Tengo en el celular la foto de una carta manuscrita de 1969 a la que tuve acceso por estos días, que es una respuesta de Leopoldo Marechal, un año antes de su muerte, a una jovencita de 19 años que le escribe al departamento de la avenida Rivadavia donde el autor pasó todo su ostracismo creativo. La adolescente le expresa allí su fascinación por el Adán. Y el autor, que morirá un año después, le responde.
Pero más acá en el tiempo (cincuenta y un años después), tengo en el mismo celular un chat, que es una declaración de amor. Me explico: comento con amigos que releo a Marechal, que veo alguna poesía que nunca había leído. Una, Anita, me dice por el wasap: “El Adán es hermoso. Me acuerdo de que, cuando yo lo leí, tenía una edición de bolsillo, muy chiquita, pero gorda. Lo tenía siempre en la mano. Nunca me pasó con tanta frecuencia que me parara la gente en la calle para decirme que amaba ese libro. ¡Lo que me reía leyendo! La descripción de las peleas de las viejas, de las vecinas, tipo la Odisea, el pendejo de los pies rápidos”.
Un clásico.
Acá o allá en el tiempo, Marechal. Más acá de las vanguardias, y más allá de la tradición.
Entre Borges y Arlt, Marechal, más acá de Rayuela.
Le dice Arlt, compañero en el diario El mundo, en el que también escribe Gálvez, sobre su poema El centauro (1939): “Poéticamente son lo más grande que tenemos en habla castellana. Desde los tiempos de Rubén Darío no se escribe nada semejante en dolida severidad”. Le responde Cortázar cuando advierte que al Maestro le ha gustado Rayuela: “Me alegra de verdad que Rayuela signifique algo para usted… Pienso que usted lo comprenderá muy bien porque nos marcó un gran rumbo con su Adán”.
Más acá y más allá también, Villa Crespo y Saavedra. Borges y Scalabrini, Xul Solar, Jacobo Fijman. Las vanguardias de los años veinte. La revista Martín Fierro. Los jóvenes de El Escarabajo de Oro, Liliana Heker, que declara con contundencia: “Consiguió trasgredir y fundir espléndidamente los modos del lenguaje nacional, cruzar géneros y estilos y hacer una novela extraordinaria”. Sabato le recomienda a Abelardo Castillo seguir leyendo a Marechal confinado, en pleno ostracismo, razón por la que Castillo responde con una pregunta que expresa con sospecha o sorpresa, y que sella toda una época en la vida de Marechal y en el país: “¿Marechal vive?”.
¿Cuál es el viaje de este maestro normal nacional egresado, como Cortázar, como Oscar Masotta, como Juan José Sebreli, del legendario Mariano Acosta, que dará clase durante casi 25 años en la escuela Juan Bautista Peña de la calle Trelles al 900, en Flores? ¿El de Florida a Boedo? ¿O el de otro colectivo, cuyo conductor es un Caronte gallego? ¿El viaje a las tardes en Maipú, donde reside su tío irlandés, como Joyce, que es un perspicaz jinete y pialador? ¿La llanura de Fierro, los ojos extraviados? ¿Los tres viajes a Francia, la patria del abuelo, que participó en la Comuna de París, razón por la cual debió emigrar al Uruguay, y del que Marechal diría: “Me dejó como herencia el gusto por la lectura, el fervor revolucionario, y el paso corto y rápido de la infantería francesa”?
Martín Fierro, la vanguardia
En el principio, una revista. Marechal formó parte de la segunda etapa (1924) de Martín Fierro, la revista de la vanguardia argentina, fundada por el alvearista Evar Méndez. El cierre de la revista no se explica solo porque Borges presidió el Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes, que funcionó en su casa de la calle Quintana 222, junto con Marechal, Enrique González Tuñón, Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Scalabrini y Homero Manzi, sino porque, hacia los años treinta, se produce una cierta vuelta al orden sobre el caos vanguardista, y no solo Marechal entra en una poesía de otro tipo, sino el mismo Borges (en lo sucesivo, por ejemplo, escribe una poesía en la que reconoce explícitamente la influencia de Lugones, contra el que había despotricado toda la revista).
