos, al contrario, es lo más concreto que tenemos, y que llegado al caso, nos damos el lujo de dejar que transmute por sí misma, pero nunca por una misma”, define.
“En mis libros hay una gran necesidad de poder darle validez a la realidad de una trans, en un mundo que se dedica a negarla constantemente. Era algo que tenía que probarle al mundo pero también a mí misma: que existimos, y que existimos de muchas más maneras de las que se animaron a contar”, indica.
Marlene Wayar, una de las voces pioneras del travestismo en Argentina y Latinoamérica, es autora de obras como Diccionario Travesti de la T a la T -un manifiesto político y social sobre la disidencia sexual que toma como punto de partida su propia biografía- y Travesti / Una teoría lo suficientemente buena, donde reflexiona sobre la situación de un colectivo vulnerado por la estigmatización cotidiana y el abandono estatal.
“El ejercicio de escribir te pone en otro tiempo, te lleva a un espacio de paz del que las travestis venimos careciendo. Y necesitamos de ese tiempo de paz para pensarnos a nosotras mismas y sobre todo en comunidad. Hay que salir a dar respuestas, explicaciones, animarse a ser escudriñadas -explica Wayar-. Una etapa importante del proceso de escritura tiene que ver con la relectura, porque es ésa la operación que te permite tomar conciencia de si lo que estás escribiendo es realmente lo que pensás”.
La autora, que dirigió El Teje -el primer periódico travesti latinomericano-, asegura que escribir ensayos y crónicas le ha dado la posibilidad de despejar equívocos en torno a la identidad sexual del colectivo que representa: “Las travestis no somos hombres, no somos mujeres. No somos hombres que se transforman en mujeres ni mujeres que se transforman en hombre -remarca-. Hay que dejar de pensar en esa dicotomía egocéntrica con la que el hombre se supone sujeto primordial de la humanidad”.
La sanción de la ley de Identidad de Género en 2012 parece haber obrado como un punto de quiebre para una mayor inserción de la literatura trans en la agenda editorial y a su vez como una posibilidad de diversificar el repertorio temático y estilístico relacionado con las disidencias sexuales, acaso como una señal de que una mayor apertura social tiene un correlato en la circulación de contenidos que antes eran resistidos o innominados.
“En realidad es al revés. La literatura no acompaña los cambios sociales, al contrario, los impulsa y se adelanta a ellos. La realidad atrasa y la literatura adelanta, siempre es así, y más en lo que tiene que ver con cualquier injusticia y desigualdad, con cualquier minoría”, destaca Acevedo.
“Desde muy joven me di cuenta de que nuestro campo de batalla era el lenguaje, porque lo primero que uno experimenta es que estás sola en el mundo. Son todos heterosexuales y vos sos un bicho raro -señala Wayar-. Fue la herramienta para salir a combatir eso de que somos mujeres encerradas en un cuerpo de hombre, e imbricado en esto la opinión científica y psiquiátrica diciendo que nosotras sufríamos una patología mental. Fue una batalla deconstuir todas las palabras y conceptos con que pretendieron borrarnos”.
Unrein relativiza los alcances del cambio de época que implicó una revalorización de las disidencias sexuales que durante décadas habían sido invisibilizadas o cuestionadas por una sociedad regida por un orden genital atado a lo binario.
“El 90% de las personas trans piensan en algún momento en el suicidio, ¿de qué legitimación hablamos si vivimos en un mundo que pone todas sus energías en negar nuestras existencias y necesidades? En términos de acciones y cambios concretos y estructurales muy poco ha cambiado”, enuncia.
"Ahora tenemos una mayor presencia en los medios y en la cultura, tanto acá como en muchos otros países, pero eso es sólo hasta que les deje de resultar algo rentable darle laburo a personas trans, porque pareciera que en el momento en el que lo trans deje de resultar shockeante o un tema polémico de conversación, o que simplemente la gente se deje de interesar, las editoriales, las productoras y el resto de los medios simplemente van a dejar de trabajar con nosotras", asegura.
Muchas de estas autoras se inscriben en una genealogía confesional que parece difícil de sortear para recrear el universo trans: “Nadie elige qué escribir. Ni tampoco creo que alguien elija su género ni dónde nació, ni su clase social. Estoy muy en contra de la idea de elección. Es una idea del capitalismo. Se eligen productos en una góndola de supermercado, pero en el resto de la vida vivimos en categorías que nos superan bastante. En esta época, el género que dominó fue la autoficción, es una tendencia, eso hace que nos salga escribir de esa manera”, concluye Acevedo.
Fuente: Télam
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