Leopoldo Marechal, el destino de la Argentina y la misión de despertar a sus compatriotas

La preocupación por la Patria, ese "dolor que aún no tiene bautismo", recorre toda la obra del poeta, novelista y dramaturgo de cuya muerte se cumplen 50 años

Leopoldo Marechal (1900-1970) debe ser incluido entre los pensadores nacionales que con mayor profundidad se preocuparon por el destino de su patria. La preocupación por la Argentina recorre todos sus libros y se hace más explícita en la década del 30, mientras surgían entre nosotros varias obras dedicadas al tema de la identidad nacional: Historia de una pasión argentina de Eduardo Mallea, El hombre que está solo y espera, de Raúl Scalabrini Ortiz, Radiografía de la Pampa de Ezequiel Martínez Estrada.

El clima mundial de la primera posguerra había sido propicio para incentivar en Europa la preocupación filosófica y política por las identidades de los pueblos. Justo es reconocer que esa atmósfera, precursora del fascismo y el nacional-socialismo, se diferencia profundamente de lo que podríamos llamar el nacionalismo americano del mexicano Samuel Ramos, el peruano José Carlos Mariátegui o el venezolano Rómulo Gallegos. Marechal no profesa ni el nacionalismo agresivo de los movimientos europeos ni totalmente el americanismo telúrico de los ensayistas y novelistas americanos que acabo de nombrar. El suyo es, como intento exponerlo, el sentir de un poeta y filósofo cristiano que habla de su patria como “pueblo de Dios”.

El clima argentino de los años 20 y 30 era fecundado por las conferencias de Ortega y Gasset, la visita del Conde de Keyserling y el influjo creciente de la fenomenología cultural, que se proyecta en las obras de Carlos Astrada, Saúl Taborda y Alberto Rougés. La preocupación nacional de Marechal tiene fuentes espirituales y religiosas. Se inspira en la noción bíblica de pueblo de Dios, concibe al hombre como un ser comunitario, integrante de un pueblo histórico con un destino común. Deberemos aceptar que, como hombre de su tiempo, adhirió al movimiento político que dividió desde 1944 a los argentinos y que se llamó justicialismo, por parecerle el más próximo a su ideario popular, y no populista. Su Apólogo chino, como alguna otra página suelta, hace críticas a funcionarios peronistas que lo enfrentaron en la práctica e incluso lo degradaron de su cargo de Director de Cultura a director de la Escuela de Danzas. No es éste un punto que vayamos a discutir ahora, ni sería oportuno hacerlo; solo diré que nunca fue un fanático, y que su adhesión fue fundamentalmente doctrinaria.

Podemos repasar la preocupación por la Argentina a lo largo de sus obras. En la poesía, la vemos asomar en los primeros libros, pero más claramente en el tercero, por ejemplo en el “Poema de la Patria Niña”, de Odas para el hombre y la mujer (1929). Imagina a la patria como una adolescente, frágil, expuesta a todos los peligros y manifiesta una permanente preocupación por el porvenir. Avizora que llegará el momento de “calzarla de metales” y de afrontar lo abismal de los tiempos.

Entre las obras poéticas que le siguen, la más ligada a la identidad nacional es Cinco Poemas Australes. Es una obra cuyo fondo geográfico y humano lo conforma la provincia de Buenos Aires, donde el poeta pasó temporadas de su niñez y adolescencia, acompañando por los pueblos a su tío Francisco Mujica que vendía lo que se llamó “frutos del país”. Marechal visualiza a esos hombres de la pampa, arrieros, domadores, hombres de campo ligados al trabajo y la esperanza, como los arquetipos de una Argentina moral, que es la de Lugones en sus Romances de Río Seco o la de Mallea en su Argentina Invisible. Son ejemplos morales y religiosos que Marechal contrapone a los hombres ciudadanos, preocupados por las cotizaciones de la Bolsa.