Recordemos que el primer libro de Marechal (Los aguiluchos, 1922) todavía tiene visos modernistas e, incluso, simbolistas al estilo baudeleriano (por ejemplo, se habla del mal, de Lúcifer). Luego, en el 26 (el mismo año de El juguete rabioso y de Don Segundo Sombra), publica Días como flechas, su libro ultraísta, más fuertemente ligado a los tonos de las vanguardias, un libro que es manifiesto de toda la generación de Martín Fierro. Y no hablamos solo de orden policial, sino de una calma ante la proliferación vanguardista, o incluso, a un arte que reclama exactitud y que tiene entre sus exponentes a Picasso y a Cocteau, pero también a Norah Borges y al mismo Lepoldo Marechal. Las causas de estos virajes son múltiples: primero, porque hacia los años treinta la política es ya una política de masas y de ciudades (por esos años gravita decisivamente, en ese sentido, el pensamiento de Ortega y Gasset en nuestro país), después, porque se suscitan los primeros cuestionamientos a la lectura liberal del siglo XIX, antesala de lo que será el revisionismo histórico. Además, estos cambios toman uno de sus cauces en la revista Sur, que empieza a publicarse en 1931: los vínculos de Roger Callois con Victoria Ocampo suponen otra cosa, pero además por estos años Marechal está en Sur y la editorial traduce a Maritain y a Henri-Pierre Simon.
En Sur, Marechal, como Lugones, celebra la aparición del Don Segundo Sombra de Güiraldes, defendiéndolo de la despiadada crítica que le propina la izquierda por ser la novela de un patrón y, a diferencia del filólogo español Amado Alonso, que estudia el libro en términos de sus relaciones con la norma culta del castellano y declara que la lengua de la novela no se “agacha” como lengua general ante el habla gaucha, sino que compone una lengua artificial que da dignidad artística a una lengua que de por sí no la tiene, Marechal anticipa la gran fiesta de la diversidad de tonos, modulaciones y acentos lingüísticos que constituyen su Adán Buenosayres, una estirpe, una máquina incesante de proliferación dialectológica: que tiene un capítulo especial en Scalabrini (El hombre que está solo y espera y en el primer Cortázar (Torito, un boxeador como el Negro Ortega, de Castillo), pero llega a Haroldo Conti (Como un león). O a las reproducciones de la oralidad en los juegos con el discurso indirecto libre de Cortázar (La señorita Cora) o las modulaciones orales de Humberto Constantini (Háblenme de Funes).
Pero el fin de la revista Martín Fierro, que se produce, en apariencia, por la adhesión de estos jóvenes al yrigoyenismo y por esa “vuelta al orden”, también se produce por fuertes diferencias internas en el mismo grupo. Si bien en Martín Fierro hubo una reflexión acerca de cuestiones vinculadas al nacionalismo cultural, asunto que comenzó a tomar relevancia hacia el Centenario, también es cierto que, dentro de las filas del grupo, comienzan a perfilarse diferentes posturas que para fines de la década se vuelven irreconciliables.
Recordemos que el primer año de la revista se lanza una encuesta en la que se interroga acerca de una “mentalidad” o “sensibilidad” típicamente argentina, y la responde un elenco variopinto de escritores entre los que se encuentran Lugones, Güiraldes, Rojas, Girondo, Glusberg. En las respuestas, como en el grupo de los martinfierristas, hay líneas ideológicas diversas y a veces contradictorias. Entre liberales, nacionalistas y católicos, y la combinación de todos ellos, también es posible asociar modernidad y catolicismo, y ese es el sendero por el que andará Marechal en su etapa posvanguardista, a diferencia del escritor Ernesto Palacio, por poner otro ejemplo, que pasa del nacionalismo maurrasiano al catolicismo, lo que lo aleja de la revista, pero que unos años después lee a los anarquistas y participa de la Reforma universitaria de 1918, o de Pedro García, que publica un cuento en el que milita el ascenso de Miguel de Andrea, obispo impulsor del partido Demócrata Cristiano.
En realidad, es Francisco Luis Bernárdez, miembro de la revista, quien introduce los efectos del nuevo catolicismo europeo con las cartas que envía desde París y que, implican, en cierto punto, una ruptura con el futurismo de Marinetti. Bernárdez escribe con los bríos por el humanismo integral del filósofo católico francés Jacques Maritain, que proponía una nueva praxis del cristianismo, pero de carácter profano y con particular desarrollo en la filosofía y la literatura clásica, es decir, de los grandes autores de la cristiandad europea: Homero, Shakespeare, Cervantes, Milton. De esta reconsideración integral participa también la filósofa francesa de origen judío Simon Weil, que lee la Iliada en clave de advertencia contra el poder, en particular, del derecho positivo, del utilitarismo y el intervencionismo estatal, y propone una alianza entre modernidad y cristianismo a través de la lectura de los clásicos griegos. Otros autores que participan de esta reconsideración en clave religiosa son el norirlandés C.S. Lewis, el inglés W. H. Auden y el anglo-americano T. S. Eliot. Aquí están las fuentes del viraje marechaliano.
