El enorme suceso de la presentación de El Regreso del Joven Príncipe en Francia en 2019, a los 20 años de escrito en nueve días en la casa de mis abuelos en Estoril, renovó, esta vez con más insistencia, los pedidos de editores y de mi agente para que escriba otra obra en prosa. Fue entonces cuando de pronto recordé también la insistencia de mi querida amiga y excelente poeta Esther de Izaguirre para que escribiera una novela, algo a lo que yo siempre me resistía, contestando que eso era para escritores y que yo en realidad era un místico y poeta, que solamente pretendía dejar por escrito mis emociones, experiencias y aprendizajes en la medida que pudieran iluminar el camino de otras personas o abrir su corazón.
Muestra la historia y la propia experiencia que el ser humano reacciona siempre en la encrucijada. Algo debió moverse en mi interior porque un día amanecí con una historia en mi mente que se fue haciendo más nítida al momento de intentar sintetizarla. Rápidamente la dividí en capítulos mencionando muy brevemente el suceso principal de cada uno. Estaban en orden cronológico y comprendían el lapso de un año en que se entrecruzaban las historias de los protagonistas: básicamente cuatro jóvenes, dos hombres y dos mujeres, y un hombre en su madurez.
Aunque en realidad considero que el principal protagonista es el tiempo, siempre presente en nuestra vida. El tiempo nos obliga a tomar decisiones, cada una con una diferente sucesión de consecuencias. También cobran cierto protagonismo las relaciones entre padres e hijos, relaciones cuyos conflictos aún permanecen irresueltos desde los albores de la civilización.
Ya tenía la estructura. Y en aquellas vacaciones junto al Mediterráneo en Cerdeña comencé a escribir el contenido de cada capítulo, que fue fluyendo con total simpleza y familiaridad, como si estuviera escribiendo algo propio y no imaginario. Y, a pesar de que nada tenían que ver aquellos acontecimientos con mi vida real, hoy – en retrospectiva – encuentro resonancias en todos ellos con alguna circunstancia de mi pasado más o menos lejano.
Solo faltaba lo que algunos llaman el truco de magia. En este caso, el recurso fue tomar un capítulo del centro del libro y colocarlo al comienzo, lo cual crea una tensión dinámica en todo el relato. Según manifiestan quienes lo han leído, atrapa desde el primer momento.
El final, como en El Regreso del Joven Príncipe, llega con naturalidad. Prácticamente se escribió solo, como si me hubiera estado esperando desde el principio, sin que yo lo supiera, o como si el tiempo pudiera evadirse por momentos, y principio y final de una historia fuesen una y la misma cosa, porque cada uno de ellos implica necesariamente al otro, indisolublemente enlazados por la serie de consecuencias y eventos que desencadena una simple decisión nuestra.
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