“Riqueza clandestina” o cuando el dinero solo trae soledad

En su última novela, la autora argentina recrea la historia de una mujer que al recibir una herencia generosa decide mantener el secreto y comienza así a alejarse de sus afectos, consumida por sus fantasías

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"Riqueza clandestina" Paradiso), de Cecilia
"Riqueza clandestina" Paradiso), de Cecilia Trosman

La realización de Riqueza clandestina empezó hace unos años y la di por concluida recién el año pasado. Cocción lenta la mía. En ese entonces, estaba revisando la lista de escritores y periodistas a quienes haría llegar mi recién editada primera novela, Licencia para mentir. La presentación sería apenas unas semanas después, tenía la fecha y el lugar confirmados. Después de muchos años de reescritura, de revisarla innumerables veces, estaba cerrando ese ciclo. Y firmemente convencida de no volver a escribir otra novela pronto, con los consecuentes años, muchos, que me pidió que le dedique.

Me había quedado un desafío pendiente de la primera: trabajar un personaje que viniera de un mundo más distante del que yo habité. Me lo enseñó Esmeralda, mi personaje, cuando en un micro que llegaba a Retiro y que se había detenido, por un semáforo, en los bordes de una villa, se dijo que nunca se le había ocurrido “viajar” al mundo de una persona como las que vivían en esos caseríos. Tomé el guante. Y lo guardé en ese bolsillo que usamos los ladrones de momentos o escenas de la vida para una próxima narración.

Tomé impulso, y cual Tarzán o monitos juguetones en la selva, pegué un salto y me moví de liana en liana, tomando notas de una historia que pensé, ilusa de mí, podría llegar a ser un cuento. Tal vez, el vacío dejado por el final de la escritura de Licencia para mentir, me inquietaba.

Mientras, leí la exquisita novela de Griselda Gambaro, El mar que nos trajo, y al llegar al final, recomencé enseguida la lectura desde la primera página. Con avidez y deleite descubrí algunos tesoros de la escritura, que esta autora, impar, me dejó ver.

El que “yo” quisiera que la historia fuera un cuento y no una novela, no tuvo ninguna relevancia ni para la historia –que insistía en desplegarse- ni, finalmente, tampoco para otra parte de mí que no era “yo quiero”.

Cecilia Trosman
Cecilia Trosman

En momentos especialmente difíciles de mi vida había tenido la fantasía de escapar del dolor o la angustia viviendo anónimamente en un hotel de pasajeros, de incógnito aunque sea durante unos días. Después leí, en un suplemento cultural, una reseña sobre un libro cuyo nombre no recuerdo, donde el narrador era un cuarto de un hotel de lujo. Y se empezó a enhebrar el collar. Una amiga de la adolescencia que vive en otro país, aportó otra cuenta: cuando venía de visita, se juntaba con su familia porteña a tomar el té en un hotel de lujo de Buenos Aires, y la atendían mozos con guantes blancos… Fue naciendo Silvina Visconti. Su nombre: un homenaje a la grande, enorme, Silvina Ocampo. Me quise apoyar en su talento para presentar personajes difíciles, o crueles, de modos tan leves.

Esmeralda Gusman, la protagonista de Licencia para mentir, es una persona adorable, de quien muchos lectores hubieran querido hacerse amigos, invitaba a la cercanía. El desafío con esta nueva novela -sí, acepté pronto que los próximos años estaría ocupada con esta historia- era meterme con un personaje más oscuro, más difícil de despertar empatía, y a la vez no sancionarla moralmente. Y aunque no visité el mundo de la pobreza al que se refirió ella en su reflexión, las vivencias y circunstancias de Silvina Visconti, me fueron suficientemente diferentes.

Silvina se fascina con la moda, el lujo ajeno, con la estética y el buen gusto. Me guió para este carácter de mi protagonista, Luchino Visconti en su película Muerte en Venecia. Ese salón comedor…, la playa, tantas imágenes de bellísimos cuadros, ese lujo visual que empapa todo el film, desde las actuaciones hasta la narración de la historia fabulosa de Thomas Mann. Ya merodeaba por ahí la idea del romance con Marcello Mastroianni, y las cuentas del collar se seguían enhebrando.

La novela fue avanzando por segmentos, paso a paso en las caminatas matinales que hacíamos con una amiga por los bosques de Palermo, o en momentos robados a mi trabajo en el consultorio o en los fines de semana, a mis seres más cercanos. Silvina Visconti iba tomando su carácter mientras, a mí, no me quedaba más que seguirla.

Respecto a la fortuna, fue un modo de dejarnos, ella y yo, atravesar por el azar, y ver cómo se las arreglaría mi protagonista con este asunto, con querer mantener un secreto, decidir ella sola en cuestiones de dinero, y convencida de que sería por un ratito nomás. El cambio de vida que significa no tener que preocuparse cada día por el sustento mueve muchas más coordenadas de las que había imaginado.

Amo el universo cinematográfico, fue muy divertido investigar a Marcello Mastroianni, de quien siempre estuve enamorada, fantasear con un encuentro romántico con él, o un sosías porteño, tener las escenas de las películas de Visconti como brújula en las elecciones de escenografía, y también ir a tomar el té al Alvear Palace Hotel, munida de una libreta para tomar notas, acompañada de una amigo o de mi hija. De hecho, una tarde en la que fui sola, la última visita, un mozo se percató de mi afán, y me regaló una birome azul con el monograma del hotel que terminó dentro de la historia. Le prometí que iría a llevarle un ejemplar del libro que quería escribir, si llegaba a materializarse. Y así lo haré.

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