A su regreso de París en 1931, Marechal participa de un grupo de intelectuales católico llamado Convivio, junto con Marcelo Sánchez Sorondo y Federico Ibarguren, entre otros. Sin embargo, percibió allí posturas teóricas fuertemente dogmáticas con poca acción práctica. De este grupo surgirían los Cursos de Cultura Católica, cuyo organizador fue Atilio Dell´Oro Maini y del que participan algunos ex martinfierristas como Jacobo Fijman y Bernárdez, Borges, Jijena Sánchez; también expusieron sus obras Xul Solar, Héctor Basaldúa, Norah Borges, Juan Del Prete y fray Guillermo Butler. Gestionan la visita de Maritain y el padre Garrigou Lagrange, y fundarán la revista Criterio. Las derivas de estos integrantes son insospechadas: Marechal será funcionario durante los años del Peronismo y Dell´Oro Maini, del gobierno golpista que derroca a Perón como ministro de la cartera educativa, función desde la que habilita a las universidades privadas a expedir títulos.
Para estos años, Marechal escribe una literatura diferente, plagada de reminiscencias clásicas y de consideración mística (El centauro, 1940, El ciervo herido) y sus imágenes retoman las figuras de San Juan de la Cruz (la tarde, la espesura, el extravío), del que prologa una antología, y también alusiones como la loba o el sendero (típicos símbolos de la Comedia de Dante, cuya ciudad natal, Florencia, Marechal habita durante un mes en su segunda visita al Viejo Continente).
Es el símbolo como entidad semiótica apropiada para expresar lo místico lo que predomina en estos poemas. El símbolo como saturación de significados trascendentes que proliferan por la incapacidad que tiene el lenguaje de decodificarlos del todo. Son los años también de Descenso y Ascenso del Alma por la Belleza (1939) y una Vida de Santa Rosa de Lima (1943), la religiosa limeña de fuerte resonancia latinoamericanista. Y en estas claves también Marechal analiza el Martín Fierro en una conferencia radial de 1955, que sería recuperada en 1972 por el diario La Opinión. Allí considera que el poema de Hernández es una narración épica y simbólica, inscribiéndose de este modo en la línea de lectura de Lugones y Astrada. Para Marechal, Fierro es la conciencia heroica de una nacionalidad, representada en la Cautiva expoliada del poema, ante la cual Fierro se reconoce como en un espejo y por la cual decide regresar de las tolderías con esta transformación a cuestas.
Peronismo y proscripción
Entre 1938 y el golpe militar de 1955, Marechal tendrá una profusa labor como funcionario, siempre en áreas vinculadas con educación: se lo habilita para enseñar en la escuela media Castellano y Literatura, publica dos antologías de folclore (1938), una para niños y otra, para adultos; en 1948, el año de la publicación del Adán, es designado Director General de Enseñanza Superior y Estética; en 1954, publica un libro de lectura en coautoría con Elbia Rosbaco, su segunda mujer, denominado Antología Didáctica de la Prosa Argentina.
El mítico 17 de octubre del ´45, la muchedumbre que oye desde su casa de la avenida Rivadavia, luego de administrar una inyección de morfina a su primera mujer, al son de “Yo te daré, te daré patria hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que empieza con P... Perón”, le revelan en clave profética su adhesión al nuevo movimiento. Se dice que Hegel también vio pasar por su ventana al triunfante Napoleón y que, maravillado ante esa alma del mundo que pasea en caballo y lo domina, reconoce en el vencedor de Jena una realización del espíritu absoluto. En efecto, esas muchedumbres que marchan en decidido peregrinar hacia la Plaza de Mayo habrían de signar la historia argentina para siempre, y la de Marechal, en particular. En 1948 crea y organiza la Escuela Nacional de Danzas Folclóricas; escribe en 1950, al cumplirse el centenario de su muerte, El Canto de San Martín, que se estrena en el Cerro de la Gloria, ciudad de Mendoza, y escribe una versión de la Antígona de Sófocles, que titula Antígona Vélez, en 1951, que se estrena con dirección de Enrique S. Discepolo.