En su poema El Centauro, por el que obtuvo el Premio Nacional en 1940, Marechal termina de dar forma a esa imagen moral del hombre argentino al elevarla al carácter de mito. Renueva el tema del Centauro tratado por Darío en 1896, (centauro como ser bifronte, ligado al cielo y a la tierra, es decir a preocupaciones espirituales y terrenas) y le agrega una explícita connotación cristiana. Cristo es el nuevo Centauro, el arquero de los tiempos modernos que guía a la comunidad hacia su salvación. Es el modelo que Marechal ofrece, acompañado de la figura de la Virgen, -cantada en los Sonetos a Sophia- que trae al imaginario nacional la figura femenina, ausente en la obra de Sarmiento, y apenas mencionada en la de Hernández.

La novela es el campo más propicio para la exposición doctrinaria del tema, y también para su discusión dialéctica. En Adán Buenosayres (1948) el tema de la Patria es uno de los ejes innegables, desplegado conjuntamente con el biográfico y el estético-metafísico. El propio autor desliza la palabra argentinopeya, que hemos tomado en nuestros estudios. Su personaje Schultze, modulación del pintor y esoterista Xul Solar, es quien guía a Adán en el Infierno-Cacodelphia, que no es sino su propia patria sumida en la corrupción y el olvido del Ser. Él mismo se ve situado en el Infierno y aludido a través de distintos personajes.

Schultze, el artista sabio, recuerda que la patria se halla situada bajo el signo de Libra, y abierta a todas las posibilidades. Reaparece aquí un tema ya tratado en la poesía de Marechal y luego retomado en el Poema de Robot: la contraposición del poeta con hombres endurecidos que sólo tienen preocupaciones materiales. Esta descarnada radiografía del país le valió a Marechal muchas enemistades.

Por esos años, después de estudiar y traducir del francés una obra de Sófocles, estrena su primera obra dramática, la tragedia Antígona Vélez que es una cristianización del tema trágico de la justicia. Antígona es el arquetipo femenino de la Argentina (no han faltado interpretaciones que la fusionaran simbólicamente con Eva Perón, por ser esta una figura de sacrificio crístico que va más allá de la política). Lo innegable es su continuidad con María-Sophia, la Virgen Madre, a la que luego dará el nombre de Lucía Febrero (la Venus Celeste, y también la Novia Olvidada).

En 1965 publicó su segunda novela, El banquete de Severo Arcángelo (1965), donde presenta al caudillo en un claroscuro, como convocante a una épica nacional: busca reunir en la Casa Grande a los hombres virtuosos que detengan el castigo divino, como en Sodoma y Gomorra. El Banquete de Severo Arcángelo es una obra originalísima que bajo la apariencia de una novela de aventuras encierra un llamado a la conversión nacional, por la mortificación y la iluminación que provienen de un camino interior bajo el signo del Evangelio.

Por esos mismos años (1966), continuando con su obra poética, da a conocer Heptamerón, siete cantos entre los cuales se encuentra La Patriótica, dedicado a su discípulo José María Castiñeira de Dios. Aquí continúa Marechal el motivo de la Patria niña que espera su bautismo, y el tema de la salvación comunitaria. Es sólo por la redención individual como la patria se hará digna de su destino salvífico, pero no existe, para el poeta, una auténtica redención individual sin un sentido de pertenencia a la comunidad histórica. Vuelve sobre el tema de la salvación nacional en su Poema de Robot, un alegato ante la incipiente modernización tecnológica de los años 60, y también en los últimos poemas De la Física y De Psiquis (que con Eduardo Azcuy resolvimos editar por el sello Castañeda bajo el título Poemas de la creación, extraído del texto, unos años después de su muerte). En el Poema de Robot, el tema de la redención nacional se alía indisolublemente a la misión del poeta. Es el poeta, inspirado por su musa, el que echa su puñado de sal en la boca de Robot, el nuevo monstruo creado por hombres mecanizados. El poeta asume la misión de despertar a sus compatriotas.