Las relaciones del campo intelectual con el peronismo clásico durante la década que va de 1945 a 1955 merecen revisarse, fundamentalmente, porque se han construido una serie de mitos sobre antinomias que algunas iniciativas del gobierno relativizan. Por ejemplo, la intención de incluir a los trabajadores del campo académico y cultural dentro del programa de reformas sociales. Con este objetivo, se toman una serie de medidas que concitan la adhesión de una parte importante de ese campo: la creación de la Secretaría de Cultura y de la Junta Nacional de Intelectuales en 1948, el ingreso irrestricto a las universidades y la gratuidad. La Junta intentaba nuclear en un solo espacio la representación colegiada del campo literario. Por una parte, existía la Sociedad Argentina de Escritores (de clara tendencia antiperonista) y por la otra, la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA), de la cual participaba el propio Marechal, además de Arturo Cancela, el historiador y novelista Manuel Gálvez y su esposa Delfina Bunge, el escritor Raúl Scalabrini Ortiz y otros representantes de FORJA.
En cuanto a Marechal, sus años de trabajo estatal durante los gobiernos peronistas los pagaría caros en el período posterior al golpe. El Poeta depuesto, como se llamó a sí mismo, vivió una verdadera muerte cívica. Desde el campo intelectual mismo, la SADE imita el gesto caricaturizante de la revista de los veinte y publica una serie de epitafios burlescos y “coplas por la muerte de un rebaño de traidores”, cuyos destinatarios concretos son Marechal, Castellani, Olivari, César Tiempo, Angel Battistessa, Fermín Chávez, Cancela. Pero la caza de brujas se vuelve furiosa y se organizan comisiones de trabajo para investigar el accionar de la “segunda tiranía” en las políticas culturales y educativas. Hay una mujer que se destaca en la militancia gremial de la cultura, durante los años del primer Peronismo, aunque no desde el comienzo, y que sufre particular escarnio posteriormente. Hablamos de la multipremiada poeta y narradora de la Generación del 40, María Granata.
Inicialmente vinculada a Leónidas Barletta y a Rega Molina, participó en la Peña Eva Perón, una reunión de lecturas que tenía lugar en el Hogar de la Empleada, en Avenida de Mayo al 800, que solía presidir la misma Evita. Granata provenía del nacionalismo cultural y participa de la creación del Sindicato de Escritores en 1952, que da su apoyo a la continuidad de Perón, también escribe en La Prensa controlada por la CGT y publica profusamente trabajos no solo literarios, sino de muy diverso tipo, desde la Secretaría de Prensa.
Es un capítulo aparte el de la relación entre mujeres, literatura y peronismo. En ese lugar tienen también presencia destacada Alicia Eguren, Aurora Venturini, Julia Prilutzky Farny, entre otras. La revista Mundo peronista, en los casi cien números de existencia que tuvo, dedicó sistemáticamente una página de la publicación a difundir poesía. No debería resultar extraño ya que Evita fue actriz y un ejercicio formativo de su generación era la declamación, para cuyo estudio circulaban gordas y variadas antologías.
La pluma de Marechal en la Proclama del levantamiento que encabezó el general Valle en junio de 1956 y la carta que este general escribió a su verdugo, el general Aramburu, poco antes de ser asesinado, son dos piezas inigualables también de las textualidades del Peronismo. Si hacemos alusión a ellos no es solo para revelar su potencia discursiva, sino además para construir cierta prole textual de la que participa otra gran pieza oratoria del peronismo militante, que es la Carta de un escritor a la Junta Militar (1977), de Rodolfo Walsh, en la que no solo pueden reconocerse ecos (lo que ya ha sido dicho) de la Carta de Valle, sino también de la Proclama de Marechal, y me refiero a ecos que funcionan en dos sentidos: primero, ambos textos tienen claros sentidos escatológicos, y por el otro, Walsh, como Marechal, también se inició en el nacionalismo y fue educado por curas irlandeses, lo que explica las alusiones de su Carta a palabras de clara filiación profética y performativa: “Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.
Con las mismas claves habría que leer la Carta a Vicky (su hija militante caída en un enfrentamiento con el Ejército): “Anoche tuve una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad” y la Carta a mis amigos, en la que comunica la muerte de su hija Vicky haciendo algunas aclaraciones. Pero, además, la organización del texto de la Proclama de Marechal y la Carta a la Junta de Walsh, respecto de la situación en la que se encuentra el país, nueve y doce meses después del golpe, respectivamente, es muy similar en la descripción por aspecto (político, económico…).