Leopoldo Marechal

De esos años es también su drama Don Juan, donde elabora el tema de la redención del caudillo, -con una innegable referencia política que algunos percibimos en su momento; pocos críticos aceptan que el Caudillo, en la obra de Marechal, por el solo hecho de serlo se halla ligado al Mal y debe alcanzar su propia purificación y redención para redimir a su pueblo. También abordó el autor los mismos temas en otra escala, satírica y humorística, como puede verse en el sainete metafísico La batalla de José Luna, donde expone su concepción de la historia como combate de opuestos librado, al modo homérico, en la tierra y el cielo.

Los hombres han de librar en la Tierra, una doble batalla, histórica y espiritual. En Megafón o la guerra (1970) reaparece la imagen del conductor redimido, encarnado en un personaje, Megafón, que lo fusiona con el poeta. Vemos también a Samuel Tesler, reelaboración del poeta Fijman, e imagen del Poeta-filósofo -retomado de Adán Buenosayres- como coprotagonista de la doble batalla, terrestre y celeste, que ha de liberar de sus dolores y cautiverios al pueblo argentino. Ambos lo conducen hacia la última batalla, celestial: el rescate de la Venus Celeste, que será hallada en el Laberinto mundano barrocamente aludido como Infierno. Megafón o la guerra, novela que editó Sudamericana un mes después de su muerte, es una obra barroca, de una complejidad formal inusitada, y es un nuevo llamado a la épica nacional. Ambos personajes son a la vez hipóstasis del autor. En suma, es la figura del poeta, como redentor de su comunidad, la que es llevada a su plenitud espiritual e intelectual en esta novela.

En los ensayos y conferencias de Marechal, esta visión de la Argentina se completa y expande reflexivamente. Su conferencia sobre La Fundación de Buenos Aires, -del año 35, cuando Buenos Aires conmemoraba el 4° Centenario de la fundación del Fuerte por Pedro de Mendoza- recuerda el sentido espiritual de las dos fundaciones. La raíz simbólica de ese pensamiento se apoya en elementos como el nombre “Argentina”, dado por el arcediano Martín del Barco Centenera a la provincia rioplatense que-de-un-puro-metal-toma-su-nombre. El argentum designa al río Paraná o Río de la Plata, que los españoles exploraron hasta fundar la Asunción, y que luego de la destrucción de la primera Buenos Aires volvieron a recorrer desde Asunción, con los “mancebos de la tierra”, para refundarla. El nombre dado a la ciudad -recuerda Marechal- es “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Aire”. La Ciudad del Águila, con el águila del Espíritu Santo estampada en su escudo, se ha convertido según el poeta en la Ciudad de la Gallina.

Leopoldo Marechal

En síntesis: toda la obra de Marechal está atravesada por la preocupación nacional. Piensa en el destino de la Argentina como bíblico pueblo de Dios, como comunidad evangélica destinada a hallar su rumbo a través de la conversión moral y religiosa. Su pensamiento no es una especulación filosófica distante sino un pensamiento didáctico, actuante y encarnado. Es la visión de un poeta-filósofo, un doctrinario que se convierte en incansable predicador de la salvación nacional y la asienta en la salvación individual.

Solo hombres nuevos podrán crear una sociedad nueva.

En suma, Marechal es uno de esos maestros permanentes a los que podemos acudir los argentinos. Tanto como un José Hernández en el siglo XIX, Marechal ocupa buena parte del siglo XX y desde allí irradia sus enseñanzas hacia el tiempo actual. Cada día que pasa hace más vigente su mensaje, como podrán comprobarlo aquellos que se aproximen sin prejuicios a su obra.

VIDEO: MARECHAL RECITA UNO DE SUS POEMAS

Leopoldo Marechal recita su poema "Descubrimiento de la Patria"

*Graciela Maturo es poeta, escritora y docente; fundadora del Centro de Estudios Poéticos Alétheia, y Miembro Honorario del Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli” en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Es autora de Marechal, el camino de la belleza (Biblos, 1999)

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