En este mismo sentido es importante aclarar que Rodofo J. Walsh fue el sobrino del hermano marista Septimio Walsh, fundador del profesorado del Consudec que lleva su nombre, e intenso animador de la organización del golpe de 1955, concretamente, en la distribución clandestina de informaciones en los llamados comandos civiles, una práctica que Walsh retomaría, en clave invertida, durante la dictadura del ´76 con la creación de Ancla, la Agencia de Noticias Clandestinas. Hay otro registro escrito de aquellos años en los que se reconocen tonos de tribulación y profecía, el diario de Alfie Kelly (1976), el religioso (también palotino e irlandés) asesinado en La masacre de San Patricio en julio del mismo año.
Toda esta matriz discursiva, que se despliega en esta serie de cartas, y que alcanza también a Montoneros, incluye la visita de Marechal a Cuba, país al que evalúa como experiencia “evangélica”, y cuyo testimonio recogerá la revista El Descamisado en el número 7 de 1973, cuando decide publicar un texto de Marechal sobre la isla de Fidel, que Primera Plana había solicitado al autor y que luego decidió no publicar. En el ´67, también, firma una solicitada por la muerte del Che Guevara, que suscribieron, además, David Viñas, León Rozitchner, Sebreli, Alicia Eguren de Cooke, Ricardo Piglia, el padre confesor de Evita, Hernán Benítez, y Juan Carlos Portantiero, entre otros.
Esta genealogía tiene otros hitos, por ejemplo, su última novela, Megafón o la guerra, cuya distribución no llega a ver porque se muere antes, en el cine de Octavio Getino o Pino Solanas, pero también en Leonardo Favio.
En El familiar (1972) de Octavio Getino, se narra el pacto que hizo Zupay (el Diablo) con un terrateniente a cambio de venderle las almas de los peones. En Megafón también se habla de los zafreros tucumanos, de los algodoneros del Chaco, de los petroleros de Comodoro. La reunión del bandoneonista gordo y el bandoneonista sanguíneo (Troilo y Piazzolla) que discuten sobre tango, la presencia nuevamente de Fijman y Borges en clave ficcional son presencias de Megafón, procedimientos que están también en el cine de Solanas (Sur, de 1988; La nube, de 1998), y la concepción narrativa tan poco lineal, más bien en el tiempo de un verosímil poco realista, de tipo alegórico o mitológico, propio de Marechal, es una seña de identidad de Solanas, pero también de Leonardo Favio.
Sobre la adaptación cinematográfica del Adán, se sabe que Manuel Antín lo intentó en dos ocasiones: en 1974, durante el último gobierno peronista, le negaron los fondos para hacerlo (así lo declaran el director y María de los Ángeles, la hija de Marechal, en la película de Juan Villegas de 2016) y durante la Dictadura arremetió nuevamente con la idea de filmar, tampoco recibió apoyo, aunque esta vez los motivos fueron otros: “un autor peronista”.
Sobre su vigencia, es particularmente destacable la edición crítica que realizó Corregidor en 2013, con una introducción y notas de Javier de Navascués. Llama poderosamente la atención que, en los contenidos curriculares del área de Lengua y Literatura de la Ciudad, que he consultado, no haya una sola mención a Marechal, en particular, tratándose de una literatura de profunda relación con lo porteño, de mitologización de sus barrios (Saavedra, Villa Crespo, Flores). Tampoco se lo sugiere en las lecturas de los diseños de la provincia de Buenos Aires. No existe, por ejemplo, una edición escolar del Adán Buenosayres.
En las escuelas, circula con frecuencia la Antígona Vélez (que fue escolarizada con notas de Hebe Monges en 1982, en un arrojo pionero de la editorial Colihue, para la colección Leer y Crear que fundó y dirigió Herminia Petruzzi), pero todavía esperamos una edición para uso de los escolares, como se ha hecho con El Quijote en tantas ediciones, incluso en la última de Pérez Reverte, o en la edición online tan profusa y bellamente anotada y comentada de Francisco Rico para el Instituto Cervantes. Y digo escolar como quien dice: un camino de lectura que lo vuelva “trabajable” en la escuela, no porque los estudiantes no puedan leer un libro de más de 500 páginas, sino porque una sola novela no puede ocupar gran parte del año escolar, quitándoles lugar a otras lecturas.
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